viernes, 17 de abril de 2020

Domingo de la misericordia ( 19 de Abril)

Segundo domingo de Pascua,  todavía en los primeros pasos de la cincuentena pascual, y entrando en la quinta semana de confinamiento a causa de la pandemia.

Ajena a nosotros la primavera sigue su curso. La  naturaleza se va abriendo a la vida, como también nosotros, en la medida de lo posible, somos invitados a llenarnos de vida, aunque en este año sin la compañía habitual de festivas liturgias eucarísticas parroquiales, primeras comuniones, romerías, etc., actos que estamos volcando en modos de celebración más caseros y sencillos.

Desde hace unos años a este domingo se le llama también el "domingo de la misericordia". No de nuestra misericordia sino de la misericordia de Dios; porque lo que celebramos en la fe no es nuestra conversión a Dios sino la conversión de Dios a nosotros, el derroche de su amor. Ni un reproche de Jesús a los suyos en sus apariciones; su respuesta a nuestra violencia sobre la cruz fue el perdón en el momento clave de la entrega, y lo sigue siendo en la resurrección. Esta  es la inmerecida causa de nuestra alegría pascual. 

Las condiciones especiales a que nos obliga el covid-19 nos obliga este año a  depurar la fe despojándola de adornos; solos Dios, yo, los míos y las circunstancias especiales que vivimos. 

Al final del tunel tocará hacer evaluación del nivel de nuestra espiritualidad sometida a presión, descolgada de mediaciones que nos han parecido hasta ahora tan necesarias, tales como la presencia física en actos religiosos o espirituales, la convivencia festiva con los hermanos, las procesiones y peregrinaciones, etc. Así, en desnudez, somos invitados a ponernos en estado de pascua florida, y llamados a despertar en nosotros la satisfacción de haber encontrado la Vida en Jesucristo muerto y resucitado.


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La resurrección pone en marcha una tradición cristiana impagable: la celebración del domingo. El origen de este día como día del Señor lo tenemos recogido en los encuentros del Señor con sus discípulos (Mt 28,1; Lc 24,13-45; Jn 20,19-29; Hch 2,36; Rm 10,9; Flp 3,9-11).

El Evangelio de hoy (Juan 20,19-31) nos presenta dos apariciones del Señor resucitado en  elcenáculo. Ambas tienen lugar en domingo: "el día primero de la semana" (v. 19) y “a los ocho días” (v. 26). El Señor resucitado se muestra a sus discípulos el primer día de la semana y al octavo, día del sol, que quedará así marcado día del Señor (Dies dominicus; domingo).

El día del sol no coincidía con el día festivo de la sociedad judía o pagana en la que el cristianismo comenzó a desarrollarse; el ambiente para fijarlo como día de la asamblea (eklessia) era por tanto adverso. Para   la nueva fe suponía un esfuerzo extra el celebrar la Eucaristía precisamente en ese día. Desde entonces el domingo es un día especial para todos los seguidores de Jesús; y me vais a permitir que las reflexiones de este comentario giren en torno a ello (1).

Lo primero que habría que decir del domingo es que es un día privilegiado para preservar y cultivar nuestra vida de fe. Pero ¿no estamos viviendo un tiempo de pérdida del sentido cristiano del domingo y de las fiestas religiosas? ¿No percibimos un descenso en la práctica dominical como indicador de la disminución real de la adhesión a Jesucristo y su Iglesia? 

Son muchos los cambios sociales que repercuten en la convocatoria de la Iglesia a vivir en profundidad los días festivos: nuevas condiciones de trabajo y descanso, cultura del ocio, civilización del bienestar, deporte, turismo, éxodo familiar del domingo en las ciudades, etc. Todo esto incide directamente en la vida de los creyentes. Estamos ante la decadencia del valor religioso del día festivo, que más que día de descanso del trabajo parece ser un tiempo propicio para reponerse de los excesos festivos del sábado. No obstante, un detalle positivo se sigue manteniendo: el domingo como día para estar con la familia.


Vista la situación al respecto se impone una tarea: recuperar el domingo, promover su sentido cristiano en el interior de nuestras comunidades, algo nada fácil en este mundo con costumbres inestables y cambiantes como las señaladas antes. 

A la dificultad que supone el ambiente "neopagano" del domingo, hay que añadir otra: la idea, muy extendida entre los que nos llamamos católicos practicantes, de reducir el sentido del domingo cristiano al cumplimiento legal de “oír misa entera”, cuando el domingo es algo más que un precepto que manda descansar e ir a misa. 

¿Qué podemos aprender sobre el domingo?

1) Lo primero, EL DOMINGO ES  EL DÍA DE LA IGLESIA. Cada cristiano vive su fe en la dispersión de su existencia y de sus ocupaciones; el domingo es una llamada a vivir en comunión con los demás hermanos. La asamblea dominical es la principal manifestación de la Iglesia, “porque donde están dos o tres reunidos en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos” (Mt 18,20). 

Dos razones creo que exigen que no descuidemos la participación en la misa dominical: la primera es porque nuestra ausencia puede ser motivo de escándalo y desánimo para los hermanos que necesitan de nuestra presencia para caminar; hay que decirlo: tú eres necesario en la asamblea; sin ti queda disminuida.

La segunda razón es que el cristiano que no frecuenta la asamblea dominical difícilmente vivirá de forma realista la esencial dimensión comunitaria de la fe. Alejarse de la “comunidad cristiana real” -la misa dominical es el signo donde nos encontramos con los más variopintos hermanos, nos gusten o no-  tiene consecuencias no deseadas. Una de ellas es la de instalarse en la zona de confort del individualismo ideando una iglesia a la propia medida, evitando cualquier tipo de sana crítica exterior; a la postre la fe se suele reducir a una devoción privada que camina inexorablemente a la adoración del  dios de los propios deseos olvidando los deseos de Dios.   

2) EL DOMINGO ES EL DÍA DE LA PALABRA DE DIOS.  Los primeros discípulos de Jesús eran constantes en “la enseñanza de los apóstoles” (Hch 2,42). Antes de partir el pan en Emaús -por cierto, en domingo, cf Lc 24,13- el Señor en el camino les interpretó las escrituras a los discípulos, y a ellos les ardía el corazón escuchando la Palabra (cf Lc 24,32.44-45). En la Eucaristía nos sentamos a la mesa de la Palabra. Para muchos cristianos este contacto del domingo es el único de cara a escuchar directamente la Palabra de Dios, alimento sin el cual nuestra fe corre el riesgo de degenerar en magia y superstición.



3) EL DOMINGO ES EL DÍA DE LA EUCARISTÍA. La vinculación de la Eucaristía al domingo es una realidad desde los orígenes de nuestra fe. “El domingo nos reunimos para la fracción del pan” (Hch 20,7-12), gesto que no es puntual sino constante (cf Hch 2,42).

Participar en la misa del domingo no sólo nos une a la comunidad celebrante; también nos hace entrar en íntima comunión con el Señor: “El que come mi carne y bebe mi sangre, permanece en mí, y yo en él” (Jn 6,56). La resurrección se participa en la Eucaristía: “el que come mi carne y bebe mi sangre, tiene vida eterna, y yo le resucitaré el último día” (Jn 6,54); además, la presencia de Cristo en las especies eucarísticas se convierten en polo de atracción y unidad para los creyentes; quien comulga con Cristo no puede mantenerse ajeno a Dios, a los hermanos y la creación entera, porque todo queda redimido por la muerte y resurrección del Señor (Pascua) que se actualizan en la Misa.

4) EL DOMINGO ES EL DÍA DE LA CARIDAD. San Pablo sugería a los fieles de Corinto ahorrar una cantidad “cada primer día de la semana” con destino a la colecta en favor de los hermanos de Jerusalén (cf 1 Cor 16,2), explicando con ello la solidaridad cristiana como expresión de la generosidad del mismo Cristo (cf 2 Cor 8,9 ss). La caridad cristiana se participa en la misa; en ella confluye la comunión con los hermanos y desde ella salimos a trabajar por la justicia en el mundo. Sin caridad (que supone y va más allá de la justicia) no hay Eucaristía.

5) EL DOMINGO ES EL DÍA DE LA MISIÓN. Tras la Eucaristía partimos a anunciar a los hermanos que hemos reconocido al Señor “en la fracción del pan” (Lc 24,35). La misión surge espontáneamente de la experiencia gozosa de la fe que se ha alimentado en la mesa común. Todo lo que se ha experimentado en la misa se hace extensivo a la existencia entera. La experiencia Eucarística genera la misión; una Iglesia sacramental, si se le puede llamar tal, sólo es real si culmina en la misión: "id por todo el mundo y anunciad el evangelio" (Mc 16,15)

6) Finalmente digamos que EL DOMINGO ES EL DÍA DE LA ALEGRÍA Y DE LA PAZ, “mientras esperamos el domingo sin ocaso en que la humanidad entera entrará en tu descanso” (Liturgia eucarística). La alegría y la paz del domingo es signo del gozo pleno que esperamos vivir en el encuentro definitivo con el resucitado: “Los discípulos se llenaron de alegría al ver al Señor". "Paz a vosotros" (Jn 20, 20-21). El domingo alegra y da sentido a la semana como Cristo alegra y da sentido a toda nuestra vida. Por eso, la felicidad total, la plenitud de la vida cristiana, es definida como un “domingo sin ocaso”.


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¡Cómo nos hemos dejado escapar el domingo! Los nuevos tiempos giran en torno a otras cosas. Ya hemos señalado algunas al inicio de este escrito. Da la sensación de que el culto al cuerpo y al dinero han ido sustituyendo paulatinamente a Dios en el motivo del día cristiano por excelencia. Como si el fin de semana no tuviera otro sentido que hacer deporte, divertirnos (dispersarnos)  y no faltar a la  cita con el consumo. 

Alguna autoridad eclesial ha manifestado que teme que el confinamiento por el coronavirus tenga consecuencias negativas para la práctica de la asistencia a la misa dominical. ¿La gente se va a  acostumbrar a no ir a misa?. No hay que tener miedo a que se pierdan costumbres cuando éstas responden sólo al mimetismo social o a la devoción particular. También puede suceder que haya quien descubra en este tiempo de confinamiento y de ausencia de cultos externos la suerte que gozó cuando los tuvo; y de ahí saldrá una mayor valoración de ello.

Por otra parte, la celebración comunitaria de la Eucaristía, y con ella el domingo en general, necesitan recuperar profundidad. Tal vez necesitemos hacer del domingo un día más espiritual, un día dedicado al Señor, donde la catequesis dominical y la celebración de la Misa sean el motivo (motor) que dinamice el día. Se trata de este día un tiempo donde las actividades y gestos  sencillos, tales como el encuentro con los hermanos en la fe, la comida en familia, el paseo, la visita a los enfermos o a los abuelos, el café y la charla distendida con los amigos, etc,  se consideren y disfruten y  como lo más grande que tenemos, un gran don de Dios revelándose en lo sencillo.

Al reseñar las apariciones del Señor en domingo las primeras comunidades dan fe de la importancia que dieron a este día como propicio para alimentar la paz y la alegría que proceden de la fe en el resucitado. Recuperar el domingo no es una cuestión de calendario, es una cuestión de fe. Sólo posible si se hace desde la experiencia pascual. No olvidemos que no es el domingo el que ilumina la resurrección, sino al contrario: es la experiencia de la resurrección la que da color al domingo. Recuperemos el sentido espiritual de la resurrección de Jesús para nosotros, y todo lo demás vendrá por su peso.  

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(1) NOTA: Las ideas básicas sobre el significado del domingo están tomadas del documento de la Conferencia Episcopal Española Domingo y sociedad (25-Abril-1995) sobre el sentido cristiano del domingo.

Casto AcedoAbril 2020. paduamerida@gmail.com 

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