martes, 30 de abril de 2019

Me amas?... Entonces sígueme

3º Domingo de Pascua, ciclo C
Hch 5,27-41  -  Ap 5,11-14  -  Jn 21,1-19

   Cuando Simón Pedro le dice: Señor, tú sabes que te quiero,
Jesús le confía esta misión: Apacienta mis ovejas, dando vida
y alimentando a quienes tienen hambre de Dios… y hambre de pan
Luego, indicándole cómo iba a morir, Jesús añade: Sígueme.
   La devoción a san Pedro debe basarse en amar y seguir a Jesús,
pues la Iglesia -antes que jerárquica- es una comunidad misionera.

Luces y sombras en la vida de Simón Pedro
   Un día, Andrés va en busca de su hermano Simón para decirle:
Hemos encontrado a Cristo. Luego lo conduce a Jesús, quien al verlo
le dice: Tú eres Simón, hijo de Juan, te llamarás Pedro (Jn 1,41s).
   Cuando muchos discípulos abandonan a Jesús… Pedro proclama:
Señor, ¿a quién vamos a acudir? Tú tienes palabras de vida eterna.
Nosotros creemos que tú eres el Santo de Dios (Jn 6,68s).
   En el momento en que Jesús le va a lavar los pies, Pedro se resiste:
Señor, ¿tú me vas a lavar los pies a mí? Entonces Jesús le responde:
Ahora no entiendes lo que estoy haciendo, lo entenderás más tarde…
Si no te lavo los pies, no podrás ser de los míos… (Jn 13,6ss).
   Durante el discurso de despedida Simón Pedro le pregunta a Jesús:
Señor, ¿por qué no puedo seguirte? Daré mi vida por ti (Jn 13,36ss).
Sin embargo, después que toman preso a Jesús, Pedro le sigue,
y en casa de Anás, ante una criada, niega conocer a Jesús (Jn 18,15ss).
¿Todo habrá terminado con la muerte de Jesús, el Profeta de Nazaret?
   Lo cierto es que Pedro y seis compañeros abandonan Jerusalén,
quizás por temor a perder la vida, por el desaliento que experimentan,
o por olvidar aquellos hechos terribles. Todos ellos vuelven a Galilea.
Allí tratan de retomar la vida que llevaban antes de seguir a Jesús.
Pedro toma la iniciativa y dice a sus compañeros: Voy a pescar.
Ellos contestan: Vamos también nosotros contigo. Sin embargo,
después de haber trabajado toda “la noche”, no pescan nada.
Ellos que son expertos en las tareas del mar ni siquiera pueden pescar.

Simón, hijo de Juan, apacienta mis ovejas
  En el encuentro de Jesús con sus discípulos, en el lago de Tiberiades,
vemos cuatro pasos que se dan en todo proceso de reconciliación.
   *Acompañar: Al amanecer Jesús se presenta en la orilla.
Jesús observa el fracaso de sus discípulos cuando fueron a pescar.
Quizás, por querer olvidar los acontecimientos dolorosos de Jerusalén,
todos ellos -sin darse cuenta- han estado pescando en el mismo lugar.
Jesús se dirige a ellos y, para sacarlos del activismo en que están,
les dice: Echen las redes a la derecha de la barca y pescarán
Acompañar a las víctimas exige capacidad de oír -una y otra vez-
la pesada carga que llevan consigo: dolores, problemas, angustias…
   *Acoger. Jesús les dice: Vengan a desayunar.
Jesús crea un ambiente de confianza, seguridad y hospitalidad.
Prepara el desayuno y les pide traer algo de lo que han pescado
y, como en otra ocasión (Jn 6), Jesús se pone a servir la comida:
Toma el pan y lo reparte entre ellos, lo mismo hace con el pescado.
Estos gestos preparan a las víctimas para que restauren sus vidas,
y restauren también la vida de otras personas que han sufrido.
   *Reconciliar: Simón, hijo de Juan, ¿me amas?
Al terminar de comer, Jesús se dirige a Simón Pedro, no para remover
aquellos dolorosos momentos en que Pedro le abandona y le niega.
En vez de eso, Jesús le pregunta: Simón, ¿me amas?... ¿me quieres?...
Esta sencilla pregunta debió impresionar a Pedro, quien entristecido
le responde: Señor, tú lo sabes todo, tú sabes que te quiero.
La reconciliación es una experiencia personal que nos lleva
a descubrir -en la aparente derrota- la llama de la victoria final,
es decir, a participar en la vida de Jesús que ha vencido la muerte.
   *Encomendar tareas: Apacienta mis ovejas.
A Pedro que le negó conocer, ahora Jesús le encomienda una misión:
ser guía y pastor de aquella pequeña comunidad naciente.
Pedro -una vez reconciliado- es ahora víctima reconciliadora,
concretamente, Simón Pedro asume su pasado de manera distinta.
Por eso, cuando le preguntan: ¿Qué debemos hacer?, Pedro responde:
Arrepiéntanse y háganse bautizar. En adelante, los que se bautizan:
Se reúnen frecuentemente para oír la enseñanza de los apóstoles…
participar en la fracción del pan y en las oraciones (Hch 2,37-42).
   Esta experiencia que tienen Pedro y sus compañeros es, hoy en día,
una invitación para creer y anunciar que Jesús vive.
J. Castillo A.

miércoles, 24 de abril de 2019

Heridas que reconcilian

2º Domingo de Pascua, ciclo C
Hch 5,12-16  -  Ap 1,9-19  -  Jn 20,19-31

   Tomás que se aleja de la comunidad… y que tiene sus dudas
cree que Jesús vive y por eso exclama: ¡Señor mío y Dios mío!
Reflexionemos en esta experiencia, sin hacer una lectura literal.
   Señor, danos entrañas de misericordia ante toda miseria humana.
Inspíranos el gesto y la palabra oportuna ante el hermano
solo y desamparado. Ayúdanos a mostrarnos disponibles
ante quien se siente explotado y deprimido (Plegaria eucarística V/b).
  
Los discípulos se llenan de alegría al ver al Señor
   La tarde de aquel primer día de la semana (Domingo-día del Señor),
los discípulos de Jesús están con las puertas cerradas por miedo.
¿Será porque uno le traicionó, otro le negó, y todos le abandonaron?
   Hoy también, muchos vivimos con las puertas cerradas,
instalados en la comodidad, indiferentes al sufrimiento del pobre.
Necesitamos ser una comunidad accidentada, herida, manchada
por salir y acoger a los hermanos de Jesús, como insiste el Papa:
Cada cristiano y cada comunidad están llamados a ser
instrumentos de Dios para la liberación y promoción de los pobres,
de manera que puedan integrarse plenamente en la sociedad;
esto supone que seamos dóciles y atentos
para escuchar el clamor del pobre y socorrerlo (EG, 2013, n.187).
   Aquella tarde, Jesús se pone en medio de sus discípulos y les dice:
La paz esté con ustedes. Esta paz aleja el miedo  (Jn 14,27).
Luego, les muestra los signos de su amor: las manos y el costado.
Como el Buen Pastor que se entrega: -anunciemos el Reino de Dios,
-demos vida a las personas excluidas, -denunciemos a los culpables.
   Después, sopla sobre ellos diciendo: Reciban el Espíritu Santo.
A quienes les perdonen los pecados les quedan perdonados,
a quienes se los retengan les quedan retenidos.
Con la fuerza del Espíritu y siguiendo el ejemplo de Jesús, digamos:
Perdona nuestras ofensas, como también nosotros perdonamos.

Ocho días después los discípulos se reúnen de nuevo
   Las personas que han sufrido terror, amenazas, torturas, prisión…
al ser abandonadas a su propia suerte, viven encerradas en sí mismas
y, lo que es peor, muchas veces terminan dementes o se quitan la vida.
Muy diferente cuando alguien las acoge y acompaña, para que:
se reconcilien consigo mismas… y reconcilien a otras personas…
   Cuando Jesús invita a Tomás a tocar sus manos y su costado,
nuevamente, nos encontramos ante un proceso de reconciliación.
   Las heridas de Jesús no han desaparecido. En este sentido,
nada diferencia a Jesús de los torturados-crucificados que sobrellevan,
durante el resto de sus vidas, el peso de las heridas que han padecido.
Pero cuando Jesús enseña sus heridas a Tomás, es porque esas heridas
ya no son fuente de dolor, tampoco de recuerdos desgarradores;
ahora son heridas que reconcilian, heridas que dan vida y esperanza.
También las heridas de personas torturadas son parte de su historia,
pero al asumirlas de  manera diferente son heridas que reconcilian.
   Para una verdadera reconciliación que libere incluso a los opresores,
los mejores agentes son las personas que han sido reconciliadas.
Este camino es diferente a la “reconciliación” impuesta desde arriba,
por personas y autoridades corruptas que buscan impunidad y olvido.
   Tomás al decir: ¡Señor mío y Dios mío!, experimenta paz y alegría,
para anunciar con palabras y obras esta Buena Noticia: Jesús vive.

Felices los que creen sin haber visto
  La experiencia de Tomás en aquella primera comunidad creyente,
es la misma que podemos tener, actualmente, cualquier cristiano:
Tomás tú crees porque has visto. Felices los que creen sin haber visto.
   Sigamos meditando en las siete bienaventuranzas del Apocalipsis:
*Felices los que leen y escuchan este mensaje profético… (1,3).
*Felices, desde ahora, los que mueren fieles al Señor… (14,13).
*Felices los que están vigilantes con el vestido puesto… (16,15).
*Felices los invitados al banquete de bodas del Cordero… (19,9).
*Felices los que participan en la primera resurrección… (20,6).
*Felices los que practican estas palabras proféticas… (22,7).
*Felices los que lavan sus ropas para participar de la Vida… (22,14).
Ellos lavan sus ropas en la sangre del Cordero (7,14).
   Después de lavar los pies a sus discípulos, Jesús les dice:
Ustedes serán felices si cumplen estas cosas (Jn 13,12ss).
J. Castillo A.

martes, 16 de abril de 2019

Creemos que Jesús resucitó

Domingo de Resurrección
Hch 10,34-43  -  Col 3,1-4  -  Jn 20,1-9

   El Evangelio de hoy nos presenta (con un lenguaje simbólico),
el camino de fe -en Jesús resucitado- que recorren:
María Magdalena y los discípulos Pedro y Juan.
   Señor, la vida de los que en ti creemos,
no termina, se transforma; y, al deshacerse nuestra morada terrenal,
adquirimos una mansión eterna en el cielo (Prefacio I de difuntos).

Señor, te he buscado y te he encontrado
   El primer día de la semana, muy temprano, estando todavía oscuro
María Magdalena (que aún permanece en las tinieblas) va al sepulcro.
Al ver que la piedra de entrada está retirada, vuelve corriendo,
para decirles a Pedro y Juan: Se han llevado del sepulcro al Señor.
¿Las autoridades habrán ordenado desaparecer el cuerpo de Jesús?
   Siguiendo el texto de Juan (20,11-18), María Magdalena llora,
como llora la viuda de Naín por la muerte de su hijo único (Lc 7,13),
como llora el mismo Jesús por la muerte de Lázaro (Jn 11,35), y
como lloran las mujeres al ver a Jesús llevando su cruz (Lc 23,27).
   Mientras llora va repitiendo: -Se han llevado del sepulcro al Señor.
-Se han llevado a mi Señor y no sé dónde lo han puesto.
-Si tú te lo has llevado, dime dónde lo pusiste y yo iré a buscarlo.
Esta preocupación nos recuerda las palabras del Cantar de los cantares:
Me levanté, recorrí la ciudad, las calles y las plazas,
buscando al amor de mi alma. ¡Lo busqué y no lo encontré! (3,1-2).
   María Magdalena, al escuchar una voz amiga que le dice: ¡María!,
exclama: ¡Maestro!... Es Jesús que ahora está con Dios Padre.
Se trata del camino de fe y reconciliación que Mª Magdalena recorre.
Ella una vez reconciliada: con Dios, consigo misma y con el prójimo,
asume su dolor y se proyecta hacia el futuro de una  manera diferente.
Anuncia: ¡He visto al Señor!... Por eso, san Hipólito de Roma (+235)
dice que María Magdalena es: La apóstol de los apóstoles,
pues, entre luces y sombras ha buscado y ha encontrado al Señor.

Pedro y Juan ven y creen
   En la época de Jesús, Roma realiza terribles actos de violencia
Por ejemplo, hay ejecuciones que se realizan fuera de la ciudad,
en lugares públicos, al borde de un camino, en medio de basurales,
para que la gente se dé cuenta que los ejecutados son basura humana.
La peor humillación consiste, generalmente, en arrojar el cuerpo
de los ejecutados a un basurero, a una fosa común, o desaparecerlo.
Ni siquiera se les concede un sencillo pero digno entierro.
   Aquel viernes, los seguidores/as de Jesús que han caminado con Él,
desde Galilea hasta Jerusalén, presencian su pasión y muerte injusta.
Pero, gracias a la intervención de José de Arimatea y de Nicodemo,
el cuerpo de Jesús es colocado en un sepulcro nuevo (Jn 19,38ss).
El sepulcro, en muchas culturas, es el lugar a donde se acude,
para aliviar el dolor que uno tiene por la pérdida de un ser querido.
   Jesús, el Profeta de Nazaret, padeció injustamente una muerte cruel,
por defender y dar vida a los pobres, a los leprosos, a los pecadores…
   Con razón (en 1559) B. de Las Casas -defensor de los Indios- dice:
Dejo en las Indias a Jesucristo, nuestro Dios, azotado y afligido,
abofeteado y crucificado, no una vez, sino millares de veces.
   Actualmente, hay personas y autoridades “creyentes” que roban,
pisoteando los derechos más elementales de los pobres trabajadores.
¿Algún día dirán: Señor, doy la mitad de mis bienes a los pobres,
y a quien le robé algo, le devolveré cuatro veces más? (Lc 19,8).
   Ahora bien, para verificar lo que María Magdalena les ha dicho,
Pedro y Juan van corriendo, y al llegar solo hallan un sepulcro vacío.
Sin embargo, Juan el discípulo amado: entra… ve… y cree…
A Juan le invade una experiencia nueva: el Crucificado ha resucitado.
En adelante, Pedro, Juan y los demás discípulos/as de Jesús,
pondrán vida donde hay muerte, luz donde hay tinieblas, porque:
Dios, amigo de la vida, es Dios de vivos no de muertos (Mc 12,27).
   Cuando Pedro y Juan van al templo, a un paralítico que pide limosna,
Pedro le dice: No tengo plata ni oro pero lo que tengo te doy:
En la persona de Jesucristo, el Nazareno, levántate y camina.
Por hacer el bien, Pedro y Juan -detenidos y amenazados- responden:
Gracias a la persona de Jesús a quien ustedes crucificaron
y a quien Dios resucitó de entre los muertos,
este hombre está de pie y sano ante ustedes (Hch 3 y 4).
J. Castillo A.

Fraternidad es más que solidaridad.

El vocablo  “solidaridad” ha adquirido carta de  ciudadanía y actualidad en nuestro tiempo. No hay foro público donde no se canten loas a la actitud solidaria. En tiempos de valores blandos parece que ser solidario es haber alcanzado la meta de las posibilidades éticas del ser humano.
.
Sin embargo, el término "solidaridad" me parece concepto pobre y que no podemos considerar como sinónimo de lo que en nuestro lenguaje cristiano entendemos por "fraternidad". Solidarizarse con alguien parece indicar algo muy bueno, tanto como lo es el hecho de tener una buena y efectiva disposición para ayudar a los demás; ahora bien, la solidaridad  parece apelar más a la lógica de la mente (razón, inteligencia) que al impulso del corazón (emoción, afectividad). Ser solidario puede suponer simplemente un estar contigo, pero sin darme del todo; compartir mi tiempo, mi saber, mi dinero, pero no mi persona.  Para esto último parece más completo y profundo hablar de un concepto que, aunque hay quien lo considera similar, es algo más: "fraternidad".

Ser  fraterno es algo más que optar por una causa. Puedo o no puedo solidarizarme con tal o cual persona o grupo sufriente, con este o aquel colectivo marginado; pero si soy hermano la cuestión no es si puedo o no puedo ser solidario, la cuestión es que no existe tal cuestión, porque si entiendo al otro como parte de mí, su gozo es mi gozo y su dolor mi dolor.

En la fraternidad entra en juego lo más sagrado de la persona: mi mismo ser interior, mi sangre,  que hace míos los gozos y los dolores de mis hermanos. Así, cuando mi hermano está en apuros, no tengo que decidir si ponerme de su parte o no, porque la decisión ya está tomada; mi hermano es parte de mí,  y darle la espalda sería un atentado contra mi propia dignidad pesonal. Ser hermano es, pues, mucho más que ser solidario. Puedo dejar de ser solidario apoyado en tal o cual excusa más o menos convincente, y puedo hacerlo sin que se produzca en mí una ruptura personal; pero no puedo dejar de ser hermano de mi hermano sin que mi naturaleza me lo reproche y mis entrañas se resientan. 
 
En la misma linea, y muy acertadamente, en una charla de hace unos años, el cardenal Bergoglio, ahora Papa Francisco,  decía con rotundidad que Cáritas no es una ONG, no es una sociedad paralela a la Iglesia que practica puntualmente la solidaridad para con los pobres; Cáritas es la Iglesia viviendo la fraternidad , "poniendo la propia carne en el asador, haciéndote pobre con los pobres, cambiando radicalmente de estilo de vida" (lo puedes ver y escuchar en http://www.youtube.com/watch?v=OcZpKXA9KYk).

De nuestro Señor Jesucristo no se dice que fuera solidario con los pobres, tampoco se habla en los evangelios de que optara por ellos, sino que “siendo rico, por nosotros se hizo pobre para enriquecernos con su pobreza” (2 Cor 8,9). Cuando se dice que cargó con nuestros pecados no se está diciendo que hizo una relación de pecados de la humanidad y la presentó al Padre junto con un manifiesto solidario a nuestro favor. ¡No! Cristo se encarnó como hermano, y como tal sufrió con y por nosotros. "Al que no tuvo pecado Dios le hizo pecado para reconciliarnos con Él” (2 Cor 5,21).

Cristo no es la mano solidaria del Padre-patrón que, desde el cielo, soluciona nuestras vidas haciendo gestiones administrativas, sino el hermano que codo con codo, se hace familia de la humanidad y convive sufriendo y gozando con ella. Nos enseñó así que Dios no quiere palabras bonitas y celebraciones simbólicas de solidaridad, sino que vivamos en comunión, que construyamos el Reino de la fraternidad encarnados en la comunidad humana.

El Jueves Santo es el día del amor fraterno, día de la “fraternidad”, de la entrega total al prójimo. Evitemos, pues, el deslizamiento profano hacia una solidariad puntual y de salón. La Iglesia no somos una asociación para la defensa de la cultura cristiana, ni para la promoción de los valores humanos, aunque éstos sean de inspiración evangélica; somos ante todo una fraternidad que vive del y para el amor de Dios. Por ello, más que discursos solidarios que vacíen nuestros bolsillos a favor de los pobres, necesitamos sentimientos de fraternidad que vacíen todo nuestro ser en disponibilidad al prójimo según el modelo de Jesús de Nazaret, que “se despojó de su rango pasando por uno de tantos” (Flp 2,7). Jesús no sólo dió pan, se dio él mismo como pan. Sin los mismos sentimientos de Cristo Jesús, sin sentir al hermano como parte tuya, como tu propia carne, todo lo que hagas por él es solidaridad indolente, ideología disfrazada de cristianismo. 

 No es posible la celebración de la Cena del Señor sin sentir como propio el pálpito del corazón del hermano, sin dejar que nos inunde la sensación (el sentimiento) de que todos los que estamos reunidos en la tarde del Jueves Santo somos algo más que vecinos aficionados a las mismas prácticas piadosas. Dios nos ha dado una familia, una comunidad, unos "prójimos", para que los amemos con la misma ternura y dedicación con que la amó Jesús. Todo lo demás son asuntos secundarios. Ya lo dijo san Pablo: aunque fuera solidario repartiendo mis bienes y entregara mi cuerpo a las llamas en un gesto simbólico de protesta, si no tengo amor no soy nada (cf 1 Cor 13, 1-2).
 
 
Casto Acedo Gómez. Abril 2019.  paduamerida@gmail.com.
 

miércoles, 10 de abril de 2019

Jesús va a la ciudad de Jerusalén

Domingo de Ramos, ciclo C
Is 50,4-7  -  Flp 2,6-11  -  Lc 19,28-40  -  Lc 22,14 - 23,56

  Jesús -después de anunciar el Reino de Dios y su justicia en Galilea-
decide ir a Jerusalén donde morirá crucificado:
-por el rechazo de las autoridades políticas, económicas y religiosas…
-por el olvido del pueblo… -por la cobardía de sus propios discípulos.
   Al acercase y ver la ciudad de Jerusalén, Jesús llora por ella y dice:
Ojalá comprendas hoy el camino que te conduce a la paz (Lc 19,42).

Servidor humilde, montado en un burrito prestado
   Durante la fiesta Pascual, el pueblo elegido de Dios recordaba
su liberación de la esclavitud que sufrió en Egipto (Ex 12,1ss).
   Siglos después, Egipto es reemplazado por el Imperio de Roma.
Es por eso que Pilato (cuyas manos están manchadas de sangre),
va a la ciudad de Jerusalén montado en un caballo de guerra.
   También Jesús ingresa a Jerusalén, pero de una manera humilde.
Según el cuarto evangelio, Jesús encuentra un burrito y monta en él;
luego, anuncia el verdadero sentido de su entrada a dicha ciudad:
Si el grano de trigo al caer en la tierra no muere, queda solo,
pero si muere, da mucho fruto. El que ama su vida, la pierde,
pero el que la desprecia en este mundo, la conserva para la vida eterna.
Si alguno de ustedes quiere servirme, que me siga,
y donde yo esté, allí también estará mi servidor (Jn 12,12ss).
   No hagamos de la entrada de Jesús a la ciudad de Jerusalén,
una procesión triunfalista con ceremonias y adornos superfluos,
que nada tienen que ver con la vida pobre del Profeta de Nazaret.
   Jamás debemos olvidar que los seguidores de Jesús (de ayer y hoy),
son enviados para: -anunciar el Reino de Dios,
-sanar enfermos (Lc 9,2), -alimentar a los hambrientos (Lc 9,13).
   ¿Cuántos de nosotros estamos dispuestos como el pobre Bartimeo:
dejar el manto, es decir, dejar al hombre ciego… ser capaces de ver
seguir a Jesús que va a Jerusalén donde será crucificado? (Mc 10,46ss).

Bendito el que viene en nombre del Señor
   Mientras Jesús ingresa a Jerusalén, sus seguidores alaban a Dios
diciendo: Bendito el rey que viene en nombre del Señor.
Paz en el cielo y gloria al Altísimo (Lc 19,38).
Esta aclamación nos recuerda el canto de los ángeles,
cuando Jesús nace en Belén: Gloria a Dios en el cielo,
y en la tierra paz a las personas que ama el Señor (Lc 2,14).
   Para vivir como hijos de Dios y como hermanos entre nosotros,
hacen falta creyentes y personas de buena voluntad,
que den sus vidas como Jesús (Jn 10,11). Él  nos sigue diciendo:
Vayan, que yo les envío como ovejas en medio de lobos
Cuando entren en una casa, digan primero: Paz a esta casa
Sanen a los enfermos, y anuncien a la gente:
El Reino de Dios ha llegado a ustedes (Lc 10,1-9).
Benditos los que alimentan, visten, acogen, sanan, liberan (Mt 25).

Si ellos callan, gritarán las piedras
   Cuando Jesús dice: Yo les envío como ovejas en medio de lobos,
tengamos presente que entre estos lobos están los que asesinan,
a los líderes amazónicos y a los dirigentes campesinos de la Sierra,
por defender el grito de la tierra… y el grito de los pobres
Un caso entre muchos es la muerte del P. Paul McAuley (1947-2019),
natural de Inglaterra y que los últimos 19 años trabajó en Loreto.
Ante estos problemas, ¿podemos permanecer ciegos, sordos y muchos?
¿Qué hacen los que están arrodillados ante la industrialización salvaje?
   Sigamos reflexionando en los siguientes textos que tienen actualidad:
Ay del que se hace rico con lo que no le pertenece!
¡Ay de ti, que has llenado tu casa con el producto de tus robos!...
porque las piedras de los muros gritan en tu contra.
¡Ay de ti que edificas ciudades sobre el crimen y la injusticia!
¡Ay de ti que humillas a tu prójimo emborrachándolo! (Hab 2,6ss).
*Los guardianes del pueblo son ciegos, no se dan cuenta de nada.
Todos ellos son perros mudos, que no pueden ladrar.
Se pasan la vida echados, les encanta dormir y soñar (Is 56,10).
Ay de los pastores (autoridades) que se apacientan a sí mismos!
Se alimentan con la leche de las ovejas, y se visten con su lana.
No ayudan a las débiles, ni sanan a las enfermas.
No recogen a las extraviadas, ni buscan a las perdidas (Ez 34,1ss).
J. Castillo A.