jueves, 25 de abril de 2013

Amar como Jesús nos amó


V Domingo de Pascua (ciclo C)
He 14,20-27  -  Ap 21,1-5  -  Jn 13,31-35

Ámense los unos a los otros como yo les he amado
Estamos al final de la vida terrenal de Jesús con su comunidad, y al comienzo de una nueva relación entre el Maestro y sus discípulos.
Sabiendo Jesús que ha llegado la ‘hora’ de su muerte y resurrección, habiendo amado a los suyos, los amó hasta el extremo. Así se cumple lo que Él dijo: Si el grano de trigo que cae en tierrano muere, queda solo; pero si muere, da mucho fruto (Jn 12,23-26). Por eso, durante la cena Pascual, Jesús lava los pies a sus discípulos, y les dice: Ejemplo les he dado para que ustedes hagan lo mismo.
Judas Iscariote, después de participar en esta Cena y lavado de pies, se retira pues Satanás había entrado en su corazónEra de noche
Luego, en el discurso de despedida, Jesús anuncia a sus discípulos:
Les doy un mandamiento nuevo, ámense como yo les he amado
¿Dónde está la novedad de este mandamiento, si en el A.T. se decía:
Amarás a tu prójimo como a ti mismo? (Lev 19,18; cf. Mc 12,28-34).
No se trata simplemente de amar, como hacen también los pecadores;
sino de amar a la manera de Jesús, amar como Él mismo nos amó.
*La gran preocupación de Jesús es el sufrimiento de los enfermos,
el hambre de los pobres, el desamparo de los marginados y excluidos.
Hoy, casi 900 millones de hermanos nuestros se acuestan con hambre.
*Jesús acoge a todos y a nadie excluye, pues en su mesa caben todos;
y lo hace no para buscar honores, sino porque es un servidor de amor.
*Lo más importante para Jesús no es la observancia del sábado,
sino dar vida plena a todos, preferentemente, a los pobres excluidos.
*A Jesús no le interesa los sacrificios ni las ceremonias del templo,
exige más bien que sus seguidores tengan entrañas de misericordia;
sin doble lenguaje, sin temor a que los poderosos les persigan.
*Como Buen Pastor, Jesús da la vida por sus ovejas, y nos dice:
Nadie tiene amor más grande que el que da la vida por sus amigos.
Ustedes son mis amigos, si hacen lo que yo les mando.

Si se aman, todos conocerán que ustedes son mis discípulos
Los que dejan la Iglesia para unirse a otros grupos religiosos lo hacen
porque allí: encuentran una experiencia de Dios (dimensión personal),
se sienten parte de una comunidad religiosa (dimensión comunitaria),
entienden y les interesa el contenido de la fe (dimensión doctrinal).
De esta manera, buscan respuestas a sus inquietudes y aspiraciones,
lo que no encuentran -como debería ser- en nuestra Iglesia (DA 225s).
Estos hechos son serios desafíos para examinar nuestra labor pastoral,
a la luz de las enseñanzas y obras de Jesús que nos sigue diciendo:
Todos reconocerán que son mis discípulos, si se aman unos a otros.
Y, justamente, este es el testimonio de las primeras comunidades:
-Los creyentes estaban todos unidos y poseían todo en común.
-Vendían sus bienes y los repartían según la necesidad de cada uno.
-A diario acudían al templo con entusiasmo y con un mismo espíritu.
-En sus casas partían el pan y comían juntos con alegría y sencillez.
-Alababan a Dios y eran estimados por todos (Hch 2,42-47).
Sabiendo que los problemas no se solucionan de un día para otro,
tomemos en serio las recientes palabras del Papa Francisco:
Una Iglesia que no sale, a la corta o a la larga, se enferma 
en la atmósfera viciada de su encierro. 
Es verdad también que a una Iglesia que sale le puede pasar 
lo que a cualquier persona que sale a la calle: tener un accidente.
Ante esta alternativa, les quiero decir francamente que prefiero 
mil veces una Iglesia accidentada que una Iglesia enferma. 
La enfermedad típica de la Iglesia encerrada es la autorreferencial;
mirarse a sí misma, estar encorvada sobre sí misma como aquella 
mujer del Evangelio. Es una especie de narcisismo que nos conduce 
a la mundanidad espiritual y al clericalismo sofisticado (…). Que el
Señor nos libre de maquillar nuestro episcopado con los oropeles
de la mundanidad, del dinero y del “clericalismo de mercado”.
(Carta a la Conferencia Episcopal Argentina, 25 marzo 2013).
Sigamos meditando en el himno al amor cristiano del Apóstol Pablo:
Aunque yo hablara todas las lenguas de los hombres y de los ángeles,
pero no tengo amor, soy como una campana o un platillo que suena…
El amor es paciente, es servicial, no es envidioso ni busca aparentar.
No es orgulloso ni actúa con bajeza, no busca su interés ni se irrita…
Nunca se alegra de la injusticia sino de la verdad… (1Cor 13).
J. Castillo A.

martes, 23 de abril de 2013

La señal de la cruz (Dom 5º Pascua C; 28 Abril)

Me enseñaron de niño que la señal del cristiano es la Santa Cruz. Por su parte, el evangelio de san Juan me dice que “la señal por la que conocerán que sois discípulos míos, será que os amáis unos a otros” (Jn 13,35). Este mandato del amor lo pronuncia Jesús en el contexto de la última cena. Antes ha dicho: “me queda poco de estar con vosotros” (Jn 13,33), dando a entender que llega la hora de su entrega. Hay, por tanto, una relación muy íntima entre la cruz y el amor como señal del cristiano: la cruz (morir dándose) es el mayor signo de amor, y el amor (hasta el extremo) se verifica en la cruz. Sin embargo, cuando te pregunto ¿qué es el amor? me respondes emocionado que es algo maravilloso; pero ante la cuestión ¿qué es la cruz?, adoptas un cierto rictus de seriedad y desolación. ¿Por qué? Tal vez porque has ido encerrando al amor en la casilla de los sentimientos, cuando el amor no es solo un sentimiento; también la voluntad y la razón tienen mucho que ver con él, aunque hay quien sigue confundiendo el amor con la pasión amorosa y está dispuesto a sostener que el amor es ciego e irracional. Y no es así. Amar no oscurece la mente sino que la enciende e ilumina, haciendo posible un conocimiento más profundo de todo.

Si amas te capacitas para adentrarte en Dios, en el mundo y en el prójimo con objetividad, porque sólo desde el respeto y el amor-perdón, puedes conocer con transparencia y honradez intelectual. El odio, por el contrario, ofusca tu mente y te lleva a la deriva, porque enturbia con prejuicios tu visión de las cosas e impide que te acerques con lucidez a la realidad de Dios, de tus hermanos y de la misma naturaleza. Por su lado, el amor genuino no oscurece tu pensamiento, sino que lo purifica dejándote ver todo con la mirada de Dios; miras así toda la realidad con su misma infinita misericordia.
“Dios es amor” (1 Jn 4,8), el paradigma del amor, sólo con él y desde él puedes entender la mayor ciencia de todas: la sabiduría de la cruz; éste saber misterioso sólo lo entiendes cuando asumes que “no consiste el amor en que nosotros amamos a Dios, sino que él nos amó primero”, (1 Jn 4,10); de ahí que el consejo evangélico no sea un “amad” o un “amaos” a secas, sino: “amaos como yo –el Hijo- os he amado” (Jn 13,34). "Ama como yo te amo".

No sólo desde la
razón, también desde la voluntad se nutre y teje su paño el amor; la lengua española lo da a entender con claridad al usar el verbo “querer” como sinónimo de “amar”. El signo más preocupante de nuestra cultura relativista y de pensamiento débil es su plasmación en una voluntad débil, lo que podemos llamar cultura de la inacción ilustrada. Tenemos asumida mentalmente la necesidad de amar y de actuar buscando el bien común, pero del dicho al hecho, hay mucho trecho, y una cosa es predicar y otra repartir trigo. Sobran ideas, proyectos, planes, pero falta voluntad personal para llevarlos a cabo. El amor genuino no brota de la emotividad y la teoría sino de la experiencia; el amor viaja de la vida a la poesía y no al revés. Hemos comprendido el amor de Dios contemplando su muerte en la cruz, no partiendo de especulaciones filosóficas.

Por tanto, no se puede entender ni se puede hablar coherentemente sobre el amor sin accionar nuestra vida con el impulso de la fe que nos aventura en la entrega sin límites. ¿Quieres crecer en tu vida? Pon manos a la obra. Practica la misericordia. Así lo dice Isaías: sólo cuando alejas de ti la maldad, liberas a los oprimidos, das comida al hambriento, hospedas al pobre sin techo, vistes al desnudo, y no rehuyes al que te necesita, -solo entonces- se te abre la mente y acaba la sequedad de tu alma (cf Is 58,5-11); sólo entonces brilla el amor, misterio que se revela a quien toma su cruz con valentía y sostiene en la debilidad a los demás. Al amor no se le espera sentado al abrigo del hogar, se le busca y se le encuentra en la calle, allí donde se le necesita. Porque no consiste en "ser amado" (pasivo) sino en "amar primero" (activo).

Aquel catecismo de nuestra infancia, tras definir que la señal del cristiano es la Santa Cruz, preguntaba: -¿Por qué la Santa cruz es la señal del cristiano?; y respondía: -Porque en ella murió nuestro Señor Jesucristo. No hay confusión entre el amor y la Cruz como señal del cristiano. La cruz es un tropo que nos habla del amor como decisión de “vivir para”: “nadie tiene más amor que el que da la vida por sus amigos” (Jn 15,13). Reducir el amor a experiencia sentimental, despojándole de lo que podríamos llamar la decisión de amar (cruz), es alejarse de la intención que Jesús quiso darle al mandamiento nuevo. El amor no consiste en dejarme llevar por mis sentimientos, sino en hacer míos los sentimientos de Cristo, sus decisiones y la ilógica lógica, de su cruz (cf Flp 2,5-11); se trata de amar “como yo -Jesús- os he amado”.

Casto Acedo Gómez. Abril 2013. paduamerida@gmail.com.

jueves, 18 de abril de 2013

Discípulos, no borregos (Domingo 21 de Abril, 4º Pascua)


"Yo soy el buen Pastor, y conozco a mis ovejas" (Jn 10,14). ¿No tiene la palabra “oveja”, un matiz peyorativo y poco halagüeño? Indudablemente. Se habla de las ovejas o sus parientes los borregos como de animales estúpidos, gregarios, bobalicones. Al aplicarse a sí mismo Jesús el título de buen Pastor ¿no se da a entender que los que le siguen son unos bobos ingenuos engañados y manipulados?

Los que sabemos de qué va todo esto de la fe respondemos: ¡De ninguna manera!; pero entre la progresía intelectual y los nuevos clérigos del púlpito mediático no son pocos los que consideran que todo creyente es un adocenado a la voz de mando de los pastores de la Iglesia. Los progres establecen su supuesta independencia de pensamiento -a la postre esclavo del relativismo de las modas- recurriendo a la confrontación con lo que podríamos llamar dependencia servil del pensamiento del creyente, sometido a los dictados de la tradición, los dogmas y los jerarcas. Pero cualquier estudioso del evangelio, aún más si es seguidor, sabe que no es así. No es propio del discípulo la condición de “aborregado” del sistema, ni siquiera del sistema eclesiástico. El cristiano se somete a Cristo, buen Pastor, pero ese sometimiento no sólo le da la seguridad de tener un Pastor que le protege (cf Ez 34), sino que, además, lejos de hacerle timorato, le hace un valiente que imita a su Señor destapando los engaños de los sabios de este mundo (cf 1 Cor 1,19-20).

Un solo rebaño y un solo Pastor

La imagen bíblica de la oveja y el cordero dependiente del Pastor no es una invitación al seguimiento modorro, sino una imagen para contemplarnos como los seres indefensos, débiles, desorientados y desprotegidos que somos cuando nos alejamos de Dios, para tomar conciencia de la necesidad de ser dóciles al buen Pastor y gozar la suerte de pertenecer a un rebaño, a una comunidad que nos protege y proporciona todo un cúmulo de ventajas.

Somos,  por tanto, “ovejas”, y también somos “rebaño”. Como ovejas gozamos de conocimiento y trato personal con el Pastor: “yo las conozco y ellas me conocen”. Jn 10,14; pero esta relación cercana con Cristo no puede esquivar ni anular la relación con los otros. Para ser oveja de Cristo se ha de  vivir en comunidad. No hay seguimiento desligado del rebaño, no hay cristianismo sin pertenencia al Pueblo de Dios. Por más que lo queramos justificar, no tiene mucho sentido un pastor dedicado a cuidar una sola oveja; tampoco tiene futuro una oveja huérfana y solitaria, aunque algunos sigan empeñados en hacer de su relación con Jesucristo una relación de tinte individualista. Verdad es que el cristiano tiene necesidad de una vida de intimidad espiritual con Cristo, pero esa relación tan particular no es ni exclusivista ni excluyente: quien se acerca a Cristo Pastor sabe que se acerca también al rebaño que es su Iglesia; la oveja perdida no es buscada para ser reverenciada por el pastor sino para ser devuelta al redil (cf Jn 10,16); y así hasta que haya “un solo rebaño y un solo Pastor” (Jn 10,16).

Compaginar la identidad personal con la eclesial es importante. Sin una clara opción personal por Cristo y su Reino es alto el riesgo de ”borreguismo”, porque cuando no hay opción de vida seria y meditada  se suele desembocar en la memez del ¿dónde va Vicente? donde va la gente. Sin vida de relación personal con Cristo y sin pertenencia comunitaria, encerrados en el círculo infantil de los caprichos, no es posible un cristianismo maduro. No tiene mucho sentido una vida espiritual individualista, poco comunicativa, desligada de la realidad que son los otros creyentes y discípulos. Lo normal en una familia es que todos se sientan unidos no solo por lazos de sangre sino también por lazos espirituales afectivos y efectivos. En el bautismo nacemos a la vida de Dios, pero también a la de la Iglesia. Si esta vida no se cultiva, si no se nutre con la comunión -común-unión-, con el diálogo, con el intercambio de experiencias, con la celebración conjunta de la fe, con el apoyo mutuo, termina agostándose. Hay que evitar también el riesgo del “individualismo comunitario”, tan propio de los movimientos sectarios. Pero de esto podremos hablar en otra ocasión.

El testimonio de G.K. Chesterton (1874-1936)


Para quienes acusan a los cristianos, y especialmente a los católicos, de ser borregos, termino citando a Chesterton, converso desde el  anglicanismo, que a los que le acusaban de haberse pasado al bando de los que se someten gregariamente a la tradición y al dogma católicos les responde: “Sólo la Iglesia Católica puede salvar al hombre de la destructora y humillante esclavitud de ser hijo de su tiempo”. Lo dijo hace más de un siglo, y su testimonio sigue siendo válido hoy. La oveja de Cristo ha encontrado finalmente en Él y en su Iglesia la tranquilidad y seguridad que no han podido darle los nuevos clérigos: contertulios televisivos vendidos al sistema y cómicos subvencionados, cuyo evangelio es el relativismo, la moda pasajera muerta antes de ver la luz, y que -según el decir de Chesterton- somete al hombre a la humillante esclavitud de ser hijo de su tiempo.
 
Casto Acedo Gómez. Abril 2013. paduamerida@gmail.con. 61998

miércoles, 17 de abril de 2013

Jesús es el pastor modelo


IV Domingo de Pascua (ciclo C)
He 13,14.43-52  -  Ap 7,9.14-17  -  Jn 10,27-30

Conozco a mis ovejas y yo les doy la vida eterna
*Jesús está en Jerusalén y se pasea en el pórtico de Salomón, durante la fiesta de la Dedicación del Templo… Es invierno… En esta circunstancia, algunas autoridades judías se acercan a Jesúsy le preguntan: Si eres el Mesías -el Cristo- dilo claramente.
Jesús, utilizando un lenguaje pastoril, les responde: Ya se lo dije, pero ustedes no creen porque no son de mis ovejas. Luego, aquellas autoridades precisamente por no ser ovejas de Jesús,no solo intentan apedrear a Jesús, sino también buscan arrestarlo.
Lamentablemente, esas autoridades no solo buscan acabar con Jesús,sino también roban, matan y destrozan el rebaño.
*Uno de los problemas que afecta a la mayoría de nuestra población
es la globalización económica que no tiene patria ni fronteras.
El neocolonialismo ha globalizado la pobreza pero no la riqueza.
Es lamentable que los trabajadores ya no tienen horarios de trabajo.
Con la inestabilidad laboral se ha incrementado la desocupación.
Hay exclusión, pobreza y miseria, aunque ciertos sectores lo niegan.
También es preocupante la contaminación del medio ambiente…
Tras estas injusticias: Hay autoridades que se apacientan a sí mismas.
Por falta de pastor las ovejas son presa de las fieras salvajes,
andan extraviadas y nadie va a buscarlas (Ez 34,1-10).
*Ante las consecuencias negativas de una industrialización salvaje,
los cristianos debemos seguir el ejemplo de Jesús -el Buen Pastor- que
nos sigue diciendo: Conozco a mis ovejas y yo les doy la vida eterna.
Algo más: Una religión de misa dominical pero de semanas injustas, 
no agrada al Señor. Una religión de mucho rezo pero con hipocresías
en el corazón, no es cristiana. Una Iglesia que se instalara solo 
para estar bien, para tener mucho dinero, mucha comodidad,
pero que olvidara el reclamo de las injusticias, no sería la verdadera 
Iglesia de nuestro divino Redentor (Oscar Romero, 4 dic. 1977).

Mis ovejas escuchan mi voz y me siguen
Ante la torrencial lluvia de palabras, voces, propagandas, ruidos…
necesitamos urgentemente recuperar de nuevo el silencio,
para tener la capacidad de escuchar la voz de Jesús y seguirle.
*Así lo hacen Andrés y Juan, al oír que Jesús es el Cordero de Dios,
le siguen, ven dónde vive y se quedan con Él (Jn 1,35-39).
*A ciertas autoridades judías que buscan la manera de matar a Jesús,
porque no solo viola el sábado, sino que llama Padre suyo a Dios;
Jesús les dice: Quien escucha mi palabra y cree en Aquel 
que me ha enviado tiene vida eterna y no es sometido a juicio, 
sino que ha pasado de la muerte a la vida (Jn 5,24).
*Al finalizar su ministerio público en Jerusalén, Jesús exclama:
Al que escucha mis palabras y no las cumple yo no le juzgo,
porque no he venido a juzgar al mundo, sino a salvarlo.
Quien me desprecia y no acepta mis palabras tiene quien lo juzgue:
la palabra que yo he dicho lo juzgará el último día (Jn 12,47s).
En la época de Jesús, los discípulos escogían a sus maestros,
con la finalidad de imitarle y, luego, tener la misma autoridad.
Jesús, en cambio, opta por un camino diferente. El mismo
toma la iniciativa de llamar a sus discípulos, para que vivan con Él,
y para que colaboren en el proyecto de anunciar el Reino de Dios.
Además, quien sigue a Jesús lo hace libremente y de por vida.
*Este seguimiento de Jesús -igual que la conversión y la fe-
es universal, ninguna persona está excluida, está abierto a todos.
Es gratuito, se da como un don, pero se construye como una tarea.
*Quien sigue a Jesús lo hace de una manera incondicional y radical,
dando lo mejor de sí mismo: la vida; pues hay que morir para vivir,
perder para ganar, ser pequeño para ser grande, servir para ser señor.
*Este seguimiento es arriesgado, lleno de sorpresas e incertidumbres;
pues el discípulo de Jesús está expuesto a la inseguridad, a la duda,
al conflicto, incluso al fracaso, pero sabe en Quién está confiando.
*Tanto ayer como hoy, no todos siguen a Jesús de la misma forma,
ni por el mismo motivo o finalidad, ni con los mismos resultados.
Unos siguen a Jesús por curiosidad y de una manera superficial…
Otros lo hacen buscando la manera de matarle, son sus enemigos…
También están los auténticos… al respecto tengamos presente que
la primera y última palabra de Jesús a Pedro es: Sígueme.
J. Castillo A.

jueves, 11 de abril de 2013

Quien quiera peces, .... (3º Pascua C)

Cuántos sermones dominicales, pláticas religiosas y actos de piedad! ¡Cuántas “catequesis de” -primera comunión, confirmación, adultos, pre-bautismales, prematrimoniales,…-! ¡Cuántos sacramentos administrados!, y ya ves: toda la noche bregando y no hemos pescado nada (cf Lc 5,5). Seguimos bautizando, repartiendo por costumbre el pan de la Vida, casando en nuestras iglesias, confirmando a muchos jóvenes, pero la pesca de auténticos seguidores de Jesús es escasa. Pocos son los que, tras el bautismo, la Primera Comunión, la Confirmación o el cursillo prematrimonial, se embarcan en un programa de vida genuinamente cristiano; pocos se insertan como miembros activos de la comunidad parroquial. 
 
¿Malos tiempos de pesca? Un buen pescador no se resigna a la mala suerte; se pregunta por qué su trabajo ha sido tan infructuoso. Sopesa el estado del mar las condiciones ambientales, el equipo de pesca. También el apóstol debe mirar el mar en que se mueve, las condiciones ambientales en que vive, los métodos usados, etc. Para una buena pesca: ¿basta con una buena edición de los santos evangelios, con un bien trabajado directorio de pastoral, con las últimas publicaciones de técnicas y dinámicas de grupo, y con un ingenioso decálogo del buen misionero y catequista? ¿No se necesita algo más? Me atrevo a decir que sí. No sólo es importante el “qué” queremos transmitir y el “cómo” transmitirlo. Más importante es "quién" nos invita a evangelizar y a "quién" tenemos que anunciar; en ambos casos la respuesta es Jesús. Antes de predicar hemos de preguntarnos seriamente si estamos dispuestos a ser fieles discípulos de aquel al que predicamos como Maestro de maestros. 
 
Tres lecciones del Maestro
 
Antes de elegirlo como jefe del grupo Jesús da a Pedro, y de paso a toda su Iglesia,  tres lecciones: 
 
*1) que sin Él no se puede nada. Y para que no lo olvide, tras una noche de trabajo infructuoso, pone ante sus ojos una pesca “milagrosa”, la que se obtiene con las redes de la fe: “´Echad la red a la derecha de la barca y encontraréis´.  La echaron, y no tenían fuerzas para sacarla, por la multitud de peces” (Jn 21,6). Y Juan dijo: “Es el Señor” (Jn 21,7). 

 *2) La segunda lección es la de la “confesión”, en el doble sentido de la palabra: confesión de los propios pecados ("tres veces te negué, Señor") y confesión de la fe y del amor a Jesús: "Tú lo conoces todo, tu sabes que te quiero" (Jn 21,16).

 *3) Finalmente, la disponibilidad. Pedro se pone a los pies de Jesús, y Jesús le profetiza: “Te lo aseguro: cuando eras joven tú mismo te ceñías e ibas a donde querías; pero cuando seas viejo, extenderás las manos, otro te ceñirá y te llevará a dónde no quieras” (Jn 21,18). Augura a Pedro un crecimiento espiritual típico caracterizado por dejar progresivamente paso en su vida a la voluntad de Dios como referente primero. Su vida se configurará cada vez más a Cristo, hasta sufrir el martirio por Él: “Esto dijo aludiendo a la muerte con que iba a dar gloria a Dios” (Jn 21,19).  

 
Un apóstol no habla en nombre propio, sino en nombre de quien le envía. San Antonio de Padua, inspirado en el texto que comentamos, nos enseña en sus sermones cuál debe ser la actitud del buen misionero: “En tu Palabra, no en la mía, echaré las redes. Mientras las eché en mi palabra no pesqué nada. ¡Lástima! Cuántas veces las eché en mi palabra, me lo atribuí a mí mismo, no a Ti; me prediqué a mí y no a Ti; prediqué mis palabras, no las tuyas. Por eso no pesqué nada; y si algo atrapé no fueron peces, sino ranas locuaces que me alabasen, lo cual es nada”. ¿No es esta una acertada radiografía de parte de nuestros fracasos?
 
Invitación al apostolado
 
En la raíz de muchas  de tus desilusiones pastorales está el hecho de querer evangelizar sin evangelizarte a ti mismo. ¿No dedicas un tiempo excesivo a proyectos pastorales y muy poco a ponerte a los pies el Señor escuchándole en la calle? ¿Puedes ser apóstol sin poner a Cristo resucitado en la base de tu vida? Quien no escucha la palabra -quien no es evangelizado-  ¿cómo puede evangelizar? ¿Se puede ser buen pastor sin intimidad con Cristo y contacto directo con las ovejas? Tal como deja ver el papa Francisco: no es buen pastor el que no huele a oveja. Tampoco el que no ha asimilado que sólo hay un Buen Pastor en sentido preciso: Jesucristo.
 
Hubo un momento en que Pedro tuvo miedo al seguimiento; no estaba dispuesto a seguir a su maestro hasta el final. Recordad cómo quiso andar sobre las aguas y finalmente hubo de reclamar la ayuda del Señor por su miedo y poca fe (cf Lc 14,22-34), o cómo tentó al mismo Señor pretendiendo alejarle de la cruz (cf Mc 8,33), o la triple negación después de haber jurado fidelidad hasta la muerte (cf Mc 14,31; Mt 26,35). Jesús, implícitamente, le dice hoy a Pedro: has fracasado, me has negado, no te has dejado guiar por mí, no has seguido mi Palabra sino la tuya; bienintencionada, pero tuya. “¡No te negaré jamás!”, me dijiste. Y tres veces me negaste. Hoy me has escuchado, y por eso has echado las redes; te has arrojado al agua, te has mojado, has renovado por tres veces tu amor por mí y te has dejado ceñir por el Espíritu, que te llevará a donde no quieres. Hoy la pesca ha sido abundante. ¿Por qué? Porque hoy has puesto mi Palabra antes que la tuya.
 
Tres veces negó Pedro al Señor antes de la Pascua, y tres veces hubo de confesar tras la resurrección que lo único importante para él era su Señor. Se engañan a sí mismos quienes crean que se puede ser maestro sin ser  discípulo, que se puede anunciar la Pascua -Cristo- sin que previamente la Pascua pase por ellos. ¿Cómo pretendes colocar al Señor en el centro del mundo si tú mismo lo tienes puesto en la periferia de tu vida? ¡Hipócrita! (cf Mt 7,3-5).   Los evangelios nos presentan al primer Papa como un hombre en constante proceso de fe hasta ceder a Cristo el control de su propia vida; será Dios quien marcará sus pasos que le guiarán hasta la prueba del martirio; ¿ha renunciado por ello a su libertad? No. Porque Dios sabe lo que más te conviene para ser libre.
 
Sabiendo esto, no tengas tú miedo a que Cristo se apropie de tu vida.  El evangelizador genuino sabe darle a su existencia el giro que le dio Pedro.  Buen pescador de hombres será quien escucha la voz de Dios y deja que le ciña y le lleve a donde no quiere ir; quien echa la red en obediencia a Jesucristo. Trabajando al ritmo de la Palabra de Cristo la Pesca será abundante. Como apuntilla san Antonio: “en tu palabra echaré la red. Echa la red en la palabra de Jesucristo quien nada se atribuye a sí mismo, sino todo a Él; quien vive en conformidad con lo que predica; si así lo hiciere, la captura de peces será copiosa”. Para ser un buen apóstol hay que escuchar en serio su llamada ("¡sígueme!", Jn 21,19) y dejando atrás lo viejo, embarcarse en la novedad de ser discípulo. Ya lo dice el refrán: “Quien quiera peces que se moje el culo (con perdón)”.
 
Casto Acedo Gómez. paduamerida@gmail.com. Abril 2013. 60323

¿Me amas?... Apacienta mis ovejas



III Domingo de Pascua (ciclo C)
Hch 5,27-41  -  Ap 5,11-14  -  Jn 21,1-19


Simón Pedro: entre luces y sombras
Un día, Andrés va en busca de su hermano Simón para decirle: Hemos encontrado al Mesías, al Cristo, y lo condujo a Jesús.
Jesús le dice: Tú eres Simón… tú te llamarás Pedro (Jn 1,35-42).
*Más tarde, cuando muchos de sus discípulos abandonan a Jesús, Pedro dice: Señor,… tú tienes palabras de vida eterna. Nosotros creemos y sabemos que tú eres el Santo de Dios (Jn 6,66-68).
*Cuando Jesús va a lavarle los pies, Simón Pedro le dice: Señor, ¿tú me vas a lavar los pies a mí? Entonces Jesús le responde: Ahora no entiendes lo que estoy haciendo, más tarde lo entenderás… Si no te lavo los pies, no podrás compartir mi suerte (Jn 13,6-9).
*Luego, durante el discurso de despedida Simón Pedro le dice a Jesús: Señor,
¿por qué no puedo seguirte? Daré mi vida por ti (Jn 13,36ss).
*Sin embargo, después que tomaron preso a Jesús, Pedro le siguió
y, en la casa de Anás ante una criada, negó conocer a Jesús (Jn 18,15-27).
¿Todo habrá terminado con la muerte dolorosa de Jesús en Jerusalén?
Lo cierto es que Pedro y seis compañeros abandonan Jerusalén.
Sea por temor a perder la vida, por el desaliento que experimentan,
o por querer olvidar aquellos hechos terribles, ellos vuelven a Galilea.
Allí tratarán de retomar la vida que llevaban antes de conocer a Jesús.
*Simón Pedro toma la iniciativa y les dice: Voy a pescar.
Ellos le responden: Vamos también nosotros contigo.
Pero algo no funciona. Trabajaron toda la noche y no pescaron nada.
Ellos que son expertos en las tareas del mar ni siquiera pueden pescar.
*Las personas que han sufrido: encarcelamiento, torturas, violación,
desplazamiento, muerte y desaparición de sus seres queridos,…
conocen mejor la frustración que siente Pedro y sus compañeros.
A través del activismo buscan: -distanciarse del dolor  padecido…
-rehacer sus vidas destrozadas… -olvidar lo que les ha ocurrido… 
pero, todo es en vano…  ¿Qué debemos hacer? ¿Cómo reconciliarlos?

Un modelo de reconciliación integral
En el encuentro de Jesús con sus discípulos, en el lago de Tiberiades,
vemos los pasos que se deben dar en todo proceso de reconciliación;
para que las víctimas se reconcilien y sean víctimas reconciliadoras.
*Acompañar: Al amanecer Jesús se presenta en la orilla
Jesús observa el fracaso de sus discípulos en su intento por pescar.
Quizás, por olvidar los acontecimientos dolorosos de Jerusalén,
todos ellos -sin darse cuenta- han estado pescando en el mismo lugar.
Jesús se dirige a ellos y, para sacarlos de la obsesión en que están,
les dice: Echen las redes a la derecha de la barca y pescarán
Acompañar a las víctimas exige tener paciencia y capacidad de oír,
para que expresen -una y otra vez- la pesada carga que llevan consigo.
*Acoger: Jesús les dice: Vengan a desayunar
Luego Jesús crea un ambiente de confianza, seguridad y hospitalidad,
preparando  el desayuno, pidiéndoles traer algo de lo que han pescado
y, como en otra ocasión (Jn 6), Él mismo se puso a servir la comida:
Toma el pan y lo reparte entre ellos, lo mismo hace con el pescado.
Estos gestos ayudan a preparar a las víctimas para que la gracia divina
restaure sus vidas y, así, asuman el pasado de una manera diferente.
*Reconciliar: Simón, hijo de Juan, ¿me amas?
Al terminar de comer, Jesús se dirige a Simón Pedro, no para remover
aquellos dolorosos momentos en que Pedro le abandonó y le negó.
En vez ello, Jesús le pregunta: Simón, ¿me amas?... ¿me quieres?...
Esta sencilla pregunta debió impresionar a Pedro, quien entristecido
le responde: Señor, tú lo sabes todo; tú sabes que te quiero.
La reconciliación es una experiencia de resurrección, que nos lleva
a participar de lo que Dios ha obrado en Jesús para nuestro bien;
y restable también nuestra dignidad humana: ser imagen de Dios.
*Encomendar una tarea: Apacienta mis ovejas
A Pedro que un día negó conocer a Jesús, se le encomienda ahora
mantener vivo el recuerdo de Jesús en aquella comunidad naciente.
Se le confía también cuidar y apacentar el pequeño rebaño de Jesús.
Todo esto permite a Pedro recordar su pasado de manera distinta
y contribuir, en adelante, para crear una comunidad donde todos/as
se amen mutuamente como Jesús nos amó (Jn 13,34-35).
¿Los gestos de acompañaracoger reconciliar… y encomendar
tareas… se llevan a cabo en nuestras celebraciones litúrgicas? 
J. Castillo A.

viernes, 5 de abril de 2013

Resurrección e Iglesia (Domingo 2º Pascua C; 7 de Abril)

 
 Pedro y Tomás, la Iglesia incrédula y creyente.
 
Es sorprendente el grado de consideración que la primera Iglesia de Jerusalén disfrutaba en sus primeros tiempos: “La gente se hacía lenguas de ellos…. Sacaban los enfermos a la calle y los ponía en catres y camillas, para que al pasar Pedro, su sombra cayera sobre alguno” (Hch 5,15). Sin duda alguna, la fe de Pedro (la Iglesia) empezaba a ser motivo de esperanza para los que vivían en la desesperación. Los atribulados se acogían a la sombra de la Iglesia hallando en ella una nave de salvación. Sin duda alguna el grupo de los primeros seguidores de Cristo tras su partida eran prolongación del mismo Señor que estuvo con ellos, murió, resucitó y se marchó a los cielos. La primera generación de cristianos mostraban a sus contemporáneos una Iglesia ilusionada e ilusionante, bien asentada en la fe. Habían vivido cerca de Él, habían oído su predicación, visto sus signos y milagros; muchos, como el mismo Pedro, pecaron de cobardía en el momento de la cruz, pero la resurrección restauró en ellos el valor y la determinación por el Reino.
 
Hubo quien pecó por falta de fe, y que ha pasado a la historia como “el incrédulo”, aunque haciendo justicia, hemos de decir que finalmente creyó. Nos referimos al apóstol Tomás. ¡Todo ha sido un fracaso!, pensaba Tomás, y también lo pensaron los demás discípulos que huyeron despavoridos al ver cómo prendían, juzgaban y crucificaban a Jesús. ¿No es motivo para la desesperación ver cómo aquel en quien has puesto tu confianza es condenado por impostor, muerto en cruz y sepultado? Tomás había dado ya muestras de pesimismo quejándose irónicamente cuando Jesús decide a ir a Betania a ver a Lázaro aún sabiendo que le buscaban para matarle: “vayamos también nosotros a morir con él” (Jn 11,16), dijo; fue también Tomás quien puso inconvenientes a Jesús cuando invitó a los suyos a seguirle: “Señor, no sabemos a dónde vas, ¿cómo podemos saber el camino?" (Jn 14,5); finalmente, tras la resurrección, Tomás, a pesar de que los otros le comunicaron su experiencia de fe -"¡Hemos visto al Señor!" (Jn 20,25)-, sigue en su incredulidad; por más que intentan convencerles los otros discípulos, él quiere pruebas. Y las tuvo. El mismo Jesús le concede el don de verlo y palparlo: “Trae tu dedo, aquí tienes mis manos, trae tu mano y métela en mi costado, y no seas incrédulo sino creyente” (Jn 20,27). La respuesta de Tomás es todo un ejemplo de oración penitencial, de humilde arrepentimiento y fe sentida: “¡Señor mío, y Dios mío!” (Jn 20,28). Toda una confesión de arrepentimiento y fe en cinco palabras.
 
Iglesia y resurrección
 
Fueron los duros acontecimientos vividos los que alimentaron las dudas de Tomás, las mismas dudas que el maligno pretende sembrar en nuestros corazones cuando pone ante nosotros una Iglesia en decadencia, pecadora e indigna de ser creída. Muchos la han abandonado: "Nosotros creíamos que era una Iglesia inmaculada y perfecta en sus miembros e instituciones, y ya veis, es débil, pecadora y menos atractiva de lo que nos pareció en principio”. Como Tomás, somos pesimista, y sólo vemos en la Iglesia lo negativo: una institución decadente y sin futuro. Pues bien ¿qué futuro había tras la muerte de Cristo? ¿No era lógica la decepción de los de Emaús (cf Lc 24)? ¿Acaso el miedo de los discípulos (Jn 20,19) no era un signo de que todo estaba acabado? Pero todo pesimismo, toda decadencia y decepción fueron superados por la fe en el Resucitado.
 
Contra el pesimismo eclesial, píldoras de resurrección. ¿Qué somos los cristianos sino la comunidad de aquellos que han experimentado -sentido y creído- la Resurrección? Esta experiencia de Jesús resurrección es la que dio lugar al nacimiento de la Iglesia. Las primeras comunidades cristianas fraguan su optimismo y su comunión en torno a una fe común que en su núcleo esencial se resume en esta afirmación: “¡Es verdad! ¡El Señor ha resucitado y se ha aparecido a Simón! (a la Iglesia)” (Lc 24,13). La fe en el resucitado confluye en la Iglesia-Comunidad.
 
Nacida de la resurrección, La Iglesia Pascual muestra unas características muy peculiares que nos ayudan a entendernos a nosotros mismos y a nuestros grupos de fe (comunidad, parroquia):
 
a)    Una Iglesia que busca renovarse deja que Cristo sea su centro: “Entró Jesús, se puso en medio, … y les enseñó las manos y el costado” (Jn 20,19). Jesús es el eje de la comunidad y hay que dejarle paso para que se coloque en medio de la misma. No pasemos por alto el mensaje de resurrección que nos da el Apocalipsis, un libro dirigido a cristianos que viven en la persecución (Ap 1,9) y que necesita ser animado; ¿cómo elevar su moral en tiempos de "ausencia de Dios"?  El libro lo hace proclamando con fuerza la victoria definitiva de Cristo sobre la violencia y la muerte. Por boca del mismo Cristo resucitado se da un mensaje de alegría en tiempos de tribulación: “No temas: Yo soy el primero y el último, yo soy el que vive. Estaba muerto, y ya ves, vivo por los siglos de los siglos; y tengo las llaves de la Muerte y del Infierno” (Ap 1,17-18). Vueltos hacia Cristo venceremos.

b) La Iglesia debe ser alegre, no con la alegría impostada de quien hace fiesta para olvidar las penas, sino con esa alegría que nace del encuentro con quien da luz y sentido a esas mismas penas: “Los discípulos se llenaron de alegría al ver al Señor” (Jn 20,20).
 
c)   “Recibid el Espíritu Santo” (Jn 19,22). La fuerza de la Iglesia no está en sus miembros sino en el Espíritu del Resucitado, porque “Aquel que resucitó a Cristo de entre los muertos dará también la vida a vuestros cuerpos mortales por su Espíritu que habita en vosotros” (Rm 8,11). Con la invocación al Espíritu, con la oración personal y comunitaria, la Iglesia muestra la realidad de su pobreza y su dependencia del poder que viene de Dios. No olvidemos que la Iglesia, engendrada en la Pascua ve la luz en Pentecostés, la fiesta del Espíritu.  
 
d) Iglesia reconciliada y reconciliadora: “a quienes les perdonéis los pecados les quedan perdonados, a quienes se los retengáis, les quedan retenidos” (Jn 19,23). En la Cruz de Jesús Dios reconcilió al mundo consigo (2 Cor 5,19); la muerte-resurrección confiere a la Iglesia el poder y la fuerza de reconciliarse y de ser signo de reconciliación. Lo que el pecado dispersó lo reúne la gracia de la resurrección. La Iglesia es la comunidad *de los reconciliados con Dios (fe), *de los reconciliados con el prójimo (fraternidad), y *de los reconciliados consigo mismo, (los que han encontrado en Jesús el sentido de su propia historia).
 
e) Iglesia misionera: “Como el Padre me ha enviado, así os envío yo” (Jn 20,21). Con la resurrección y ascensión comienza el tiempo de la Iglesia, “ser misionero” no es una opción libre del cristiano sino una exigencia de su fe. Todo bien tiende a comunicarse necesariamente, en nuestro caso: la experiencia del Dios vivo, o se anuncia a otros o es un bien engañoso y falso
 
f) Digamos también que la Iglesia es instrumento de paz. Por tres veces, en el texto de Jn 20,19-31 Jesús se dirige a los suyos diciéndoles: “paz a vosotros” (Jn 20, 19.21.26). En Cristo halla el cristiano la paz, y en nombre del Señor la asume y la difunde para la edificación de los pueblos y la construcción de un mundo más justo y fraterno. 
 
g) Finalmente, en este año de la fe, anotamos que la Iglesia es comunidad de fe. “¿Porque me has visto has creído? Dichosos los que creen sin ver" (Jn 20,29). Dichosa Iglesia que cree, como María de Nazaret, que lo que le ha dicho el Señor se cumplirá (Lc 1,45). 
 
La clave está en el Resucitado
 
No temas: Yo soy el primero y el último, yo soy el que vive" (Ap 1,17). Jesús dice :«Yo soy». ¿Qué importa que lo que nosotros seamos, que a menudo somos basura, escoria, depresión, tristeza, dolor, sufrimiento, muerte..., es decir “no somos”? Si Cristo es el que tiene las llaves de la Muerte y del Infierno, y si sabemos que ha apostado por el hombre, si Cristo es ¿qué podemos temer?; ya estamos salvados. Basta que la fe nos haga resurgir del barro y la ceniza activando en nosotros la vida nueva de la justicia y el amor. Cristo Resucitado es la clave (cf Hch 4,11; Ef 2,20): vivir una vida centrada en Cristo es haber hallado la llave de la propia historia, el sentido de la vida.

Lee y medita el evangelio de Jesús, “escrito para que creáis que Jesús es el Mesías, el Hijo de Dios, y para que, creyendo, tengáis viada en su nombre” (Jn 20,31). Considera hoy tu fe, profundiza en el sentido eclesial de tu vida cristiana, y pon a Cristo como la piedra angular (clave) de tu historia personal, social y eclesial. Y celebra con gozo el domingo, “el primer día de la semana”, el mismo día en que Juan recibió ánimos cayendo en éxtasis y entendió sus sufrimientos (cf Ap 1,9-10); al domingo también se le llama el “octavo día” (Jn 20,26), porque apunta optimistamente al futuro. No faltes a la celebración de la Eucaristía dominical, consciente de que en ese día, el domingo, nació la Iglesia y que domingo a domingo se va construyendo. El día del domingo es una gracia del Señor para ti, un regalo que no debes despreciar ni dejar de valorar en toda su riqueza. ¿Porqué es un día diferente de los otros días? Porque en este día el Señor te libró del dominio del pecado y de la muerte. ¡Feliz Domingo!, día del Señor.
 
Casto Acedo Gómez. Abril 2013. paduamerida@gmail.com. 58865