viernes, 5 de abril de 2013

Resurrección e Iglesia (Domingo 2º Pascua C; 7 de Abril)

 
 Pedro y Tomás, la Iglesia incrédula y creyente.
 
Es sorprendente el grado de consideración que la primera Iglesia de Jerusalén disfrutaba en sus primeros tiempos: “La gente se hacía lenguas de ellos…. Sacaban los enfermos a la calle y los ponía en catres y camillas, para que al pasar Pedro, su sombra cayera sobre alguno” (Hch 5,15). Sin duda alguna, la fe de Pedro (la Iglesia) empezaba a ser motivo de esperanza para los que vivían en la desesperación. Los atribulados se acogían a la sombra de la Iglesia hallando en ella una nave de salvación. Sin duda alguna el grupo de los primeros seguidores de Cristo tras su partida eran prolongación del mismo Señor que estuvo con ellos, murió, resucitó y se marchó a los cielos. La primera generación de cristianos mostraban a sus contemporáneos una Iglesia ilusionada e ilusionante, bien asentada en la fe. Habían vivido cerca de Él, habían oído su predicación, visto sus signos y milagros; muchos, como el mismo Pedro, pecaron de cobardía en el momento de la cruz, pero la resurrección restauró en ellos el valor y la determinación por el Reino.
 
Hubo quien pecó por falta de fe, y que ha pasado a la historia como “el incrédulo”, aunque haciendo justicia, hemos de decir que finalmente creyó. Nos referimos al apóstol Tomás. ¡Todo ha sido un fracaso!, pensaba Tomás, y también lo pensaron los demás discípulos que huyeron despavoridos al ver cómo prendían, juzgaban y crucificaban a Jesús. ¿No es motivo para la desesperación ver cómo aquel en quien has puesto tu confianza es condenado por impostor, muerto en cruz y sepultado? Tomás había dado ya muestras de pesimismo quejándose irónicamente cuando Jesús decide a ir a Betania a ver a Lázaro aún sabiendo que le buscaban para matarle: “vayamos también nosotros a morir con él” (Jn 11,16), dijo; fue también Tomás quien puso inconvenientes a Jesús cuando invitó a los suyos a seguirle: “Señor, no sabemos a dónde vas, ¿cómo podemos saber el camino?" (Jn 14,5); finalmente, tras la resurrección, Tomás, a pesar de que los otros le comunicaron su experiencia de fe -"¡Hemos visto al Señor!" (Jn 20,25)-, sigue en su incredulidad; por más que intentan convencerles los otros discípulos, él quiere pruebas. Y las tuvo. El mismo Jesús le concede el don de verlo y palparlo: “Trae tu dedo, aquí tienes mis manos, trae tu mano y métela en mi costado, y no seas incrédulo sino creyente” (Jn 20,27). La respuesta de Tomás es todo un ejemplo de oración penitencial, de humilde arrepentimiento y fe sentida: “¡Señor mío, y Dios mío!” (Jn 20,28). Toda una confesión de arrepentimiento y fe en cinco palabras.
 
Iglesia y resurrección
 
Fueron los duros acontecimientos vividos los que alimentaron las dudas de Tomás, las mismas dudas que el maligno pretende sembrar en nuestros corazones cuando pone ante nosotros una Iglesia en decadencia, pecadora e indigna de ser creída. Muchos la han abandonado: "Nosotros creíamos que era una Iglesia inmaculada y perfecta en sus miembros e instituciones, y ya veis, es débil, pecadora y menos atractiva de lo que nos pareció en principio”. Como Tomás, somos pesimista, y sólo vemos en la Iglesia lo negativo: una institución decadente y sin futuro. Pues bien ¿qué futuro había tras la muerte de Cristo? ¿No era lógica la decepción de los de Emaús (cf Lc 24)? ¿Acaso el miedo de los discípulos (Jn 20,19) no era un signo de que todo estaba acabado? Pero todo pesimismo, toda decadencia y decepción fueron superados por la fe en el Resucitado.
 
Contra el pesimismo eclesial, píldoras de resurrección. ¿Qué somos los cristianos sino la comunidad de aquellos que han experimentado -sentido y creído- la Resurrección? Esta experiencia de Jesús resurrección es la que dio lugar al nacimiento de la Iglesia. Las primeras comunidades cristianas fraguan su optimismo y su comunión en torno a una fe común que en su núcleo esencial se resume en esta afirmación: “¡Es verdad! ¡El Señor ha resucitado y se ha aparecido a Simón! (a la Iglesia)” (Lc 24,13). La fe en el resucitado confluye en la Iglesia-Comunidad.
 
Nacida de la resurrección, La Iglesia Pascual muestra unas características muy peculiares que nos ayudan a entendernos a nosotros mismos y a nuestros grupos de fe (comunidad, parroquia):
 
a)    Una Iglesia que busca renovarse deja que Cristo sea su centro: “Entró Jesús, se puso en medio, … y les enseñó las manos y el costado” (Jn 20,19). Jesús es el eje de la comunidad y hay que dejarle paso para que se coloque en medio de la misma. No pasemos por alto el mensaje de resurrección que nos da el Apocalipsis, un libro dirigido a cristianos que viven en la persecución (Ap 1,9) y que necesita ser animado; ¿cómo elevar su moral en tiempos de "ausencia de Dios"?  El libro lo hace proclamando con fuerza la victoria definitiva de Cristo sobre la violencia y la muerte. Por boca del mismo Cristo resucitado se da un mensaje de alegría en tiempos de tribulación: “No temas: Yo soy el primero y el último, yo soy el que vive. Estaba muerto, y ya ves, vivo por los siglos de los siglos; y tengo las llaves de la Muerte y del Infierno” (Ap 1,17-18). Vueltos hacia Cristo venceremos.

b) La Iglesia debe ser alegre, no con la alegría impostada de quien hace fiesta para olvidar las penas, sino con esa alegría que nace del encuentro con quien da luz y sentido a esas mismas penas: “Los discípulos se llenaron de alegría al ver al Señor” (Jn 20,20).
 
c)   “Recibid el Espíritu Santo” (Jn 19,22). La fuerza de la Iglesia no está en sus miembros sino en el Espíritu del Resucitado, porque “Aquel que resucitó a Cristo de entre los muertos dará también la vida a vuestros cuerpos mortales por su Espíritu que habita en vosotros” (Rm 8,11). Con la invocación al Espíritu, con la oración personal y comunitaria, la Iglesia muestra la realidad de su pobreza y su dependencia del poder que viene de Dios. No olvidemos que la Iglesia, engendrada en la Pascua ve la luz en Pentecostés, la fiesta del Espíritu.  
 
d) Iglesia reconciliada y reconciliadora: “a quienes les perdonéis los pecados les quedan perdonados, a quienes se los retengáis, les quedan retenidos” (Jn 19,23). En la Cruz de Jesús Dios reconcilió al mundo consigo (2 Cor 5,19); la muerte-resurrección confiere a la Iglesia el poder y la fuerza de reconciliarse y de ser signo de reconciliación. Lo que el pecado dispersó lo reúne la gracia de la resurrección. La Iglesia es la comunidad *de los reconciliados con Dios (fe), *de los reconciliados con el prójimo (fraternidad), y *de los reconciliados consigo mismo, (los que han encontrado en Jesús el sentido de su propia historia).
 
e) Iglesia misionera: “Como el Padre me ha enviado, así os envío yo” (Jn 20,21). Con la resurrección y ascensión comienza el tiempo de la Iglesia, “ser misionero” no es una opción libre del cristiano sino una exigencia de su fe. Todo bien tiende a comunicarse necesariamente, en nuestro caso: la experiencia del Dios vivo, o se anuncia a otros o es un bien engañoso y falso
 
f) Digamos también que la Iglesia es instrumento de paz. Por tres veces, en el texto de Jn 20,19-31 Jesús se dirige a los suyos diciéndoles: “paz a vosotros” (Jn 20, 19.21.26). En Cristo halla el cristiano la paz, y en nombre del Señor la asume y la difunde para la edificación de los pueblos y la construcción de un mundo más justo y fraterno. 
 
g) Finalmente, en este año de la fe, anotamos que la Iglesia es comunidad de fe. “¿Porque me has visto has creído? Dichosos los que creen sin ver" (Jn 20,29). Dichosa Iglesia que cree, como María de Nazaret, que lo que le ha dicho el Señor se cumplirá (Lc 1,45). 
 
La clave está en el Resucitado
 
No temas: Yo soy el primero y el último, yo soy el que vive" (Ap 1,17). Jesús dice :«Yo soy». ¿Qué importa que lo que nosotros seamos, que a menudo somos basura, escoria, depresión, tristeza, dolor, sufrimiento, muerte..., es decir “no somos”? Si Cristo es el que tiene las llaves de la Muerte y del Infierno, y si sabemos que ha apostado por el hombre, si Cristo es ¿qué podemos temer?; ya estamos salvados. Basta que la fe nos haga resurgir del barro y la ceniza activando en nosotros la vida nueva de la justicia y el amor. Cristo Resucitado es la clave (cf Hch 4,11; Ef 2,20): vivir una vida centrada en Cristo es haber hallado la llave de la propia historia, el sentido de la vida.

Lee y medita el evangelio de Jesús, “escrito para que creáis que Jesús es el Mesías, el Hijo de Dios, y para que, creyendo, tengáis viada en su nombre” (Jn 20,31). Considera hoy tu fe, profundiza en el sentido eclesial de tu vida cristiana, y pon a Cristo como la piedra angular (clave) de tu historia personal, social y eclesial. Y celebra con gozo el domingo, “el primer día de la semana”, el mismo día en que Juan recibió ánimos cayendo en éxtasis y entendió sus sufrimientos (cf Ap 1,9-10); al domingo también se le llama el “octavo día” (Jn 20,26), porque apunta optimistamente al futuro. No faltes a la celebración de la Eucaristía dominical, consciente de que en ese día, el domingo, nació la Iglesia y que domingo a domingo se va construyendo. El día del domingo es una gracia del Señor para ti, un regalo que no debes despreciar ni dejar de valorar en toda su riqueza. ¿Porqué es un día diferente de los otros días? Porque en este día el Señor te libró del dominio del pecado y de la muerte. ¡Feliz Domingo!, día del Señor.
 
Casto Acedo Gómez. Abril 2013. paduamerida@gmail.com. 58865

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