viernes, 29 de mayo de 2020

Iglesia y Pentecostés (31 de Mayo)

Existe en este blog una entrada sobre los dones del Espíritu que puedes clickar:
Dios es Espíritu (Jn 4,24)

La semana pasada el Señor nos invitaba a quedarnos en casa a la espera del Espíritu. “Les ordenó que no se alejaran de Jerusalén" (Hch 2,4). Y hoy, tras unos días de espera en oración recibimos el Espíritu Santo.

El Espíritu Santo es la persona más desconocida de la Santísima Trinidad. Y no sólo porque es la más difícil de imaginar mentalmente. Pintamos al Padre como un abuelo sabio, canoso e indulgente, con reminiscencias manidas adquiridas desde la parábola del hijo pródigo. Al hijo le solemos representar con el rostro de su atractiva humanidad. Pero para el Espíritu Santo nos faltan imágenes; por ello necesitamos echar mano de símbolos: paloma, agua, viento, rocío, fuego, aceite, etc.,  que evocan, pero que no logran definir por sí mismas el Misterio de Dios. Pero el desconocimiento del Espíritu no está tanto en “no saber” cuáles son los símbolos con los que se le identifica, sino en la poca relevancia que se la da a Dios en la vida de cada uno y en la vida de la comunidad.

Al Espíritu no le solemos dar culto sacando una enorme paloma en andas procesionales, ni poniendo cañones de aire que ventilen artificialmente los templos y las calles. Tampoco idolatrando un cirio, una hoguera o una pila de agua bendita; aunque algunos lo intenten. 

Una de las cosas buenas que tiene la tercera Persona de la Santísima Trinidad es que es difícil de objetivar en una imagen externa. Las representaciones materiales son fácilmente manipulables; el cuadro o imagen del santo o la santa a quien acude el devoto permanece siempre el mismo (¡que no nos cambien el santo!), los símbolos, sin embargo, se disipan o se consumen, quedando sólo la referencia a lo simbolizado; de este modo remiten siempre a un reconocimiento más espiritual que material.

Como realidad espiritual Dios nos previene de la idolatría material de las imágenes (cf Ex 20,3-4) e invita a ser conocido desde la fe que se nutre en la experiencia, y ser adorado en la vida espiritual del creyente.  “Se acerca la hora, ya está aquí, –dijo Jesús a la Samaritana- en que los verdaderos adoradores adorarán al Padre en espíritu y verdad, porque el Padre desea que lo adoren así.  Dios es espíritu, y los que adoran deben hacerlo en espíritu y verdad».  (Jn 4, 23-24).


Pentecostés e Iglesia

El Papa Juan XXIII invitó a celebrar el Concilio Vaticano II como una oportunidad para dejar que la Iglesia se renovara  por el Espíritu Santo. Con tal motivo se acuñó laa metáfora de “abrir las ventanas de la Iglesia para que entre el aire fresco del Espíritu”. Esa necesidad de renovación del ambiente eclesial con la apertura de puertas fue bien entendida por quienes decidieron abrir ventanas para  que el Espíritu irrumpiera con  fuerza, oxigenando espíritus y empujando a la misión. Pero también fue mal entendida la apertura por quienes confundieron la reforma conciliar  con un maquillaje de estructuras que más que devolver a la institución a su estado original, sólo buscara retocar la fachada de la casa  para dar una imagen exterior distinta, pero sin cambios interiores. 

La Iglesia ha de estar siempre en reforma. No obstante, me escandalizo cada vez que escucho eso de que la Iglesia tiene que modernizarse y ponerse al día. Quienes lo dicen suelen tener una idea muy superficial del ser de la Iglesia. La reforma que necesita la Iglesia no es la de adaptarse al relativismo filosófico y moral del mundo;  tampoco debemos confundir la reforma necesaria de la Iglesia con la restauración de viejas costumbres tradicionalistas o nuevas formas progresistas; la reforma y renovación que se necesita no es tanto sociológica o estética cuanto espiritual, en el sentido teológico del término, que no es otro que el de poner a Dios en el centro.


* * *

¿Qué ocurrió en Pentecostés? Algo  muy grande. Incomprensible. Inefable. Un grupo de personas reunidas en un mismo lugar, en oración, abiertas en fe al porvenir de una promesa. En espera. En realidad no sabían muy bien cómo continuar la obra del Resucitado, pero confiaban. Por eso oraron a pecho descubierto, vacíos de ego, abiertos al don de Dios. Y cuando retumbó el lugar, y sopló el viento y se posó en ellos el fuego, no cerraron sus ventanas por miedo a una catástrofe, sino que se dejaron invadir por esa Presencia de aire, luz y energía que cambió sus vidas y les impulsó a salir de sí e iniciar la misión.

Estamos hablando del un encuentro real y vivo con el Espíritu; o sea,  de una experiencia de Dios. Aquellos hombres y mujeres no fueron motivados a evangelizar partiendo de unos planes pastorales o ideas geniales acerca de Dios (teologías). Salieron llenos de Espíritu y de vida. No supieron como decir lo que estaban viviendo, pero todos comunicaban y a todos se les entendía como si hablaran la lengua materna de los oyentes. Muchos se reían de ellos, pero no les importaba, porque habían dejado atrás el culto al qué dirán. 

Pedro da la razón de todo lo que les estaba ocurriendo: Dios ha resucitado a Jesús, al que matasteis, y "ha derramado su Espíritu, tal como vosotros mismos estáis viendo y oyendo" (Hch 2,33).   La promesa del Nazareno, que había dicho que “cuando sea levantado (crucifixión, ascensión) sobre la tierra, atraeré a todos hacia mí” (Jn 12,32) se estaba cumpliendo.

Había en el lugar gente "venidas de todos los pueblos que hay bajo el cielo. ... acudió la multitud y quedaron desconcertados, estupefactos y admirados, diciendo: ¿No son galileos todos estos que están hablando? Entonces, ¿cómo es que cada uno de nosotros les oímos hablar en nuestra lengua nativa?" (Hch 2,5-8).  Se refieren a  la lengua del Espíritu Santo, lengua nativa, maternal, universal: lenguaje del amor experimentado. 

En medio del desconcierto, el estupor y la admiración que produce la pluralidad y diversidad de modos y maneras, hay un punto de unidad: un mismo Espíritu, "un Señor, una fe, un bautismo. Un Dios, Padre de todos, que está sobre todos, actúa por medio de todos y está en todos" (Ef 4,5-6). Cuando Dios, "luz que ilumina a todas las naciones" (Lc 2,32), es recibido, todo se unifica. 

 Que todos sean uno

En el origen histórico de la Iglesia se da la confluencia de todos en Uno. Algo importante para hablar de reforma y unidad en la Iglesia. Muchos miembros pero un solo cuerpo. Un Cuerpo de Cristo que es la Iglesia, y una sola alma, el Espíritu Santo.

Muchas singularidades y particularidades había entre los oyentes del discurso de san Pedro el día de Pentecostés; y ninguno dejó de ser él mismo; no se produjo uniformidad entre ellos, sino unidad. Es la grandeza del Espíritu, capaz de crear unidad sin eliminar la singularidad de cada uno. "Hay diversidad de carismas, pero un mismo Espíritu" (1 Cor 12,4). El Espíritu hace posible el modelo eclesial que emana del Misterio de la Santísima Trinidad, tres personas y una sola deidad. Ser todos en Uno.

Una renovación auténtica de la Iglesia sólo es posible desde el Espíritu Santo, es decir, desde el mismo Dios. No en nosotros, sino en Él, está la clave de "unas iglesias nuevas”. Lo digo en plural porque la "Iglesia una" desde su origen se configuró en distintas comunidades con características propias que enriquecían el todo [1], pero con un denominador común: la fe, la esperanza y el amor puestos en un mismo Señor. 

Desde las limitaciones propias del lugar y la época en que vivimos tenemos muchas iglesias (diócesis, parroquias, grupos), como somos muchos los cristianos; desde la mirada católica (universal) de Dios, somos una Iglesia en virtud del vínculo que establece entre nosotros el Espíritu del Dios Único revelado en Jesucristo. Quiero destacar esto, porque entiendo que renovar la Iglesia no es uniformarla en ritos y cánones sino unirla en torno al Espíritu del Resucitado.

La creación entera sigue expectante aguardando la salvación (cf Rm 8,19). Cuando la barca se tambalea renace la inquietud y el desasosiego. En tiempos de ahogo, oscuridad e indecisión, muchos esperan una respuesta a sus inquietantes preguntas. Y si no la encuentran en la Iglesia Católica la buscan en otros sitios.

 Son muchas personas buscan estos días una clave espiritual que les dé luz en la noche de la fe. Podemos intuir que a la conmoción social y económica que ha provocado el Covid-19 hay que añadir una conmoción espiritual. El confinamiento, con su exigencia de reclusión y la reducción de relaciones sociales, ha obligado necesariamente a estar con uno mismo, a entrar dentro, a buscar respuestas en el propio espíritu sin posibilidad de evadir las preguntas en una huida hacia afuera. Ni siquiera el practicante religioso ha podido echar mano del recurso sacramental ordinario para saciar su sed de entender y vivir la situación. 

Por el impacto que han producido las dramáticas vivencias de estos días se ha llegado a decir que marcarán un antes y un después. En el ámbito de la fe algunos pastoralistas se atreven a augurar un regreso de muchos al mundo de la religión. No dejará de haber pastores que esperen la recuperación de ovejas perdidas para el redil de la parroquia, algo que se puede dar de manera puntual, pero no nos engañemos ilusamente con lo que sería un regreso a la espiritualidad miedo. Si en su tiempo se sostuvo ésta fue por la ayuda de una cultura que favorecía ese sistema. Pero hoy la fe ciega en la ciencia ha desactivado el recurso pastoral (?) del miedo al infierno.

Una Iglesia capaz de salvar (sanar)

Sea como sea, surgen preguntas que esperan respuestas. ¿Dónde hallarlas? Si nos fiamos de las estadísticas, pocos  buscarán en la Iglesia las claves de interpretación de lo ocurrido estos días.  Dice el cardenal Paul Poupard en un  documento eclesial [2], que "da la sensación de que las religiones tradicionales o institucionales no pueden dar lo que antes se creía que podían dar; y algunas personas no logran encontrar espacio para creer en un Dios trascendente personal". 

Aparte de una Caritas muy bien organizada, ¿estamos dando respuestas a quienes buscan alimentar el sentido de sus vidas más allá de una ayuda económica puntual? Me atrevo a decir que vivimos tan volcados en la exterioridad de las ayudas y de nuestra justificación,  que ni siquiera vemos que existe una hambre de espiritualidad.  Nos sorprendería el saber cuánta gente que sigue considerándose formalmente católica está buscando satisfacer su sed de Dios en ámbitos ajenos a la Iglesia. Pentecostés está clamando al cielo por ello.

La Iglesia, tal como pidió el Concilio Vaticano II,  necesita abrirse al mundo, pero antes que nada necesita abrirse al Espíritu. Tal vez hemos entendido el mensaje conciliar que subyace en la Gaudium et spes (sentir y vivir como propios las gozos y preocupaciones del mundo), pero se nos ha escapado el de la Lumen Gentium (ser Luz del Espíritu de Dios en el mismo mundo). ¿Qué hacer? Tal vez deberíamos corregir unos grados el rumbo poniendo a Dios en el centro de nuestra vida personal y eclesial, rezumando Reino de Dios en nuestra casa y en nuestro entorno social, siendo así luz desde nuestro ser cristianos por la santidad personal y el testimonio comunitario. Con esto estaría todo hecho; todo lo demás vendría por añadidura (cf Mt 6,33).  

Dentro y fuera de la Iglesia se habla de un retorno actual a la espiritualidad. Para nosotros esta valoración de lo espiritual no deja de ser una llamada a colocar el Espíritu del Dios Trino en el centro de todo. Para ello necesitamos despojarnos de prejuicios y visiones subjetivistas. "El viento sopla donde quiere y oyes su ruido, pero no sabes de dónde viene ni adonde va. Así es todo el que ha nacido del Espíritu" (Jn 3,8). ¿Dónde está soplando el Espíritu hoy? Nos hemos aprendido la jerga: “pobres”, “nueva evangelización”, “periferia”, etc., pero son solo palabras; sólo si doy paso al Espíritu en mi vida seré capaz de reconocer su presencia en otros lugares. “Tu luz, Señor, nos hace ver la Luz” (Sal 36,10).

Sólo el Espíritu de Dios puede hacer que mi espíritu supere su tendencia al particularismo, a la estrechez de miras, a la soberbia espiritual. La purificación de la Iglesia solo se dará si yo mismo me dejo invadir por el Espíritu y éste me deja ver que soy el pobre necesitado de evangelización que vive en la periferia de la ciudad de Dios. Tenemos la tendencia a creernos buenos samaritanos, cuando la realidad es que, de momento,  nuestro puesto en la historia es el del hombre que, desnudo de pretensiones, herido por la soberbia y la vanidad, quedó  tirado al borde del camino. 

Necesitamos el Paso de Dios por nosotros, su Verdad espiritual, los dones del Espíritu que nos sana, nos aconseja, nos enseña. Se me hace necesario volver una y otra vez a Pentecostés. Sólo así sanará mi alma y con ella la de la Iglesia y sólo así estaremos capacitados para llevar la sanación a tantos como la reclaman.

Devolvamos al Espíritu Santo, Señor y dador de vida,  el protagonismo que le corresponde. Dejemos abierta la puerta de la Iglesia a todos los que buscan saciar su sed y alumbrar sus pasos. No pongamos puertas al campo. El Espíritu es altura, profundidad, amplitud de miras. 

El Concilio Vaticano II tuvo un interés enorme por la tarea unificadora del Espíritu. Prueba de ello fue el Decreto sobre el ecumenismo  (Unitatis Redintegratio ) y la declaración sobre la relación de la Iglesia con las religiones no cristianas (Nostra aetate), donde se da a entender que vivimos en una época donde a la globalización económica y mediática no le es ajena la globalización de la vida espiritual; ante los posibles conflictos que pudieren darse entre espiritualidades o religiones  diversas se aboga por trabajar la fraternidad universal (hijos de un mismo Dios) y la exclusión de toda discriminación como premisa necesaria para el encuentro. “La relación del hombre para con Dios y la relación del hombre para con los hombres sus hermanos, están de tal forma unidas que, como dice la Escritura, el que no ama no ha conocido a Dios (1 Jn 4,8)” (NE,5).

Necesitamos del Espíritu Santo. Sin él nada es posible. Con Él lo podemos todo.  No pases te cierres a Dios. Pide incansablemente la venida del Espíritu a la Iglesia. ¡Lo estamos necesitando tanto...!


¡Ven, Espíritu divino,
manda tu luz desde el cielo.
Padre amoroso del pobre;
don, en tus dones espléndido;
luz que penetra las almas;
fuente del mayor consuelo.

Ven, dulce huésped del alma,
descanso de nuestro esfuerzo,
tregua en el duro trabajo,
brisa en las horas de fuego,
gozo que enjuga las lágrimas
y reconforta en los duelos.

Entra hasta el fondo del alma,
divina luz, y enriquécenos.
Mira el vacío del hombre,
si tú le faltas por dentro;
mira el poder del pecado,
cuando no envías tu aliento.

Riega la tierra en sequía,
sana el corazón enfermo,
lava las manchas, infunde
calor de vida en el hielo,
doma el espíritu indómito,
guía al que tuerce el sendero.

Reparte tus siete dones,
según la fe de tus siervos;
por tu bondad y tu gracia,
dale al esfuerzo su mérito;
salva al que busca salvarse
y danos tu gozo eterno!

Amén.

Casto Acedo. Mayo 2020



[1] cf el excelente tratado de R. Brown,   Las Iglesias que los apóstoles nos dejaron. 
[2] CONSEJO PONTIFICIO DE LA CULTURA – CONSEJO PONTIFICIO PARA EL DIÁLOGO INTERRELIGIOSO, Jesucristo, portador del agua de la vida. Una reflexión cristiana sobre la “Nueva Era”. (Informe provisional, 2003).

miércoles, 27 de mayo de 2020

Ven, Espíritu Santo

Domingo de Pentecostés, ciclo A
Hch 2,1-11  -  1Cor 12,3-7. 12-13  -  Jn 20,19-23

   Aquel Domingo, Jesús entra y se pone en medio de sus discípulos,
que están en la casa con las puertas cerradas, por miedo a los judíos.
Sin embargo, ellos se llenan de alegría al ver al Señor.
   Y, una vez fortalecidos por el Espíritu Santo, anuncian sin temor:
Dios resucitó a Jesús, y todos nosotros somos testigos (Hch 2,32).

Los discípulos se alegran al ver al Señor
   El Evangelio de Juan, escrito a fines del siglo I de nuestra era,
presenta a una comunidad con miedo, no está dispuesta dar la vida,
ni a ser martirizada por anunciar la Buena Noticia del Reino de Dios.
En este contexto, Jesús resucitado nos sigue diciendo:
*La paz esté con ustedesYo también les envío a ustedes.
Jesús de Nazaret condenado a morir crucificado como un delincuente,
se pone en medio de sus discípulos y les dice: La paz esté con ustedes.
Anunciemos esta paz -con palabras y obras- en nuestra sociedad,
arriesgándonos a salir, dejando la indiferencia y el bienestar egoísta.
Al entrar en una casa digan primero: Paz para esta casa (Lc 10,5).
*Miren mis manos perforadas y mi costado abierto. Actualmente,
hacen falta seguidores de Jesús que den testimonio de su fe,
entregando su vida: Ustedes serán perseguidos en este mundo,
pero sean valientes: Yo he vencido al mundo (Jn 16,33).
*Reciban el Espíritu Santo. Al respecto, el apóstol Pablo dice:
El amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones
por el Espíritu Santo que nos ha sido dado (Rm 5,5).
Dios nos ama no porque somos buenos, sino porque Él es un Padre:
-compasivo, jamás está indiferente, sino que padece-con-nosotros; y
-misericordioso, su corazón está donde sus hijos viven en la miseria.
*Perdonen. Guiados por el lenguaje del amor, digamos como Jesús:
Yo tampoco te condeno, vete y en adelante no peques más (Jn 8,1ss).
Cuando hay personas que tienen quejas contra nosotros,
¿tiene sentido “oír Misa entera”, sin antes reconciliarnos? (Mt 5,23s).

Oímos las grandezas de Dios en nuestras propias lenguas
   *En este día de Pentecostés, acompañemos a María,
la madre de Jesús; pues ella, durante su vida, realiza varias salidas:
-A la montaña de Judea: Bendito el fruto de tu vientre (Lc 1,39-56).
-A la ciudad de Belén: Y dio a luz a su hijo primogénito (Lc 2,1-14).
-Al templo de Jerusalén: Mis ojos vieron al Salvador (Lc 2,22-40).
-A Egipto: Herodes busca al Niño para matarlo (Mt 2,13-15).
-A Jerusalén: Debo de estar en la casa de mi Padre (Lc 2,41-52).
-A Caná de Galilea: Hagan todo lo que Jesús les diga (Jn 2,1-12).
-A Galilea: Tu madre y tus hermanos preguntan por ti (Mc 3,32-35).
-Al Calvario: Allí tienes a tu hijo…Allí tienes a tu madre (Jn 19,25ss).
-A Jerusalén, acompañando a las discípulas y discípulos de Jesús:
Ellos, con algunas mujeres, la madre de Jesús y sus parientes,
permanecen unidos en la oración (Hch 1,14)… hasta el día en que,
todos ellos quedan llenos del Espíritu Santo y hablan otras lenguas.
Imploremos la protección de esta buena madre, orando con el corazón:
Santa María, madre de Jesús, ruega por nosotros pecadores
   *Cada uno oye a los apóstoles hablar en su propio idioma.
Profeta no es un mago, es la persona que habla a los seres humanos,
en nombre de Dios. Al respecto, el apóstol Pablo nos dice:
No apaguen el fuego del Espíritu, no desprecien la profecía,
examínenlo todo y quédense con lo bueno (1Tes 5,19-21).
   Que nuestra misión profética responda -hoy en día- a las culturas:
de niños, jóvenes, adultos y ancianos… del campo y de la ciudad….
dejando de lado el clericalismo que les impide expresarse (EG 102).
El gran desafío está en celebrar la fe en nuestra propia cultura.
Así lo dice Juan Pablo II (20-V-1982): la fe se vuele cultura cuando
ha sido plenamente acogida, totalmente pensada y fielmente vivida.
   Guiados por el Espíritu Santo, acerquémonos a las diversas culturas
de nuestro tiempo descalzos, el sitio que pisamos es sagrado (Ex 3,5),
pues no hay culturas superiores o inferiores, sino culturas diferentes.
Acerquémonos también con la disposición de escuchar a los demás,
solo así, las personas con quienes dialogamos, puedan decir:
Oímos hablar las grandezas de Dios en nuestras propias culturas
   Para hacer realidad todo esto, no basta buena voluntad, necesitamos:
formación teológica y pastoral… respetar las diversas culturas…
saber juzgar para: aceptar los auténticos valores, y purificar
los aspectos negativos presentes en todas las culturas.
J. Castillo A.

jueves, 21 de mayo de 2020

Ascensión (24 de Mayo)


La hora de la madurez espiritual 

¡No acabamos de enterarnos! Cuando el Señor reúne a los suyos para despedirse, éstos siguen pensando en mesianismos terrenos: “Señor, ¿es ahora cuando vas a restaurar la soberanía de Israel?” (Hch 1,6) Seguían esperando un Mesías victorioso según los esquemas imperialistas. ¡Qué obsesión! ¿Por qué nos empeñamos en idear un Mesías según nuestros criterios triunfalistas? 

Los discípulos se muestran incapaces de asimilar el hecho de que el mesianismo de Jesús sea de otro orden, con lo cual ellos mismos se ponen en riesgo de depresión y abandono, como le ocurrió en su momento a los de Emaús. “Nosotros pensábamos que él sería el salvador de Israel, y ya ves…” (Lc 24,21). También a nosotros nos cuesta aceptar que el Reino no se imponga con la fuerza y la contundencia que desearíamos, y por eso no pocas veces también entramos trance de abandonar o de sumirnos en la desesperación.

No nos desagradaría que Jesús siguiera haciendo sus milagros y así sentirnos aplaudidos con Él como discípulos orgullosos de su maestro. Pero ese no es el camino. Jesús debe dejarnos solos. Es necesario que se vaya. ¿Qué padre sería aquel que protegiese y regalase constantemente a sus hijos y no los empujara fuera de cada para que echen a volar por su cuenta? ¿Qué maestro sería aquel que en vez de enseñar libertad al discípulo le cortase las alas o le engordara para tenerlo atado a su servicio? 

El discípulo, como un hijo bien educado, madura cuando pierde de vista al Maestro y se queda en la intemperie, sin panes prestados, con el alma llena de preguntas sobre la vida y sin respuestas de libro. Ahí, en el papel blanco de su destino, tiene que escribir él mismo su evangelio.

“¿Es ahora cuando vas a restaurar el reinado de Israel? ... No os toca a vosotros conocer los tiempos y las fechas que el padre ha establecido con su autoridad. Cuando el Espíritu Santo descienda sobre vosotros, recibiréis la fuerza para ser mis testigos en Jerusalén, en toda Judea, en Samaria, y hasta los confines del orbe” (Hch 1,6-8), es decir, "a vosotros os toca anunciar el evangelio, sembrar la Palabra, extender el Reino de la verdad, la bondad y la justicia; a vosotros os toca continuar mi obra –dice Jesús-, seguir haciéndome presente en medio del mundo". La respuesta a la pregunta de cuándo va a restaurar Dios el Reino está en vuestras manos, parece decir.

Ha llegado, pues, la hora de la madurez, el momento en que no me tendréis físicamente a vuestro lado; el cordón umbilical bien visible que os unía a mí y que os daba seguridad se rompe con mi partida; desde ahora sois vosotros los que habréis de tomar las decisiones importantes; ya no sois niños sino adultos que debéis asumir vuestra propia responsabilidad. ¡No os quedéis ahí plantados mirando al cielo! -dice Jesús- yo volveré como el rey que entregó los talentos a sus empleados (Lc 19,11-27), o como el dueño de la viña que pide cuenta a los arrendatarios (Lc 20,9-18). Volveré para llevaros conmigo; tomaré en peso vuestras vidas y sabré si fuisteis misericordiosos con vuestros hermanos los hombres como yo lo he sido con vosotros (cf Mt 25,31-46)".



Pascua, Ascensión, Pentecostés

La fiesta solemne de la Ascensión del Señor no celebra, por tanto, la ausencia del Señor como tragedia; tampoco el final de todo;  sino el paso del Señor a la gloria del Padre como condición para una presencia mucho más conveniente para los suyos: “Os conviene que yo me vaya, porque si no me voy, el Paráclito no vendrá a vosotros” (Jn 16,7). 

Cristo ha culminado su obra. Para Él, la ascensión significa la apoteosis de su vida. Para nosotros su partida establece  la frontera entre un antes y un ahora: el tiempo del Jesús histórico y el tiempo de la Iglesia. 

El Padre "lo puso todo bajo sus pies y lo dio a su Iglesia, como Cabeza, sobre todo. Ella es su cuerpo, plenitud del que lo acaba todo en todos” (Ef 1,22-23). La Iglesia, nosotros, somos los continuadores de la obra del Hijo. Pero no estamos solos en la tarea, porque Jesús nos deja su Espíritu, que nos sugerirá en su momento lo habremos de decir o hacer (cf Mt 10,19). 

No podemos desligar el misterio de la Ascensión del misterio de la Pascua que le precede ni del misterio de  Pentecostés que le sucede. Hay una misión que culmina en la resurrección, pero que debe continuar hasta el día en que le veremos venir "como lo habéis visto marcharse al cielo" (Hch 1,11). La tarea en este espacio entre Ascensión y venida final es la de seguir haciendo presente a Jesús en la historia. Y esto  sólo es posible por la acción del Espíritu Santo. 

El cristiano adulto, y con él la comunidad cristiana madura, se pone hoy en marcha mirando al mundo como un inmenso campo de trabajo. “Id al mundo entero y proclamad el Evangelio a toda la creación” (Mc 16,15). Ahora bien, el Reino que se ha de instaurar no se impondrá por la fuerza, pero tampoco regalado, porque sería considerar eternamente niños a las personas; el Espíritu, con sus dones, que son “amor, alegría, paz, paciencia, amabilidad, bondad, fe, mansedumbre, y dominio de sí mismo” (Gal 5,22-23), ayudará a cada uno a realizarse en libertad, moviendo su voluntad no por la coacción sino por la seducción de su amor. Dios seduce, atrae, pero no obliga. 

Después de la ascensión de Jesús a los cielos, y hasta su vuelta, nos jugamos mucho en dejarnos seducir y atraer por el Espíritu; de ahí que la oración, la reflexión meditativa, la vida espiritual, entendida como diálogo interior con Dios, cobren un protagonismo especial.



"¡Quedaos en Jerusalén!"

Querer salvar al mundo puenteando el Espíritu es un error muy común entre los hombres de Iglesia. Queremos trabajar por el Reino de Dios, pero sin Dios.  ¿Qué reino queremos? ¿El que nosotros imaginamos? ¿Un modelo de Reino compatible con una Iglesia acomodada? ¿O un Reino profético y misionero, Reino de los pobres, los perseguidos, los que lloran, los pacíficos, los justos, los que tienen hambre y sed de bien y verdad, ... Reino de Dios? 

Mucho cuidado, porque en la Ascensión corremos el peligro de quedarnos mirando al cielo de "pasados gloriosos", o al nimbo de "utopías políticas desencarnadas", sin tocar suelo, es decir, sin seguir los pasos de Jesús que nos dice que sirvamos al Espíritu de Pentecostés, Espíritu de Dios, que invita al abandono a la voluntad de Dios, que "no sabes de donde viene, ni sabes a donde va" (Jn 3,8).

 Antes de partir hacia el mundo a bautizar, enseñar y cumplir el mandamiento del amor, dice Jesús,  "no os alejéis de Jerusalén, sino aguardad que se cumpla la promesa del Padre, de la que me habéis oído hablar; porque Juan bautizó con agua, pero vosotros seréis bautizados con Espíritu Santo dentro de no muchos días" ( Hch 1,4-5), es decir, entra en la Iglesia, ora en tu interior pidiendo el Espíritu Santo; también en común con tus hermanos, creando comunidad, bautízate, purifícate, ... Quizá te cueste creerlo, pero lo que el mundo espera de ti no son tus acciones sociales o políticas (esas las pueden ver también en grupos no creyentes), sino un testimonio espiritual, un modo de ser que transparente a Dios en  lo que haces. 

Es una pena que hayamos reducido el Reino de Dios a una serie de estructuras sociales justas, olvidando que su grandeza no está en las cosas sino en las personas; se sostiene más en el ser que en el hacer. Lo que hace grande la pobreza evangélica, la justicia, la paz, etc. es la existencia de personas pobres,  justas, pacíficas, etc. Busca en tu vida ser así, y todo lo demás nacerá irremediablemente (cf Mt 6,33). De Jesús conocemos sus obras, pero lo que de verdad nos salva no son sus obras sino su persona ungida por el Espíritu (cf Lc 4,18-21), su ser. No se nos ha dado una ley que nos salve, sino un nombre: Jesucristo (cf Hch 2,21).

En estos días se nos ha dicho insistentemente "quédate en casa". No es gran cosa lo que hacemos, pero en este caso es lo más grande que se puede para sanar el mundo.  Muchos han aprovechado estos días para entrar en sí mismos, iniciando así un proceso de cambio enriquecedor para su persona y del que se esperan importantes repercusiones sociales. Es lo que esperan algunos cuando dicen que de esto del covid-19 debe salir un mundo mejor. 

¡Quedaos en Jerusalén! ¡Aprovecha tú esta semana para cumplir el mandato de quedarte en Jerusalén, para entrar en tu interioridad y en la intimidad de tu Iglesia, esperando. Hay quien distingue entre esperanza (mirar al futuro moviéndose hacia él) y espera (permanecer atento para recibir lo que está por venir). Estos días toca "aguardar" lo que está "por venir": el Espíritu Santo prometido; luego, satisfecha la espera, cuando "comprendamos cuál es la esperanza a la que os llama, cual la riqueza de gloria que da en herencia a los santos, y cual la extraordinaria grandeza de su poder en favor de nosotros, los creyentes" ( Ef 1,17-18), la actividad misionera  brotará espontánea, como agua que riega la tierra seca. Y algo nuevo nacerá.

Sé consciente:  de tu apertura, recepción y respuesta a la presencia del Espíritu de Dios en ti depende la salvación de toda la humanidad. Es verdad que la salvación es cuestión de Iglesia, pero no olvides que no existe la Iglesia en abstracto, tú eres la Iglesia. Tu renovación interior, tu modo de vida, es el único Evangelio eficaz. El mundo no va a cambiar mientras tú no cambies. A veces jugamos  a justificarnos en la desidia del grupo, como si el pecado social no incumbiera al individuo. Mal de muchos consuelo de tontos. Esperar que cambien otros es entrar "en duda" y aflojar la fe.

Aquel día de la Ascensión los discípulos, "al verlo, se postraron, pero algunos dudaron" (Mt 28,17). ¿Qué hubiera pasado si todos hubiesen dudado? Pero con que solo tú respondas, con que sólo uno sea justo, muchos alcanzarán la vida  (cf Rm 5,17). 


Casto Acedo Gómez.
Mayo 2020. paduamerida@gmail.com.

miércoles, 20 de mayo de 2020

La misión de los discípulos

Ascensión del Señor, ciclo A
Hch 1,1-11  -  Ef 1,17-23  -  Mt 28,16-20

   Los seguidores de Jesús -de ayer y de hoy- no debemos olvidar
que el anuncio de la Buena Noticia del Reino empezó en Galilea.
   Tengamos presente también que Jesús nos confía una misión:
Hacer que todos los seres humanos sean sus discípulos.
   Para ello, nos sigue diciendo: Yo estoy con ustedes todos los días.

Desde Galilea… Ir a Galilea
   En Galilea, región pagana que vive en tinieblas, aparece una luz.
Se trata de Jesús -el Profeta de Nazaret- que comienza a proclamar:
Conviértanse, está cerca el Reinado de Dios (Mt 4,12-17).
   Un día  -en Galilea- viendo a muchísimas personas, Jesús anuncia:
*Felices: -los que tienen espíritu de pobre… -los afligidos…
-los desposeídos… -los que tienen hambre y sed de justicia…
-los misericordiosos… -los limpios de corazón… -los que trabajan
por la paz… -los perseguidos… De ellos es el Reino de Dios (Mt 5). 
Los pobres no dominan… y, por eso, están llamados a liberar a todos.
   Estas bienaventuranzas tienen relación con el juicio de las naciones.
A Santiago y Juan que piden los primeros puestos. Jesús les dice:
Sentarse a mi derecha y a mi izquierda, no me toca a mí concederlo,
sino que es para quienes está reservado. Son para los bendecidos
por mi Padre, ellos van a heredar el Reino de los cielos (Mc 10,40).
   Aquel día, de nada valdrá haber: predicado, arrojado demonios, o
realizado milagros… en el Nombre del Señor (Mt 7,22s). Pues, lo que
nos salvará es el haber reconocido al mismo Jesús que nos dice:
Tuve hambre y me dieron de comer. Tuve sed y me dieron de beber.
Era forastero y me acogieron. Estaba desnudo y me vistieron.
Estaba enfermo y me sanaron. Estaba encarcelado y me liberaron…
Lo que hicieron a uno de éstos mis hermanos insignificantes,
me lo hicieron a mí. Ellos poseerán el Reino de Dios (Mt 25,34-40).
   Hoy, desde Galileair a Galilea… significa hacer realidad:
una comunidad -parroquial y diocesana- pobre entre los pobres.

Hagan que todos los pueblos sean mis discípulos
   Cuando Jesús es bautizado, se abren los cielos, el Espíritu Santo
desciende sobre Él, y la voz del Padre dice: Éste es mi Hijo amado
(Mt 3,16s). Hay aquí un mensaje de la entrada de Dios en el mundo.
   Cuando Jesús muere, la cortina del templo se rompe en dos partes,
permitiendo que todos accedan a Dios directamente. Y el capitán
romano con miedo dice: Este hombre era Hijo de Dios (Mt 27,50ss).
   Ambos textos ayudan a entender la misión que Jesús nos confía:
*Hacer discípulos es dar a conocer las obras y enseñanzas de Jesús,
de tal manera que sus nuevos seguidores puedan decir: Crucificado
con Cristo, ya no vivo yo, es Él quien vive en mí (Gal 2,19s).
*Bautizar es volver a nacer del agua y del Espíritu, y nos hace:
-Hijos del Padre misericordioso, compasivo, amigo de la vida.
-Hermanos de Jesús, para ser como Él simples servidores (Mt 23,11).
-Templos del Espíritu Santo. ¿No saben que son templo de Dios,
y que el Espíritu Santo habita en ustedes? Si alguien destruye ese
templo, Dios le destruirá. El templo de Dios es santo (1Cor 3,16s).
*Al decir Jesús: Enséñenles a cumplir lo que les he mandado,
nos pide amar a todos… y ser perfectos como el Padre (Mt 5,38-48).
  
Yo estoy con ustedes todos los días
   Esta Buena Noticia atraviesa todo el texto de Mateo.
*Cuando el Ángel del Señor se aparece en sueños a José, le dice:
No temas recibir a María como tu esposa… Ella dará a luz un hijo…
Le llamarán Emmanuel, que significa: Dios con nosotros (Mt 1,18ss).
*Para ser sal de la tierra y luz del mundo (Mt 5,13ss), Jesús nos dice:
Donde dos o tres se reúnen en mi nombre, yo estoy en medio de ellos
(Mt 18,19s). Hoy, los seguidores de Jesús debemos reunirnos:
en su Nombre… animados por su Espíritu… atraídos por su mensaje.
   Necesitamos también apoyar las Comunidades Eclesiales de Base
para construir una sociedad justa, humana, fraterna (DP, 1979, 641ss).
*Jesús está con nosotros en la celebración de la Cena del Señor,
para vivir unidos y compartir todo lo que tenemos (Hch 2,42ss).
   Ahora bien, como dice Juan Pablo II: Ante los casos de necesidad,
podría ser obligatorio vender los objetos preciosos del culto divino,
para dar pan, bebida, vestido y casa a quien carece de ello (SRS, 31).
¿Qué nos impide comprometernos para que en nuestras comunidades,
ninguna persona sufra necesidad (Hch 4,32-35)? 
J. Castillo A.