viernes, 28 de septiembre de 2012

¿Quienes son "los nuestros"? (Dom 30 de Sept) (2 de2)

Hay hoy entre determinados cristianos una cierta manía persecutoria; el sentimiento de que estamos rodeados de fantasmas y acosados por personas hostiles, enemigos de la Iglesia. Esto va creando una actitud a la defensiva que no nos favorece en absoluto. Porque si bien es cierto que debemos defender los principios evangélicos frente a los que pretenden acallarlos, esta defensa sólo puede hacerse efectiva incidiendo en esos mismos principios que nos invitan a la tolerancia, al diálogo, y a la apertura; nunca la condena sistemática, ni la demonización del mundo, puede conducirnos a Dios.

¿Quiénes son “los nuestros”?

El mundo, como desierto que nos toca atravesar, es lugar donde el demonio sale al encuentro; pero sobre todo es lugar donde podemos encontrarnos con Dios, porque el Dios cristiano no es el que se revela en una oculta cueva  sino en los avatares de nuestra historia, que consideramos como “historia de salvación”. El cristiano no es el que está fuera del mundo, sino en el mundo (Jn 7,15), no es el que huye de la historia que le ha tocado vivir, sino que la afronta participando de sus penas y sus alegrías (Gaudim et Spes 1).

Hoy, en el evangelio, Juan, escandalizado porque uno que no era del grupo andaba por ahí echando demonios -o lo que es lo mismo, luchando contra el mal; haciendo el bien- en nombre de Jesús, corre a decirle a Jesús: “se lo hemos querido impedir, porque no es de los nuestros” (Mc 9,38). Pero ¿quiénes son los nuestros? Pregunta que podríamos hacernos ahora: ¿Quienes forman parte de nuestro grupo?¿Quiénes forman parte de nuestra Iglesia (comunidad)?  ¿Serán los que asisten a grupos de catequesis y a actos especiales de culto en la parroquia? ¿Serán los que pertenecen a alguna sociedad o movimiento eclesial? ¿Serán los que van a misa todos los domingos? ¿Los que se bautizan y casan por la Iglesia? ¿Quiénes son “los nuestros”? Jesús, con su hacer y decir, amplía ese concepto restringido de “Iglesia” que a menudo no es sino constructo nuestro: “el que no está contra nosotros está a favor nuestro” (Mc 9,40). Es verdad que existe otra sentencia de Jesús que parece contradecir ésta: “quien no está conmigo, está contra mí” (cf Mt 12,30; Lc 11,23), pero leída en su contexto es una advertencia a aquellos que se negaban a escuchar a Jesús acusándole de estar endemoniado. 

Frente a la pretensión de hacer del bien un monopolio cuya patente es de los discípulos elegidos por Jesús, el mismo Señor corrige: el que hace el bien, el que vive el amor y la compasión, el que construye la paz, aunque no sea de nuestro grupo estructural es de los nuestros.

¿Quién es de los nuestros aunque no ande con nosotros?

Jesús pone ejemplos elementales para comprender quienes son esos que, pareciendo ajenos al grupo-Iglesia, pertenecen a él de hecho:

1. Todo el que hace el bien, por insignificante que sea su gesto: “El que os de un vaso de agua sólo porque seguís al Mesías” (Mt 10,42). Allí donde descubrimos un gesto de amor, allí está el Espíritu de Dios. Hemos de estar abiertos para reconocer la presencia y acción de Dios más allá de la Iglesia-institución. El Espíritu Santo no conoce restricciones ni ataduras de ningún tipo; nadie tiene la exclusiva del Espíritu; es absolutamente libre en su ser y en sus dones,  no se ata sólo a unos pocos, aunque estos “pocos” sean la comunidad de los bautizados:  “¡Ojalá todo el pueblo del Señor fuera profeta y recibiera el Espíritu del Señor!” (Nm 11,29). No pongamos cerco a la gracia de Dios; no miremos con ánimo pesimista al mundo, porque en él sigue actuando Dios; todos sus avances en cuestiones de mayor justicia, igualdad y progreso saludable, son signos de la presencia de Dios en la historia.  El evangelio de hoy nos invita a descubrir la abundancia de bondad y de justicia que hay en nuestro entorno; a no desconfiar del mundo, a buscar cauces de diálogo y encuentro. Porque la Iglesia “sólo desea una cosa: continuar, bajo la guía del Espíritu, la obra misma de Cristo, quien vino al mundo para dar testimonio de la verdad (Jn 18,37), para salvar y no para juzgar, para servir y no para ser servido (Jn 3,17; Mt 20,28; Mc 10,45)” (Gaudium et Spes 3). Para desengañarse del mundo siempre habrá tiempo.

2. Otro signo de la presencia de Dios son aquellos que pasan la vida sin escandalizar a los más pequeños y buscando la coherencia de vida luchando contra el mal que puede habitar dentro de ellos mismos; aquellos que se dedican y procuran limpiar antes los pecados propios que los ajenos; que buscan primero el reino de Dios y su justicia dejando de lado la obsesión por acabar con el pecado de los otros como condición para la propia conversión. El mismo Jesús abominó de los que ven la mota insignificante en el ojo del prójimo y no ven la viga densa en el suyo (Lc 6,41-42). Dios están en los que, consciente de que su antitestimonio es un escándalo para los débiles, han elegido el camino de la vida justa.
 
¡Ay de vosotros los ricos! (Lc 6,24)

Mencionar, ¿cómo no hacerlo?, la segunda lectura de este domingo; Santiago, en línea con las malaventuranzas de Lucas, sigue empeñado este domingo en hacernos poner los pies sobre la tierra. El aviso contra los ricos es indudablemente un aviso de Dios. Ningún ser humano se atrevería a pronunciarlo. En sí mismo es una aporía tan incomprensible como las bienaventuranzas si no se lee desde la perspectiva del cumplimiento de las promesas de Dios. ¿Cómo van a llorar y a lamentarse los ricos?

En realidad el motivo de la desgracia del rico no está en el hecho de la posesión de la riqueza (¡ojalá todos tuviéramos cada vez más riquezas que proporcionen mejores condiciones de vida!), sino en la perversión de “ser rico” habiendo acumulado a base de robar, matar e impedir que los demás tengan lo necesario; “el salario defraudado al obrero”(Sant 5,4). La riqueza que se posee por la injusticia y la sinrazón testimonia contra el que la posee. A lo ojos del mundo tal vez la riqueza crea un halo que oculta la verdad de la persona, pero los ojos de Dios penetran en el interior y pueden ver la polilla de los vestidos y la herrumbre del oro y la plata adquirida con la sangre del hermano. Santa Teresa recoge esta mentalidad que ve la riqueza como elemento distorsionador del valor del hombre: “Tengo para mí que honras y dineros casi siempre andan juntos, y que quien quiere honras no aborrece dineros; y que quien los aborrece, que se le da poco de honra. … porque por maravilla, o nunca, hay honrado en el mundo si es pobre; … antes, aunque sea en sí honrado, le tienen en poco. La verdadera pobreza trae una honraza consigo, que no hay quien la sufra; la que es por sólo Dios, digo, no ha menester contentar a nadie sino a él” (Camino de Perfección 2 6-7).
 
Santiago invita a los ricos de hoy y de siempre a mirarse con los ojos de Dios y obrar en consecuencia. Se trata de seguir los pasos de Mateo (Mt 9,9), de Zaqueo (Lc 19,1-10), de Francisco de Asís, o de tantos otros que descubrieron la corrupción que les causaban sus riquezas y se echaron en brazos del Dios del magníficat, que “derriba del trono a los poderosos y enaltece a los humildes” (Lc 1,52).
 
Son muchos los que, desde fuera de la Iglesia institución, desde otras religiones o desde un ateísmo nada culpable, son buscadores de la verdad, y procuran actuar según los dictados de su conciencia. Son los que llamamos“cristianos anónimos”. Dios traspasa las barreras de nuestras creencias; Él está más allá de nuestras ideas y nuestras formas de ver el mundo. Al decir Jesús que "quien no está contra mí está conmigo", pone de manifiesto que la praxis cristiana no puede defenderse como exclusivismo y como independencia absoluta. Allí donde se trabaja por los demás, donde se abren las puertas a los hambrientos y los sedientos, aunque no conozcan al Dios de Jesús, allí los cristianos pueden reconocer la acción del Espíritu.
 
                      Ya no es su sitio el desierto,
                      ni en la montaña se esconde;
                     decid: si preguntan dónde,
                     que Dios está, -sin mortaja-
                     en donde un hombre trabaja
                     y un corazón le responde.
                                                        (Himno de Vísperas)
 
Casto Acedo Gómez. Septiembre 2012. paduamerida@gmail.com. 28773

Iglesia y salvación. (Dom. 30 de Sptbre) (1 de 2)






Para leer las lecturas del 25º Domingo Ordianrio Ciclo B clickar:

Nm 11,25-29; Sal 18,8-14;Sant 5,1-6 Mc 9,37-42.44.46-47
Un eslógan predicado y defendido con ahínco en tiempos de cristiandad, y referido a la relación entre salvación e  Iglesia, es el que creó san Cipriano diciendo que "fuera de la Iglesia no hay salvación" (extra ecclesiam nulla salus). Se trata de una afirmación de fe expresada en sentido negativo (lo que se quería decir es que los herejes, cismáticos y grupos que habían roto con la Iglesia y eran hostiles a ella se alejaban de la salvación) hubo quien dedujo la urgencia de extender lo más posible el alcance físico de la Iglesia, ya que de la recepción del bautismo dependería la salvación de todos y cada uno de los hombres. Tal convicción de que la "vida eterna" sólo podría alcanzarse por la inscripción en el libro de los bautizados llevó a muchos a posiciones fundamentalistas y fanáticas. El respeto a las otras creencias (sobre todo las más cercanas: judíos y musulmanes) brilló entonces por su ausencia. Buscar la salvación del otro lo “justificaba” todo.
¿Tiene la Iglesia el monopolio de la salvación?
Tal vez el error a la hora de interpretar la expresión “fuera de la Iglesia no hay salvación” estuvo en no tener en cuenta, como hejmos dicho, que se estaba expresando de forma negativa el convencimiento positivo de que “por la Iglesia se llega a la salvación” (Per Ecclesiam salus). Respecto a los no bautizados, el concilio Vaticano II confirma la doctrina que siempre estuvo presente en el magisterio: “Quienes, ignorando sin culpa el Evangelio de Cristo y su Iglesia, buscan, no obstante, a Dios con un corazón sincero y se esfuerzan, bajo el influjo de la gracia, en cumplir con obras su voluntad, conocidas mediante el juicio de la conciencia, pueden conseguir la salvación eterna” (Lumen Gentium, 16). Algo así dice Jesús en el evangelio al corregir a Juan cuando pretendía hacer callar a quienes echaban demonios sin ser del grupo de los discípulos: “No se lo impidáis, porque uno que hace milagros en mi nombre no puede luego hablar mal de mí. El que no está contra nosotros, está a favor nuestro” (Mc 9,39-40).
La Iglesia tiene como misión anunciar el Reino de Dios, pero este no se circunscribe a la Iglesia; el ser de Dios supera nuestras reducciones, y el misterio de su Reino escapa a los límites de la Iglesia institucional. El Espíritu Santo no obra sólo en unos pocos ordenados, también manifiesta su acción rompiendo las fronteras que a veces queremos imponerle: “¡Ojalá todo el pueblo de Dios fuera profeta y recibiera el espíritu del Señor!” (Nm 11,29).

Dos reflexiones al hilo de los textos de este domingo
1.- En una primera parte el evangelio proclamado habla de la necesidad de ser tolerantes con los hermanos a los que consideramos ajenos a nuestro grupo: "hemos visto a uno que echaba demonios en tu nombre y se lo hemos querido impedir porque no es de los nuestros". “¡No se lo impidáis!”, responde Jesús. Ningún grupo humano tiene la patente de las buenas obras ni del Reino de Dios. Este evangelio, unido al testimonio similar de la primera lectura, nos indica hasta qué punto hemos de estar abiertos a la acción del Espíritu de Dios en el mundo, porque éste no se encierra entre barrotes institucionales, "sopla donde quiere" (Jn 3,8); su orden no coincide con el orden de la Iglesia aunque sea el mismo Espíritu el que marca el orden eclesial y la Iglesia tenga que atenerse a él.
Según el evangelio de hoy hemos de ser tolerantes con todos los hombres que viven los valores del Reino: todos los que viven y luchan por el amor, la justicia, la fraternidad, la solidaridad, la paz. Y la razón para aceptarlos no tiene su fuente en nuestra buena voluntad, sino el convencimiento de que fuera de la Iglesia también obra el Espíritu de Dios y se manifiesta para la salvación de todos. No existe un terreno (el de la Iglesia) donde está Dios y otro (el mundo profano) donde no está. También en y con los cristianos anónimos está el Señor. El punto de encuentro entre los hombres no está en las instituciones y tradiciones externas de los hombres sino en la presencia interior de Dios, en el hecho de que hemos sido hechos a imagen y semejanza de Dios-amor (Gn 1,26-27) y el mismo Espíritu alienta nuestras vidas.

2.- En su segunda parte, el evangelio da un giro y habla de lo que verdaderamente es intolerable: el escándalo de los débiles; que alguien desde dentro de la Iglesia seduzca y conduzca al mal a personas espiritual o moralmente inseguras. El miembro de una comunidad cristina adquiere una responsabilidad muy seria ante los hermanos: debe dar testimonio de su fe con una vida digna de ella. Lo contrario es un escándalo, un anti-testimonio, que daña a la Iglesia, a los hermanos, especialmente a los más débiles. Y entre esos escándalos mencionar dos que han hecho y hacen un tremendo daño a la Iglesia de hoy y de siempre:

-Intolerable para un cristiano es el escándalo del abuso sexual de menores cuya magnitud ha salido a la luz últimamente en los medios de comunicación. La misma Iglesia ha perdido perdón por ello y ha iniciado una política de tolerancia cero para estos casos de grave daño para las víctimas inocentes y escándalo para el resto del mundo. “El que escandalice a uno de estos pequeñuelos que cree, más le valdría que le encajasen en el cuello una piedra de molino y lo echasen al mar” (Mc 9,42).
-El otro escándalo que mencionamos es el que pone en evidencia la carta del apóstol Santiago: el escándalo de la riqueza que engorda con el jornal defraudado al obrero y que no renuncia a su avidez (Sant 5,1-6). La maldad que supone la riqueza injusta es algo que el evangelio considera intolerable, porque no solo daña al pobre que se ve privado de lo básico para vivir (“el jornal defraudado a los obreros que han cosechado vuestros campos está clamando contra vosotros”), sino también al rico, que acabapudriéndose en su propia excrecencia (“Vuestro oro y vuestra plata… devorará vuestra carne como el fuego… Os habéis cebado para el día de la matanza).

Hay pues, una santa intolerancia: la que se refiere al pecado que anida en el corazón del hombre y amenaza con salir afuera y dañar la Iglesia y el Reino. En el corazón del hombre anidan los robos, avaricias, injusticias, adulterios, envidias, etc. (cf Mc 7,20) Y hay que poner los medios para que el mal no prospere; hay que cortar de raíz todo lo que nos pueda llevar a la práctica del mal, aunque las renuncias sean dolorosas (cf Mc 9, 44-47).
Conclusión
Concluyendo nuestras reflexiones puedes extraer unas enseñanzas prácticas:
 
* primero que tienes que ser tolerante, me gusta más decir que tienes que “estar abierto de corazón” (el término “tolerancia” parece tener la connotación negativa de ser algo impuesto: no te amo pero te tolero), abierto a todo lo bueno del mundo, esté dentro o fuera la Iglesia; para ser buen cristiano has de vivir abierto a los aires del Espíritu de Dios, que sopla donde quiere y como quiere, que se manifiesta en los acontecimientos de tu vida, y desde tu historia y la historia de los otros hombres está dando señales de su presencia y de su Reino entre nosotros.
 
* Por otro lado, has de aprender a ser intolerante con cualquier manifestación del mal en el mundo; especialmente con el que puede arraigar en tu interior o en el interior de la Iglesia, porque este, además del daño que produce todo pecado, potencia su poder destructivo con el escándalo de los más débiles.
La Eucaristía que celebramos te sirve para recordar el modelo a seguir: Jesús, el justo, el pobre de Yahvé, que se salió del marco institucional de la religión judía, que mostró la presencia de Dios fuera de las estructuras de la ley y el orden establecidos. Los judíos esperaban que el Mesías se manifestase en ámbitos más institucionales. ¿Cómo iban a pensar que Dios nacería en un pueblo olvidado de Judea? No aceptaron esa libertad del Espíritu. Por eso murió, a causa de la intolerancia de los hombres que se negaron a reconocer en el Nazareno, el hijo de María y José el carpintero, al Salvador del mundo. Él, con su tolerancia,mejor con su amor, te ha salvado a ti y a todos los hombres que se acogen a Él; lo ha hecho exculpándonos, derrochando amor y perdón: “Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen” (Lc 23,34). El sacramento eucarístico reactiva en ti ese mismo amor.
 
Casto Acedo Gómez.Septiembre 2012. paduamerida@gmail.com. 28763

miércoles, 26 de septiembre de 2012

La fe no tiene fronteras


Domingo XXVI, Tiempo Ordinario, ciclo B: 30 septiembre 2012
Números 11,25-29 -  Santiago 5,1-6  -  Marcos 9,38-48

El mensaje de Jesús no es monopolio de nadie

Los discípulos de Jesús tratan de impedir la actividad de un hombre que sana a los enfermos, devolviéndoles
vida, dignidad, libertad. Alegan que actúa en nombre de Jesús… y que no es de los nuestros
Ellos se consideran ‘propietarios privados’ de la misión de Jesús y, por eso, no valoran el bien que hace aquel ‘discípulo anónimo’.
¿Solo los que pertenecen a ‘nuestro grupo’ pueden hacer el bien? ¿Son ‘rivales’ los otros que trabajan por
una sociedad más humana? ¿El mensaje de Jesús es monopolio de ciertos grupos religiosos?
El Maestro Jesús, como en otras ocasiones (Mc 8,31-33;  9,33-37), corrige esa actitud sectaria, pues quien
hace una buena acción está, en cierto sentido, vinculado a Jesús y a su proyecto de Vida: El que hace un 
milagro en mi nombre no puede hablar mal de mí. Quien no está contra nosotros, está a nuestro favor.
Ante la crisis que hay en muchas de nuestras comunidades cristianas: ¿Somos luz y fermento para construir
una sociedad más fraterna, o condenamos las iniciativas que no se ajustan a nuestros esquemas?
No olvidemos que todos debemos comprometernos a trabajar por el verdadero desarrollo que es el paso
de condiciones de vida menos humanas, a condiciones más humanas (PP, 1967, n.20-21).
Luego, Jesús les dice: Quien les dé a beber un vaso de agua, por ser ustedes de Cristo, les aseguro que 
recibirá su recompensa. Al respecto, decimos con frecuencia que los pobres nos evangelizan; que los pobres interpelan a la Iglesia, llamándola a la conversión; que muchos pobres realizan en su vida los valores evangélicos de solidaridad, servicio, sencillez y acogida del Reino (DP, n.1147).
Sin embargo, a los pobres campesinos de nuestra Sierra y Selva se les priva de una enorme cantidad de
‘vasos de agua’; porque hay empresas que al extraer minerales, petróleo, gas… contaminan el medio
ambiente, envenenan el agua de los ríos, destruyen las lagunas… Señor, ¿cuándo te vimos sediento?
Los pobres que nos evangelizan -en el campo y en la ciudad- siguen denunciando esas injusticias porque
defienden su derecho a vivir. Y para vivir todos necesitamos agua limpia y no agua contaminada, agua en
cantidad y calidad suficiente para la salud y la alimentación; y también para las actividades agrícolas y
ganaderas… Como leemos en la primera lectura: ¡Ojalá todo el Pueblo de Dios fuera profeta!

¡Ay de los que escandalizan a uno de estos pequeños!

Jesús sigue formando al pequeño grupo de sus seguidores para que se consagren enteramente por hacer
realidad un mundo más fraterno. Nadie puede ser discípulo de Jesús y, al mismo tiempo, escandalizar
-con su manera de actuar- a los pequeños, a los creyentes más débiles: Al que escandalice a uno de estos 
pequeños que creen, mejor sería que lo arrojen al mar con una piedra de molino atada al cuello.
Es por eso que Jesús emplea imágenes muy duras, para que cada uno examine su propia vida, pues lo que
está en juego es lo siguiente: entrar en el Reino de Dios… o ser arrojados al ‘basurero’
Hoy, lamentablemente, vivimos en una sociedad ‘escandalosa’ donde hay un abismo entre ricos y pobres: El 
lujo de unos pocos se convierte en insulto contra la miseria de las grandes masas (DP, 1979, n.28).
Todos tenemos manos, pies, ojos; pero ¿los usamos para hacer el bien?
*Las manos son figura del hacer, del trabajo, de la actividad. Como Jesús, debemos emplear nuestras
manos para dar de comer… abrazar y bendecir a los pequeños… acoger a los excluidos…
Sin embargo, hay personas que usan sus manos para herir, humillar, someter, amontonar riquezas sin pagar
el salario a los trabajadores (segunda lectura).
Si tu mano te hace caer, córtatela; renuncia a ese modo de actuar.
*Los pies nos hablan del camino: a dónde vamos… a quién seguimos. Caminando tras los pasos de Jesús:
busquemos a las ovejas perdidas… demos vida a las personas heridas y abandonadas en el camino…
¡Ay de ustedes hipócritas que recorren mar y tierra para enriquecerse!
Si tu pie te hace caer, córtatelo; abandona esos caminos herrados.
*Los ojos representan los deseos y las aspiraciones del ser humano. Por eso, un ojo bueno y sano no es
avaro ni envidioso; en cambio, el ojo malo y enfermo está lleno de codicia, ambición, egoísmo…
Miremos a las personas con ternura y compasión, como lo hace Jesús.
Si tu ojo te hace caer, córtatelo; miremos la vida de manera más evangélica.
J. Castillo A.

viernes, 21 de septiembre de 2012

El justo perseguido (Domingo 23 de Septiembre)

Para leer las lecturas del 25º Domingo Ordianrio Ciclo B clickar:
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“Dijeron los malos: acechemos al justo, que nos resulta incómodo… Lo someteremos a la prueba de la afrenta y la tortura…Lo condenaremos a muerte ignominiosa, pues dice que hay quien se ocupa de él” (Sab 2,17-20). El justo –dicen los malos- nos resulta incómodo. La justicia incomoda a los que viven instalados en la injusticia. Y la reacción es la del rechazo del justo, su marginación, incluso su eliminación. Ahí hemos de buscar el origen de la pasión y muerte de Jesucristo. Él era justo, y su “luz” puso en evidencia la “oscuridad” del mundo. En presencia del justo sólo nos quedan dos opciones: o aceptamos su luz y el consiguiente reconocimiento de nuestras oscuridades (pecados), o hacemos lo imposible por alejarlo, marginarlo, para que no ponga en evidencia nuestras vidas; y llegado el caso se nos hace tan insoportable que decidimos eliminarlo.
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La historia del “justo injustamente perseguido” es la historia de Jesús. Pero también es la historia de muchos de los personajes de los que nos habla la Biblia: Abel, acechado, envidiado y asesinado por su hermano Caín; Moisés, rechazado por el Faraón; David, perseguido por Saúl; los grandes profetas, desterrados y perseguidos por el pueblo y por los reyes porque denunciaron sus desafueros; Pablo de Tarso, acusado de blasfemo y enemigo por los fariseos a los que pone en evidencia por su predicación acerca de la inutilidad de la ley como clave de la vida religiosa; etc…; y la misma reacción encontramos ante los “justos” (santos) en la historia de la Iglesia: primeros mártires perseguidos (san Esteban, los apóstoles), grandes santos de la historia como san Ignacio de Antioquia, santo Tomás Moro… y santos de hoy: Oscar Romero, Ignacio Ellacuría, o los casos más recientes de cristianos que sufren persecución en el mundo islámico.
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Ser “justo”, ser creyente en el Dios de Jesucristo, predicar su doctrina y, sobre todo vivirla, desagrada al mundo. Podemos hablar del “Dios conflictivo”, Dios que, presente en sus pequeños, en sus hijos, con su “forma de pensar y actuar” entra en conflicto con el mundo. Y se trata de un conflicto inevitable. Así lo dio a entender el mismo Jesús. ”¿Pensáis que he venido a traer paz a la tierra? No, sino división. Desde ahora estarán divididos cinco en una casa: tres contra dos y dos contra tres; estarán divididos el padre contra el hijo y el hijo contra el padre, la madre contra la hija y la hija contra la madre, la suegra contra la nuera y la nuera contra la suegra” (Lc 12,51-53). Quien tiene los criterios de Dios no puede menos que entrar en conflicto con el mundo. Se trata de dos mentalidades distintas: la de Dios y la mundana (cf Jn 17,13-26). En su momento san Pedro mostró las discrepancias entre los planes de Dios y los planes del mundo al querer convencer a Jesús de que cambiara de camino, de que no se dirigiera a la cruz, de que huyera de su misión; el mismo Jesús le llama la atención: “apártate, Satanás, tú piensas como los hombres, no como Dios” (Mc 8,33); un poco después son los apóstoles los que manifiestan que su mentalidad, sus pensamientos, aún están necesitados de conversión: “por el camino habían discutido quién era el más importante” (Mc 9,34).
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La Palabra nos invita a una elección: o seguir los caminos del mundo, “donde hay envidias y peleas, hay desorden y toda clase de males” (Sant 3,16) o seguir los caminos de Dios: “los que siembran la paz y su fruto es la justicia” (cf Sant 3,18)). Teóricamente lo tenemos muy claro; pero no nos engañemos: lo que pide el Señor a sus discípulos no es que se aprendan la lección, como los fariseos estudiosos de la ley, sino que practiquen la justicia según la mentalidad de Dios. Porque mientras caminamos por este mundo, también para nosotros los creyentes tiene el Evangelio su grado de incomodidad. Nos incomoda cuando nos hace ver que somos ricos y tacaños para con los hermanos, intolerantes y soberbios en cuanto nos tocan nuestro ego, remisos a ayudar a otros si ello nos supone pérdidas económicas o de consideración social, etc.
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El gesto de Jesús para mostrar lo que Dios quiere es muy entrañable: “acercando a un niño lo puso en medio de ellos, lo abrazó y les dijo: el que acoge a un niño como éste en mi nombre, me acoge a mí” (Mc 9,36-37). El niño, en la cultura judía del siglo I carecía de importancia, no era tenido en cuenta. Lo que Jesús quiere decir a sus discípulos y nos dice hoy a nosotros es que hay que ser misericordioso y acogedor con los que menos cuentan según la escala del mundo. “Quien quiera ser el primero, que sea el último de todos y el servidor de todos” (Mc 9,35). Esta inversión de valores es lo que desconcierta de Jesús, y lo que debería desconcertar a los que se acercan a las comunidades cristianas.
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Ponte ante el Señor y su Palabra con toda sinceridad. Contempla en tu interior la voluntad de Dios y trata de ver cuán lejos estás de ella. Pide perdón y la gracia de la conversión. Cambia tu mentalidad. No pidas a Dios lo que acostumbras a pedir: comodidades para ti y los tuyos. “Pedís y no recibís, porque pedís mal, para derrocharlo en placeres” (Sant 4,3). Cuando pidas algo a Dios piensa más en los demás que en ti. Contempla también a todos los que están demandando de ti un testimonio de verdadera fe, es decir, unas obras de justicia; y pregúntate hasta qué punto estás dispuesto a ser incómodo y sufrir persecución. Cuando los hijos de la luz, amantes de la sabiduría que viene de arriba, amantes de la paz, comprensivos, misericordiosos, pacíficos y justos ponen en juego sus cartas, los hijos de las tinieblas reaccionan de muy mala manera con odios, envidias, peleas, desordenes y toda clase de males. La persecución del justo está servida. Si es así en tu caso y el de tu comunidad, escucha lo que dice Jesús en las bienaventuranzas: “Bienaventurados seréis cuando os injurien, y os persigan y digan con mentira toda clase de mal contra vosotros por mi causa. Alegraos y regocijaos, porque vuestra recompensa será grande en los cielos; pues de la misma manera persiguieron a los profetas anteriores a vosotros”. (Mt 5,11-12)

Casto Acedo Gómez. Septiembre 2012. paduamerida@gmail.com. 28430

miércoles, 19 de septiembre de 2012

¿Quién es el más importante?


Domingo XXV, Tiempo Ordinario, ciclo B
Sabiduría 2,17-20  -  Santiago 3,16-4,3  -  Marcos 9,30-37

Mientras van caminando…
Generalmente, son los discípulos quienes buscan un maestro; Jesús, en cambio, toma la
iniciativa de llamar a sus discípulos. Al principio, cuando Jesús camina a orillas del lago de Galilea,
ve a Simón Pedro y a Andrés, a Santiago y a Juan; y les dice: Síganme, yo haré de ustedes 
pescadores de hombres (Mc 1,16-20). Luego, sale de nuevo y ve a Leví y le dice: Sígueme (Mc
2,13-17). Después, Jesús sube a la montaña, llama a los que Él quiere, y forma el grupo de los Doce
para que vivan con Él (Mc 3,13-19). Más tarde, los envía a anunciar el Reino de Dios (Mc 6,7-13).
Ellos, durante tres años, han seguido a Jesús por ciudades y pueblos; siendo testigos privilegiados
de sus enseñanzas y obras.
Cuando Jesús emprende su último viaje a la ciudad de Jerusalén, sabe a lo que se arriesga,
pues allí le van a torturar y crucificar; pero también sabe que el Dios de la Vida tiene la última
palabra: resucitará. Por eso, mientras van atravesando la región de Galilea, Jesús desea estar a solas
con sus discípulos para seguir enseñándoles que el Reino de Dios, que es vida y vida plena para
todos, se hace realidad ofreciendo la propia vida, como el Buen Pastor: El Hijo del hombre va a ser 
entregado en manos de los hombres, le darán muerte, pero tres días después resucitará.
Esta es la enseñanza central que Jesús da a sus discípulos: el triunfo de la Vida, pasa por la
pasión y la muerte; es como el grano de trigo, para dar frutos tiene que morir. Sin embargo, sus
discípulos le ‘escuchan’ pero ‘piensan’ en otra cosa. Siguen esperando a un ‘mesías’ triunfalista,
que derrote a los romanos y establezca el reinado definitivo de Dios sobre su pueblo Israel.
Empezando por Pedro, Santiago, Juan… no quieren comprender las consecuencias de un Mesías, de
un Cristo servidor y sufriente. Esperando ocupar los primeros puestos, tienen miedo preguntar.

Llegan a casa… signo de la Iglesia
Habiendo llegado a Cafarnaún y, ya en casa, Jesús les pregunta: ¿De qué hablaban por el 
camino? Ellos callaban, porque habían estado discutiendo quién era el más importante. Jesús se
sienta y llama a los Doce para mostrarles un camino diferente: Quien quiera ser el primero, que 
sea el último y el servidor de todos. Más adelante, Jesús insistirá en la importancia del discípulo-
servidor: Entre ustedes no ha de ser así. Al contrario, el que quiera ser grande, que se haga
servidor de los demás; y el que quiera ser el primero, deberá hacerse esclavo de todos. Porque el 
Hijo del hombre no vino para que le sirvan, sino para servir y dar su vida (Mc 10,42-45).
En este contexto recordemos el testimonio del apóstol Pablo: Ustedes saben que he servido 
al Señor con toda humildad, entre lágrimas y pruebas que me han causado los judíos. Nunca me 
acobardé cuando algo podía ser útil para ustedes. Les he predicado y enseñado en público y en 
las casas, dando testimonio a judíos y a griegos para que se conviertan (…). Yo de nadie codicié 
plata, oro, ni ropa. Ustedes saben que trabajé con mis manos para conseguir lo necesario para mí 
y para mis compañeros (Hch 20, 17-38).
A continuación, Jesús abraza a un niño, lo pone en medio de los Doce y les dice: El que 
acoge a un niño como este en mi nombre, me acoge a mí y acoge al Padre que me ha enviado. En
adelante, el centro de la comunidad no será Pedro, Santiago, Juan; sino un niño, es decir, los que no
valen… según los criterios humanos. Por eso, un cristiano que busca ser el más importante, está
muy lejos de ser discípulo-servidor de Jesús que vino a servir y no a ser servido.
Conscientes de que el mensaje de la Iglesia será creíble por el testimonio de las obras,
escuchemos a nuestros Obispos: La Iglesia debe cumplir su misión siguiendo los pasos de Jesús y 
adoptando sus actitudes (Mt 9,35-36). Jesús, siendo el Señor, se hizo servidor y obediente hasta la 
muerte de cruz (Filip 2,8); siendo rico, eligió ser pobre por nosotros (2Cor 8,9), enseñándonos el 
camino de nuestra vocación de discípulos misioneros. En el Evangelio aprendemos la sublime
lección de ser pobres siguiendo a Jesús pobre (Lc 6,20; 9,58), y la de anunciar el Evangelio de la 
paz sin bolsa ni alforja, sin poner nuestra confianza en el dinero ni en el poder de este mundo (Lc 10,4ss) (Documento de Aparecida, 2007, n.30).                                                            
J. Castillo A.

miércoles, 12 de septiembre de 2012

¿Quién es Jesús?


Domingo XXIV, Tiempo Ordinario (ciclo B)

*Ofrecí la espalda a los que me golpeaban (Is 50,5-10)
*La fe, si no tiene obras, está completamente muerta (Stgo 2,14-18)
*Jesús les pregunta: Y para ustedes, ¿quién soy yo? (Mc 8,27-35)

Un día sábado, Jesús y sus primeros discípulos fueron a la sinagoga de Cafarnaún. Allí, la gente asombrada por las enseñanzas y obras de Jesús, pregunta: ¿Qué es esto? ¡Una enseñanza nueva, con autoridad! (Mc 1,21-28). Más tarde, cuando Jesús calma la tempestad, sus discípulos exclaman: ¿Quién es éste, que hasta el viento y el mar le obedecen? (4,35-41).
En el Evangelio de hoy, el mismo Jesús pregunta a sus discípulos: ¿Quién dice la gente que soy?... Y para ustedes ¿Quién soy yo?... Según las respuestas Jesús es: Profeta… Mesías… Hijo del hombre…

Otros dicen que eres uno de los profetas
Jesús de Nazaret ha terminado su misión en la región de Galilea. Y, antes de ir a la ciudad de Jerusalén donde será crucificado, Él y sus discípulos van a los pueblos paganos de Cesarea de Filipo. Mientras se alejan de Galilea, dejando allá el instinto territorial, Jesús pregunta a sus discípulos: ¿Quién dice la gente que soy yo? La respuesta de aquellas personas relaciona a Jesús con los grandes profetas.
Profeta es la persona llamada y enviada por Dios para decir al pueblo, con palabras y gestos audaces, cuál es la voluntad de Dios. Todo profeta cumple su misión porque está lleno del Espíritu de Dios y porque tiene una fe profunda que no se quiebra ante las dificultades. Profeta es un servidor fiel a Dios y a su pueblo, hasta morir si es necesario. El profeta, para ser creíble, tiene que: renunciar, denunciar, anunciar; y justamente estas características están presentes en la vida de Jesús.
*Jesús ha renunciado a muchas cosas… y con esta autoridad moral puede decir al joven rico que quiere seguirle: Una cosa te falta, anda, vende lo que tienes y dáselo a los pobres, luego sígueme (Mc 9,17-22).
*Jesús denuncia la hipocresía de los fariseos y letrados diciéndoles: Ustedes dejan de lado los mandamientos de Dios, para observar la tradición de los hombres (Mc 7,6-8).
*Jesús va a Galilea para anunciar la Buena Nueva de Dios: El tiempo se ha cumplido, el Reino de Dios está cerca (Mc 1,14-15).

Tú eres el Mesías
Jesús al preguntar a sus discípulos: Y para ustedes, ¿quién soy yo?... Pedro responde: Tú eres el Mesías (es decir, el Cristo, el Ungido). Es una profesión de fe, pero todavía inicial, frágil, incipiente. En efecto, cuando Jesús saca las consecuencias de esa profesión de fe, Pedro no quiere saber, lleva aparte a Jesús y se pone a reprenderle. En aquella época, nadie esperaba a un Mesías, servidor y sufriente, anunciado ya por el profeta Isaías (42,1ss;  49,1ss;  59,4ss;  52,13ss). No se valoraba la esperanza mesiánica como un servicio a los demás. Jesús sabe que su compromiso con los excluidos, va a incomodar a los que tienen -ayer y hoy- el poder político, económico, religioso. Sin embargo, no da marcha atrás, sigue su camino hacia Jerusalén.

El Hijo del hombre tiene que padecer mucho
Desde entonces y por primera vez, Jesús anuncia a sus discípulos: El Hijo del hombre tiene que padecer mucho, ser rechazado por los ancianos, sumos sacerdotes y maestros de la Ley; ser condenado a muerte y, después de tres días, resucitar. Según Dn 7,1-28, Hijo del hombre no representa a un individuo sino a un pueblo; en este sentido Jesús asume la misión del Pueblo de Dios. Además, Hijo del hombre es el único título que Jesús usa para sí y, casi siempre, para hablar de su pasión, muerte y resurrección. (Cf. Marcos 8,31-33;  9,9-10;  9,30-32;  10,32-34;  14,21.41).
Si queremos encontrar a Jesús -Profeta, Mesías, Hijo del hombre- no lo busquemos en los ‘be-cerros’ de oro, plata, cobre, plomo… ni en los negociantes de lo sagrado que honran a Dios con los labios.
Jesús está en cada uno de sus hermanos: hambrientos y sedientos… emigrantes y desnudos… enfermos y encarcelados… (Mt 25,31-46). Es allí donde está el Hijo de Dios y es allí donde debemos encontrarlo.
Ante el crecimiento de una industrialización salvaje y descontrolada, los seguidores de Jesús ¿podemos permanecer ciegos, sordos, mudos? ¿Es posible ser devotos de Cristo crucificado y, al mismo tiempo,
ignorar a sus hermanos que son crucificados por tantas injusticias?
Hoy también, Jesús llama a la gente y a sus seguidores para decirles: El que quiera seguirme, niéguese a sí mismo, que cargue con su cruz y que me siga. Porque el que quiera salvar su vida, la perderá; pero 
quien pierda la vida por mí y por la Buena Noticia, la salvará.
J. Castillo A.

martes, 11 de septiembre de 2012

Situarnos ante el dolor (Domingo 16 de Septiembre)

Clickar para acceder a las lecturas del Domingo 24 Ordinario, cilco B:

En estos días de Septiembre celebramos la fiesta de la Exaltación de la Cruz (día 14) y la de María como Ntra. Sra. de los Dolores (día 15), celebraciones que pueden llevarnos a confusión: ¿Celebramos los cristianos el dolor? ¿Somos unos masoquistas exaltados que buscamos y amamos el sufrimiento como vía de redención? No son pocos los que nos acusan de ello; y otros tantos los que se escandalizan de la cruz, máxime en nuestra cultura consumista en la que el principio del placer es entronizado como objetivo primero y último del ser y el devenir del hombre.

"El que quiera venir conmigo, que se niegue a sí mismo, que cargue con su cruz y me siga. Porque el que quiera salvar su vida la perderá, pero el que pierda su vida por mí y por el evangelio la salvará” (Mc 8,34-35). Palabras que parecen invitar a situarnos ante el dolor. No pide el Señor que busquemos el dolor, ni se hace una exaltación del masoquismo; el dolor al que remite la cruz es la fruto del pecado del hombre que se vuelve contra Dios y busca su crucifixión. “El Hijo del hombre tiene que padecer mucho”(Mc 8,31). Ese “tener que” no es un imperativo sino una consecuencia de la incomprendida misión del Hijo. Quede claro: Jesús no está invitando a buscar el dolor, sino a encarar y soportar el sufrimiento con criterios de paciencia y amor, ya se trate del dolor producto de la injusticia del hombre o el menos incomprensible derivado de los avatares de la naturaleza.

El cristiano no quiere el dolor.
 
Ha quedado dicho, el cristiano ni quiere ni busca el dolor; sería absurdo. Cristo mismo no lo quiso (prueba de ello es que luchó contra él) ni lo buscó (como nos hace ver él mismo en la oración de Getsemaní: “Padre, si puede ser, que pase de mí este cáliz”. Mt 26,39). Hay sufrimientos ante los cuales podemos y debemos actuar para su erradicación. Pero sabemos que gran parte del dolor humano no tiene solución, está ahí y seguirá estando; hay dolores ante los cuales sólo nos queda el silencio y la esperanza, silencio ante el misterio y esperanza de que la ayuda sobrenatural cure o al menos de un sentido nuevo a la experiencia del hombre sufriente. La esperanza está en el modo en que Jesús cargó su cruz y en las promesas que hace a los que le siguen.
 
La respuesta de Dios al dolor y la muerte no es una teoría más o menos acertada, sino una vida entregada. A través del dolor fuimos redimidos, el “siervo” cargó con la cruz y nos redimió a todos (cf Is 50,5-10). Basta una sola cruz para todos, porque sólo esa cruz nos redime: la cruz de Jesús. Sólo asociados a ella es fructífero nuestro dolor. Como decía G. Bernanos: “Nos queda Señor, el sufrimiento, que es nuestra parte contigo”. Cuando el dolor se mira desde abajo, desde la debilidad humana, parece aplastarnos, pero una mirada sobrenatural desde la fe en el poder y la victoria de Jesús ilumina la oscuridad. Es verdad que la visión sobrenatural del dolor (mirarlo desde Cristo crucificado) no elimina las punzadas el dolor, pero lo que para un no-creyente es un problema irresoluble, para un cristiano es un misterio abierto a un sentido nuevo. Con Jesús el hombre puede sobreponerse al dolor, porque vivido en sintonía con el Salvador no apunta a la desesperación sino a la esperanza, sino ¿habría llamado Jesús “dichosos” a “los que sufren”? (Mt 5,1.11). ¿No es una contradicción hablar de dicha y sufrimiento como compatibles?

¿Cómo es posible este misterio del gozo en el sufrimiento? San Pablo nos da una pista: “Ahora me alegro por los padecimientos que soporto por vosotros, y completo en mi carne lo que falta a las tribulaciones de Cristo, en favor de su Cuerpo, que es la Iglesia. (Col 1,24). Para el apóstol la clave está en contemplar y asumir el dolor como respuesta a la llamada de Dios. Y así como por la pasión (padecimiento, dolor) de Jesús fuimos salvados, así también el sufrimiento del misionero, del creyente, del hombre de fe, es un sufrimiento redentor. Y la redención, que tuvo su ya en la cruz, sigue su curso en la Iglesia, Cuerpo de Cristo crucificado que completa en su dolor lo que falta a la pasión.

La tentación de la huida

Cuando Jesús se retira al desierto tras su bautismo, el demonio le tienta poniendo ante Él una vida sin dolor ni sufrimiento; una vida en la que desaparecerían la fatiga propia del trabajo para conseguir el pan (“Haz que estas piedras se conviertan en pan”), el sufrimiento del olvido y la marginación (“Tírate desde aquí –el pináculo del templo-y te recogerán los ángeles” y todo el mundo te admirará), y el sufrimiento del “siervo” (“Póstrate ante mí y te daré todos los reinos de la tierra”, es decir, serás rey, vivirás como tal, rodeado de riquezas y de halagos). Sin embargo Jesús no renuncia a la cruz: “No sólo de pan vive el hombre”,“Al Señor tu Dios adorarás” (Mt 4,1-11). Y san Lucas termina anotando que “el demonio se retiró de su lado hasta el momento oportuno” (Lc 4,13). Y el momento oportuno es el momento de la cruz, el momento en el que el dolor se presenta como única opción de futuro, el momento de la prueba decisiva.

A un examen sobre esa prueba sometió Jesús a sus discípulos: “El hijo del hombre tiene que padecer mucho…” (Mc 8,31), y si el maestro ha de sufrir, no menos lo hará el discípulo. ¿Qué os parece? Ante la llamada a aceptar la realidad de la cruz, Pedro –esta vez Satanás habla por su boca- “se lo llevó aparte y se puso a increparlo” (Mc 8,33). Cuando llega el momento de afrontar el dolor la primera tentación es la de la no aceptación y la huida. Como aquellos que le dejaron cuando les dió a entender que iba a ser entregado a la muerte (cf Jn 6,60-66). Pero no todos abandonan, también tenemos ejemplos de generosidad, como María y las otras mujeres que resistieron firmes de pie junto a la cruz. Stabat mater dolorosa.

Jesús es la Verdad, ni engaña ni quiere engañar. Si los mercaderes del mundo, los vendedores de placer, ofrecen con mentiras mil y un gozos a cambio de nada, Jesús no oculta la cruda realidad  a los suyos: “El que quiera venirse conmigo que se niegue a sí mismo, cargue con su cruz y me siga” (Mc 8,34). Queda claro que no ha venido a quitar la cruz sino a transformar su valor: ganar la vida será perderla, vivir será morir, al gozo se llegará por el sufrimiento, a la luz por la oscuridad. Misterio Pascual.
La cruz de las obras. 

Decir que el cristiano ha de tomar su cruz es una invitación a vivir una vida cristiana. El apóstol Santiago nos quiere recordar que esa vida cristiana no es un idealismo, sino que ha de tomar tierra, o lo que es lo mismo: ha de encarar la cruz. La fe se encarna en obras. Los primeros cristianos discutían si lo primero y principal era la fe o si lo eran las obras. Santiago en su carta parece sugerir que la principal son las obras (Sant 2,14-18), mientras san Pablo parece decantarse por la importancia de la fe (cf Rm 3 y 4). Santiago parece zanjar la polémica: “La fe, si no tiene obras, está muerta”. Pero no por eso la fe carece de importancia. Sería un error descomunal pensar que lo que san Pablo propone al hablar de la primacía de la fe sea un repudio de las buenas obras. Nada más lejos de eso. No hay una fe auténtica compatible con una vida disoluta. Al ser tan insistente en la importancia de la fe lo que san Pablo quiere poner en claro es que la salvación no viene por el cumplimiento de las leyes (tal como proponían los fariseos), sino sólo por la fe en Jesucristo. ¿Acaso no fue la fe en Jesucristo la que dio origen a la gran obra de la Iglesia? ¿No es Cáritas el fruto lógico  de la fe de la Iglesia? También san Pablo reconoce la primacía del amor cuando habla de las virtudes: "la fe, la esperanza y el amor; de estas tres la más grande es el amor" (1 Cor 13,13).

Amar. “Tomar la cruz de cada día” es situarte ante el dolor con una actitud y unas acciones que pongan en en evidencia la sinceridad de tu fe; porque "dime lo que haces, muéstrame tus obras, y te diré en qué crees. Eres cristiano, discípulo de Cristo, si has tomado sobre ti la misma tarea del Maestro: amar sin medida con un amor de entrega total e incondicional. Amor en la dimensión de la Cruz. Se trata de dar-se, de morir, de ser clavado en la Cruz con Cristo vivendo su misma vida, con la esperanza puesta en su promesa: “el que pierda su vida por el Evangelio, la salvará” (Mc 8,35).

No ames el dolor. Asúmelo como parte de tu condición de discípulo. Jesús no te ahorra la cruz, sería mimarte y manipularte; Él te enseña cómo llevarla: con la mirada alta, con la fe puesta en la cima del Calvario, donde está clavada la salvación del mundo. Misterio de fe es la Pascua de la cruz y la resurrección. Misterio es la Eucaristía donde Cristo se entrega por nosotros; misterio su“cuerpo entregado” y su “sangre derramada” para el perdón. Cruz redentora de Cristo.

¿Qué sentido tiene el dolor? Ningún sentido humanamente hablando. Sólo si lo vivimos asociados al misterio de la Cruz de Cristo puede abrirse a una esperanza, a un futuro: “Si con él morimos, resucitaremos con él” (Rm 6,8-9).
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Casto Acedo Gómez. Septiembre 2012. Paduamerida@gmail.com. 27934.

miércoles, 5 de septiembre de 2012

¡Todo lo hizo bien!


Domingo XXIII, Tiempo Ordinario (ciclo B)

*Los ciegos verán, los sordos oirán, los mudos gritarán (Is 35,4-7)
*Si creen en Jesús no hagan diferencia entre las personas (Stgo 2,1-5)
*Todo lo hizo bien: los sordos oyen y los mudos hablan (Mc 7,31-37)

Jesús va a una región extranjera
*Según el Evangelio de Marcos, en un primer momento son extranjeros de Idumea, Transjordania, Tiro, Sidón… los que acuden para escuchar las enseñanzas de Jesús y ser sanados de sus enfermedades (3,7-12). Con el correr del tiempo, la semilla sembrada en los corazones de aquellas personas despreciadas por los judíos, dará sus frutos. Por eso, en un segundo momento, Jesús va a las regiones extranjeras de Gerasa (5,1), Tiro (7,24), Decápolis (7,31), Dalmanuta (8,10), Betsaida (8,22), Cesarea de Felipo (8,27)… para seguir sembrando -con palabras y gestos audaces- la Buena Noticia del Reino de Dios. Por ejemplo, cuando Jesús llega a la región de Tiro no pudo pasar desapercibido, una mujer sirofenicia se entera de su venida y le pide sanar a su hija. Años más tarde, habiendo llegado a Roma, Pablo dirá a los judíos: Sepan ustedes que de ahora en adelante esta salvación de Dios va a ser anunciada a los paganos, ellos sí escucharán (Hch 28,28).
*Jesús ha llegado a la región de la Decápolis (=Diez ciudades). Allí, un grupo de personas se acercan a Él, le presentan un hombre que es sordo y tartamudo, y le suplican poner las manos sobre él. Probablemente, aquellas personas son seguidores anónimos de Jesús, preocupadas por los que viven excluidos por la sociedad y la religión. Jesús toma consigo al sordomudo, lo aparta de la gente, le pone los dedos en los oídos y con saliva le toca la lengua; luego, mira al cielo, suspira y dice: ¡Ábrete! De inmediato, aquel hombre comenzó a oír y hablar correctamente..
*Hoy, muchos cristianos tenemos oídos pero somos sordos al Evangelio, hablamos pero somos incapaces de anunciar el mensaje de Jesús. Necesitamos que Jesús sane nuestra incapacidad de ver, oír, hablar… No debemos olvidar que el día de nuestro bautismo, el celebrante -tocando con el dedo pulgar nuestros oídos y nuestra boca- dijo: El Señor Jesús, que hizo oír a los sordos y hablar a los mudos, te conceda, a su tiempo, escuchar su Palabra y proclamar la fe...

¡Todo lo hizo bien!
*Viendo el milagro, los habitantes de aquella región comentan: Todo lo hizo bien, hace oír a los sordos y hablar a los mudos. La frase ‘todo lo hizo bien’ nos recuerda lo que Dios vio y dijo después de haber creado el mundo que nos rodea: Dios vio que todo lo que había hecho era muy bueno (Gén 1,31). En consecuencia, el proyecto que el Padre le confió a su Hijo Jesús es crear un mundo nuevo donde todos los hombres y mujeres podamos vivir como verdaderos hijos de Dios (filiación), y como verdaderos hermanos entre nosotros (fraternidad).
*Sin embargo, ¿por qué hay personas que no ven, no oyen, no hablan? A veces, somos ciegos, sordos y mudos porque así nos han educado; con la única finalidad de no ver ni oír el sufrimiento de los demás.
Otras veces, con el tiempo nos volvemos ciegos, sordos y mudos; porque descubrimos que es mejor vivir encerrados en nuestro egoísmo. Pero también, sucede con frecuencia, que a determinados sectores… les conviene que la gente sea incapaz de ver, oír, hablar. Para ello, manipulan los medios de comunicación... ocultan la verdad... inauguran programas paliativos para no ir a la raíz de las injusticias... multiplican proyectos improvisados para ocultar la corrupción... etc.
*Frente a los desafíos que encontramos en la sociedad, hacen falta cristianos que escuchen, practiquen y anuncien la Palabra de Dios.
-Dijo Dios a Moisés: He visto la opresión de mi pueblo en Egipto, he oído los gritos de dolor provocados por sus opresores, conozco sus sufrimientos. Por eso he bajado para liberarlos del poder de los egipcios, y llevarlos a una tierra fértil y espaciosa (Ex 3,7-8).
-Llamaron a Pedro y Juan y les prohibieron terminantemente hablar y enseñar en nombre de Jesús. Pedro y Juan les respondieron: Nosotros, no podemos callar lo que hemos visto y oído (Hch 4,18-20).
-Hermanos, ¿acaso no escogió Dios a los pobres de este mundo para hacerlos ricos en la fe y herederos del Reino que prometió a los que le aman? Ustedes, en cambio, desprecian al pobre (Stgo 2,5).
-Lo que existía desde el principio, lo que hemos oído, lo que hemos visto con nuestros ojos, lo que hemos contemplado y han palpado nuestras manos, es lo que les anunciamos: la Palabra de vida. Esta vida se manifestó; la vimos, damos testimonio y les anunciamos esta vida eterna que estaba junto al Padre (1Jn 1,1-2).
J. Castillo A.