miércoles, 28 de febrero de 2018

De Galilea... a Jerusalén

3º Domingo de Cuaresma, ciclo B
Ex 20,1-17  -  1Cor 1,22-25  -  Jn 2,13-25

   En Caná de Galilea -en una casa- Jesús realiza su primer signo,
manifiesta su gloria, y sus discípulos creen en Él (Jn 2,1-12).
   Muy diferente lo que Jesús encuentra en el templo de Jerusalén.
Allí, la Casa de Dios es en un mercado… se intenta comprar a Dios…
Ese templo será destruido, no quedará piedra sobre piedra (Mc 13,2).
   El nuevo templo es Jesús que muere, y resucita al tercer día,
y, si nos amamos mutuamente, Dios habita en nosotros (1Jn 4,12).

Casa de oración, sí… lugar de negocios, no
   La fiesta principal del pueblo judío es la Pascua del Señor,
recordando su liberación de la esclavitud de Egipto (Ex 12,1ss).
Al llegar a Jerusalén, Jesús ve que el templo ya no es Casa de Dios,
sino un mercado de animales… un lugar para cambiar dinero…
un edificio lujoso para oprimir y explotar al pueblo creyente.
Jesús reacciona indignado contra ese nuevo becerro de oro (Ex 32),
y declara públicamente: la Casa de mi Padre no es un mercado.
   Hagamos un examen de conciencia a nivel personal y eclesial:
*¿Hemos superado el sistema de aranceles que es mal visto,
desligándolo de la administración de los sacramentos? (Medellín,14).
*¿Se celebra Misa, sobre todo, por las intenciones de los necesitados, 
aunque no se reciba ningún estipendio? (CIC, canon 945,2).
*Siguiendo la tradición de cobrar por un servicio religioso, ¿evitamos
la más pequeña apariencia de negocio o comercio? (Cn. 947, 1385).
   El Papa Francisco, en su homilía sobre el texto de Lucas 19,45-48,
hace esta denuncia: Cuántas veces vemos que entrando en un templo,
aún hoy, está la lista de los precios: bautismo, tanto; bendición tanto;
intención de misa, tanto… Y el pueblo se escandaliza.
A continuación, el Papa añade: Hay dos cosas que el pueblo de Dios
no puede perdonar: 1) a un sacerdote apegado al dinero,
y 2) a un sacerdote que maltrata a la gente. No perdona cuando,
la Casa de Dios se vuelve una casa de negocios (21 noviembre 2014).

Destruyan este templo, y en tres días lo levantaré
   Ante los gestos audaces de Jesús, los sumos sacerdotes reaccionan,
porque sus enormes ganancias económicas corren peligro.
   De inmediato, le piden a Jesús una señal que justifique sus acciones.
Jesús les dice: Destruyan este templo y en tres días lo levantaré.
Ellos piensan que se trata del templo material construido por Herodes,
pero Jesús habla de su propia persona, de su muerte y resurrección.
   Más tarde, Jesús dice a la Samaritana: Créeme, mujer, llega la hora
en que ni en esta montaña ni en Jerusalén se adorará al Padre
Pero ha llegado la hora, en la que los verdaderos adoradores
adorarán al Padre en espíritu y en verdad (Jn 4,19-26). 
   Al ver la indignación de Jesús, sus discípulos se acuerdan
que la Escritura dice: El celo de tu casa me consume (Sal 69,10).
Por eso cuando Jesús resucita, sus discípulos comprenden lo que dijo,
y creen en la Escritura y en las palabras de Jesús.
   Para creer en Jesús, en su Mensaje y en sus obras, no basta repetir:
El templo del Señor… el templo del Señor… Lo que importa es:
Cambiar nuestra conducta y acciones… Practicar la justicia…
No oprimir a los forasteros, a los huérfanos, a las viudas…
No derramar sangre inocente… No seguir a dioses extraños…
No hacer del templo dedicado a Dios, una cueva de ladrones (Jer 7).
   Para encontrar a Jesús, hay que buscarlo en sus hermanos pobres,
desfigurados por el hambre y la sed, por la desnudez  y la enfermedad.
¿Acaso no saben ustedes que son templos de Dios -escribe San Pablo-
y que el Espíritu de Dios vive en ustedes?
Si alguno destruye el templo de Dios, Dios lo destruirá a él; porque,
el templo de Dios es santo y ese templo son ustedes (1Cor 3,16s).
   Ahora bien, ¿qué debemos hacer por los hermanos despreciados?
Ellos necesitan, no solo un pedazo de pan o unas cuantas monedas,
sino ser acogidos como personas, imágenes de Dios, templos de Dios.
Hagamos a los demás, todo lo que desearíamos que ellos nos hagan,
porque en eso se resume la Ley y los Profetas (Mt 7,12).
   Al respecto, el Papa Juan Pablo II (en SRS, 1987, n.31) nos dice:
Ante los casos de necesidad, no se debe dar preferencia
a los adornos superfluos de los templos
y a los objetos preciosos del culto divino;
al contrario, podría ser obligatorio vender esos bienes
para dar pan, agua, vestido, casa a quien carece de ello.
J. Castillo A.

viernes, 23 de febrero de 2018

Convertir nuestra imagen de Dios (II Cuaresma B)


¿No habéis oído decir alguna vez eso de “yo no puedo creer en un Dios que permite la muerte de su Hijo”? ¿No se ha acusado al Dios de la Biblia de ser un Dios sangriento y vengador? ¿No hay personas que achacan un cierto masoquismo a los que seguimos al crucificado? Pues sí. Para muchos la fe cristiana, y su antecesora judía, aparecen como  más inclinadas al sufrimiento que a la felicidad o el placer.

 Muchos, y curiosamente entre los que más sufren, tienden a hacer promesas dolorosas a Dios: ayunos excesivamente rigurosos, duras peregrinaciones, exigentes mortificaciones; su religiosidad natural les lleva a imaginar un Dios a imagen del hombre, una divinidad cuya ira necesita ser aplacada con sacrificios. ¿No existen aun quienes hacen del cilicio un arma para ganar la benevolencia divina?  Nos preguntamos: ¿Quiere Dios el dolor gratuito del hombre? ¿Es nuestro Dios amante del dolor y el sufrimiento?

Convertir nuestra imagen de Dios

El texto de Gn 22, 1-18, narra lo que se ha dado en llamar el sacrificio de Isaac, aunque en realidad ese sacrificio nunca se llegó a consumar; Dios irrumpe oportunamente deteniendo la mano de Abrahán. La narración es tan cruda y escandalosa que quien la describe comienza previniendo al lector: “Dios puso a prueba a Abrahám” (22,1).

Así pues, el mandato de sacrificar a su único hijo se presenta como una tentación, una prueba; bastante dura, por cierto, aunque no extraña a la cultura en la que la historia se desarrolla. En el entorno y tiempo de Abrahán, entre los cananeos era costumbre el sacrificar seres humanos a los dioses; la arqueología da fe de ello. Tal vez Abrahán llegó a sentir también la tentación de honrar a su Dios ofreciéndole lo mejor que tenía: su hijo único. 

¿Qué imagen de Dios tendría el padre de la fe en aquellos momentos? ¿No estaría entre sus ideas la de un Dios que pide dolor y sangre? Puede que así fuera, y Dios le provocó para que abandonara esa imagen. Antes de este episodio Abrahán creía en un Dios dispuesto a aceptar sacrificios humanos; después de la experiencia del monte Moria tuvo claro que Dios no quiere la muerte del hombre, ni su dolor gratuito, sino sólo su fidelidad.

Unidos a Abrahán en este trance aprendemos una lección importante: hemos de estar siempre abiertos a convertir nuestra imagen (idea) de Dios. ¿En qué Dios creemos? Porque nuestro Dios no quiere penitentes de Semana Santa que dañen su cuerpo hasta sangrar, ni pide duras disciplinas que endurecen el cuerpo, y también el corazón como efecto secundario.

La ofrenda que Dios quiere es ante todo espiritual, que nuestro corazón no sea de piedra sino de carne (Ez 36,26); no pide Dios el castigo del cuerpo como si de un enemigo se tratara, sino la entrega de la voluntad a sus designios, el sacrificio de la fe (Hb 11,17-19). Dios quiere personas que, como el Hijo, aprenden a obedecer sufriendo, pero no con sufrimientos buscados, sino con aquellos que son consecuencia de la lucha por el Reino de Dios y la persecución por causa de su nombre (Mt 24,9). Por tanto, ¡fuera sufrimientos inútiles!, ¡fuera sacrificios rebuscados que conducen más a la soberbia de creerse justificados que a la humildad de saberse pecadores!. “No alargues la mano contra tu hijo ni le hagas nada. Ahora sé que temes a Dios, porque no te has reservado a tu hijo, tu único hijo” (22,12).

Abrahán, padre de la fe

Abrahán, por su fidelidad obediente al Padre, es figura del que luego vendría como el Amén, el Testigo fiel (Ap 3,14). También Isaac, el hijo, personaje aparentemente pasivo en el relato, es figura de Cristo (Hb 11,19). Cargando sobre sus hombros la leña para el sacrificio sube paciente hacia la cima del monte Moria. Las preguntas e inquietudes que presenta ante su padre, “¿dónde está el cordero para el sacrificio?”son respondidas con un “Dios proveerá” (Gn 22,7-8).  Sin queja, sin resistencia, Isaac se deja atar y se ofrece abandonándose a Dios en un acto de fe difícil de superar. 
 
Si admirable es el padre (Abrahán), no lo es menos el hijo (Isaac). Un elocuente comentario de la literatura judía sobre Gn 22,9-10 nos ayuda a entender la fe de ambos: “Después Abrahán extendió la mano y tomó el cuchillo para sacrificar a su Hijo Isaac; entonces Isaac tomó la palabra y dijo a Abrahán su padre: ´Padre mío, átame bien para que yo no te de golpes con los pies de tal modo que tu ofrenda sea inválida y yo sea precipitado en la fosa de la perdición en el mundo venidero´. Los ojos de Abrahán estaban fijos en los ojos de Isaac y los ojos de Isaac estaban vueltos hacia los ángeles de lo alto. Abrahán no los veía. En este momento descendió de los cielos una voz que decía: `venid a ver a dos personas únicas en mi universo. Uno sacrifica y la otra es sacrificada; el que sacrifica no duda y el que es sacrificado extiende la garganta”. 

¿No nos sirve este relato para iluminar la experiencia de Cristo en el Calvario, confiando también en la providencia del Padre?
 
Sin duda, podemos contemplar en Abrahán e Isaac al Padre y al Hijo; al que ofrece y a quien se ofrece. Y lo hacen mostrando una tremenda paciencia con nosotros: “Cristo murió por los pecados una vez para siempre: el inocente por los culpables, para conducirnos a Dios”, proclamaba la liturgia del domingo pasado (1 Pe 3,18). Hoy se nos exhorta: “Si Dios está con nosotros, ¿quién estará contra nosotros? El que no perdonó a su propio hijo, sino que lo entregó a la muerte por nosotros, ¿cómo no nos dará todo con él?” (Rm 8,31-32)). ¡Qué hermosa definición de Dios! No es el que nos inmola a nosotros, el que exige de nosotros el pago del llanto, sino el Cordero que nos sustituye en el castigo merecido, Cordero de Dios que, cuando merecemos la muerte por nuestros pecados, nos perdona en el momento oportuno (cf Gn 22,13).
 


Dice el prefacio de este domingo de la transfiguración que “después de anunciar su muerte a los discípulos Jesús les mostró en el monte santo el esplendor de su gloria, para testimoniar, de acuerdo con la ley y los profetas, que la pasión es el camino de la resurrección”, que la última palabra no la tiene el sufrimiento y la muerte sino el gozo y la vida.

La  transfiguración es el relato de una experiencia mística, de una cercanía del misterio, el relato de un encuentro con el inefable, con Dios: “sus vestidos se volvieron de un blanco deslumbrador” (Mc 9,3). Dios es aquel que no se puede ver, no por falta de luz, sino porque el exceso de luz ciega los ojos. Y la luz de Dios es el amor. ¿Por qué el misterio de la cruz ha sido siempre una luz que alumbra a unos y ciega a otros?

Los que aceptan la cruz como condición de su camino encuentran en ella una luz para su vida; su existencia queda iluminada por la cruz. Sin embargo, los que se escandalizan ante el dolor y el sufrimiento, los que no quieren tomar la cruz, y todos aquellos que hacen del sufrimiento rebuscado una exigencia de Dios, quedan ciegos y se encaminan al abismo. ¡Qué importante es que te preguntes por la imagen que tienes de Dios y te conviertas al Dios de Abrahán, Dios Padre de Jesucristo, Dios todo amor y ternura!

Casto Acedo Gómez. Febrero 2018..  paduamerida@gmail.com.

miércoles, 21 de febrero de 2018

Ver... Escuchar... Seguir a Jesús

2º Domingo de Cuaresma, ciclo B
Gen 22,1-18  -  Rom 8,31-34  -  Mc 9,2-10

   Ver el rostro de Jesús en los niños y jóvenes que viven desorientados,
y necesitan cristianos que sean guías en esa dura etapa de sus vidas.
   También, ver el rostro de Jesús en las personas explotadas, sin casa
ni ropa para el frío, sin el pan de cada día, enfermas, encarceladas…
   Y, al mismo tiempo, escuchar a Jesús que nos sigue diciendo:
lo que hacen a uno de estos mis hermanos, me lo hacen a mí (Mt 25).

Los primeros discípulos de Jesús
   Al escuchar el llamado de Jesús, Pedro y Andrés, Santiago y Juan,
de inmediato dejan redes, barcas, trabajadores, familiares (Mc 1,16ss).
Después comprenderán que para seguir a Jesús es necesario:
despojarse del miedo… de la figuración… de las ansias de poder…
*Jesús al anunciar que va a padecer, morir crucificado y resucitar,
Pedro que piensa como los hombres y no como Dios,
rechaza esa posibilidad… quizás porque teme dar su vida (Mc 8,31ss).
*Cuando son rechazados en una aldea de Samaría, Santiago y Juan
quieren ordenar que caiga un rayo y acabe con esa gente (Lc 9,51ss).
*Al anunciar Jesús -por tercera vez- su muerte y resurrección (Mc 10),
Santiago y Juan le piden ocupar los primeros puestos en su Reino.
*Pedro niega conocer a Jesús, luego se arrepiente y llora (Mc 14,66ss).
No todo es sombra en la vida de los tres discípulos, hay también luces.
   Jesús que sabe lo que hay en el interior de cada persona (Jn 2,25),
se transfigura ante ellos para anunciarles su gloriosa resurrección.
Los que asesinan no tienen la última palabra, sino el Dios de la Vida.
   Pedro, Santiago y Juan estrechan la mano de Pablo y Bernabé,
en señal de comunión, por el apostolado que hacen entre los paganos;
y piden a Pablo y Bernabé que se acuerden de los pobres (Gal 2,9ss).
   Herodes Agripa que tiene las manos manchadas de sangre,
emprende una feroz persecución contra los discípulos de Jesús:
Hace degollar a Santiago, el hermano de Juan.
Y viendo que esto agrada a los judíos, arresta a Pedro (Hch 12,1ss).

Pedro no sabe lo que dice… Ellos están asustados…
   En la montaña, Pedro dice a Jesús: Maestro, ¡qué bien estamos aquí!
Incluso, para  quedarse a vivir allí, propone hacer tres chozas
Pero lo cierto es que Pedro no sabe lo que dice… Están asustados.
   Muchos de nosotros, preferimos subir, alejarnos… pero no bajar.
Nos olvidamos que “allá abajo” hay hombres y mujeres que viven
en un ambiente corrupto, violento, injusto… los pobres no valen nada.
   Jesús, a quien debemos seguir, siendo de condición divina,
toma la naturaleza de servidor, se hace semejante a nosotros,
y se humilla hasta morir asesinado en una cruz (Filp 2,5ss).
   A muchos cristianos nos cuesta aceptar lo que Jesús dice:
Felices los que padecen persecución por causa de la justicia,
porque de ellos es el Reino de los cielos (Mt 5,10).
   Al respecto, reflexionemos en el siguiente testimonio de S. Pablo:
Nos vienen pruebas de toda clase, pero no nos desanimamos.
Andamos con graves preocupaciones, pero no desesperados.
Perseguidos, pero no abandonados. Derribados, pero no destruidos.
Por todas partes llevamos en nuestra persona la muerte de Jesús,
para que también su Vida se manifieste en nuestra vida (2Cor 4,8ss).

Éste es mi Hijo amado, escúchenlo
   Cuando Jesús nos da su mandamiento nuevo, añade:
Ustedes son mis amigos si hacen lo que yo les digo (Jn 15,14).
*Sabiendo que Jesús nace pobre en un establo de animales (Lc 2,6s),
¿por qué hemos hecho de Navidad una fiesta de consumo superfluo?
*¿Somos de veras sal de la tierra y luz del mundo? (Mt 5,13ss).
*¿Seguimos a Jesús, olvidándonos de nosotros y cargando la cruz?
¿Qué nos impide entregar la vida por Jesús y por el Evangelio?
¿De qué sirve ganar todo el mundo, si perdemos la vida? (Mc 8,34ss).
*Hoy, los pequeños, los insignificantes, los despreciados (Mc 9,36s),
¿ocupan un lugar preferencial en nuestras celebraciones Eucarísticas?
*¿Tenemos Comunidades Eclesiales de Base, sabiendo que Jesús
está presente donde dos o tres se reúnen en su Nombre? (Mt 18,20).
*¿Qué nos impide despojarnos de títulos y vestimentas de otra época,
cuando Jesús nos dice: todos ustedes son hermanos? (Mt 23,8ss).
*¿Hasta cuándo seguiremos siendo piadosos fariseos que cumplen ritos,
pero descuidamos la justicia, la misericordia y la fe? (Mt 23,23).
   Escuchemos a Jesús, pues solo Él es el Camino, la Verdad, la Vida.
J. Castillo A.

miércoles, 14 de febrero de 2018

Conviértanse y crean en el Evangelio

1º Domingo de Cuaresma, ciclo B
Gen 9,8-15  -  1Pe 3,18-22  -  Mc 1,12-15

   Para que entre nosotros no haya ningún necesitado (cf. Hch 4,34),
bastaría practicar el mensaje del Evangelio de este domingo;
no solo durante la Cuaresma, sino durante toda nuestra vida.
*El desierto es un lugar de pruebas, y también de encuentro con Dios.
*Convertirnos y creer en el Evangelio es una gracia de Dios,
y una respuesta libre y responsable de cada uno de nosotros.

De las aguas del río Jordán… al desierto
   El Espíritu Santo que desciende sobre Jesús durante su bautismo,
lo lleva al desierto, donde permanece cuarenta días.
Allí, vive entre las fieras, es tentado por Satanás, los ángeles le sirven.
   En la Biblia, el número cuarenta tiene un significado salvífico:
-El diluvio dura cuarenta días, seguido de una nueva alianza (Gn 6-9).
-El pueblo camina cuarenta años hacia la tierra prometida (Ex 16,35).
-Moisés está con Dios en la montaña cuarenta días (Ex 24,18;  34,28).
-Elías camina cuarenta días para llegar al monte de Dios (1Re 19,8).
   El desierto es un lugar de prueba, de combate, de purificación;
pero también es un lugar para escuchar la Palabra de Dios,
para convertirnos, para cambiar nuestra manera de pensar y actuar.
   Jesús vive entre las fieras. Tiempo después, Él y sus discípulos
anunciarán el Reino de Dios en medio de lobos rapaces (Mt 10,16ss).
Ahora, los ángeles le sirven; más adelante, Jesús servirá, dará su vida.
   El evangelista Marcos no explica el contenido de las tentaciones.
Sin embargo, durante su vida terrenal, Jesús es tentado muchas veces:
-Pedro y sus compañeros buscan retenerlo en Cafarnaún (Mc 1,36s).
-Los fariseos tientan a Jesús, pidiéndole una señal del cielo (8,11-13).
-Pedro le tienta… y Jesús le dice: Ponte detrás de mí, Satanás (8,32s).
-En Getsemaní, Jesús ora diciendo: Padre, aparta de mí este cáliz.
Pero que no se haga lo que yo quiero, sino tu voluntad (14,35s).
-Los sumos sacerdotes y los escribas se burlan de Jesús diciendo:
Que baje ahora de la cruz para que lo veamos y creamos (15,31s).

Del desierto… a la región de Galilea
   Desde Galilea, región marginada, Jesús anuncia esta Buena Noticia:
*El tiempo se ha cumplido…La carta a los Hebreos empieza diciendo
el tiempo ha llegado y Dios nos habla en la persona de su Hijo Jesús:
En el pasado, muchas veces y de muchas maneras,
Dios habló a nuestros antepasados por medio de los profetas.
Ahora, en esta etapa final, nos ha hablado por medio de su Hijo,
a quien hizo heredero de todo, y por quien creó el universo (1,1ss).
*Dios comienza a reinar… Jesús, en diversos lugares y momentos,
anuncia el Reinado de Dios como Buena Noticia para los que sufren.
Por eso, cuando rezamos: Padre nuestro, venga a nosotros tu Reino,
debemos introducir en la sociedad: vida, compasión, misericordia
como hace Jesús, mientras camina por las aldeas de Galilea y Judea:
Vayan y digan a Juan Bautista lo que han visto y oído:
Los ciegos ven, los cojos caminan, los leprosos quedan limpios,
los sordos oyen, los muertos resucitan,
a los pobres se les anuncia la Buena Noticia (Lc 7,22).
*Conviértanse… Cuando veo que mis acciones me llevan al abismo,
la única solución es abandonar ese camino y emprender otra ruta.
Se trata de cambiar nuestra manera de vivir, como hace el hijo menor:
Me levantaré y volveré a la casa de mi padre (Lc 15,17ss).
Esto mismo hace Zaqueo que es muy rico, se levanta y dice a Jesús:
Mira, Señor, voy a dar a los pobres la mitad de todo lo que tengo,
y a quien le he robado, le devolveré cuatro veces más (Lc 19,8).
Tengamos presente que limosna significa hacer justicia (Prov 10,2).
   Según el profeta Isaías, el ayuno que agrada a Dios consiste en:
Romper las cadenas de la injusticia. Dejar libres a los oprimidos.
Acabar con toda tiranía. Compartir tu pan con el hambriento.
Acoger en tu casa al pobre sin techo. Vestir al desnudo… (Is 58,6s).
*Crean en el Evangelio… Ciertamente, “otro mundo es posible”,
sin hambrientos que lloran… ni satisfechos que ríen… (Lc 6,20ss).
Para esto, hacen falta cristianos/as que crean en la Buena Noticia,
y, desde su fe, trabajen por renovar nuestra sociedad desde sus raíces.
   Con María, la madre de Jesús, que es dichosa por haber creído,
sigamos exclamando: Dios deshace los planes de los orgullosos.
Derriba del trono a los poderosos y engrandece a los humildes.
Colma de bienes a los hambrientos y despide vacíos a los ricos.
J. Castillo A.

miércoles, 7 de febrero de 2018

Jesús acoge a los leprosos

6º Domingo, Tiempo Ordinario, ciclo B
Lev 13,1-2. 44-46  -  1Cor 10,31-11,1  -  Mc 1,40-45

Para los “buenos” y para quienes tienen poder económico y político,
es mejor limpiar nuestras calles y plazas, de vagabundos y mendigos.
   Sin embargo, esos “buenos y poderosos” ¿van a las causas
de tanta pobreza y miseria, denunciando a los responsables?
   Jesús que acoge y come con personas marginadas y despreciadas,
nos sigue diciendo: Ámense mutuamente como yo les amo a ustedes.

El leproso le suplica: Si quieres, puedes limpiarme
   Así como aquella madre extranjera y pagana, pero con fe sencilla,
se acerca a Jesús y de rodillas le suplica sanar a su hija (Mc 7,24ss);
en esta ocasión, un leproso rompe todas las normas de exclusión,
confía en Jesús, se arrodilla y le dice: Si quieres, puedes limpiarme.
   Este leproso no pide a Jesús ser sanado… sino quedar limpio.
Busca ser liberado de la marginación que padece al vivir aislado.
En esa época, se creía que la lepra era un castigo -de parte de Dios-
por algún pecado; por eso al leproso se le consideraba impuro.
Para evitar contagiar su impureza, el leproso vivía fuera del pueblo,
harapiento, despeinado y gritando: ¡Impuro, impuro! (1ª lectura).
Rechazado como si fuera un objeto peligroso que se arroja a la basura,
el leproso podía decir: Solo en la vida llevando un esqueleto podrido;
pues, mientras padecía esa enfermedad, era un muerto en vida.  
   Hoy, teniendo tantos recursos naturales en la Costa, Sierra y Selva;
y con tantos millones de católicos… ¿cómo se explica que hayan
personas marginadas que sobreviven sin Tierra, Techo, Trabajo?
   En regiones mineras y en zonas donde se extraen petróleo y gas,
¿por qué se desprecia la vida de la tierra y de los seres humanos?
¿Es justo que  los habitantes de esas regiones tengan que vivir…
respirar… beber… alimentarse… en un ambiente altamente toxico?
   ¿Acogemos en nuestras parroquias a las personas: alcohólicas…
drogadictas… prostitutas… homosexuales (sean gais o lesbianas)?
  ¿Qué nos impide seguir el ejemplo de Jesús, el Profeta compasivo?

Jesús se compadece, extiende la mano y le toca
Ante aquel leproso excluido, Jesús realiza gestos de verdadero amor.
*Se compadece. La compasión (padecer con) que tiene Jesús,
es la manera más humana de manifestar nuestro amor al prójimo,
de “aproximarnos” al otro, para asumir y hacer nuestro su sufrimiento.
*Extiende la mano. Los “creyentes” satisfechos, bien instalados,
y que solo buscan seguridad; están lejos de seguir el ejemplo de Jesús,
que extiende la mano para acoger al que vive marginado y aislado.
*Toca al leproso. No se trata de tocar con la punta de un dedo,
sino de poner las manos sobre ese cuerpo lleno de llagas.
Con este gesto, Jesús asume el riesgo de quedar impuro, contaminado.
*Luego, el Profeta de Nazaret le dice: Quiero, queda limpio.
Con esta frase, Jesús realiza una verdadera revolución, pues anuncia
que Dios es compasivo, sobre todo, con sus hijos/as despreciados;
y quiere que nosotros pongamos: amor y vida donde hay enfermedad,
verdad y libertad donde hay miedo, justicia y paz donde hay opresión.

Jesús se queda en lugares despoblados
   Jesús ha despedido al leproso diciéndole: No se lo digas a nadie.
Pero éste, apenas se fue, comienza a proclamar lo que ha sucedido.
Por eso, Jesús ya no podía entrar abiertamente en ningún pueblo,
se quedaba en lugares despoblados, pero aun así, la gente acudía.
¿Qué ha sucedido? Según la ley, interpretada por “los especialistas”
quien toca a un leproso -como hace Jesús- queda impuro y excluido.
Este es el costo doloroso que Jesús asume al tocar a un leproso, pues
al cargar con nuestro dolor, lo consideramos un contagiado (Is 53,4).
   Hoy, cuando los seguidores de Jesús y personas de buena voluntad,
pasan a la otra orilla para defender la vida, salud, educación…
de los pobres despreciados y marginados por el capitalismo salvaje;
de inmediato, los responsables de tanta injusticia y corrupción:
insultan… persiguen… acusan… encarcelan… asesinan…
   Es el precio que debemos pagar por salvar a los hermanos de Jesús.
Y Jesús nos sigue diciendo: Ningún discípulo es más que su maestro,
y ningún  servidor es más que su amo.
El discípulo debe conformarse con llegar a ser como su maestro,
y el servidor como su amo.
Si al dueño de la casa le llaman endemoniado,
¿qué no dirán de su familia? No les tengan miedo (Mt 10,25ss).
J. Castillo A.