viernes, 30 de marzo de 2018

No está aquí, HA RESUCITADO (Domingo de resurrección)

 
Durante los días de Semana Santa nos hemos ido adentrando en los misterios de la fe. Misterios no por lo que tienen de oculto, sino por lo que revelan. “Misterio” en el sentido de aquello que podemos experimentar, podemos vivir, podemos saborear,… pero no podemos explicar racionalmente, porque escapa a nuestras capacidad de medir, tasar y controlar. 
 
Podemos contemplar, pero no podemos comprender el misterio de la presencia de Cristo en la Eucaristía –misterio de amor- que contemplábamos el Jueves Santo; como tampoco podemos concebir con nuestras categorías mentales el misterio del dolor y de la muerte de Dios, que meditábamos el Viernes; ni siquiera el gozo de la fe en la resurrección, que es el eje central de este día de Pascua, puede hallar una explicación lógica. Hay realidades como el amor, el dolor, la muerte y el gozo de la vida de la que se han escrito muchas cosas, muchos libros, pero, todos juntos no nos sirven para dar razón de ello. Sólo la experiencia de la fe, experiencia mística (del "misterio")  puede hacernos ver, sentir y comprender el sentido de estas cosas. "Dichoso tú, Pedro, , porque no te ha revelado esto la carne ni la sangre, sino mi Padre que está en los cielos" (Mt 16,17).

Una noticia exultante: ¡Ha resucitado!

Hoy la Iglesia celebra el gozo de la resurrección. Hoy los cristianos saltamos de alegría por la buena nueva que se nos da: "No está aquí, HA RESUCITADO" (Mc 16,6). Tan grande es la alegría para quien recibe con fe esta noticia que incluso la tristeza y el dolor que les ha conducido hasta aquí –es más, incluso el pecado- adquieren un sentido nuevo: “¡Oh feliz culpa, que mereció tan gran Redentor!”, canta el pregón pascual.

 Creer que Jesús ha resucitado, que ha vuelto a la vida, es un acto de fe. Eso es lo que diferencia al cristiano del que no lo es: la fe. Algunos dirán: “no es la fe sino el amor lo decisivo”. Pero yo respondo: ¿y de dónde nace el amor sino de la fe? Yo amo a Dios porque creo en él, y amo a mi hermano porque creo en Dios y en él, y amo la vida porque veo en ella un regalo de Dios. La fe en Dios abre mis brazos a la humanidad, porque me enseña a vivir como vivió Cristo.  
 
Los primeros discípulos se organizaron como la comunidad de los que creen en la resurrección. La fraternidad que existía entre ellos tenía una fuente: la gracia que recibían los que creyeron en la resurrección. Sin fe en la resurrección, sin resurrección, no habría Iglesia, no habría cristianos, y no celebraríamos estos días de fiesta pascual.

La tumba está vacía, y Cristo vivo sale al encuentro 


 Dos elementos mueven y sostienen la fe de los discípulos en la resurrección. Por una parte LA TUMBA VACIA: “Al mirar las mujeres vieron que la piedra del sepulcro estaba quitada, y eso que rea muy grande. Entraron en el sepulcro y vieron un joven sentado a la derecha. Y se asustaron. Él l es dijo: ¿Buscáis a Jesús el nazareno, el crucificado? No está aquí. HA RESUCITADO. Mirad el sitio donde lo pusieron”(Mc 16,4-6).   La tumba está vacía. Resulta sorprendente que los cristianos vayamos a Jerusalén a visitar el Santo Sepulcro. No vamos al lugar donde está enterrado Nuestro Señor, como vamos al lugar donde Pedro o Santiago están enterrados (Roma o Santiago de Compostela). Visitar la tumba de Jerusalén es constatar que allí no hay nada, confirmar la fe que creemos: está vivo, y alimentar la esperanza de que la tumba de todos los que viven con Cristo, la tumba donde reposan las propias frustraciones y muertes,  está destinada a vaciarse.
 
El otro elemento que nos habla de resurrección son LAS APARICIONES; con ellas cuentan los evangelios las experiencias de encuentro de los discípulos con el resucitado, Dios vivo. ¡Qué importante es la experiencia! Tener experiencia cristiana no es otra cosa sino haber sentido que Dios no está muerto, que vive en mí,  en mi comunidad y en mi mundo; y su fuerza liberadora es imparable.

El Dios de Jesucristo no es un ídolo al que someterse (dinero, vanagloria, poder…), sino un Dios libertador. Toda la liturgia de la Palabra de la Vigilia Pascual habla de actos liberadores de Dios: creación libre del hombre libre, liberación de la esclavitud de Egipto, Dios que rompe las ataduras de Isaac y lo libra de la muerte, don del agua del Espíritu Santo que enriquece los espíritus libres, “libres de la esclavitud del pecado” por el bautismo, dice san Pablo. La resurrección es el grito de los hombres libres, porque la última cadena, la que parecía imposible romper,  la muerte, ha saltado en pedazos. Ya no hay nada que temer.

Volver a Galilea, donde comenzó todo.


Es hora de despertar. La tumba está vacía. “Él va por delante de vosotros a Galilea. Allí lo veréis” (Mc 16,5). El Señor resucitado saldrá a nuestro encuentro en Galilea tierra de gentiles, escenario de su predicación y sus milagros, lugar de la vida, espacio donde se juegan nuestras realidades cotidianas. Allí comenzó todo, y allí va a concluir, con la vuelta al escenario, pero de un modo nuevo, porque la visión de la propia historia y la de todos los hombres ha sido renovada por la experiencia pascual.  

Decir que al resucitado lo encontraremos en Galilea es decir que Jesús sigue presente, que el Padre ha acreditado ante nosotros a Aquel a quien el mundo había desacreditado, y nos acompaña ahora en los quehaceres de nuestra vida ordinaria. El que predicó el amor a los hermanos, la paciencia con los enemigos, el perdón incondicional,  el Justo injustamente perseguido, la Víctima de la violencia de los hombres, tenía razón en sus palabras. Dios le ha hecho justicia. Dios hace justicia a los débiles, a los perseguidos, a los condenados injustamente. Cuando las mujeres anunciaron la buena nueva a los apóstoles, éstos “tomaron el anuncio por un delirio y no las creyeron” (Lc 24,11); también a los que creen en el poder de la paz, de la misericordia, de la no-violencia, del amor, como solución, los toman hoy por seres que tienen delirio; y no los creen. Pero ¿dejarán por eso de luchar? No. Porque ya no luchan por nada suyo, luchan por Él. 

“¡No temas. Basta que tengas fe!" (a Jairo: Mc 5,37). Durante la Pascua se va a repetir esa llamada a perder el miedo: “No temáis” (Mt 28,5.10). Da miedo creer en la resurrección. Teme uno la incomprensión, el ridículo, la persecución… Pues bien, hoy, nos dice Jesús: “no temáis, creed en Dios y creed también en mi” (Jn 14,9).

Signos pascuales

Hemos vivido la Cuaresma como un camino hacia Jerusalén, donde hemos celebrado los misterios de la muerte y resurrección del Señor.  El tiempo nuevo de la Pascua te anima a salir de Jerusalén, a volver a la vida, a las tareas tuyas de cada día, pero con el ánimo renovado. Comprenderás que has vivido la Pascua, sabrás que tienes fe, sentirás el gozo de la Pascua, cuando notes que tus tareas de cada día, tus relaciones familiares, el trato con tus amigos y vecinos, tu misma interioridad, adquiere un tono distinto; cuando sientas que todo eso adquiere un tono nuevo.

Estos son los signos de que ha calado en ti realmente la pascua:   experimentarás la ligereza de la cruz que antes se te hacía insoportable, sonreirás ante aquel pensamiento que antes te hacia fruncir el ceño, mirarás los ojos de aquellos a los que antes esquivabas con tu mirada,  verás la vida con  los colores de Dios; y este optimismo de hombre nuevo será tu testimonio de fe. Muchos te criticarán por tu nueva vida; otros se asombrarán; a todos, quiérelos y ámalos como el Señor los ama, con amor de resucitado, incondicionalmente; y a quienes quieran saber por qué has cambiado, diles simplemente: "Es verdad, el Señor ha resucitado". 



¡Feliz pascua de Resurrección!

Casto Acedo. paduamerida@gmail.com. Abril 2018.

miércoles, 28 de marzo de 2018

El triunfo de la Vida

Resurrección del Señor, ciclo B
Hch 10,34-43  -  Col 3,1-4  -  Jn 20,1-9

  Los poderosos…buscan por todos los medios callar la voz de Jesús,
para que nadie oiga que los pobres son los preferidos de Dios.
Por eso, le arrestan, le torturan y le crucifican como un delincuente.
   Pero el Dios de la Vida hace justicia y resucita a su Hijo amado.
Y, desde entonces, decimos: Creo que resucitó de entre los muertos.

El sepulcro vacío
   Aquel viernes santo, María la madre de Jesús, María de Cleofás,
María Magdalena, el discípulo amado (Juan), y otros seguidores/as,
acompañan a Jesús quien después de ser torturado, camina al calvario;
allí, todos ellos, presencian su muerte dolorosa (Jn 19,25).
Recordemos que Palestina es un país ocupado por el imperio romano,
que para afianzar su poder, recurre a esas terribles ejecuciones.
   El entierro de Jesús se realiza a toda prisa, porque ya anochece.
Como en muchas culturas, el sepulcro es un lugar a donde se va,
para liberar el dolor que uno tiene por la muerte de un ser querido.
    En este contexto, el evangelista Juan -con un lenguaje simbólico-
narra la experimenta de María Magdalena (o de la comunidad).
Ella va al sepulcro cuando todavía está oscuro (camina en tinieblas).
Al llegar, ve que la piedra de entrada está retirada y el sepulcro vacío.
¿Las autoridades habrán ordenado sacar el cuerpo para deshacerse?
Tras una muerte atroz, ¿habrá sido arrojado a una fosa común?
El Buen Pastor, ¿se convertirá en uno más de tantos desaparecidos?
   María Magdalena -confusa y llorando- repite una y otra vez:
Se han llevado del sepulcro al Señor… Se han llevado a mi Señor
y no sé dónde lo han puesto… Si te lo has llevado, dime dónde está
   Entre 1980-2000, miles de peruanos pobres fueron: secuestrados,
torturados, asesinados, arrojados en fosas comunes, desaparecidos…
¿Hasta cuándo los autores de esos actos criminales serán protegidos?
¿Algún día: se conocerá la verdadhabrá justicia...?
Raquel llora desconsolada porque sus hijos están muertos (Mt 2,18).

Víctima reconciliada y reconciliadora
   Para verificar lo que María Magdalena les ha dicho sobre Jesús,
Pedro y Juan van corriendo… pero solo hallan un sepulcro vacío.
Sin embargo, cuando se dice que el discípulo Juan ve y cree,
renace la esperanza, pues según la Escritura, Jesús ha de resucitar.
   Sigamos con la experiencia de María Magdalena (Jn 20,11-18).
Jesús se acerca a ella… le pregunta por qué llora…
le llama por su nombre… y empieza a liberarla de sus angustias…
para que sea víctima reconciliada, y también víctima reconciliadora.
   Tratándose de la reconciliación, no se busca olvidar los problemas,
sino asumirlos y proyectarse al futuro de manera diferente;
buscando, incluso, que los responsables: cambien, perdonen, reparen.
Solo así aquel dolor será fuente de vida para uno mismo y para otros.
   A María Magdalena ya reconciliada, Jesús le confía una misión:
Ve a decir a mis hermanos: Subo a mi Padre, el Padre de ustedes
En adelante, María Magdalena viene a ser la apóstol de los apóstoles,
porque -desde su experiencia- ella anuncia al Señor Resucitado.
   Proclamar la resurrección de Jesús, no fue fácil para los discípulos.
Cuando Pedro y Juan anuncian al pueblo que Jesús ha resucitado,
de inmediato, las autoridades religiosas muy irritadas los encarcelan.
Al ser interrogados, Pedro -lleno del Espíritu Santo- responde:
Conste a todos ustedes y a todo el pueblo de Israel que este enfermo
ha sido sanado en nombre de Jesús, a quien ustedes crucificaron
y a quien Dios resucitó de entre los muertos.
Al prohibirles hablar y enseñar en nombre de Jesús, ellos responden:
Nosotros no podemos callar lo que hemos visto y oído.
Ya liberados, se reúnen con la comunidad y oran a Dios diciendo:
Ahora, Señor, fíjate en sus amenazas y concede a tus servidores
seguir anunciando tu mensaje con toda seguridad (Hch 4,1-31).
   Actualmente, ¿por qué el anuncio de la Resurrección de Jesús,
ya no es motivo de persecución, sino de cierto conformismo?
¿Denunciamos a los que siguen torturando y asesinando a Jesús,
presente en los que defienden la vida de la tierra y del ser humano?
¿Qué nos impide dar testimonio del Resucitado, como Pedro y Juan?
   Para celebrar el triunfo de la Vida sobre la muerte, sigamos a Jesús
que camina haciendo el bien y sanando a los enfermos (1ª lectura);
y nos dice: Sean valientes, yo he vencido al mundo (Jn 16,33).
¡FELIZ PASCUA DE RESURRECCIÓN!
J. Castillo A.

lunes, 26 de marzo de 2018

Amor fraterno (Jueves Santo)

¿SOLIDARIDAD, O FRATERNIDAD?
 
  Evitar la confusión de términos
 
Hay un vocablo que, al día de hoy,  ha adquirido carta de ciudadanía  como el no va más de la moral laicista. Me refiero al término “solidaridad”. No hay foro público donde no se canten loas a la actitud solidaria con los marginados y los marginales. En tiempos de valores blandos parece que ser solidario es haber alcanzado la meta de las posibilidades éticas del ser humano.
 
Sin embargo, mirado desde la profundidad, "solidaridad" no deja de ser un término pobre. No cabe duda de que solidarizarse con alguien parece indicar algo muy bueno. ¿Cómo no va a serlo cuando se trata de  una buena y efectiva disposición para ayudar a los demás?. Ahora bien, parece que la solidaridad  apela más a la lógica de la mente que al impulso del corazón; puede tratarse de un estar contigo, pero sin darme del todo, de compartir mi tiempo, mi saber, mi dinero, pero no mi persona.
 
Me parece más completo y profundo hablar de "fraternidad". Ser  fraterno es algo más que optar por una causa. Puedo o no puedo solidarizarme con tal o cual persona o grupo sufriente, con este o aquel colectivo marginado; pero si soy hermano la cuestión no es si puedo o no puedo ser solidario, la cuestión es que no existe tal cuestión, porque si entiendo al otro como parte de mí, su gozo es mi gozo y su dolor mi dolor.
 
En la fraternidad entra en juego lo más sagrado de mi persona: mi mismo ser interior, mi sangre,  que hace míos los gozos y los dolores de mis hermanos. Así, cuando mi hermano está en apuros, no tengo que decidir si ponerme de su parte o no porque la decisión ya está tomada; mi hermano es parte de mí,  y darle la espalda sería un atentado contra mi propia dignidad personal. Ser hermano es, pues, mucho más que ser solidario. Puedo dejar de ser solidario apoyado en tal o cual excusa más o menos convincente, y puedo hacerlo sin que se produzca en mí una ruptura personal; pero no puedo dejar de ser hermano de mi hermano sin que mi naturaleza me lo reproche y mis entrañas se resientan. 
 
En la misma linea, y muy acertadamente, en una charla de hace unos años, el Papa Francisco,  decía con rotundidad que Cáritas no es una ONG, no es una sociedad paralela a la Iglesia que practica puntualmente la solidaridad para con los pobres; Cáritas es la Iglesia viviendo la fraternidad , "poniendo la propia carne en el asador, haciéndote pobre con los pobres, cambiando radicalmente de estilo de vida" (lo puedes ver y escuchar en
 http://www.youtube.com/watch?v=OcZpKXA9KYk).  

Jesús, más que solidario, fue hermano

De nuestro Señor Jesucristo no se dice que fuera solidario con los pobres, ni que optara por ellos, sino que “siendo rico, por nosotros se hizo pobre para enriquecernos con su pobreza” (2 Cor 8,9). Cuando se dice que cargó con nuestros pecados no se está diciendo que hizo una relación de pecados de la humanidad y la presentó al Padre junto con un manifiesto solidario a favor nuestro. ¡No! Cristo se encarnó como hermano, y como tal sufrió con y por nosotros. "Al que no tuvo pecado Dios le hizo pecado para reconciliarnos con Él” (2 Cor 5,21).
 
Cristo no es la mano solidaria del Padre-patrón que, desde el cielo, soluciona nuestras vidas haciendo gestiones administrativas, sino el hermano que codo con codo, se hace familia de la humanidad y convive sufriendo y gozando con ella. Nos enseñó así que Dios no quiere palabras bonitas y celebraciones simbólicas de solidaridad, sino que vivamos en comunión, que construyamos el Reino de la fraternidad encarnados en la comunidad humana.
 
El Jueves Santo es el día del amor fraterno, día de la “fraternidad”, de la entrega total al prójimo. Evitemos, pues, el deslizamiento profano hacia una solidariad puntual y de salón. La Iglesia no somos una asociación para la defensa de la cultura cristiana, ni para la promoción de los valores humanos, aunque éstos sean de inspiración evangélica; somos ante todo una fraternidad que vive del y para el amor de Dios. Por ello, más que discursos solidarios que vacíen nuestros bolsillos a favor de los pobres, necesitamos sentimientos de fraternidad que vacíen todo nuestro ser en disponibilidad al prójimo según el modelo de Jesús de Nazaret, que “se despojó de su rango pasando por uno de tantos” (Flp 2,7). No se trata tanto de ayudar a los pobres cuanto de que no haya pobres; o lo que es lo mismo, de ser todos pobres en el sentido más evangélico del término. Jesús no sólo dio pan, se dio el mismo como pan. Sin los mismos sentimientos de Cristo Jesús, sin sentir al hermano como parte tuya, tu propia carne, todo lo demás es solidaridad indolente, ideología disfrazada de cristianismo. 

 No es posible la celebración de la Cena del Señor sin sentir como propio el pálpito del corazón del hermano, sin dejar que nos inunde la sensación (el sentimiento) de que todos los que se reúnen en la tarde del Jueves Santo a celebrar la Cena del Señor, somos algo más que vecinos aficionados a las mismas prácticas piadosas. Dios nos ha dado una familia, una comunidad, para que la amemos con la misma ternura y dedicación con que la amó Jesús. Todo lo demás son asuntos secundarios. Ya lo dijo san Pablo: aunque fuera solidario repartiendo mis bienes y entregara mi cuerpo a las llamas en un gesto simbólico de protesta, si no tengo amor no soy nada (cf 1 Cor 13, 1-2).
 
 
Casto Acedo Gómez. Marzo 2018.  paduamerida@gmail.com.
 

sábado, 24 de marzo de 2018

Domingo de Ramos (25 de Marzo)

 
 
REFLEXION A LA LUZ DE ISAIAS 50,4-7
 
La distancia entre Dios y el hombre es infinita. El abismo entre el amor de Dios contemplado en la Pasión de Jesús y el amor del hombre frecuentemente inclinado al egoísmo parece, de principio, insalvable. Quien escucha  la pasión de Jesús -escuchar es más que oír-, quien se adentra en el misterio del dolor de Dios en la cruz, quien se hace uno con Cristo y vive su pasión con Él, queda impactado por tanta grandeza revelada en tanta humillación.
 
Aunque no es así para todos. En tiempos de secularización, de olvido de Dios, de religiosidad superficial y folklórica, la pasión sigue suscitando la admiración, pero también el rechazo de quienes ven en ella sólo el lado oscuro de la Pascua, el fracaso y no el éxito del amor. Por otro lado, son muchos los que,  satisfechos de sí mismos, quieren escapar a la dimensión profética de los relatos de la pasión refugiándose en interpretaciones estéticas o folklóricas.

¿Qué mirada dedicaremos este año a la pasión del Señor? ¿Cómo enfocar la Semana Santa? Porque podemos pasar por ella con distintas actitudes:

a) Una actitud totalmente profana, viviendo la Semana Santa con la mirada de los curiosos que contemplan las escenas de la pasión en la lejanía y la frialdad; visión del turista, ave de  paso que ve las cosas de manera externa y transitoria, mirada virtual  de quien pasa por allí coleccionando fotos para el recuerdo. ¿No es una profanación situarse ante pasos y penitentes con el morbo del televidente que se regodea en la privacidad y el sufrimiento ajeno y hace de él espectáculo y comercio?

  Puede que pasemos estos días observando desde la frialdad e indiferencia, como solemos pasar ante el espectáculo vergonzoso de la telebasura, ante las imágenes de guerra, opresión y terrorismo que nos sirven los mass media, o como pasamos, ¡Dios no lo quiera!, junto a tantas familias que ya viven su pasión particular por la falta de recursos con que vivir dignamente, o tantas personas que sufren en silencio su falta de sentido y su soledad.


b) Una actitud artística. La pasión es posiblemente el motivo artístico más representado de la historia. Pintura, escultura, música, literatura, arquitectura... han exaltado la pasión. Y en estos días pasearán por nuestras calles auténticas obras de arte sacro. Las cadenas de televisión ofrecerán a nuestra consideración procesiones y celebraciones litúrgicas, con sus esculturas,  ritos y cantos de indudable valor artístico.

Pero ¡cuidado! El arte es expresión de la trascendencia del hombre, de su “ir más allá de las cosas”, la belleza nos acerca al que es “la suma belleza”, pero también puede cegar los ojos, dejándonos ver sólo el valor material, fruitivo, subjetivo, sin transcendernos al “más allá”, a la experiencia del encuentro con el que es la Belleza absoluta. Ante una obra de arte religioso no podemos escamotear la pregunta acerca del misterio que quiere revelar.

c) Más allá, y sobre las dos actitudes mencionadas, la Semana Santa está pidiendo de nosotros una actitud plenamente religiosa, lo cual requiere ciertas condiciones, las mismas que mostró Jesús en su pasión; las mismas que, meditado, nos descubre el canto tercero del Siervo de Isaías (50,4-7):

*Actitud de escucha: “Mi Señor, cada mañana, me espabila el oído, para que escuche como los iniciados. El Señor me ha abierto el oído; y yo no me he revelado ni me echado atrás” (Is50 4b-5). La Pasión -Semana Santa- es lenguaje de Dios, Palabra de Dios. Y una Palabra dura, que invita a bote pronto al rechazo. Para que esto no ocurra debemos evitar acercarnos a ella como extraños y hacerlo  como “iniciados”, como discípulos vulnerables al testimonio de amor de su maestro.

Cualquier no-creyente que levanta su vista al crucificado sólo encuentra en esa imagen motivos de escándalo; no querrá ni oír hablar de un camino de dolor y sufrimiento; y mucho menos de un Dios sufriente. ¡Qué absurda contradicción! A la Pascua, pues, se accede desde la “escucha”, desde la actitud del discípulo, del iniciado, que sabe que adentrarse en el misterio de Dios sólo es posible como don del mismo Dios: “El Señor Dios me ha abierto el oído”. Pídele a Dios el don de “escuchar sin echarte atrás” (Is 50,5).
 
* Actitud de recibir para dar, para decir. La Pasión no es lenguaje de Dios cerrado sobre sí mismo. La pasión y muerte de Jesús adquiere sentido porque fue una pasión y muerte “por” nosotros, “para” nuestra salvación. “Mi Señor me ha dado una lengua de iniciado, para saber decir al abatido una palabra de aliento” (Is 50,4a).

En la pasión Dios quiere “decir” algo; se dirige a los abatidos y les anuncia que, a pesar de tanto sufrimiento, a pesar del abandono al que están sometidos, Dios no les da la espalda. “Porque el Señor está conmigo –dice el justo injustamente perseguido- sé que no quedaré avergonzado” (Is 50,7b).

 Vivir estos días en actitud religiosa nos capacita para “decir”, para ser también nosotros lenguaje de Dios, para dar una palabra de aliento a nuestro corazón abatido y al corazón abatido de tantos hermanos que están esperando de nosotros una respuesta a la pregunta sobre el mal y el dolor propio y ajeno. Viviendo religiosamente la Semana Santa evangelizamos a los hermanos; nos hacemos nosotros mismos palabra de Dios para los demás.

 
*Ese “decir” no es sólo teórico. El “decir” de Dios es “obrar”, porque en Dios la Palabra es Verbo, acto de Dios. Yo, nos dice el Siervo, “no me he rebelado ni me he echado atrás a la hora de arrimar el hombro en la tarea de vencer el dolor y la muerte. “Ofrecí la espalda a los que me golpeaban, la mejilla a los que mesaban mi barba. No oculté el rostro a insultos y salivazos” (Is 50,6). Le sostiene una fe que da fuerzas para lo imposible: “Mi Señor me ayudaba, por eso no quedaba confundido” (Is 50,7a).

La semana Santa no es retórica sino práctica; si algo tiene de teoría es para explicar lo que previamente se ha practicado. No olvidemos que antes que narración, la pasión fue acto, acontecimiento. Por eso, sólo cuando se vive en la propia carne la pasión del rechazo, del abandono, de la entrega generosa por los más pobres y desgraciados de entre los nuestros, sólo cuando se vive en la propia carne el “sacrificio”, se abre el oído y el entendimiento al mensaje del Siervo. Sólo cuando de hecho se muere con Cristo, se resucita con Él. No hay por tanto Semana Santa sin inmersión en el sufrimiento del mundo, sin hacer lo imposible por caminar con Cristo buen samaritano cargando la cruz de los que viven sumergidos en la crisis, sea esta económica o existencial

Entra en Semana Santa con espíritu de escucha, con el oído abierto; deja a un lado la pasión del folklore y del turista, la pasión epidémica del documental televisivo. “Deja que los muertos entierren a sus muertos, tú sígueme” (Mt 8,22).

Casto Acedo. Marzo 2018. paduamerida@gmail.com   

miércoles, 21 de marzo de 2018

Jesús entra en Jerusalén

Domingo de Ramos, ciclo B
Is 50,4-7  -  Flp 2,6-11  -  Mc 11,1-10  -  Mc 14,1-15,47

   Los cuatro evangelios nos presentan a Jesús pobre y humilde,
desde su nacimiento en Belén… hasta su muerte en el Calvario… 
   Sin embargo -hoy- personas y grupos interesados por el dinero,
hacen de Navidad y de Semana Santa días de consumo y turismo.
   No nos dejemos arrastrar por esa corriente ajena al Evangelio,
que nos impide celebrar el triunfo de la Vida sobre la muerte.

El Señor lo necesita y pronto lo devolverá
   Jesús después de anunciar el Reino de Dios y su justicia, en Galilea,
decide ir a la ciudad de Jerusalén, donde las autoridades religiosas:
matan a los profetas y apedrean a los enviados de Dios (Mt 23,37ss).
   Mientras camina, Jesús -que es Luz del mundo- sana a Bartimeo,
un ciego mendigo que vive marginado a la salida de Jericó.
Bartimeo recobra la vista y, luego, sigue a Jesús (Mc 10,46ss).
   Cerca de Jerusalén, Jesús manda que le traigan un burrito prestado,
y que digan al dueño: El Señor lo necesita y pronto lo devolverá;
también celebrará la Cena Pascual en una sala prestada (Mc 14,12ss).
   Jesús que vive pobre entre los pobres tiene autoridad para decir:
*Hay personas que oyen la Palabra de Dios, pero las preocupaciones
por sus negocios y riquezas ahogan el Mensaje de Dios (Mc 4,18s).
*¡Qué difícil es para los ricos entrar en el Reino de Dios! (Mc 10,23).
*Les aseguro que esta pobre viuda ha dado más que todos los otros,
ella, en su pobreza, dio todo lo que tenía para vivir (Mc 12,43s).
   Al respecto, pongamos en práctica lo que dicen nuestros obispos:
*Que nuestra Iglesia esté libre de ataduras temporales,
de complicidad y de prestigio ambiguo.
*Que la Iglesia libre de espíritu respecto a los vínculos de la riqueza,
sea más transparente y fuerte su misión de servicio.
*Que la Iglesia esté presente en la vida y tareas temporales,
reflejando la luz de Cristo (Medellín, La pobreza de la Iglesia, n.18).

¡Hosanna! - ¡Señor, sálvanos!
   Mientras Jesús ingresa a Jerusalén, los que le acompañan exclaman:
¡Hosanna! ¡Bendito el que viene en nombre del Señor! (Sal 118,25s).
Hosanna es una palabra hebrea que significa: Señor, sálvanos.
   Salvar con palabras y obras, empezando por los marginados,
como hace Jesús, tiene un precio: insulto, amenaza, muerte
Sus familiares dicen que está loco… Sus paisanos lo desprecian
Los escribas y fariseos le calumnian diciendo que es bebedor,
comilón, amigo de pecadores… y, algo peor, buscan arrestarlo
  Por eso, ante el sufrimiento de quienes exclaman: ¡Señor, sálvanos!;
sigamos el ejemplo de Jesús que jamás permaneció indiferente,
ante las personas que tienen hambre y están enfermas. Y digamos:
Padre, danos entrañas de misericordia ante toda miseria humana.
Inspíranos gestos y palabras oportunas ante el hermano abandonado.
Ayúdanos a mostrarnos disponibles ante los explotados y deprimidos.
Que tu Iglesia, Señor, sea un recinto de verdad, de amor, de libertad,
de justicia y de paz; para que todos encuentren en ella
un motivo para seguir esperando (Plegaria Eucarística, V/b).

¡Bendito el que viene en nombre del Señor!
   En nuestros días, los criterios de quienes tienen poder económico,
no coinciden con las enseñanzas de Jesús a quien debemos seguir.
En consecuencia, la celebración de la muerte y resurrección de Jesús,
debemos relacionarla con el sufrimiento de sus hermanos (Mt 25,40).
*No podemos ni debemos dar prioridad a los adornos superfluos
sabiendo que la gloria de Dios consiste en que todos tengamos vida.
*No podemos decir que somos seguidores del Profeta de Nazaret…
si no introducimos verdad y justicia donde hay mentira y corrupción.
*No podemos separar los latigazos que Jesús padece al ser torturado…
de las balas que reciben quienes exigen respeto por sus derechos.
*¿Y qué diremos de los países “desarrollados” que nos explotan?
   Por ello, sean benditos los que -en nombre del Señor- dan vida:
-cuando tantos pueblos y hogares sufren hambre y miseria,
-cuando tantos hombres viven sumergidos en la ignorancia,
-cuando aún quedan por construir tantas escuelas, hospitales,
viviendas dignas de este nombre… (Pablo VI, PP, 1975, n.53).
   Si permanecemos indiferentes ante el sufrimiento de los excluidos,
¿podemos decir que somos “cristianos”, seguidores de Jesús?  
J. Castillo A.

domingo, 18 de marzo de 2018

San José (19 de Marzo)

Hace ahora 22 años, Don Oswaldo Ordoñez (DEP),  en aquel momento párroco de Calamonte, donde ejercía el ministerio junto con su hermano Néstor, me pidió que predicara en el día de la fiesta. Y rebuscando qué decir de san José en este blog, se me ha ocurrido la idea de transcribir la homilía que hice en la ocasión. Por si nos sirve de reflexión en el día de san José, aquí va. Y de paso felicidades a los que celebran hoy su onomástica, a los seminarios que celebran su día, a las demás instituciones que están bajo la advocación de san José, ... y a toda la Iglesia por tener un patrón tan discreto.
 
 

 

HOMILIA PARA LA SOLEMNIDAD DE SAN JOSE
 CALAMONTE (Badajoz)
19 de Marzo de 1996

Queridos hermanos:

Invitado por vuestro párroco, D. Oswaldo, me encuentro aquí compartiendo con vosotros el pan de la Palabra y la Eucaristía en este día tan importante para la comunidad cristiana de Calamonte.
 
Y aquí estamos, reunidos en torno a la mesa común, una mesa que siempre preside nuestro señor Jesucristo, pero que en el día de hoy tiene un invitado especial: san José. Su presencia queda patente en su imagen, pero donde se muestra de forma más patente es en la devoción que profesáis al santo. Los cristianos católicos adoramos a un solo Dios, al Dios trinitario, Padre, Hijo y Espíritu Santo. pero ese culto de adoración no nos impide darle gloria recordando y venerando las maravillas que ha hecho en medio de su pueblo. Y una de esas maravillas ha sido el seguirse manifestando a nosotros por medio de hombres santos que han dado testimonio de Dios con su vida.

Los santos, y entre ellos la Virgen Santísima y  san José, son para nosotros motivo de alegría y de esperanza, porque en ellos contemplamos la obra de Dios, lo que Dios ha obrado en medio de nosotros. Hoy, la Iglesia entera, y de una forma particular el pueblo de Calamonte, venera a san José. Tenéis el orgullo de tener por patrón al patrón de la Iglesia, al hombre al que Dios confió los primeros misterios de la salvación de los hombres (Oración colecta)

Patrono de la Iglesia

La oración de la misa nos ha dado la primera clave para comprender bien nuestra devoción a la persona de san José: ...haz que por su intercesión, la Iglesia los conserve fielmente y los lleve a plenitud en su misión salvadora.  Ser devoto de san José es continuar su tarea, la tarea de mantener viva la fe en Jesús, el Hijo de Dios, y de entregar esa fe a todos los hombres para su salvación.
 
Nuestro Dios se ha ido revelando a los hombres a lo largo de la historia. La Palabra de Dios en la Biblia recoge la historia de la acción de Dios dirigida a un pueblo y unos hombres concretos: Abrahán, Moisés, los profetas, María... A su vez, la respuesta de estos hombres a Dios, su fe, sus buenas obras, se han hecho también revelación para nosotros. Dios no habla solo con Palabras, sino también con hechos. Los grandes hombres de la Biblia, su actuación, también son palabra de Dios, evangelio, buena noticia. El cúlmen de esta revelación, su plenitud, se nos dió en Jesucristo: reflejo de la gloria del Padre. Palabra y vida se han fundido en Él. Cristo es la Palabra hecha carne, Dios dentro de la historia.
 
A san José, hombre de fe, conocedor de las Escrituras, lo elige Dios para ser un fiel custodio del misterio de Cristo. Y, no sin dificultades, aceptó el encargo, la misión de facilitar la salvación de Dios a la humanidad .
 
Hoy la Iglesia tiene esa misma misión. Y al hablar de Iglesia, no quiero que penséis en el clero, en la jerarquía. Pensemos hoy en la Iglesia de Calamonte, en su comunidad cristiana. Hemos recibido una tradición. Y esa tradición no son unos ritos, ni unas prácticas rutinarias de fe. Una tradición es un hilo de vida, unos valores humanos (solidaridad, bondad, honradez, espíritu de sacrificio, etc.) y divinos (una fe viva y una esperanza ardiente en el Misterio de Dios), que se transmite de padres a hijos, de generación en generación.
 
La devoción a san José  es una tradición propia de esta comunidad. Y os toca ser garantes y fieles conservadores y transmisores de ella.  Ser devotos de san José es un gran privilegio, pero también un compromiso: imitar sus virtudes, procurar vivir en la fe como vivió él, dejarse arrastrar por el amor de Dios como él hizo. Mantener la celebración externa, la apariencia, sólo será posible si ésta responde a una interiorización de los mismos valores que vivió nuestro santo.
 
¿Cuáles son los valores concretos que sobresalen en san José?  La Palabra de Dios no nos dice gran cosa sobre Él. O mejor, nos dice mucho, pero con pocas palabras: “José...que era bueno”. De Jesús se decía: “todo lo ha hecho bien”. De José, su padre, que “era un hombre bueno”. Y, hermanos, la bondad es el mayor de los valores a los que uno puede aspirar. Ser bueno es ser santo. En estas palabras del evangelio, san Mateo está canonizando al esposo de María. Era bueno a los ojos de los hombres, y bueno a los ojos de Dios. Su santidad-bondad se nos manifiesta en sus virtudes. Comentemos algunas de ellas.

La virtud de la fe.

En la segunda lectura de la litúrgia de hoy san Pablo nos dice de Abrahám: No fue la observancia de la ley, sino la fe, la que obtuvo para  Abraham y su descendencia  la promesa de heredar el mundo. (Rm  4) Estas mismas palabras las podemos aplicar a José. Dios llamó a Abraham para una misión, también a san José . A ambos se les pidió confiar, creer, abandonar  sus  propios proyectos y abrazar los de Dios. Dios los eligió, los apartó, para ser santos.  Y ambos se lanzaron a vivir las pruebas de la fe, crucificando la razón, poniendo el amor a Dios sobre todas las demás cosas.
 
También a nosotros nos ha llamado Dios. También nos ha elegido por el bautismo «para que seamos santos e irreprochables ante él por el amor».  También a mí y a ti, nos ha elegido el Señor, y nos ha traído esta mañana de san José a este lugar para aumentar nuestra fe y edificar nuestra vida con la contemplación de su obra: la obra que Dios hace en san José.
 
Es el Señor quien nos convoca. Nosotros solos no habríamos podido venir. Estaríamos mejor en casa, descansando, reponiendo fuerzas para seguir la fiesta... Hay que dar gracias a Dios, porque es el que llama, pero también,.  junto con la llamada, da la fuerza para responder.  Como todo depende de la fe, todo es gracia .(Rm 4) Lo mismo hizo con san José. Le llamó para una delicada tarea, para una paternidad un tanto irregular, y él aceptó fortalecido por la gracia que le vino por  la fe. Por eso estamos de fiesta; porque Dios se fijó en san José y lo bendijo.

Obediencia.

La fe es un don de Dios, una llamada que pide una respuesta: la obediencia. Dios no se entromete en la vida del hombre sin su permiso. Tal vez pensemos que José fue un «pobre hombre» al que Dios le fastidió sus planes, una víctima de la elección de Dios, uno al que le tocó el papel del feo de la fiesta.  Pensar así es minusvalorar a Dios, o, peor aún, entender a Dios como enemigo nuestro. Y Dios no es así. Él no viene a robarnos la vida, sino a dárnosla, a planificárnosla. Dios no destruye en nosotros lo humano, sino que lo potencia.
 
José podría haber actuado denunciando a María, y dejándo que fuera condenada a muerte. Si así lo hubiera hecho sus paisanos le hubieran considerado un hombre de honor amante de las leyes. Sin embargo, respetó el misterio, creyó la Palabra que le anunció que lo que llevaba María en su seno era cosa de Dios y aceptó el compromiso. Su respuesta estuvo preñada de amor a Dios y, cómo no, de amor a María.  Obró valientemente. Pudo más en él el amor que el odio, la fidelidad interna que la «honra externa».
 
 Tal vez habría lavado su honra con la denuncia de María y su posterior condena a morir apedreada; hubiera blanqueado la fachada, pero prefirió mantener limpia la copa por dentro, aunque por fuera se le tildara de «deshonrado». Dios no le arrancó su humanidad, sino que lo hizo «más humano» en el más amplio sentido de la palabra: más sensible a su dimensión espiritual, más sensible a la situación un tanto embarazosa de María. Amó a María repetándola sin pedir nada a cambio. Hubo de crucificar su razón,  y hubo de pasar por alto el “miedo al qué dirán”  para dar paso a la obediencia de la fe.
 
Jesús, en un momento de su vida pública dijo : “mi alimento es hacer la voluntad del que me ha enviado”. En la prueba de la pasión repetirá: “Padre, no se haga mi voluntad, sino la tuya”. Esa obediencia sin condiciones a los deseos del Padre fueron también una realidad en san José. 
 
La fe gigantesca de José,  y su obediencia a la voluntad de Dios, son, sin duda, sus mayores virtudes. Desde ella hay que entender su vida y los motivos de su patronazgo sobre la Iglesia.
 
Padre y esposo.  
 
Sólo desde la fe podemos entender la paternidad de san José. Elegido por Dios para “aparecer’ como padre de un niño que sabe que no es obra suya. Renunciar a la “bendición”  que suponía para un buen judío de su tiempo, tener una descendencia propia. Aceptar en su casa a una mujer sobre la que pesaba la sospecha de la deshonra. Al aceptar a María, José adquirió una responsabilidad tremenda.

¡Por amor a Dios! -podemos decir. También por amor a María. No se comprendería el uno sin el otro. El amor a Dios no quita el amor a la esposa. José amó respetando el misterio en su esposa. ¡Qué ejemplo para nuestros matrimonios! Amar sabiendo respetar la identidad y originalidad del otro.
 
Como pareja matrimonial un tanto irregular, José y María, son todo un ejemplo a seguir. Esposo-esposa, y Dios en medio. Jesús, el Hijo, que podría haber sido motivo de discordia, por sus orígenes no muy claros, se convierte en motivo de unión, en semilla de amor fecundo.
 
Poner a Dios-en-medio (Dios-con-nosotros) es garantía de fidelidad, de entrega, de proyecto común que no se encierra en las cuatro paredes de una casa, sino que se proyecta hacia metas insospechadas. José es modelo de fidelidad a Dios, y esa fidelidad se manifiesta también en la fidelidad a su compromiso matrimonial vivido con renuncias y sacrificios.
 
Con respecto a Jesús, José debió tener la actitud que a menudo echamos de menos en las relaciones padre-hijo. Él tuvo conciencia de que los hijos no son propiedad de sus padres. A ellos solo les incumbe la tarea de educarlos. Los hijos son de Dios. Son hijos de la libertad. Por eso, tanto ahora, como en cualquier época, la tarea de educar es difícil. Educar para la libertad. Si Jesús se manifestó en su vida pública como el hombre libre por excelencia, san José puso en ello, sin duda, su granito de arena.
 
 
Trabajador.
 
Uno de los pocos detalles que nos desvela la escritura sobre san José es su condición de trabajador. A Jesús le llamaban “el hijo del Carpintero de Nazaret”. El trabajo del santo era, por tanto, un trabajo manual. Por ello es también patrono de los obreros.
 
Su fe no le impidió realizar su trabajo, al contrario, le dió un sentido.  Para un cristiano, para un devoto de san José, el trabajo manual no es un signo de maldición divina. Nuestra fe no dió sus primeros pasos en una familia de aristócratas, sino en una familia de obreros, de pequeños artesanos.  Para José y Jesús de Nazaret, el trabajar con sus manos no sólo fue una necesidad por tener que  ganarse el sustento diario, también fue un medio de santificación. Trabajar es colaborar con el Padre en la obra de la creación. El trabajo bien hecho me santifica y santifica al mundo. Y en esto, san José nos da también un ejemplo. “Un hombre justo”, un “hombre trabajador”.
 
Por ello, privar a un hombre de la posibilidad de un trabajo con que mantener dignamente a su familia y realizarse como ser humano útil a la comunidad, es algo cristianamente inaceptable. No se puede ser devoto de san José sin valorar la dignidad del trabajo ni el derecho de todo hombre tiene a este medio de realización personal y plenitud de vida. El título de “obrero” dado a san José por el pueblo cristiano es una invitación apremiante a reconocer el derecho al trabajo y la obligación de trabajar.
 
Ser santo no es sentarse a mirar la inmensidad del cielo esperando que Dios venga a recogernos. Ser santo es tener los pies bien puestos en la tierra, construir aquí abajo el Reino de Dios con la esperanza de que un día se vea cumplido plenamente.
 
Y hay una pregunta que los creyentes que más asiduamente pisamos la Iglesia deberíamos hacernos: ¿porqué el mundo obrero se aleja de ella? San José era obrero.

Conclusión.
Hoy estamos de fiesta. Damos gloria a Dios por el testimonio que san José es para todos nosotros. Somos sus devotos. No olvidemos que esa devoción nos obliga a seguir el camino de las virtudes señaladas por él.
Tampoco olvidemos que la fiesta tiene que crear entre todos los calamonteños, como entre todos los hombres,  un sentido de unidad y fraternidad por encima de ideologías y formas de entender la vida. La fe en el mismo Dios en quien creyó san José nos une por encima de cualquier otra cosa.

Demos gracias a Dios y a san José, y continuemos la celebración eucarística con devoción. ¡Que la protección de san José esté siempre con nosotros!. 
 
Casto Acedo. Calamonte, 1996