Hace ahora 22 años, Don Oswaldo Ordoñez (DEP), en aquel momento párroco de Calamonte, donde ejercía el ministerio junto con su hermano Néstor, me pidió que predicara en el día de la fiesta. Y rebuscando qué decir de san José en este blog, se me ha ocurrido la idea de transcribir la homilía que hice en la ocasión. Por si nos sirve de reflexión en el día de san José, aquí va. Y de paso felicidades a los que celebran hoy su onomástica, a los seminarios que celebran su día, a las demás instituciones que están bajo la advocación de san José, ... y a toda la Iglesia por tener un patrón tan discreto.
HOMILIA PARA LA SOLEMNIDAD DE SAN
JOSE
CALAMONTE (Badajoz)
19 de Marzo de 1996
Queridos hermanos:
Invitado por vuestro párroco, D. Oswaldo, me encuentro aquí compartiendo con vosotros el pan de la Palabra y la Eucaristía en este día tan importante para la comunidad
cristiana de Calamonte.
Y aquí estamos, reunidos en torno a la mesa común, una mesa que
siempre preside nuestro señor Jesucristo, pero que en el día de hoy tiene un
invitado especial: san José. Su presencia queda patente en su imagen, pero
donde se muestra de forma más patente es en la devoción que profesáis al
santo. Los cristianos católicos adoramos a un solo Dios, al Dios
trinitario, Padre, Hijo y Espíritu Santo. pero ese culto de adoración no nos
impide darle gloria recordando y venerando las maravillas que ha hecho en medio
de su pueblo. Y una de esas maravillas ha sido el seguirse manifestando a
nosotros por medio de hombres santos que han dado testimonio de Dios con su
vida.
Los santos, y entre ellos la Virgen Santísima
y san José, son para nosotros motivo de
alegría y de esperanza, porque en ellos contemplamos la obra de Dios, lo que
Dios ha obrado en medio de nosotros. Hoy, la Iglesia entera, y de una forma particular el
pueblo de Calamonte, venera a san José. Tenéis el orgullo de tener por patrón
al patrón de la Iglesia ,
al hombre al que Dios confió los primeros misterios de la salvación de los
hombres (Oración colecta)
Patrono de la Iglesia
La oración de la misa nos ha dado la primera clave para comprender
bien nuestra devoción a la persona de san José: ...haz que por su
intercesión, la Iglesia
los conserve fielmente y los lleve a plenitud en su misión salvadora. Ser devoto de san José es continuar su tarea,
la tarea de mantener viva la fe en Jesús, el Hijo de Dios, y de entregar esa fe
a todos los hombres para su salvación.
Nuestro Dios se ha ido revelando a los hombres a lo largo de la
historia. La Palabra
de Dios en la Biblia
recoge la historia de la acción de Dios dirigida a un pueblo y unos hombres
concretos: Abrahán, Moisés, los profetas, María... A su vez, la respuesta de
estos hombres a Dios, su fe, sus buenas obras, se han hecho también revelación
para nosotros. Dios no habla solo con Palabras, sino también con hechos. Los
grandes hombres de la Biblia ,
su actuación, también son palabra de Dios, evangelio, buena noticia. El cúlmen de esta revelación, su plenitud, se nos dió en
Jesucristo: reflejo de la gloria del Padre. Palabra y vida se han fundido en
Él. Cristo es la Palabra
hecha carne, Dios dentro de la historia.
A san José, hombre de fe, conocedor de las Escrituras, lo elige
Dios para ser un fiel custodio del misterio de Cristo. Y, no sin dificultades,
aceptó el encargo, la misión de facilitar la salvación de Dios a la humanidad .
Hoy la Iglesia
tiene esa misma misión. Y al hablar de Iglesia, no quiero que penséis en el
clero, en la jerarquía. Pensemos hoy en la Iglesia de Calamonte, en su comunidad cristiana.
Hemos recibido una tradición. Y esa tradición no son unos ritos, ni unas
prácticas rutinarias de fe. Una tradición es un hilo de vida, unos valores
humanos (solidaridad, bondad, honradez, espíritu de sacrificio, etc.) y divinos (una fe
viva y una esperanza ardiente en el Misterio de Dios), que se transmite de padres a hijos, de generación en generación.
La devoción a san José es
una tradición propia de esta comunidad. Y os toca ser garantes y fieles
conservadores y transmisores de ella.
Ser devotos de san José es un gran privilegio, pero también un
compromiso: imitar sus virtudes, procurar vivir en la fe como vivió él, dejarse
arrastrar por el amor de Dios como él hizo. Mantener la celebración externa, la
apariencia, sólo será posible si ésta responde a una interiorización de los
mismos valores que vivió nuestro santo.
¿Cuáles son los valores concretos que sobresalen en san José? La Palabra de Dios no nos
dice gran cosa sobre Él. O mejor, nos dice mucho, pero con pocas
palabras: “José...que era bueno”. De Jesús se decía: “todo lo ha hecho bien”.
De José, su padre, que “era un hombre bueno”. Y, hermanos, la bondad es el
mayor de los valores a los que uno puede aspirar. Ser bueno es ser santo. En
estas palabras del evangelio, san Mateo está canonizando al esposo de María.
Era bueno a los ojos de los hombres, y bueno a los ojos de Dios. Su
santidad-bondad se nos manifiesta en sus virtudes. Comentemos algunas de ellas.
La virtud de la fe.
En la segunda lectura de la litúrgia de hoy san Pablo nos dice de
Abrahám: No fue la observancia de la ley, sino la fe, la que obtuvo
para Abraham y su descendencia la promesa de heredar el mundo. (Rm 4) Estas mismas palabras
las podemos aplicar a José. Dios llamó a Abraham para una misión, también a san
José . A ambos se les pidió confiar, creer, abandonar sus
propios proyectos y abrazar los de Dios. Dios los eligió, los apartó,
para ser santos. Y ambos se lanzaron a
vivir las pruebas de la fe, crucificando la razón, poniendo el amor a Dios
sobre todas las demás cosas.
También a nosotros nos ha llamado Dios. También nos ha elegido por
el bautismo «para que seamos santos e irreprochables ante él por el amor». También a mí y a ti, nos ha elegido el Señor,
y nos ha traído esta mañana de san José a este lugar para aumentar nuestra fe y
edificar nuestra vida con la contemplación de su obra: la obra que Dios hace en
san José.
Es el Señor quien nos convoca. Nosotros solos no habríamos podido
venir. Estaríamos mejor en casa, descansando, reponiendo fuerzas para seguir la
fiesta... Hay que dar gracias a Dios, porque es el que llama, pero
también,. junto con la llamada, da la
fuerza para responder. Como todo
depende de la fe, todo es gracia .(Rm 4) Lo mismo hizo con san José. Le llamó para una
delicada tarea, para una paternidad un tanto irregular, y él aceptó
fortalecido por la gracia que le vino por la fe. Por eso estamos de fiesta; porque Dios
se fijó en san José y lo bendijo.
Obediencia.
La fe es un don de Dios, una llamada que pide una respuesta: la obediencia.
Dios no se entromete en la vida del hombre sin su permiso. Tal vez pensemos que
José fue un «pobre hombre» al que Dios le fastidió sus planes, una víctima de
la elección de Dios, uno al que le tocó el papel del feo de la fiesta. Pensar así es minusvalorar a Dios, o, peor
aún, entender a Dios como enemigo nuestro. Y Dios no es así. Él no viene a
robarnos la vida, sino a dárnosla, a planificárnosla. Dios no destruye en
nosotros lo humano, sino que lo potencia.
José podría haber actuado denunciando a María, y dejándo que fuera condenada a muerte. Si así lo hubiera hecho sus paisanos le hubieran considerado un hombre de honor amante de las leyes. Sin embargo, respetó el
misterio, creyó la Palabra que le anunció que lo que llevaba María en su seno era cosa de Dios y aceptó el compromiso. Su respuesta estuvo preñada de amor a Dios y, cómo no, de amor a María. Obró valientemente. Pudo más en él el amor que el odio,
la fidelidad interna que la «honra externa».
Tal vez habría lavado su honra con la
denuncia de María y su posterior condena a morir apedreada; hubiera
blanqueado la fachada, pero prefirió mantener limpia la copa por dentro, aunque
por fuera se le tildara de «deshonrado». Dios no le arrancó su humanidad, sino
que lo hizo «más humano» en el más amplio sentido de la palabra: más sensible a
su dimensión espiritual, más sensible a la situación un tanto embarazosa de
María. Amó a María repetándola sin pedir nada a cambio. Hubo de crucificar su
razón, y hubo de pasar por alto el
“miedo al qué dirán” para dar paso a la
obediencia de la fe.
Jesús, en un momento de su vida pública dijo : “mi alimento es hacer la voluntad del que me ha enviado”. En la
prueba de la pasión repetirá: “Padre, no se haga mi voluntad, sino la tuya”.
Esa obediencia sin condiciones a los deseos del Padre fueron también una
realidad en san José.
La fe gigantesca de José, y
su obediencia a la voluntad de Dios, son, sin duda, sus mayores virtudes. Desde
ella hay que entender su vida y los motivos de su patronazgo sobre la Iglesia.
Sólo desde la fe podemos
entender la paternidad de san José. Elegido por Dios para “aparecer’ como padre
de un niño que sabe que no es obra suya. Renunciar a la “bendición” que suponía para un buen judío de su tiempo,
tener una descendencia propia. Aceptar en su casa a una mujer sobre la que
pesaba la sospecha de la deshonra. Al aceptar a María, José adquirió una
responsabilidad tremenda.
¡Por amor a Dios! -podemos decir. También por amor a María. No se
comprendería el uno sin el otro. El amor a Dios no quita el amor a la esposa.
José amó respetando el misterio en su esposa. ¡Qué ejemplo para nuestros
matrimonios! Amar sabiendo respetar la identidad y originalidad del otro.
Como pareja matrimonial un tanto irregular, José y María,
son todo un ejemplo a seguir. Esposo-esposa, y Dios en medio. Jesús, el Hijo,
que podría haber sido motivo de discordia, por sus orígenes no muy claros, se
convierte en motivo de unión, en semilla de amor fecundo.
Poner a Dios-en-medio (Dios-con-nosotros) es garantía de
fidelidad, de entrega, de proyecto común que no se encierra en las cuatro
paredes de una casa, sino que se proyecta hacia metas insospechadas. José es
modelo de fidelidad a Dios, y esa fidelidad se manifiesta también en la
fidelidad a su compromiso matrimonial vivido con renuncias y sacrificios.
Con respecto a Jesús, José debió tener la actitud que a menudo
echamos de menos en las relaciones padre-hijo. Él tuvo conciencia de que los
hijos no son propiedad de sus padres. A ellos solo les incumbe la tarea de
educarlos. Los hijos son de Dios. Son hijos de la libertad. Por eso, tanto
ahora, como en cualquier época, la tarea de educar es difícil. Educar para la
libertad. Si Jesús se manifestó en su vida pública como el hombre libre por
excelencia, san José puso en ello, sin duda, su granito de arena.
Trabajador.
Uno de los pocos detalles que nos desvela la escritura sobre san
José es su condición de trabajador. A Jesús le llamaban “el hijo del Carpintero
de Nazaret”. El trabajo del santo era, por tanto, un trabajo manual. Por ello
es también patrono de los obreros.
Su fe no le impidió realizar su trabajo, al contrario, le dió un
sentido. Para un cristiano, para un
devoto de san José, el trabajo manual no es un signo de maldición divina.
Nuestra fe no dió sus primeros pasos en una familia de aristócratas, sino en
una familia de obreros, de pequeños artesanos.
Para José y Jesús de Nazaret, el trabajar con sus manos no sólo fue una
necesidad por tener que ganarse el
sustento diario, también fue un medio de santificación. Trabajar es colaborar
con el Padre en la obra de la creación. El trabajo bien hecho me santifica y
santifica al mundo. Y en esto, san José nos da también un ejemplo. “Un hombre
justo”, un “hombre trabajador”.
Por ello, privar a un hombre de la posibilidad de un trabajo con
que mantener dignamente a su familia y realizarse como ser humano útil a la
comunidad, es algo cristianamente inaceptable. No se puede ser devoto de san
José sin valorar la dignidad del trabajo ni el derecho de todo hombre tiene a
este medio de realización personal y plenitud de vida. El título de “obrero” dado a san José por el
pueblo cristiano es una invitación apremiante a reconocer el derecho al trabajo
y la obligación de trabajar.
Ser santo no es sentarse a mirar la inmensidad del cielo esperando
que Dios venga a recogernos. Ser santo es tener los pies bien puestos en la
tierra, construir aquí abajo el Reino de Dios con la esperanza de que un día se
vea cumplido plenamente.
Y hay una pregunta que los creyentes que más asiduamente pisamos la Iglesia deberíamos hacernos:
¿porqué el mundo obrero se aleja de ella? San José era obrero.
Conclusión.
Hoy estamos de fiesta. Damos gloria a Dios por el testimonio que
san José es para todos nosotros. Somos sus devotos. No olvidemos que esa
devoción nos obliga a seguir el camino de las virtudes señaladas por él.
Tampoco olvidemos que la fiesta tiene que crear entre todos los
calamonteños, como entre todos los hombres, un sentido de unidad y fraternidad por encima de ideologías y
formas de entender la vida. La fe en el mismo Dios en quien creyó san José nos
une por encima de cualquier otra cosa.
Demos gracias a Dios y a san José, y continuemos la celebración
eucarística con devoción. ¡Que la protección de san José esté siempre con
nosotros!.
Casto Acedo. Calamonte, 1996
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