domingo, 18 de marzo de 2018

San José (19 de Marzo)

Hace ahora 22 años, Don Oswaldo Ordoñez (DEP),  en aquel momento párroco de Calamonte, donde ejercía el ministerio junto con su hermano Néstor, me pidió que predicara en el día de la fiesta. Y rebuscando qué decir de san José en este blog, se me ha ocurrido la idea de transcribir la homilía que hice en la ocasión. Por si nos sirve de reflexión en el día de san José, aquí va. Y de paso felicidades a los que celebran hoy su onomástica, a los seminarios que celebran su día, a las demás instituciones que están bajo la advocación de san José, ... y a toda la Iglesia por tener un patrón tan discreto.
 
 

 

HOMILIA PARA LA SOLEMNIDAD DE SAN JOSE
 CALAMONTE (Badajoz)
19 de Marzo de 1996

Queridos hermanos:

Invitado por vuestro párroco, D. Oswaldo, me encuentro aquí compartiendo con vosotros el pan de la Palabra y la Eucaristía en este día tan importante para la comunidad cristiana de Calamonte.
 
Y aquí estamos, reunidos en torno a la mesa común, una mesa que siempre preside nuestro señor Jesucristo, pero que en el día de hoy tiene un invitado especial: san José. Su presencia queda patente en su imagen, pero donde se muestra de forma más patente es en la devoción que profesáis al santo. Los cristianos católicos adoramos a un solo Dios, al Dios trinitario, Padre, Hijo y Espíritu Santo. pero ese culto de adoración no nos impide darle gloria recordando y venerando las maravillas que ha hecho en medio de su pueblo. Y una de esas maravillas ha sido el seguirse manifestando a nosotros por medio de hombres santos que han dado testimonio de Dios con su vida.

Los santos, y entre ellos la Virgen Santísima y  san José, son para nosotros motivo de alegría y de esperanza, porque en ellos contemplamos la obra de Dios, lo que Dios ha obrado en medio de nosotros. Hoy, la Iglesia entera, y de una forma particular el pueblo de Calamonte, venera a san José. Tenéis el orgullo de tener por patrón al patrón de la Iglesia, al hombre al que Dios confió los primeros misterios de la salvación de los hombres (Oración colecta)

Patrono de la Iglesia

La oración de la misa nos ha dado la primera clave para comprender bien nuestra devoción a la persona de san José: ...haz que por su intercesión, la Iglesia los conserve fielmente y los lleve a plenitud en su misión salvadora.  Ser devoto de san José es continuar su tarea, la tarea de mantener viva la fe en Jesús, el Hijo de Dios, y de entregar esa fe a todos los hombres para su salvación.
 
Nuestro Dios se ha ido revelando a los hombres a lo largo de la historia. La Palabra de Dios en la Biblia recoge la historia de la acción de Dios dirigida a un pueblo y unos hombres concretos: Abrahán, Moisés, los profetas, María... A su vez, la respuesta de estos hombres a Dios, su fe, sus buenas obras, se han hecho también revelación para nosotros. Dios no habla solo con Palabras, sino también con hechos. Los grandes hombres de la Biblia, su actuación, también son palabra de Dios, evangelio, buena noticia. El cúlmen de esta revelación, su plenitud, se nos dió en Jesucristo: reflejo de la gloria del Padre. Palabra y vida se han fundido en Él. Cristo es la Palabra hecha carne, Dios dentro de la historia.
 
A san José, hombre de fe, conocedor de las Escrituras, lo elige Dios para ser un fiel custodio del misterio de Cristo. Y, no sin dificultades, aceptó el encargo, la misión de facilitar la salvación de Dios a la humanidad .
 
Hoy la Iglesia tiene esa misma misión. Y al hablar de Iglesia, no quiero que penséis en el clero, en la jerarquía. Pensemos hoy en la Iglesia de Calamonte, en su comunidad cristiana. Hemos recibido una tradición. Y esa tradición no son unos ritos, ni unas prácticas rutinarias de fe. Una tradición es un hilo de vida, unos valores humanos (solidaridad, bondad, honradez, espíritu de sacrificio, etc.) y divinos (una fe viva y una esperanza ardiente en el Misterio de Dios), que se transmite de padres a hijos, de generación en generación.
 
La devoción a san José  es una tradición propia de esta comunidad. Y os toca ser garantes y fieles conservadores y transmisores de ella.  Ser devotos de san José es un gran privilegio, pero también un compromiso: imitar sus virtudes, procurar vivir en la fe como vivió él, dejarse arrastrar por el amor de Dios como él hizo. Mantener la celebración externa, la apariencia, sólo será posible si ésta responde a una interiorización de los mismos valores que vivió nuestro santo.
 
¿Cuáles son los valores concretos que sobresalen en san José?  La Palabra de Dios no nos dice gran cosa sobre Él. O mejor, nos dice mucho, pero con pocas palabras: “José...que era bueno”. De Jesús se decía: “todo lo ha hecho bien”. De José, su padre, que “era un hombre bueno”. Y, hermanos, la bondad es el mayor de los valores a los que uno puede aspirar. Ser bueno es ser santo. En estas palabras del evangelio, san Mateo está canonizando al esposo de María. Era bueno a los ojos de los hombres, y bueno a los ojos de Dios. Su santidad-bondad se nos manifiesta en sus virtudes. Comentemos algunas de ellas.

La virtud de la fe.

En la segunda lectura de la litúrgia de hoy san Pablo nos dice de Abrahám: No fue la observancia de la ley, sino la fe, la que obtuvo para  Abraham y su descendencia  la promesa de heredar el mundo. (Rm  4) Estas mismas palabras las podemos aplicar a José. Dios llamó a Abraham para una misión, también a san José . A ambos se les pidió confiar, creer, abandonar  sus  propios proyectos y abrazar los de Dios. Dios los eligió, los apartó, para ser santos.  Y ambos se lanzaron a vivir las pruebas de la fe, crucificando la razón, poniendo el amor a Dios sobre todas las demás cosas.
 
También a nosotros nos ha llamado Dios. También nos ha elegido por el bautismo «para que seamos santos e irreprochables ante él por el amor».  También a mí y a ti, nos ha elegido el Señor, y nos ha traído esta mañana de san José a este lugar para aumentar nuestra fe y edificar nuestra vida con la contemplación de su obra: la obra que Dios hace en san José.
 
Es el Señor quien nos convoca. Nosotros solos no habríamos podido venir. Estaríamos mejor en casa, descansando, reponiendo fuerzas para seguir la fiesta... Hay que dar gracias a Dios, porque es el que llama, pero también,.  junto con la llamada, da la fuerza para responder.  Como todo depende de la fe, todo es gracia .(Rm 4) Lo mismo hizo con san José. Le llamó para una delicada tarea, para una paternidad un tanto irregular, y él aceptó fortalecido por la gracia que le vino por  la fe. Por eso estamos de fiesta; porque Dios se fijó en san José y lo bendijo.

Obediencia.

La fe es un don de Dios, una llamada que pide una respuesta: la obediencia. Dios no se entromete en la vida del hombre sin su permiso. Tal vez pensemos que José fue un «pobre hombre» al que Dios le fastidió sus planes, una víctima de la elección de Dios, uno al que le tocó el papel del feo de la fiesta.  Pensar así es minusvalorar a Dios, o, peor aún, entender a Dios como enemigo nuestro. Y Dios no es así. Él no viene a robarnos la vida, sino a dárnosla, a planificárnosla. Dios no destruye en nosotros lo humano, sino que lo potencia.
 
José podría haber actuado denunciando a María, y dejándo que fuera condenada a muerte. Si así lo hubiera hecho sus paisanos le hubieran considerado un hombre de honor amante de las leyes. Sin embargo, respetó el misterio, creyó la Palabra que le anunció que lo que llevaba María en su seno era cosa de Dios y aceptó el compromiso. Su respuesta estuvo preñada de amor a Dios y, cómo no, de amor a María.  Obró valientemente. Pudo más en él el amor que el odio, la fidelidad interna que la «honra externa».
 
 Tal vez habría lavado su honra con la denuncia de María y su posterior condena a morir apedreada; hubiera blanqueado la fachada, pero prefirió mantener limpia la copa por dentro, aunque por fuera se le tildara de «deshonrado». Dios no le arrancó su humanidad, sino que lo hizo «más humano» en el más amplio sentido de la palabra: más sensible a su dimensión espiritual, más sensible a la situación un tanto embarazosa de María. Amó a María repetándola sin pedir nada a cambio. Hubo de crucificar su razón,  y hubo de pasar por alto el “miedo al qué dirán”  para dar paso a la obediencia de la fe.
 
Jesús, en un momento de su vida pública dijo : “mi alimento es hacer la voluntad del que me ha enviado”. En la prueba de la pasión repetirá: “Padre, no se haga mi voluntad, sino la tuya”. Esa obediencia sin condiciones a los deseos del Padre fueron también una realidad en san José. 
 
La fe gigantesca de José,  y su obediencia a la voluntad de Dios, son, sin duda, sus mayores virtudes. Desde ella hay que entender su vida y los motivos de su patronazgo sobre la Iglesia.
 
Padre y esposo.  
 
Sólo desde la fe podemos entender la paternidad de san José. Elegido por Dios para “aparecer’ como padre de un niño que sabe que no es obra suya. Renunciar a la “bendición”  que suponía para un buen judío de su tiempo, tener una descendencia propia. Aceptar en su casa a una mujer sobre la que pesaba la sospecha de la deshonra. Al aceptar a María, José adquirió una responsabilidad tremenda.

¡Por amor a Dios! -podemos decir. También por amor a María. No se comprendería el uno sin el otro. El amor a Dios no quita el amor a la esposa. José amó respetando el misterio en su esposa. ¡Qué ejemplo para nuestros matrimonios! Amar sabiendo respetar la identidad y originalidad del otro.
 
Como pareja matrimonial un tanto irregular, José y María, son todo un ejemplo a seguir. Esposo-esposa, y Dios en medio. Jesús, el Hijo, que podría haber sido motivo de discordia, por sus orígenes no muy claros, se convierte en motivo de unión, en semilla de amor fecundo.
 
Poner a Dios-en-medio (Dios-con-nosotros) es garantía de fidelidad, de entrega, de proyecto común que no se encierra en las cuatro paredes de una casa, sino que se proyecta hacia metas insospechadas. José es modelo de fidelidad a Dios, y esa fidelidad se manifiesta también en la fidelidad a su compromiso matrimonial vivido con renuncias y sacrificios.
 
Con respecto a Jesús, José debió tener la actitud que a menudo echamos de menos en las relaciones padre-hijo. Él tuvo conciencia de que los hijos no son propiedad de sus padres. A ellos solo les incumbe la tarea de educarlos. Los hijos son de Dios. Son hijos de la libertad. Por eso, tanto ahora, como en cualquier época, la tarea de educar es difícil. Educar para la libertad. Si Jesús se manifestó en su vida pública como el hombre libre por excelencia, san José puso en ello, sin duda, su granito de arena.
 
 
Trabajador.
 
Uno de los pocos detalles que nos desvela la escritura sobre san José es su condición de trabajador. A Jesús le llamaban “el hijo del Carpintero de Nazaret”. El trabajo del santo era, por tanto, un trabajo manual. Por ello es también patrono de los obreros.
 
Su fe no le impidió realizar su trabajo, al contrario, le dió un sentido.  Para un cristiano, para un devoto de san José, el trabajo manual no es un signo de maldición divina. Nuestra fe no dió sus primeros pasos en una familia de aristócratas, sino en una familia de obreros, de pequeños artesanos.  Para José y Jesús de Nazaret, el trabajar con sus manos no sólo fue una necesidad por tener que  ganarse el sustento diario, también fue un medio de santificación. Trabajar es colaborar con el Padre en la obra de la creación. El trabajo bien hecho me santifica y santifica al mundo. Y en esto, san José nos da también un ejemplo. “Un hombre justo”, un “hombre trabajador”.
 
Por ello, privar a un hombre de la posibilidad de un trabajo con que mantener dignamente a su familia y realizarse como ser humano útil a la comunidad, es algo cristianamente inaceptable. No se puede ser devoto de san José sin valorar la dignidad del trabajo ni el derecho de todo hombre tiene a este medio de realización personal y plenitud de vida. El título de “obrero” dado a san José por el pueblo cristiano es una invitación apremiante a reconocer el derecho al trabajo y la obligación de trabajar.
 
Ser santo no es sentarse a mirar la inmensidad del cielo esperando que Dios venga a recogernos. Ser santo es tener los pies bien puestos en la tierra, construir aquí abajo el Reino de Dios con la esperanza de que un día se vea cumplido plenamente.
 
Y hay una pregunta que los creyentes que más asiduamente pisamos la Iglesia deberíamos hacernos: ¿porqué el mundo obrero se aleja de ella? San José era obrero.

Conclusión.
Hoy estamos de fiesta. Damos gloria a Dios por el testimonio que san José es para todos nosotros. Somos sus devotos. No olvidemos que esa devoción nos obliga a seguir el camino de las virtudes señaladas por él.
Tampoco olvidemos que la fiesta tiene que crear entre todos los calamonteños, como entre todos los hombres,  un sentido de unidad y fraternidad por encima de ideologías y formas de entender la vida. La fe en el mismo Dios en quien creyó san José nos une por encima de cualquier otra cosa.

Demos gracias a Dios y a san José, y continuemos la celebración eucarística con devoción. ¡Que la protección de san José esté siempre con nosotros!. 
 
Casto Acedo. Calamonte, 1996






No hay comentarios:

Publicar un comentario

Tu comentario puede ayudar a mejorar este blog