martes, 30 de junio de 2015

Anunciar la Verdad (Domingo 12 de Julio)


En la última etapa de su vida Jesús se dedicó directamente a la predicación. Los milagros, las parábolas y los discursos que recogen los evangelios, están siempre en función de lo mismo: el anuncio de la paternidad de Dios y su Reino. Desde el principio Jesús fue un incomprendido, un “extraño” (extranjero) en su propia tierra: ¿No es éste el hijo del carpintero? ¿de dónde le viene esa sabiduría? Y se extraño de la falta de fe de sus paisanos (Mc 6,2-6). Pero no se desanimó, asumió el riesgo de ser diferente, de ser distinto en su forma de pensar y actuar. En una palabra: Jesús no se vendió, sino que mostró una libertad inusitada ante quienes querían adocenarle y asimilarle a la cultura y religión del ambiente. 

Estar con Jesús y anunciarlo

Consciente de que su estar en el mundo era transitorio escogió un grupo de doce “para que estuvieran con él”, para que le conocieran más de cerca y aprendieran con él a ser distintos, para que se empaparan de su personalidad, y poder enviarlos luego a predicar (Mc 3,14) lo que habían visto y oído, lo que contemplaron sus ojos y palparon sus manos (cf 1 Jn 1, 1-4). Les educa para que luego ellos sean educadores (conductores). La formación de sus seguidores no será sólo teórica; tendrá también un componente práctico: ”llamó a los Doce y comenzó a enviarlos de dos en dos, dándoles poder sobre los espíritus inmundos. Les ordenó que nada tomasen para el camino, fuera de un bastón: ni pan, ni alforja, ni calderilla en la faja; sino calzados con sandalias y no vistáis dos túnicas.” (Mc 6,7-8). En la elección y envío de los discípulos nos ofrece el evangelio un modelo de vida cristiana: hemos sido elegidos para “estar con Jesús”, para “vivir en Cristo”, para gozar la iglesia, los sacramentos y la oración; pero también “somos enviados” a testimoniar, “viviendo” el evangelio.

Y para el testimonio-predicación se nos dan instrucciones sobre el modo e inconvenientes a la hora de evangelizar: 


*en comunidad: "de dos en dos", porque quien anuncia un mensaje de comunión no debe hacerlo en solitario, sino con y desde la comunidad.
*desde la pobreza y la sencillez, viajando ligero de equipaje, con sólo lo imprescindible para vivir (un bastón, sandalias y túnica), no sea que las “cosas materiales” oscurezcan y obstaculicen el mensaje;
*también se evangeliza desde el abandono en manos de aquellos a quienes se dirige el apóstol: “Quedaos en la casa donde entréis hasta que os vayáis de aquel sitio” (Mc 6,10), porque no basta el discurso para llegar a los hombres si a éste no le acompaña la comunión de vida con ellos;


*y el apóstol ha de ser consciente de que es posible el rechazo del evangelio, incluso violento; también ante esto da Jesús su consejo: “si un lugar no os recibe ni os escucha, al marcharos sacudíos el polvo de los pies en testimonio contra ellos” (Mc 6,11).El rechazo del evangelio es posible e incluso esperable, ya que forma parte de la vivencia misma del maestro, que “vino a su casa y los suyos no lo recibieron” (Jn 1,11). La consigna de “sacudirse el polvo de los pies” viene a decir que la tarea del apóstol es anunciar el mensaje, pero la ausencia de frutos a causa del rechazo no desdice nada de su misión. 

Creo que todos los sacerdotes y directores de espíritu han tenido que escuchar alguna vez en coloquio o confesión la queja amarga de padres que lloran el fracaso a la hora de transmitir a sus hijos la fe y la práctica religiosa. “Son buenos chicos, pero a pesar de nuestro ejemplo y de haber procurado darles una formación cristiana adecuada, nos parece que no lo hemos conseguido”. Muchos expresan cierto sentimiento de culpabilidad al decir esto. Y yo les suelo decir que no hay motivos para sentirse culpable. “Uno es el que siembra y otro es el que siega” (Jn 4,37), la semilla se ha sembrado, ¿quién sabe qué cosecha habrá al final? De todos modos, cuando la palabra rebota y sólo encuentra cerrazón y rechazo, acordaos del consejo del Señor: “Si un lugar no os recibe ni os escucha, al marcharos sacudíos el polvo de los pies en testimonio contra ellos” (Mc 6,11). No es que debamos odiar a los que no escuchan ni acogen el mensaje, ¿cómo odiar a nuestros propios hijos?, pero sí debemos alejar de nosotros un sentimiento inmerecido de culpa que termina por hacernos dudar de la eficacia del evangelio dañándonos a nosotros mismos.

Anunciar con valentía la Verdad (parresía)

El rechazo del evangelio no es extraño a la historia de la salvación. La verdad duele y el que recibe la voz profética que denuncia sus injusticias e idolatrías no suele quedarse estoicamente en silencio sino que tiende a reaccionar de modo violento. ¿Quién no ha experimentado nunca el rechazo a causa de la predicación o vivencia de su fe cristiana? Ese rechazo más que motivo de desánimo, debería ser acicate para, una vez discernido su genuino carácter de persecución por causa del evangelio -no toda crítica a los cristianos ha de ser leída necesariamente como persecución y rechazo- continuar con más empeño la tarea evangelizadora.

Jesús manda a los suyos, (a ti y a mí) a predicar y a sanar. Palabra y acción, verdad y amor. En junio de 2009 el papa Benedicto XVI dio a conocer su carta encíclica Veritas in caritate. Ahí exponía que la dinámica del amor exige no ocultar la verdad de Dios y del hombre: “Sólo en la verdad resplandece la caridad y puede ser vivida auténticamente. La verdad es luz que da sentido y valor a la caridad. … Sin verdad, la caridad cae en mero sentimentalismo”. (nº, 3). Como apóstoles somos envidados a anunciar el amor de Dios, que va más allá de los sentimientos. Ese amor, tal como lo vemos en las Sagradas Escrituras, se expresa unas veces con la dulzura del Padre que alienta el ánimo de sus hijos, y otras con la dureza de quien reprende. En este segundo caso nos cuesta más aceptar la verdad, porque pone al descubierto nuestro pecado.
En tiempos de relativismo e individualismo, donde cada uno sacraliza su propia verdad y se percibe a sí mismo como centro del universo, se hace más difícil el anuncio y la escucha de la denuncia profética. Pero esto no debería impedirnos el seguir practicando un   profetismo exigente. La caridad pide que miremos al prójimo y al mundo desde la verdad y que no les ocultemos esa verdad que no deja de ser tal porque no quiera escucharse. ¿Cómo nos curaremos si no hacemos diagnóstico de nuestros males? ¿Cómo liberarnos de las mentiras que nos atan si no las ponemos al descubierto? Y esto sabemos que crea conflictos y da lugar a persecuciones. El profeta que denuncia la falsedad y la injusticia será invitado, como lo fue Amós, a exponer su profecía en otro sitio donde su voz no sea tan molesta (Am 7,12-15).


Nuestro modelo de apóstol y profeta es Jesús. Él vivió su amor al hombre sin concesiones a la mentira. Habló con “valentía” (parresía) la verdad; “Para esto he nacido y para esto he venido al mundo: para dar testimonio de la verdad. Todo el que es de la verdad escucha mi voz” (Jn 18,37). La Eucaristía dominical es la fiesta de los inconformistas, ese momento de la semana en el que nos ponemos en el regazo de Dios dejándonos serenar e interpelar por su voz profética. Aquí tomamos fuerzas, para descansar de la misión, y para salir luego a la calle a seguir dando el testimonio sencillo del Reino. Sin miedos, sabiendo que la fricción, el choque de mentalidad, y la consiguiente incomprensión-persecución, es esencial en la vida del apóstol. Como Jesús fue acogido, así serán acogidos los suyos, y como fue rechazado, también lo serán los suyos: “El siervo no es más que su señor. Si a mí me han perseguido, también os perseguirán a vosotros; si han guardado mi Palabra, también la vuestra guardarán”. (Jn15,20).
C. Acedo. Julio 20125  paduamerida@gmail.com

miércoles, 24 de junio de 2015

Acoger y dar vida

Domingo XIII, Tiempo Ordinario, ciclo B.
Sab 1,13-15; 2,23-25  -  2Cor 8,7-15  -  Mc 5,21-43

   Jesús, Profeta de la misericordia y compasión, acoge y libera
a las personas que la estructura religiosa margina, desprecia, oprime.
   El Evangelio de hoy nos presenta la historia de dos mujeres:
-una adolescente que nace para vivir pero muere antes de tiempo, y
-una mujer adulta considerada impura por sufrir pérdidas de sangre.

Mi hija está agonizando
   Jairo, jefe de la sinagoga, pertenece al grupo que rechaza a Jesús.
Sin embargo, al reconocer que la “sinagoga” no da vida a su hija,
se acerca a Jesús… se postra a sus pies… y le suplica con insistencia:
Mi hija está agonizando, ven, pon las manos sobre ella para que viva.
Mientras caminan a su casa, llegan algunos vecinos y le dicen:
Tu hija ha muerto, ¿para qué seguir molestando al Maestro?
Pero Jesús anima a Jairo y le dice: No temas, basta que tengas fe.
   En aquella época, las hijas dependían totalmente del padre.
La hija de Jairo, con sus doce años de edad, vive un momento crítico:
-hasta entonces, era su padre quien decidía “lo que debe de hacer”,
-en adelante, también su padre decidirá “con quien se casará”, y
-una vez casada, “dependerá del esposo” quien en cualquier momento
la puede abandonar, sin que ella diga algo para defender sus derechos.
¿Vale la pena llevar una vida alienada, dependiente, sin libertad?
   Cuando llegan a la casa de Jairo, había gritos y llantos… Entonces
Jesús dice a la gente: La muchacha no está muerta sino dormida.
Luego, la coge de la mano y le dice: Jovencita, a ti te digo, levántate.
Las manos de Jesús dan vida y levantan a quienes están “dormidos”
y esclavizados por las enseñanzas de los “sabios y entendidos”.
   Hoy, el consumismo desenfrenado y una religión mal entendida,
también adormecen y esclavizan a un sector de nuestra población.
Buena oportunidad para acoger a las nuevas generaciones y decirles:
levántense, ofreciéndoles “alternativas” que den sentido a sus vidas.

Con solo tocar su vestido, quedaré sana
   Mientras Jesús va a la casa de Jairo, acompañado de mucha gente,
se acerca una mujer, enferma y desconocida, pero llena de fe.
Ella sufre, desde hace doce años, problemas de una hemorragia.
Por este motivo vive marginada por ser mujer impura y, además,
-como enseñan los profesionales de la religión- contamina y hace
impuro todo lo que toca, ya sea un objeto o un ser humano (Lev 15).
   Además, para recuperar su salud, ha gastado todo lo que tiene
en manos de distintos médicos, pero en vez de mejorar se puso peor.
¿Hasta cuándo el derecho a tener salud seguirá siendo un comercio?
¿Por qué sentirnos culpables, si solo somos víctimas de la injusticia?
¿A dónde acudir para recuperar nuestra salud y vivir con dignidad?
   Aquella mujer no pierde la esperanza. Ella ha oído hablar de Jesús,
el Profeta de Nazaret, que irradia vida, mira y acoge a todos con amor.
Para encontrarse con Él, esta buena mujer busca su propio camino:
actuará en silencio -pues le da vergüenza hablar de su enfermedad-
pero con una fe profunda: Con solo tocar su vestido, quedaré sana.
   Una vez que ella recupera la salud, Jesús pregunta a la gente:
¿Quién me ha tocado el vestido? Pregunta ingenua, aparentemente,
pero Jesús ofrece a la mujer una oportunidad para salir del anonimato.
Ella asustada, se acerca…se postra a sus pies…confiesa la verdad…
Fue entonces cuando Jesús le dice: Tu fe te ha sanado, vete en paz.
La actuación liberadora de Jesús es total. Libera a aquella mujer
de su enfermedad y también de la marginación social y religiosa.
   Marcos no dice nada sobre lo que pasó después con aquella mujer.
Sin embargo, subrayemos la novedad radical del Maestro Jesús
que admite entre sus seguidores a un grupo de mujeres: Junto a la
cruz estaban unas mujeres, mirando desde lejos: María Magdalena,
María, la madre de Santiago el menor y de José, y Salomé.
Ellas habían seguido y servido a Jesús cuando estaba en Galilea.
Con ellas había otras, que subieron con Él a Jerusalén (Mc 15,40s).
   Servir, en los evangelios, significa anunciar el Reino de Dios.
Hablando de la misión que el Padre le había confiado, Jesús dice:
No vine a ser servido, sino a servir y a dar mi vida (Mc 10,48).
Si aquellas mujeres siguen y sirven a Jesús es porque participan
de su misión: Anunciar el Evangelio y sanar a los enfermos.
Y si han subido a Jerusalén es para celebrar la Cena Pascual
J. Castillo A.

miércoles, 17 de junio de 2015

Pasemos a la otra orilla

Domingo XII, Tiempo Ordinario, ciclo B.
Job 38,1.8-11  -  2Cor 5,14-17  -  Mc 4,35-41

   Los responsables de una industrialización salvaje y descontrolada
“pasan a la otra orilla”, a países pobres de África y América Latina,
para acumular riquezas: por encima de la vida de las personas
y de los pueblos, y del respeto racional de la naturaleza (DA, n.473).
   El camino de Jesús no es el camino de los poderosos de este mundo.
Jesús y sus discípulos pasan a la otra orilla, concretamente,
a una región pagana y extranjera para servir y dar vida plena.
  
Maestro, ¿no te importa que nos hundamos?
   Jesús está a orillas del lago de Galilea y, como hay tanta gente,
sube a una barca y, desde allí, les enseña por medio de parábolas.
   Al atardecer, Jesús dice a sus discípulos: Pasemos a la otra orilla.
Se trata de llevar el mensaje del Reino de Dios a personas excluidas:
-a los paganos y extranjeros despreciados como si fueran perros…
-a los enfermos considerados pecadores y castigados por Dios…
-en una palabra, a los abandonados y olvidados de este mundo…
   Sin embargo, pasar a la otra orilla trae problemas, pues se trata
de arriesgar la propia vida, abandonar egoísmos e indiferencias,
muy bien simbolizados en: la tempestad… el miedo… la falta de fe
Casi sin advertirlo, -dice el Papa Francisco- nos volvemos incapaces
de compadecernos ante los clamores de los otros, ya no lloramos ante
el drama de los demás ni nos interesa cuidarlos, como si todo fuera
una responsabilidad ajena que no nos incumbe (EG, 54).
   ¿Qué nos impide asumir la “visión de los vencidos”?
¡Cuántas cosas cambiarían si los pocos ricos cada vez más ricos,
se pusieran en la situación de los pobres cada vez más pobres!
   En medio de la tempestad, los discípulos reaccionan y dicen a Jesús:
Maestro, ¿no te importa que nos hundamos? Curiosa contradicción,
mientras ellos están desesperados, Jesús duerme sobre un almohadón.
Hay situaciones de dolor donde solo encontramos silencio: Dios mío,
Dios mío, ¿por qué me has abandonado?, grita Jesús desde la cruz. 

¿Por qué son tan cobardes? ¿Aún no tienen fe?
   Estas preguntas tienen mucha actualidad: ¿Por qué tenemos miedo?
Creer, ¿es repetir verdades teóricas, o aceptar la persona de Jesús
   Al respecto reflexionemos en el testimonio de un padre de la Iglesia:
Muchas son las olas que nos ponen en peligro, y una gran tempestad
nos amenaza. Sin embargo, no tememos ser sumergidos
porque permanecemos de pie sobre la roca.
Aun cuando el mar se desate, no romperá esta roca.
Aunque se levanten las olas, nada podrán contra la barca de Jesús.
Díganme, ¿qué podemos temer?
¿La muerte? -Para mí la vida es Cristo, y la muerte una ganancia.
¿El destierro? -Del Señor es la tierra y cuanto la llena.
¿La confiscación de los bienes? -Nada trajimos al mundo,
de modo que nada podemos llevarnos de él.
Yo me río de todo lo que es temible en este mundo y de sus bienes.
No temo la muerte ni envidio las riquezas.
No tengo deseos de vivir, si no es para el bien espiritual de ustedes…
Cristo está conmigo, ¿qué puedo temer?
Que vengan a asaltarme las olas del mar y la ira de los poderosos,
todo eso no pesa más que una tela de araña.
(S. Juan Crisóstomo, 350-407: Homilía antes de partir en exilio).

¿Quién es éste, que hasta el viento y el mar le obedecen?
   Con esta pregunta termina el Evangelio de hoy, sin dar respuesta.
Sin embargo, después de tantos siglos, ¿quién es Jesús para nosotros?
¿Bastará invocarlo con títulos nobles que expresan grandeza humana,
o sepultarlo con adornos superfluos que nos llevan a la competencia?
   Para saber quién es Jesús, sigamos el camino que Él mismo recorre,
desde su nacimiento en un establo… hasta su muerte en una cruz… 
*A Él lo encontramos no en un cielo lejano sino entre los pequeños:
Jesús llama a un niño, lo coloca en medio de ellos, lo acaricia y dice:
Quien recibe a uno de estos niños en mi nombre, a mí me recibe.
Quien me recibe a mí… recibe al Padre que me envió (Mc 9,33ss).
*Cuando Jesús muere, condenado por el poder religioso y político,
un pagano exclama: Verdaderamente este hombre es Hijo de Dios.
Para conocer y amar a Jesús hay que buscarlo entre sus hermanos:
excluidos, desfigurados, torturados, crucificados… pues el amor
a Dios es inseparable del amor al prójimo (Mc 12,28ss).
J. Castillo A.

miércoles, 10 de junio de 2015

Parábolas del Reino

XI Domingo, Tiempo Ordinario, ciclo B
Ez 17,22-24  -  2Cor 5,6-10  -  Mc 4,26-34

   Lo central en la vida de Jesús es hacer realidad el Reino de Dios:
vida… amor… gracia… santidad… verdad… libertad… justicia…paz
Por esta causa Jesús es perseguido y crucificado como un delincuente.
   Sus seguidores, de ayer y de hoy, debemos comprometernos,
no con proyectos paliativos: “cambiar algo para que nada cambie”;
sino anunciando el Reino de Dios y su justicia como lo hace Jesús.

El Reino de Dios es como una semilla
   En una ocasión, Jesús enseña a la gente diciendo: El Reino de Dios
es semejante a la semilla que el hombre siembra en la tierra.
En la semilla hay una fuerza interior que es vida, crece poco a poco;
pero necesita la participación humana: sembrar… cultivar… cosechar.
El Reino de Dios es un don, un regalo gratuito de Dios… y también
una tarea, pues depende de nosotros aceptarlo y hacerlo fructificar.
   El Reino es don de Dios, pues tanto amó Dios al mundo, que nos
envió a su Hijo único, no para juzgar al mundo sino para salvarlo.
Para ello, como toda semilla, Jesús realiza un camino muy humilde:
-Nace pobre en un establo… y vive en Nazaret un pueblo despreciado.
-Recorre los pueblos sanando enfermos y acogiendo a los marginados.
-Pasa su vida haciendo el bien. Sin embargo es asesinado muy pronto:
Si así tratan al árbol verde, ¿qué no harán con el árbol seco? (Lc 23).
   El Reino de Dios es tarea de la persona que lo acoge libremente.
Por eso, Jesús llama a un grupo de seguidores para que vivan con Él
y, después, los envía a anunciar el Reino de Dios, diciéndoles:
No lleven nada fuera de un bastón, ni pan, ni alforja, ni dinero
Lo que importa no son las cosas materiales, sino el testimonio de vida
para anunciar y promover, con palabras y gestos, el Reino de Dios. 
   Tengamos la humildad de reconocer que Dios es quien hace crecer
la semilla del Reino, pero sin excluir la acción del ser humano:
Cuando hayan hecho todo lo que Dios les manda, digan: somos
simples servidores, solo hemos cumplido nuestro deber (Lc 17,10).

El Reino de Dios es como el grano de mostaza
   Jesús no permanece indiferente: al ver el sufrimiento de la gente
en la región marginada de Galilea… y al oír sus quejas y lamentos
Sus enseñanzas no son frases teóricas para aprenderlas de memoria,
sino que parten de la vida real de un pueblo oprimido por los ricos.
   Cuando Jesús compara el Reino de Dios con el grano de mostaza,
las personas sencillas lo aceptan y aprueban; no así los terratenientes.
En efecto, la mostaza de cualquier especie se multiplica con rapidez,
acabando con las plantas útiles; además, ya convertida en arbusto,
vienen los pajaritos, otra plaga que perjudica la agricultura.
   Desde el punto de vista de los terratenientes y poderosos en general,
el Reino de Dios que Jesús anuncia es un mensaje que les mueve
el piso, pues Dios humilla al árbol elevado y eleva al árbol humilde.
¿Cuál será la reacción de aquel terrateniente necio que acumula
riquezas en vez de compartir (Lc 12,13-21)?... Acabar con Jesús.
   Muy diferente la actitud de los pobres. A todos ellos Jesús les dice:
Felices ustedes los pobres, porque el Reino de Dios les pertenece.
La gente humilde, viendo la vida que hay en nuestra madre tierra,
descubre fácilmente el pecado de quienes se empeñan en acaparar
oro, plata, cobre… destruyendo la naturaleza y privando a amplios
sectores de nuestra población del derecho al pan de cada día.
Ojalá los responsables de capitalismo salvaje escuchen estas palabras:
El que quiera salvar su vida la perderá. En cambio quien la pierda
por mí y por la Buena Noticia del Reino de Dios, la salvará.
¿De qué le vale al hombre ganar todo el mundo, si pierde su vida?
¿Qué precio pagará el hombre a cambio de su vida? (Mc 8,35s).
   Felizmente, hay personas que defienden la vida de los excluidos,
y cuestionan a los que hacen del capitalismo un objeto de culto:
Los pueblos indígenas no eligieron nacer ni morir aquí.
Y sin embargo siguen viviendo, siguen siendo, y lo hermoso
de su existencia es que son el vivo ejemplo de que el neoliberalismo,
el capitalismo y el lucro individual no son la única forma de vida
para todos y todas. Y quizá por eso los neoliberales prefieren
su muerte bajo la forma de colonialismo, extractivismo y dominación
cultural, pues la presencia indígena les recuerda que otro mundo
es posible, que se puede convivir en comunidad con una economía
por y para la comunidad (C. Cisneros, La República 7/06/2015).
J. Castillo A.

miércoles, 3 de junio de 2015

La fracción del pan

Cuerpo y Sangre de Cristo, (ciclo B)
Ex 24,3-8  -  Heb 9,11-15  -  Mc 14,12-26

   En aquella época, los fariseos no comían con personas extrañas,
menos aún con los cobradores de impuestos, gente impura y pecadora.
   Jesús, que vino a darnos vida plena, nos muestra un camino nuevo:
los despreciados y marginados son acogidos y participan en su mesa,
pues, Él no vino a llamar a los justos, sino a los pecadores (Mc 2,17).
   Veinte siglos después, al celebrar la fracción del pan (Hch 2,42),
¿partimos el pan -como hace Jesús- para dar vida a los hambrientos?

Denles ustedes de comer
   Jesús recorre los pueblos de Galilea anunciando el Reino de Dios.
Con esta misma finalidad envía a sus discípulos de dos en dos,
para que anuncien desde las casas donde sean acogidos (Mc 6,7ss).
   Cuando ellos vuelven, van a un lugar despoblado para descansar,
sin embargo, unas cinco mil personas van corriendo y llegan primero.
Jesús, al verlos, se compadece, porque eran como ovejas sin pastor
y, de inmediato, se pone a enseñarles muchas cosas.
   Como ya era tarde, sus discípulos se acercan y le dicen: Despídelos.
Pero Jesús no piensa así y les responde: Denles ustedes de comer.
Luego ordena que se sientan en grupos de cien y de cincuenta.
   En este contexto, Jesús celebra la fracción del pan y da de comer:
Toma los cinco panes, alza los ojos al cielo, bendice, lo parte,
y se lo va dando a sus discípulos para que los sirvan.
Reparte también los pescados, todos comen y quedan satisfechos.
   Jamás debemos olvidar que hemos sido creados a imagen de Dios,
y cada persona es templo de Dios y su Espíritu habita en nosotros.
Por eso, Jesús acoge a todos los que viven como ovejas sin pastor,
y los invita a participar de una comida donde recuperan su dignidad.
   Que nuestras Eucaristías expresen las enseñanzas y obras de Jesús:
-acoger a los que sufren hambre, -partir y compartir con ellos
nuestro pan, -hasta que todos queden satisfechos. Tengamos presente:
lo que hacemos con ellos, lo hacemos con el mismo Jesús (Mt 25).

Tengo compasión de esta gente… no tienen qué comer
   En otra ocasión, Jesús llega a tierra de paganos –despreciados
por los judíos- y al ver a unos cuatro mil hombres y mujeres
que se habían reunido, llama a sus discípulos para decirles:
Tengo compasión de esta gente, ya son tres días que están conmigo
y no tienen qué comer. Si los despido a casa en ayunas, desfallecerán
por el camino, pues algunos han venido de lejos.
   Luego, sabiendo que ya llega el día en que vendrán de oriente
y occidente, del norte y del sur, y se sentarán a la mesa en el Reino
de Dios (Lc 13,29), Jesús ordena a la gente sentarse en el suelo,
y, una vez más, realiza la fracción del pan con sabor a Eucaristía:
Toma los siete panes, da gracias, los parte
y se los da a sus discípulos para que los sirvan a la gente.
También bendice los pescados y manda que los sirvan.
Todos comieron hasta quedar satisfechos (Mc 8,1ss).
   En nuestros días, para que el mensaje del Evangelio sea creíble,
hacen falta cristianos que alimenten a los que tienen hambre,
sin fijarse en aspectos raciales, religiosos, políticos, económicos…
  
Pan partido para un mundo nuevo
   Desde que Jesús empieza a sanar a los enfermos, los fariseos
y maestros de la ley: le espían y buscan acabar con Él (Mc 3,6).
Años después, las autoridades religiosas, conspiran para detenerlo
y, darle muerte. Lamentablemente, Judas Iscariote, uno de los Doce,
traiciona a su Maestro a cambio de dinero (¿negocio… coima…?).
   En este ambiente de miedo y traición, Jesús celebra la cena pascual,
recordando: la liberación de su pueblo de la esclavitud de Egipto,
y el largo camino que realizó por el desierto, comiendo el pan
que el Señor les daba, y bebiendo el agua de la roca (Ex 16-17).
   Cuando Jesús y sus discípulos llegan a la casa, se sientan a la mesa.
Mientras comen, Jesús toma el pan, pronuncia la bendición,
lo parte, y se lo da, diciendo: Tomen, esto es mi cuerpo.
Luego coge la copa, da gracias, se lo da y todos beben. Y les dice:
Esta es mi sangre, sangre de la alianza, derramada por todos.
   Al partir el pan y compartir el vino, Jesús nos pide identificarnos
con su Persona que nos ama hasta derramar su propia sangre.
Comulgar no es recibir “algo”, sino encontrarnos con “Alguien”,
con Jesús que nos dice: Ejemplo les he dado… hagan lo mismo.
J. Castillo A.