jueves, 25 de febrero de 2021

La noche y la luz (Domingo II Cuaresma)


Abrahán

La primera lectura de la  liturgia del segundo domingo de Cuaresma pone en el punto de mira a Abrahán, el padre de la fe. Buen referente para el tiempo de Cuaresma. Su historia es bien conocida para quién se adentra en la lectura de la Biblia.

Resulta sorprendente que en ella no se diga nada del Abrahán anterior  al encuentro con Dios. Sólo se apunta que era hijo de un arameo errante, procedente de Ur de los caldeos ( cf Gn 15,7), es decir, que vivió en el entorno del centro cultural, económico y político más importante de su época: Babilonia. Pero, a pesar de tener muchos bienes y vivir en una buena tierra, su vida no debía de ser muy gratificante.

La insatisfacción vital y la sed de felicidad fue el punto de partida que le pone en actitud de escucha y espera. Actitud que da resultado: "Abrahán, deja tu tierra, tus parientes y la casa de tu padre, y vete a la tierra que yo te mostraré" (Gn 12,1). Y desde el país de los Zigurats, las torres de Babel, el lugar de los intereses, la confusión y el orgullo (cf Gn 11,1-9), donde en teoría tendría asegurado un próspero porvenir mundano, Abrahán emprende el incierto camino de la fe con la esperanza de saciar su inquietud. 

Esta es la primera lección del padre de la fe: reconoció su insatisfacción y estuvo dispuesto a seguir la llamada de Dios dejando las seguridades en las que vivió hasta entonces. "Abrahán salió de Harán, tal como el Señor le había ordenado" (Gn 12,4), con la esperanza puesta en una promesa: “de tu descendencia nacerá una gran nación; te bendeciré y te haré famoso, y serás una bendición para otros” (Gn 12,2).

Un segundo momento importante para entender la fe de Abrahán es el nacimiento de Isaac. ¿Cómo ser padre de multitudes si Sara, su mujer,“era muy anciana y había dejado de tener sus periodos de menstruación” (18,11)?. Dios le pide nuevamente una prueba de su fe: creer que no todo está acabado, que la promesa de ser padre de multitudes se verá cumplida. A pesar de su vejez "tu esposa Sara tendrá un hijo". (cf Gn 15,1-6; 17,18-19; 18,9-10) Así ocurre, y la tristeza y frustración de Abrahán  se vuelven alegría y esperanza. Dios no deja de mostrarle su amor a quien confía en Él.


La noche más oscura

Sin embargo, con el nacimiento de Isaac aún no ha alcanzado Abrahán méritos suficientes para ser considerado con propiedad “padre de la fe”. Será puesto de nuevo a prueba; Dios le va a dar la oportunidad de un mayor crecimiento en fe. Y para ello le pondrá en crisis, en una situación límite que le obligará a pasar por la noche más oscura: “Toma a tu hijo único, a Isaac, y vete a la tierra de Moria y ofrécemelo allí en holocausto”. (Gn 22,1). 

¿Qué sentiría Abrahám ante ese imperativo divino? Debió vivir en lo hondo de su ser la paradoja a la que con frecuencia es sometida la vida del creyente. Isaac era la alegría de la casa del patriarca, su esperanza, su futuro; un don especial de Dios para él. Y ahora se le pide renunciar. Tiene sentido renunciar a todo lo opuesto a Dios, pero renunciar a lo que Dios te ha dado en compensación a tu fidelidad es incomprensible. 

La petición de Dios resulta tan escandalosa que el mismo redactor del texto ha de comenzar previniendo al lector: “Después de algún tiempo Dios puso a prueba a Abrahán” (22,1). Una prueba de fe; la petición de sacrificar al hijo va a poner en jaque la personalidad creyente del padre, le va a introducir en la noche, donde se verá obligado a preguntar: “¿está o no está el Señor conmigo? (cf Ex 17,7).

La disposición favorable a cumplir lo mandado y la pronta disponibilidad a cumplir algo tan doloroso  es una prueba evidente de que Abrahán había alcanzado un elevado grado en su vida de fe. ¿Dónde se apoyaría para no dudar a la hora de seguir el "insensato" (por carente de sentido) mandato de Dios? Posiblemente pesaron mucho en la memoria de Abrahán sus experiencias previas. El Señor ya le había mostrado antes su amor dándole una tierra y un hijo. Ahora le pide un nuevo imposible. ¿Cómo cumplirá el Señor su promesa de ser padre de naciones si le quieta a su único hijo? El patriarca crucifica sus pensamientos y se deja llevar por la decisión de Dios. Apoyado en el amor y la fidelidad que le mostró en situaciones anteriores, se pone en marcha hacia el monte Moria.

El monte Moria es para Abrahán el lugar de la prueba, el paso por la experiencia de la más oscura y tenebrosa noche. Tal vez el Señor pudo haberle ahorrado ese trago, como pudo habérselo ahorrado a su Hijo en el Calvario, pero no lo hizo (cf Rm 8,32). ¿Qué sentimientos embargarían al padre subiendo al monte en compañía de su hijo? ¿Qué sentiría cuando le dijo: "padre, tenemos la leña y el fu ego, pero ¿dónde está el cordero para el sacrifico?. Dios proveerá", respondió el padre" (Gn 22.7-8). Sin duda Abrahán subió al monte envuelto en las sombras de la noche. Llegó al límite de la fe apostándolo todo por  Dios: "llegado al sitio que le había dicho, levantó el altar, apiló la leña, alargó la mano y tomó el cuchillo para degollar a su hijo" (Gn 22,9-10). 

El final no es tan oscuro como esperaba el oferente, sino luminoso. A la más oscura noche le sucede el alba y la luz. El Señor detiene la mano del padre y le ofrece un carnero como sustituto de su sacrificio. Queda patente para él que Dios no quiere sacrificios humanos, algo propio de los falsos dioses que sólo pueden afirmarse en la negación de sus fieles. El ser de Dios es amor y vida; el cordero que sustituye a Isaac será una profecía del misterio de la Cruz, donde Dios  encarnado sustituye a los que deberían morir por su pecado, los hijos de Abrahán (cf Rm 5,6-9). 


Entrar en cuaresma es abrazar la noche

La Cuaresma es tiempo oportuno para adentrarnos con Abrahán en la  en la noche; para contemplarnos en esos momentos en que el Señor nos pone en situaciones de oscuridad. La renuncia a todo por Dios, propio de la vida espiritual,  trae necesariamente consigo la noche.  Al dejar atrás nuestras seguridades materiales o espirituales, al desaparecer de nuestros pies el suelo del dinero, el prestigio o la honra, un suelo sobre el que parecíamos caminar seguros, sucede el vacío, el miedo, la oscuridad. Al despojarnos todo lo caduco en  que teníamos puesta la vida  entramos noche; y esto es bueno, porque el vacío de todo es el prefacio de la plenitud y la luz, la puerta  abierta a lo imperecedero, del espacio de Dios.

Son muchas las enseñanzas que podemos extraer de Gn 22. 

* La primera es que a Dios no se le conoce por el catecismo sino en la vida. La auténtica catequesis no es la de los conceptos sino la de la experiencia. Quienes piensan que son creyentes porque conocen intelectualmente el evangelio y la doctrina cristiana están equivocados. A Dios sólo se le conoce en la práctica del amor, y la fe sólo se verifica y madura en la vida, y más en concreto en las dificultades que la vida presenta. Hubo de pasar Abrahán por la noche de la fe para entender que el Dios que le llamó no es un dios de venganza y violencia sino de amor y vida.  Somos duros de mollera, y Dios lo sabe; tal vez por eso nos pone a menudo en noche, porque en las oscuridades de la vida es cuando preguntarnos por Él y prestamos atención a  su presencia y podemos conocerle de veras. 

* Otra enseñanza de Gn 22 es que el sacrifico que Dios quiere de nosotros no es material sino espiritual. Al final, aunque al texto que comentamos  se le llama habitualmente del Sacrificio de Isaac, no hubo ningún sacrificio de sangre. Aunque sí hubo sacrificio espiritual. Se cumple en Abrahám lo que predicaban los profetas y ratificó la carta a los Hebreos: “Tú no quisiste sacrificios ni ofrendas, pero me formaste un cuerpo; no aceptaste holocaustos ni víctimas expiatorias. Entonces yo dije: He aquí que vengo -pues así está escrito en el comienzo del libro acerca de mi— para hacer, ¡oh Dios!, tu voluntad. Primero dice: Tú no quisiste sacrificios ni ofrendas, ni holocaustos, ni víctimas expiatorias, que se ofrecen según la ley. Después añade: He aquí que vengo para hacer tu voluntad. Niega lo primero, para afirmar lo segundo.” (Hb 10,6-9).

Meditar este párrafo de la carta a los Hebreos es un buen apoyo para vivir una auténtica cuaresma cristiana, evitando reducirla a unos ejercicios de ascética consistentes en la elección particular de unos sacrificios. Hay que sospechar de las cruces (propósitos) que selecciona uno mismo; cuando soy yo mismo quien escojo qué hacer me lo pongo fácil; el mérito está en tomar la cruz que se te da, no la que tú propones. Las cruces redentoras son las que Dios manda, las que vienen con la vida misma, incluida la obligación moral de ayudar a otros a llevar la suya; estas son las cruces que hay que abrazar. Y deberíamos acostumbrarnos a entender que cada obstáculo que hallamos en nuestro camino no es una piedra para el tropiezo sino una  oportunidad para superarse y crecer en fe. ¿Dónde sino podemos practicar la compasión y la misericordia? 


Cruz y Tabor

El Evangelio de la transfiguración que se propone este domingo es también iluminador para lo que llevamos dicho sobre Abrahán. Conviene mirar la experiencia del monte Tabor (Mc 9,2.10) desde el contraste que le proporciona el monte Moria, o el monte Calvario. De hecho, siempre hay un antes y un después de cadas una de las  experiencias místicas del Tabor.

El Evangelio de Marcos narra, antes de subir Jesús al monte, lo que se ha dado en llamar “la crisis de Galilea”, un momento en el que el éxito fulgurante de la predicación y los milagros obliga a Jesús a ser realista, a hacerle ver a los suyos que tanto éxito es sólo la cara de la moneda de la vida. En Cesarea de Filipo les dijo a los suyos que la moneda del Reino también tiene una cruz, que Él sería perseguido, torturado y llevado a la muerte. Pedro le recrimina esas palabras y Jesús le reprende dejando claro que ser discípulo lleva consigo sacrificios y la misma muerte (Mc 8,31-38). 

A continuación, y tal vez debido al desánimo que generaron esas palabras en los discípulos, Jesús sube con Pedro, Santiago y Juan, al monte Tabor donde disfrutan la experiencia de la transfiguración. Es una experiencia mística, un éxtasis de luz que les impresiona hasta el punto de quedarse mudos; es algo inefable, se quedan sin saber qué decir (Mc 9,6), pero con un deseo grande de que ese momento se prolongue eternamente. El Tabor es el contrapunto al Calvario; aunque de hecho ambos forman parte de la misma realidad que es la Pascua.

El después del Tabor es el descenso de la montaña, la salida del éxtasis, la vuelta a la realidad de uno mismo, el regreso a la vida en lo que tiene de oscuridad, de lucha y de sufrimiento. El gozo de la oración fortalece para  el camino de la cruz, camino de Jerusalén, donde el Hijo del Hombre va a ser crucificado y resucitará (Mc 8,31).

Si Abrahán aprendió en Moria que Dios no quiere la muerte, los discípulos aprendieron en el Tabor que, paradójicamente, por el sacrificio de la propia vida se entra en comunión con la vida de Dios. Lo vivido en el Tabor es un adelanto de lo que está por venir si cada cual da muerte en sí mismo a todo lo que no es Dios.

También aquí, en la consideración del gozo del Tabor, viene bien una enseñanza para quienes hacen de la vida cristiana una Pascua sin Cuaresma. Tal Pascua no existe. Como deja claro san Juan de la Cruz en su dibujo de la subida del monte, no hay día sin noche; sólo purgando nuestras mentiras en la noche tenemos acceso a la luz; sólo negándonos, siendo nada, llegamos a la cima donde sólo mora honra y gloria de Dios. Cuaresma es tiempo de poner en ese monte la mirada y repetirte una y otra vez que solo Dios basta.

* * *



Hay un canto de Taizé que puede iluminarte este domingo: “En nuestra oscuridad, enciende la llama de tu amor, Señor”. Es una buena oración para la Cuaresma.

¿Qué es lo que iluminó a Abrahán en la noche de Moria? Sin duda alguna el amor de Dios, su fidelidad ya experimentada al darle una tierra y un hijo. Pero fué más allá. El corazón de Abrahán no se estancó en los dones de amor recibidos sino que, inflamado en ese  amor que expresaban los dones recibidos, se despegó de ellos y siguió profundizando en su relación con Dios.

La fe va siempre más allá, te da y sigue dándote cruces donde puedes ver la insignificancia de las cosas que te atan: ideas o ídolos que ocupan tu corazón y que cuando llegan los momentos críticos dejan ver su falsedad. Es la llama del amor de Dios la que da luz para conocer lo que realmente vale, lo que Dios quiere.

En Cuaresma mira tus noches con la memoria puesta en el amor que el Señor te ha mostrado hasta ahora. Su amor, no el tuyo. Puedes orar escuchando y haciendo tuyo el canto de Taizé citado antes: "En nuestra oscuridad enciende la llama de tu amor, Señor". En mi oscuridad, Señor, enciende tu luz; no permitas que olvide tanto amor como me has dado.

La paciencia de Dios para contigo, su amor, es la luz que te sostiene en la noche.

* * *

Otro comentario a la liturgia de hoy en;

Casto Acedo. Febrero 2021. paduamerida@gmail.com. 

jueves, 18 de febrero de 2021

Adentrarse en el desierto (Domingo I Cuaresma)

Desierto y vida

La Cuaresma nos llama a entrar en nosotros mismos y mirar desde ahí nuestras circunstancias vitales. ¿Qué otra cosas sino viene a significar que “el Espíritu empujó a Jesús al desierto" (Mc 1,12)? 

El desierto es el lugar del despojo, de la vida expuesta en desnudez total. Más que un lugar es una situación, un estado de cosas, el entorno y las circunstancias vitales en las que se ve arrojada la persona;  en el desierto se viven situaciones-límite  que obligan a tomar decisiones trascendentales.

No hay en el desierto nada con que adornarse, nada que pueda proteger el cuerpo del sol, de los vientos y de las tormentas de arena; el agua escasea tanto para el sustento como para el aseo. ¡Tendré que soportar mi propio olor! ¿Comida? Escasa.  Solo me queda comerme el coco.  Eso sí, las serpientes y alimañas vagan buscando algo que devorar; hay que precaverse. En el desierto estoy sólo y en peligro,  condenado a  mirarme a mí mismo, pensar en mí mismo, escucharme a mí mismo, … En un lugar así se madura o se muere.

El desierto moderno es la Ciudad. Estando en medio de una multitud que me  despersonaliza descubro la antigua sabiduría del  Kempis: “cuantas veces estuve entre los hombres volví menos hombre" (L. 1, 20,2). Existe un desierto de asfalto, donde se vive entre fieras, atrapado una y otra vez por las garras del consumo, sugestionado y excitado por el "gran hermano", zarandeado por la vorágine del relativismo; un desierto donde me siento solo, muy solo. Y viene a mí la tentación. 

¿Dónde hallar la seguridad y estabilidad que anhelo cuando Dios parece desvanecerse? Las más de las veces me abandono a mí mismo, tiro la toalla y busco fuera de mí una salida, me rindo a los ídolos que el mundo me ofrece o mi mente inventa y de los que espero alcanzar una vida feliz. Comienzo así un camino de apego a las cosas, un sutil sometimiento al poder, el placer y a la seguridad que se me presentan como cimiento sólido para vivir. Pero, ¿son realmente fiables esos ídolos?   


Desierto y noche

Entrar en el desierto es entrar en noche. ¿Quién no ha experimentado nunca ese estado en el que todo pierde color, en el que buscas una salida y no la encuentras, donde de Dios sólo percibes su ausencia? 

La vida suele arrojarnos a la noche del desierto cada vez que pone ante nosotros un problema, un dolor o un sufrimiento que ponen en jaque nuestras seguridades. En esas desgracias que nos salen al paso o que nos hemos acarreado, solemos ver un enemigo a evitar. Sin embargo, el evangelio nos invita a no huir de ellas sino a afrontarlas. 

Cuando llega la noche, en el silencio del desierto surgen preguntas que piden respuesta ¿Habrá alguien más en este lugar inhóspito? ¿Hallaré a alguien a quien sentir, mirar, hablar o escuchar? Si me esfuerzo por caminar ¿alcanzaré ese oasis del que me hablaron? La duda va debilitando la fortaleza de mi fe, que azuzada por la mentalidad del mundo, puede salir más fortalecida o puede sucumbir en la prueba. 

"El Espíritu empujó a Jesús al desierto". No es el demonio el que le empuja sino el Espíritu. Le lleva a un lugar donde estuvo "cuarenta días siendo tentado por Satanás. Vivía con las fieras y los ángeles le servían" (Mc 1,13) [1]. En el desierto de la encarnación fue probado el Hijo y salió tirunfador (cf Hbr 4,15; 5,1-10).

Si Jesús fue probado en el desierto está claro que las pruebas no son una maldición sino una oportunidad. ¿Cómo crecer espiritualmente si no es siendo sometidos a la prueba? Detrás de cada gran hombre de fe y santidad hay una historia de pecado y de gracia. De pecado porque ha deseado y a veces consentido en huir de sí mismo en la noche de la fe, y de gracia porque al fin ha comprendido que la cruz no hay que evitarla sino abrazarla. Y así lo ha hecho. 

El paradigma de la santidad es el Crucificado.  La Cruz es el desierto por excelencia. Tomarla es acompañar a Jesús en el  desierto. En la cruz, vaciándose de todo poder, honor y gloria mundanas, Jesús vence definitivamente al Tentador. La victoria se da por el despojo de todo (kénosis), incluso de la pretensión de que Dios deba estar necesariamente conmigo: "¡Dios mio, Dios mío, ¿por qué me has abandonado!" (Sal 22,1; Mt 27,46).  Las cruces son oportunidades que se nos ofrecen para madurar espiritualmente; en la noche, en oscuridad de fe, cada uno decide si realmente está con Dios (asirse a su voluntad) o con los ídolos (apegarse al mundo).


En Cuaresma examina tu vida

Toca, pues decidir: Dios (garante de mi libertad) o mi ego (esclavo de las pasiones). Examina tu vida:

1. ¿Qué valor concedes a los bienes sensuales? ¿Temerosos de no ser nadie me aferro al pan con ansiedad? ¿Acumulo y acumulo dinero, como si eso pudiera salvarme de la soledad que me aturde? Si es así, no acabo de asimilar que "no solo de pan vive el hombre", que hay otras cosas tan o más importantes. No me basta comer si no sé para qué como. Lo importante no son los medios para vivir sino la vida misma. Resumir mi vida al acto de consumir es rebajarme a la categoría de cerdo. ¿Acaso es Dios mi vientre? (cf Rm 16,18; Flp 3,18-19; Sant 5,1-6).

2. ¿Dedicas mucho tiempo al cultivo y la defensa de tu ego ocultando tu verdadero yo? La entrada en el desierto del silencio y la sequedad desmonta la imagen que tengo de mí mismo. Me creía seguro y la prueba me desespera, me creía con fuerzas y ahora percibo mis limitaciones, me creía inmortal y en la noche me veo cercano a la muerte.

En el desierto de la ciudad me engaño a mí mismo y tiendo a ocultarme y a ocultar lo que no me gusta de mi. ¿Me ocurre esto? ¿Me avergüenza reconocer mis debilidades y defectos? ¿Temo ser rechazado si digo lo que pienso o siento realmente o me oculto callando o disimulando mi lenguaje, adulando a unos y a otros? La mentira puede hacer de mí un camaleón de ideas que cambia de color en función del lugar en que está expuesto. Hoy rojo, mañana azul, pasado amarillo. Todo para ocultar ese mi color gris natural.

3. Y finalmente: ¿Te gusta mandar? ¿Cómo te sientes cuando otros no siguen tus directrices? Para completar la fachada de un hombre de mundo, además de dinero y buena imagen, se necesita el discreto barniz del poder. Discreto, porque el medio ambiente social dice que hay que ser humildes, pero sin dejar de afirmar el propio poderío públicamente. ¿Quién no ha presumido nunca de lo que sabe, lo que hace o del cargo que ocupa? ¿Quién no se molesta cuando no se le tiene en cuenta para algo importante?

Según los criterios del mundo no eres nada si no destacas más que otros en alguna faceta. Tienes que ser el primero en algo, y si es en todo, mejor. Por eso, quien conoce sus límites y teme  que otros le superen, se dedica a zancadillear. Una crítica por aquí, un chismorreo por allá, y poco a poco voy apagando las luces que me hagan sombra. No me doy cuenta de que así me rodeo yo mismo de una oscura soledad, porque las sombras que tiendo sobre otros acaban por oscurecerme a mí.

Se dice que la humildad es una buena virtud, pero al mimos tiempo se piensa que para triunfar en la vida tengo que pasar a caballo como aristócrata entre los aldeanos. Entonces me respetarán. Si la violencia verbal no basta pasaré a la otra. Acusación, culpabilización del enemigo y a por él, que hay permiso. Así piensa quien ambiciona el poder y genera la guerra que destruye a muchos antes de caer él mismo. Examínate.


* * *
Una estancia en el desierto mal encajada, una huída hacia atrás, un no gustarte a tí mismo cuando te miras en el espejo que es Jesucristo, te conduce a repetir los parámetros de siempre: apego al dinero, apego a la propia imagen y apego al poderío del ego.

Comentando los pasajes en los que los evangelios narran las tentaciones de Jesús dice Dostoievsky en su novela Los Hermanos Karamazov: “Si algún día hubo sobre la tierra un milagro auténtico y resplandeciente, este tuvo lugar el día de esas tentaciones. El sólo hecho de haber formulado esas tres preguntas constituye un milagro … Resumen prediciendo al mismo tiempo toda la historia ulterior de la humanidad; y estas son las tres formas en la que se cristalizan todas las contradicciones insolubles de la naturaleza humana”.

Son las tres formas en las que ahora y siempre es tentada el ser humano, la Iglesia y el mundo. Merece la pena detenerse a analizar cómo andamos de apego al dinero, a la propia imagen y al poder que se me ha dado y puedo ejercer sobre los demás. Son bienes que me pueden ayudar o esclavizar. Todo depende de que ponga o no ponga en ellos mi felicidad. 

En la importancia que conceda a estos elementos en mi vida me juego mucho; y no sólo a nivel religioso o espiritualista sino a un nivel espiritual, que abarca la humano y lo divino; me juego tener una vida vendida a la mentira (sometimiento a ídolos, hipocresía, ira destructiva) o una vida verdadera (verdad, libertad, dignidad).  No debes olvidar que "las cosas se adueñan de ti cuando les das el poder de hacerte feliz". ¿A quién (perdonas) o a qué (cosas) le has concedido ese poder sobre ti? Una buena meditación para la cuaresma.

Casto Acedo. Febrero 2021. paduamerida@gmail.com

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[1] La tradición de la Iglesia ha visto en este pasaje un resumen de la vida espiritual: toda una vida (40 días) soportando tentaciones (fieras) y contando con la ayuda de Dios (ángeles). 

martes, 16 de febrero de 2021

Miércoles de Ceniza (17 de Febrero)



Este año nos hemos quedado sin Carnaval. Y no me apena mucho. Tal vez porque lo que se ha celebrado en los últimos años no es el Carnaval crítico con la Cuaresma, el contrapunto a ayunos y abstinencias, sino el Carnaval domesticado por el consumismo, incapaz de entender que si algún sentido tienen estas celebraciones es el del contraste. Cuando todo el año es carnaval se pierde el punto de ilusión de esta fiesta. Aunque, no nos engañemos, lo mismo ocurre con la Semana Santa de turismo y procesiones, que no deja de ser un carnaval  canónicamente aceptado por la Iglesia. Y no me refiero a la buena voluntad de algunos hermanos cofrades que sí saben lo que hacen, sino al ambiente profano y de derroche, nada austero, que suele acompañar el triduo pascual.

Sea como sea, es muy recurrente comenzar la cuaresma hablando del carnaval y sus máscaras, todo un símbolo de nuestra afición a la hipocresía, al disfraz. Hay quien entiende el carnaval como la oportunidad para disfrazarse, pero si es auténtico el carnaval es todo lo contrario, es el espacio en que nos quitamos el disfraz al que  obligan los convencionalismos sociales y religiosos y nos mostramos tal como somos. En esto Carnaval y Cuaresma confluyen, porque los dos tiempos invitan a desnudarse, el primero para  ver y conocer claramente los deseos ocultos del corazón de cara a un profundo cambio de vida (conversión), el segundo para dar rienda suelta durante unos días a los deseos  más inconfesables para luego volver al armario de la frustración.

Nosotros, en Miércoles de Ceniza,  hablamos de la Cuaresma, de esos cuarenta días que suceden al Carnaval. Un tiempo para trabajar tu vida espiritual, para quitarte la máscara, mirarte al espejo en desnudez, cara a cara ante ti mismo o ante ti misma, y ante Dios. La cuaresma te entrena en el noble arte de la sinceridad para con Dios y para contigo.


Mortificación

En Cuaresma se habla mucho de "mortificación", es decir, de "dar muerte" a todo lo que no es vida, a todo lo que no es Dios. Al final descubres que el mal no está en las cosas sino en el apego que les tienes, y has de dar muerte en ti a todos esos apegos. La Cuaresma te llama a desapegarte del deseo de medrar a costa de otra gente, de tus narcisistas aspiraciones sociales, de tu engreída inteligencia, tu amado dinero, tus gloriosos éxitos, tus interesadas amistades, ... Te llama la cuaresma a soltar todo lo que impide a tu corazón volar libre hasta Dios. Pero ¡atención!, repito, que más que dar muerte a las cosas has de dar muerte al apego, a la afición desmedida a ellas; la maldad no está en las cosas o cualidades que posees sino en el "apego del corazón" que pone la vida en las criaturas olvidándose de Dios. 

En Cuaresma aprende que eres mortal. El "no moriràs" (Gn 3,4) predicado por la serpiente en el Edén es una utopía. Cuando el hombre pretende ser Dios, extralimitándose de su ser criatura, no sólo pierde la dignidad sino que choca además con una realidad inapelable: la muerte; cuando ésta llega pone en evidencia la verdad de que "eres polvo y al polvo volverás" (Gn 3,19). ¿No te parece que asumir estas palabras  es clave para una cuaresma y vida  liberadoras?

La realidad de la muerte nos abre los ojos a la vida, porque ante ella vemos quienes somos y para qué existimos. Nuestra cultura capitalista tiene un miedo horroroso a la muerte. Basta ver la ocultación de los cadáveres de las víctimas de la pandemia, la negación de un nombre propio a las personas que han fallecido por covid reduciéndolas a  números, a una estadísticas. Parece como si la muerte no estuviera pasando por nuestras ciudades, nuestros barrios, nuestra vecindad, nuestra casa... Al sistema capitalista-consumista no le interesa que sepamos que tarde o temprano moriremos. ¿Quién estaría dispuesto a trabajar y trabajar horas y horas si supiera que podría morir mañana?, ¿quién suscribiría una hipoteca a 50 años obligándose a trabajar como esclavo de un banco?, ¿quién acumularía propiedades si se diera cuenta de que la muerte te despoja de todo? ... El sistema económico neoliberal-capitalista se asienta en la creencia de que las personas son inmortales; la muerte arruina sus planes. 

La Cuaresma, hemos dicho,  invita a la mortificación, es decir, a  la paradoja de "dar muerte a los ídolos de muerte" y abrazar al Dios de la vida. La Iglesia te propone en Cuaresma una serie de prácticas espirituales muy útiles para conectarte a la fuente de la Vida Eterna. Se trata de la oración, el ayuno y la abstinencia. Oración para adquirir humildad, sabiéndote pequeño ante la grandeza de Dios; ayuno para despojarte de la idea de que todo es cuestión de tener y no mirarte en lo que eres, "un desdichado, miserable, pobre, ciego y desnudo" (Ap 3,17);  y limosna para ponerte en el lugar del prójimo y compadecer con él. Se trata de tres prácticas que reflotarán esa empresa divina que es tu vida cristiana.


Oración, ayuno, limosna

La Cuaresma invita a intensificar la ORACIÓN, ya sea la oración vocal, la meditación de los textos bíblicos o la contemplación en silencio. Sea como sea, intensifica estos días tus ratos de encuentro con Dios. Porque sabes que le necesitas, que la carga es pesada y no puedes con ella sin su ayuda. Cualquier mortificación que hagas sin la mística de la oración no tendrá sentido. La oración la practicó Jesús en los cuarenta días que estuvo en el desierto siendo tentado por el diablo, y en la cuaresma de tu vida ¿no vas a necesitar del recurso a la oración para salir de tus muertes?

En cuaresma es bueno que seas generoso en tu lectura de la Palabra de Dios, en tu oración, ya sea personal o comunitaria, y en tu participación en los sacramentos: Eucaristía dominical y ¿por qué no? diaria, y Penitencia; no olvides que el espíritu del mal y la injusticia no puedes echarlo fuera de ti más que con las armas de la oración y el ayuno (Mc 9,29).

El AYUNO y la abstinencia son prácticas que suponen privarse ocasionalmente de tomar alimentos, ya sean todos o algunos en especial, y así despertar a la realidad de que tu vida, tan soberbia a veces, depende de algo tan sencillo como el pan. Ahora bien, tu ayuno para ser correcto no puede limitarse a la privación de comida. El ayuno que Dios quiere es el ayuno de injusticias, la purificación del espíritu más que del estómago (cf Is 58,5-10).

¿Quiere esto decir que debemos abandonar el signo externo y centrarnos en el interno? ¡No! Ambos signos se complementan. El ayuno externo ayuda a profundizar en el interno, obliga a tomar conciencia de la necesidad de privarse de alguna que otra comodidad a fin de experimentar la propia fragilidad y a ser sensibles al sufrimiento de quien no tiene lo necesario. Pero hemos de evitar la paradoja de “ayunar sin ayunar”, es decir, abstenernos de comer alimentos sin renunciar al propio "ego".

Aunque no es lo más importante no pierdas la práctica del ayuno físico, porque el olvido de la práctica exterior puede también arrastrarte al abandono de la exigencia interior. De todas formas, nunca tomes el ayuno como una competición “a ver quien resiste más”, ni como una huelga de hambre (1), ni mucho menos como una oportunidad para ponerte a dieta; el ayuno es un gesto de oración que se orienta a la “conversión personal”. No evalúes tus ayunos ni ninguna otra de tus prácticas cuaresmales por el cumplimiento de una ley sino por los progresos de tu espíritu: más valoración de tí mismo como Hijo de Dios y un aumento de tu amor a Dios y de tu compasión hacia los pobres.

Y en este progreso espiritual de apertura a la necesidad del pobre entra en juego la LIMOSNA,  un acto de misericordia y bondad hacia el necesitado. Si Jesús es socorro de los pobres, el discípulo debe serlo también. Pero advierte que dar limosna no es algo tan ridículo como el desprendimiento de unas monedas. La limosna paternalista está fuera de lugar, y suele ser causa de soberbia para el donante. Has de "ser limosna", es decir, hacerte tú mismo pobre con los pobres, despojarte de tu mirada de pena y conmiseración hacia ellos,  buscar con ellos las causas de su pobreza, y actuar sobre ellas. La limosna ha de hacerla desde la justicia, dando no por compasión sino como respuesta a un derecho que el prójimo tiene.

Así pues, tres claves para vivir la Cuaresma: Practicar la oración, el ayuno y la limosna. Y has de hacerlo en secreto, "que tu mano izquierda no sepa lo que hace tu derecha" (Mt 6,3). La Caridad no debe ser un espectáculo, un medio para ganar fama, sino un acto de humildad. Se trata de orar sin pavonearte de tu vida de piedad, renunciar a (ayunar de) todo aquello a lo que está apegado tu corazón, y desprenderte de tus bienes sin esperar nada a cambio, sirviendo a los más pobres, comprometerte en la vida pública al servicio del bien común por pura gratuidad;  esta es la auténtica limosna, la que Dios quiere.

* * *



El Miércoles de Ceniza empieza la Cuaresma. Tiempo de hacer un alto en la vida. Tiempo de análisis. Tiempo de reflexión. Tiempo de evaluación. Tiempo de conversión. Dios está de tu parte; ¿dónde estas tu? Escucha a san Pablo: “Te invito a no echar en saco roto la gracia de Dios. Porque él dice: ´En el tiempo de la gracia te escucho, en el día de la salvación te ayudo´. Pues mira: ahora es el tiempo de la gracia; ahora es el día de la salvación” .(2 Cor 6,1-2)

No faltes al rito de imposición de la ceniza.
¡Buena y provechosa Cuaresma !

(1) Nota: Transcribo por curiosidad y para aclarar, las diferencias entre el ayuno y la huelga de hambre:

-La huelga es más radical, a veces un absoluto que llega hasta el sacrificio de la vida. El ayuno siempre es moderado y nunca debe perjudicar la salud.
-La huelga es un grito de protesta. El ayuno es oración.
-La huelga es una denuncia de la injusticia. El ayuno es anuncio de otra realidad.
-La huelga ha de ser conocida. El ayuno no debe notarse.
-La huelga es un arma de lucha social. El ayuno es un medio de lucha contra ti mismo y tus pasiones.
-La huelga quiere cambiar la sociedad. El ayuno quiere cambiar el corazón.
-La huelga suele tener resultados espectaculares. El ayuno no tiene repercusiones en lo político-social.

Pero la huelga y el ayuno brotan siempre, si son limpios, de una raíz común, que es el amor.

(Tomado de El otro, la nueva teofanía, Cuaresma y Pascua, 1995; editado por Caritas, pg 37).

Casto Acedo. Marzo 2021. paduamerida@gmail.com 

jueves, 11 de febrero de 2021

Si quieres, puedes... (Domingo 14 de Febrero)


San Marcos es reiterativo al narrar los milagros de Jesús. El evangelista debió ser muy sensible al sufrimiento y le debió llamar poderosamente la atención la exquisita sensibilidad de Jesús para con las personas que sufren.

Tal vez por eso coloca no en su primer capítulo la realización de varios milagros con los que Jesús no se limita a decir la llegada del Reino, sino que lo actúa. Se cumple así lo que ya anunciara el profeta Isaías para los tiempos mesiánicos: “Los ciegos ven, los cojos andan, los leprosos quedan limpios, los sordos oyen, los muertos resucitan y los pobres reciben la Buena Noticia” (Mt 11,5; Is 35).

Jesús, atento a la marginación
 
En el evangelio de este domingo Jesús sana a un leproso, alguien condenado de por vida a la marginación (Mc 1,21-28). Tal como dictaba la ley de Moisés a los leprosos había que echarlos fuera de los límites de la aldea. Pero Jesús parece no compartir el legalismo y da un paso hacia adelante no ciñéndose a los preceptos. Más allá de la lepra ve a una persona marginada, rechazada, condenada a ser un cadáver viviente; y apuesta por ella: extiende la mano y le toca. ¡Qué ejemplo el de Jesús!

La lepra en la Palestina del siglo I era una pesadilla social; y religiosa según la ley judía. El leproso era considerado enfermo a causa de sus pecados y además, al ser portador de una enfermedad contagiosa, era un proscrito por el peligro que suponía para la salud de la comunidad. Por eso era condenado al distanciamiento social. Tocarle no sólo era un acto de irresponsabilidad porque te podrías contagiar, también incurrías en impureza (pecado) si lo hacías. Al leproso se le obligaba a vivir más allá de las fronteras de la población y a andar “harapiento y despeinado, con la barba tapada y gritando: ¡Impuro, Impuro!” (Lv 13,44-45).

Jesús percibe el sufrimiento y la dolorosa exclusión del leproso; lo contempla no desde la ley sino desde su ser persona, hijo de Dios, y digno de consideración. Se acerca y toca la enfermedad, contraviniendo así las más elementales normas de higiene y pureza legal. Con su actitud está afirmando que el leproso sigue siendo una persona digna, y muestra a todos que por encima de las leyes hay que poner la practica la misericordia como eje fundamental para conducirse en una vida según Dios.

La Iglesia, comunidad de discípulos de Jesús, no sin deficiencias, ha seguido los pasos compasivos de Jesús con la atención a viudas y huérfanos, la erección de hospitales, la habilitación de centros de acogida a peregrinos, la construcción de hogares para mayores; estableciendo escuelas y universidades, fundando cofradías y hermandades, etc. En todas estas obras se comprometieron y siguen comprometidas hoy personas cristianas compasivas que son los ojos del ciego, los pies y las manos del tetrapléjico, la voz de los "sin voz",... todas esas instituciones y personas que aman y cuidan de los pobres en nombre de Jesucristo, que proclaman solemnemente la dignidad de todo hombre,  son milagros con los que Dios va obrando y haciendo ver que su Reino está cerca (Lc 11,20).

Los campos de la marginación siguen siendo amplios hoy: hay minorías religiosas, culturales o raciales que sufren la afrenta de la persecución; rechazo y hostilidad hacia el inmigrante, negación de  la vida del no nacido, olvido del anciano y del enfermo terminal, ya sea por puro capricho o por el estigma de la carga social que suponen; también existe la marginación económica de millones de hombres que a causa del mal reparto de los bienes de la tierra se ven obligados a vivir bajo mínimos; niños sin hogar en las grandes ciudades, indígenas recluidos en reservas a la espera de su extinción; exclusión del diferente, ya sea por minusvalía física o por incapacidad psíquica, por razón de la raza, la religión o el género... etc.


Manos unidas contra el hambre

Como respuesta a la llamada a paliar la injusticia y el hambre en el mundo, surgió en España, en al año 1958, Manos Unidas, organización no gubernamental de la Iglesia Católica para la promoción y desarrollo de los países del tercer mundo. Su finalidad es la lucha contra el hambre, la ruina, el desalojo, la pobreza, el subdesarrollo y las causas que lo provocan. Y un detalle que pasa desapercibido: nació de manos de mujeres de Acción Católica. Alguien me hizo notar hace poco que si me fijo en las instituciones caritativas de la Iglesia que funcionan bien tome nota de que suelen estar en manos de mujeres. Mujeres luchadoras, perseverantes, valientes. Y tal vez no le falta razón a quien destaca el papel de las mujeres como referentes actuales de la promoción de la justicia social. Un detalle a tener en cuenta.

Este Domingo 14 de Febrero celebramos la 62ª Campaña contra el hambre. El primer impulso de aquellas mujeres salidas de una posguerra de hambre y miseria sigue en marcha. Manos Unidas sigue siendo un signo de la presencia siempre actual de Jesucristo en el mundo, una prueba evidente de que el Reino de Dios ha llegado.

Hoy, como Iglesia, se nos pide una respuesta generosa al problema del hambre y la marginación. Igual que a Jesús se acercó el leproso suplicándole compasión para su situación, son muchos los pueblos que también se acercan a nuestro mundo rico suplicando ser salvados. Como cristianos no podemos eludir la respuesta, y en línea con el modo de acción de Jesús se nos pide concretar: ¿Qué puedo hacer?

* Tal vez lo primero que tengo que hacer es tomar conciencia de que "somos uno". Muchos de los problemas del hombre y de la humanidad desaparecerían si asumiéramos que "el otro soy yo", porque yo no puedo existir sin ellos ni ellos sin mí. Así al amar al hermano me estoy amando a mí mismo, y amándome a mí (cultivando mis virtudes) estoy amando al hermano. Es bueno dar cosas al pobre, pero es más necesario ser y saberme pobre con el pobre. ¿Por qué me cuesta tanto entender que cuidar la naturaleza y preocuparme por el bienestar de todos es el camino para cuidarme y preocuparme por mi? Mientras siga considerando al prójimo como "otro" y no como "uno conmigo" -"que todos sean uno como Tú y yo somos uno", dice Jesús (Jn 17,21)- difícilmente acabará la marginación-separación-exclusión  de unos y (por) otros.

* También es bueno hacer una reflexión y un estudio serios acerca de los derechos humanos (que son derechos de Dios) y de aquellos lugares y circunstancias en los que no se respetan. Derecho a comer, al agua, a un techo, a sanidad, a educación, a libre circulación ... Es difícil y sospechoso ser solidario de lo desconocido. Conocer las situaciones de injusticia y marginación, preguntarme por sus causas, buscar la raíz del problema, que no es otro que la ignorancia de la fraternidad universal, ha de ser para mi, y para toda persona sensibilizada con el mensaje de Jesús, un deber ineludible.

* También es importante ponerme a escucha de la voz de los colectivos marginados que gritan como a Jesús el leproso: "si quieres, puedes, tú puedes ayudarme". Es una voz que puedo escuchar fuera y al mismo tiempo dentro de mi, en mi conciencia, porque "nada del hombre me es ajeno". Esta voz me puede llegar a través de la Palabra, como en el evangelio de hoy; también por el silencio o por el paseo contemplativo (de ojos abiertos) por barrios marginales donde poder ver y escuchar la voz de los pobres en un mundo demasiado ocupado en sus negocios. También me puede llegar la llamada de Dios por el testimonio de personas samaritanas que me interpelan.

* Erradicar el hambre de pan y justicia del mundo es una tarea a largo plazo. Para ello también es de vital importancia una reforma en la educación de los niños y jóvenes (los hijos): ¿para qué educamos? ¿Para el individualismo o para la fraternidad? ¿A qué criterios recurrimos a la hora de ayudar a elegir estudios y profesión a los más jóvenes? En lo que esté en mi mano he de educar y orientar profesionalmente con sentido universal, para el servicio generoso a la humanidad. Sobran médicos, arquitectos, técnicos, etc. en nuestro primer mundo, pero ¿estarían dispuestos a servir a los más pobres? Una orientación vocacional que priorice el servicio a los pobres sobre el enriquecimiento personal es esencial en la lucha por los derechos sociales.

* Y en esta jornada de Campaña contra el hambre se me pide entrar en la dinámica de la comunicación de bienes de forma concreta, con una aportación económica puntual en el día de hoy; pero mejor aún con mi decisión y compromiso de ayuda regular a alguna institución caritativa. Poner mi  ser, tener y saber al servicio del Reino. Limitarme a dar un donativo puntual, sin tener en cuenta lo dicho anteriormente, no es gran cosa. Pan para hoy y hambre para mañana.

* * *

El mundo de la marginación grita al primer mundo: “Si quieres puedes limpiarme”. Si quieres. Es cuestión de voluntad personal, política y económica. Pienso este año de covid en los países pobres del planeta. Nosotros nos quejamos de nuestra sanidad imperfecta y de la tardanza en las vacunas. Pero ¿pensamos en los cientos de miles de personas que están falleciendo sin tener siquiera acceso a atención sanitaria; ni siquiera a un simple paracetamol? Y de camas hospitalarias nada. 

Ojalá la pandemia nos ayude a darnos cuenta de las restricciones económicas a las que millones de personas están sometidas habitualmente en el mundo. Mientras los países ricos compran vacunas para almacenar, a los pobres no se sabe ni cuándo ni cómo le llegarán.

Ante esta realidad, ¿vamos a dejar que nuestra insolidaridad mate de hambre y enfermedad a tantos hermanos? Se me pide hoy y cada día el esfuerzo, la buena voluntad, de tender la mano a los pobres, de tocarlos y mostrarles así el rostro de Cristo misericordioso, Señor de los milagros.

Escucha la voz de Jesucristo que te habla en el leproso: "Tú tienes poder y bienes para ayudarme, si quieres puedes sanarme". Ojalá mi actitud sea la de Jesús: "¡Quiero. Queda limpio!". Es cuestión de voluntad, de querer. ¿Por qué no? "Basta que tenga fe" (Mc 5,36). Recuerda que el primer milagro de todos es el de la fe capaz de cambiar la voluntad, el corazón.

Casto Acedo. paduamerida@gmail.com. Febrero 2021

miércoles, 3 de febrero de 2021

Curar, orar, predicar (Domingo 7 de Febrero)



El primer capítulo del Evangelio de san Marcos es denso. En él, tras una presentación breve de Juan bautista que prepara para la venida del Salvador, Jesús es bautizado; luego es tentado en el desierto para inmediatamente comenzar su trabajo misionero en Galilea. Lo hace llamando a cuatro pescadores para que le sigan, predicando en las sinagogas y obrando milagros.

La liturgia de hoy nos invita a contemplarlo en plena tarea. Sale de la sinagoga, donde (lo veíamos el domingo pasado) dió unas enseñanzas y donde curó a un hombre poseído por un espíritu impuro. Hoy se nos dice que al salir de la sinagoga fue a casa de Simón, cuya suegra estaba en cama con fiebre. Jesús la cura. La gente está admirada de él. “La población entera se agolpaba en la puerta. Curó a muchos enfermos de diversos males y expulsó a muchos demonios” (v. 33).

Como vemos, el inicio de la vida pública de Jesús es especialmente triunfal. “Todo el mundo te busca” (v. 37), le dijeron. Pero Él no se deja llevar por los halagos. Ni siquiera por la tentación de establecerse y crear escuela en el lugar donde ya ha sentado cátedra. “Vámonos a otra parte -apremia a los suyos- para predicar allí también; que para esto he salido” (v. 38).

Pero vayamos por partes y contemplemos la actividad de Jesús a partir de tres verbos que resumen su quehacer y que se conjugan entre ellos: Curar, orar, predicar.


Curar

El texto de hoy, además de indicar que Jesús curó a muchos, narra en concreto una curación: la de la suegra de Simón Pedro. “Le hablaron de ella; se acercó, la cogió de la mano y la levantó. Se le pasó la fiebre y se puso a servirles” (Mc 1,31). En muy pocas palabras nos da el evangelio las claves de su modo de actuar:

* “Le hablaron de ella” y así se enteró de que padecía una enfermedad. Jesús atento a la realidad que le envuelve. Pudo haber pasado de largo, hacer como que no se entera, o simplemente ignorar a la enferma; a fin de cuentas era una mujer, una simple ama de casa, alguien irrelevante. Sin embargo el evangelista, por la rapidez de la actuación de Jesús, nos da a entender que esa mujer sí era importante para Jesús.

* Por eso "se acercó": Jesús no analiza el sufrimiento, ni se limita a comentarlo, ni polemiza sobre él; se acerca. Hay en este gesto una identificación de Jesús con el samaritano de la parábola de san Lucas (10,25-37). No pasa de largo, se acerca. Es hermoso contemplar ese detalle de Jesús dándose en cercanía, tocando el sufrimiento en corto. Una lección de grandeza para un mundo, el nuestro, que se conforma con un conocimiento virtual o estadístico de la realidad. Cuando el papa Francisco habla de “salir a las periferias”, ¿no se refiere a esto?

* "La tomó de la mano": tocar a una persona que sufre es importante; es un gesto (sacramento), una forma de transmitir vida, de decir que se está, de hacer saber a la persona herida que no es marginada, no es un ser apestado por la enfermedad o la desgracia. El contacto físico, que tanto echamos de menos en estos días de covid, es importante para sentirse amado. No podemos olvidar que somos carne y necesitamos del calor del abrazo, palpar el cariño en el roce de la piel, sentir la mano que se nos tiende.  

* "La levantó": Con su apoyo Jesús cura, levanta al abatido. Con ese gesto de tomar la mano de la mujer y ayudarle a ponerse en pie le devuelve su dignidad;  hace a esa mujer sentirse salvada de la enfermedad que le obligaba a la postración. Levantarse es recuperar la vida; no en vano se usa este verbo –levantar- para indicar tanto el triunfo de la cruz (Jn 8,28) como la resurrección (Flp 2,9) y la ascensión (Mc 16,18)

* "Y se puso a servirles": La curación no es para un simple "estar bien”, sino para volver a una vida de servicio. Podríamos preguntarnos acerca de la meta que esperamos alcanzar en nuestra tarea evangelizadora. Se trata de levantar, de sanar los corazones afligidos, de curar las dolencias de los que sufren la enfermedad, la marginación y la esclavitud del pecado. Pero la curación, la conversión, no concluye con un “estar bien”, un “sentirse a gusto” en sentido afectivo-material, sino que debe encaminar al servicio, a la adquisición de los mismos sentimientos y actitudes de Cristo Jesús (Fp 2,5): sentirnos y ser servidores de Dios y del prójimo. Hacer creer a los catecúmenos que entrar en la Iglesia es entrar en el cielo es engañarles, algo propio de las sectas. Entrar en la Iglesia es unirse a los que cruzan el desierto de la vida codo con codo, compartiendo el sequedal y el oasis. Jesús no sana para dar un regusto espiritual, sino para fortalecer a la persona para que sea fiel en el servicio a Dios y al prójimo.


Orar

“Se levantó de madrugada, cuando todavía estaba muy oscuro, se marchó al descampado y allí se puso a orar” (Mc 1,35). Sorprende el giro que da el texto. De la actividad casi frenética del día el texto pasa  a la serenidad y el silencio de la noche.

Lo más lógico debería ser que Jesús quedara satisfecho de todo lo obrado y durmiera a pierna suelta gozando el éxito. Sin embargo, como hombre sujeto a tentaciones, no debía ignorar que el éxito lleva en sí mismo una tentación muy sutil: la del endiosamiento y la consiguiente soberbia.

Cuando todo va bien también es importante la oración; y a veces  más necesaria que en los momentos de dificultad. En situaciones difíciles parece que el recurso al poder de Dios surge casi espontáneo; los problemas nos enseñan a ser humildes y a levantar la mirada a lo alto; sin embargo, los triunfos nos hacen creer que somos unos genios. “Seréis como dioses”, dijo la serpiente a Adán (Gn 3,4). Cuando nos vemos arriba nos olvidamos de lo de abajo, y también de Dios.

El detalle de Jesús orante en la noche pone de manifiesto que es necesario orar no sólo en Getsemaní sino también en tiempos de triunfo. Porque si en el sufrimiento la tentación es renegar de Dios, en los momentos de gloria la tendencia es a olvidarse de Él y montarse uno mismo el propio altar.

¿Cómo sería la oración de Jesús en esas madrugadas, en esa oscuridad que apunta al amanecer? Imagino una oración de alabanza y acción de gracias al Padre, pero también una oración de petición: no me dejes caer en la tentación de la soberbia. Se necesita la fortaleza del Padre para que el cansancio misionero no incite al abandono; pero también se necesita mucha humildad para no dejarse seducir por la vanagloria.


Predicar

El tercer verbo que se conjuga hoy es el de la predicación. Jesús predicaba. La gente escuchaba. Se quedaban admirados. Aquí también surge una tentación: la de hacerte una capillita y rodearte de discípulos amantes y obedientes; ser un telepredicador ante quien se rinden las masas.

Jesús no es un predicador instalado, pagado de sí, que reclama una clientela que alimente su ego. No se queda en un lugar cómodo a verlas venir.  Jesús es un predicador itinerante, sin residencia fija, “sin un lugar donde reclinar la cabeza” (Mt 8,20), dispuesto siempre a ir más allá: “Vámonos a otra parte, a las aldeas cercanas, para predicar también allí; que para eso he salido” (Mc 1,38).

Jesús enseñaba en las sinagogas, pero no se limitó a ellas. ¡Qué buena enseñanza para la Iglesia de hoy y de siempre! Nuevamente podemos referir al papa Francisco cuando habla de “Iglesia en salida”. Una Iglesia que no permanece quieta esperando que vengan a ella los que la necesitaren, sino que sale de sus espacios sagrados para aventurarse a ser Iglesia más allá de la institución y los templos. Porque no se trata de traer personas a la institución eclesial sino de mirar, promover y hacer visible el Reino de Dios más allá de lo religioso.

Cuando hayas anunciado el evangelio en un lugar, te dice Jesús, “vámonos a otra parte” , no te instales, no te quedes ahí, en tu zona de confort espiritual, en tu hermoso Tabor; queda todavía mucho camino que recorrer, mucho que cambiar en tu corazón y en el mundo. Cuando sientas la tentación del aburguesamiento, cuando empieces a estar cómodamente instalado o instalada en una religiosidad confortable, escucha a Jesús que te repite: “vámonos a otra parte”, aún queda mucho  por andar.

* * *

Jesús conjuga hoy para nosotros los tres verbos que necesitamos para ser Iglesia fiel al Reino de Dios: creer, esperar, amar.

* Escuchar y predicar la Palabra. Cultivar la fe con una escucha atenta y una predicación arriesgada y novedosa, nada burguesa;  predicación de gestos y palabras que salgan de los templos y  lleguen a las periferias.

* Orar, contemplar, celebrar; es decir, intimar y refugiarse en Jesús  para vivir  una esperanza serena, sin depresiones ni triunfalismos, anclados en su Persona  como única garantía de que la barca de la Iglesia no se hundirá.

* Y amar como Él amó, con un corazón samaritano, acercándonos al sufrimiento, tocando, sanando y devolviendo la dignidad a aquellos a los que les ha sido arrebatada.

Las claves para avanzar en la vida cristiana es, pues,  muy simple: consiste en conjugar bien los verbos que hemos comentado. Orar, predicar y sanar son tres caras de una misma realidad: el Evangelio. Predicar sin amar y sin interiorizar en la oración lo predicado es un despropósito; sanar (amar) sin hacerlo desde la profundidad del corazón que se conoce a sí mismo en la oración,  puede dar lugar al autoengaño de quien cree que ama a Dios y al prójimo cuando solo ama su propio protagonismo; y orar sin asiento en la Palabra y sin vivir el amor, es pura beatería. 

El evangelio de este domingo nos permite ver a Jesús realizando su misión por la conjugación de los tres verbos citados. Déjate seducir  y arrastrar por Él. Deja todo lo que te ata y escucha que te dice: “¡Vámonos a otra parte!”.

Casto Acedo. paduamerida@gmail.com. Febrero 2021