viernes, 29 de enero de 2021

¿Con qué autoridad? (Domingo 31 de Enero)

 

De Jesús se dice en el Evangelio que “no enseñaba como los escribas, sino con autoridad” (Mc 1,22). 

La autoridad de Jesús

¿De dónde procede la autoridad de las personas? Tradicionalmente se considera que la autoridad emana del linaje (nobleza), de un don de Dios que elige para una misión (sociedades teocráticas), o del pueblo (democracia). 

No vamos a discutir ahora sobre estos modos y maneras de recibir el poder y de ejercitarlo. Pero es bueno saber acerca del origen de la autoridad de Jesús. En  una ocasión le preguntaron sobre su actividad sanadora y profética: "¿con qué autoridad haces esto? ¿Quién te ha dado semejante autoridad?", y Jesús buscó la manera de no responder (cf Mt 21,23-27). 

Tal vez no respondió porque la respuesta ya estaba dada; bastaba aceptar que la autoridad de Jesús no viene de fuera de Él sino de su misma persona; posee una autoridad que se asienta en la sinceridad de "su ser" y la coherencia de este con "su hacer". La unión de ambos elementos conforman el Evangelio o Buena Noticia.
 
Él había dicho: “Los reyes de las naciones las dominan, y los que ejercen la autoridad se hacen llamar bienhechores. Vosotros no hagáis así, sino que el mayor entre vosotros se ha de hacer como el menor, y el que gobierna, como el que sirve”. (Lc 22, 25-26). Así lo hizo Él, que siendo el mayor se hizo el menor (cf Flp 2,1-11). 

Jesús gozó de la autoridad de quien seduce por su ternura en las relaciones y su palabra liberadora. No vence sino que convence; su coherencia rinde corazones e inteligencias. De este modo quien le sigue no lo hace constreñido por la obligación sino atraído por la libertad y el amor. 

Cuando se actúa en conexión con la propia vocación de servicio al Reino, respetando, amando y profetizando la verdad con la propia vida y con la palabra valiente, la fuerza de Dios se manifiesta; y ocurre que “hasta a los espíritus inmundos se les manda y obedecen” (cf Mc 1,27). Tal vez nuestros fracasos en la vida espiritual y testimonial esté en que uno de los dos elementos (interioridad o compromiso), o ambos, no hay uno sin lo otro, andan extraviados.


La autoridad en la Iglesia 
 
Nos preguntamos a menudo acerca de la situación de la Iglesia y su relevancia social. Solemos escuchar esta queja: la Iglesia va mal, los templos están vacíos o sólo ocupados por personas mayores, la moral cristiana no está de moda, etc. Tras estas palabras hay como un sentimiento de que la Iglesia ha perdido autoridad, no tiene poder ni influencia. Pero ¿cuál debe ser  el poder de la Iglesia? , porque hubo tiempos de autoritarismo, de abuso de autoridad, de imposición; y tal vez los tiempos actuales están pasando la factura de aquellos errores.

Cuando la Iglesia tuvo en España poder político y económico ejerció no pocas veces un ordeno y mando alienante a los que el pueblo de Dios se sometió sin apenas reacción crítica. La  autoridad evangélica, sin embargo, no puede nacer de la amenaza o la imposición violenta, 
sea ésta física o moral, sino de la acogida y la compasión.

La tan deseada renovación o reforma de la Iglesia tiene mucho que ver con recuperar su misión sanadora y profética, es decir, con volverse a Jesús y su evangelio, cumplir su misión, y dejar que desde ahí brote la única autoridad decente: la que es fruto de la coherencia entre el ser, el decir y el hacer.

No puedo exigir obediencia si yo mismo no soy obediente a las exigencias del Reino. Por eso, la Iglesia ha de alejarse de una vez por todas del estado confesional de otros tiempos, donde la autoridad religiosa se ejerció no en pocos casos como poder político-social. No es propio de Dios la imposición sino la paciencia amorosa.

Nadie permanece hoy en la Iglesia por sometimiento -y si es así habría que revisar esa permanencia- sino por experiencia y convicción personal. Y aquí juega un papel básico el testimonio de comunidades de referencia donde se palpe la experiencia de Dios y los consiguientes valores evangélicos. Hablo de comunidades donde la vivencia de la espiritualidad cristiana sea más decisiva que el mero ritualismo religioso. 


Volver al Evangelio

Los primeros cristianos ejercieron una fuerte influencia sobre quienes los observaban. "Eran bien vistos de todo el pueblo". Su estilo de vida fraterna, su sencillez, su gozo en la alabanza, su perseverancia en la oración común,  atraían a otras personas que se iban agregando al grupo de los creyentes (cf Hch 2,42-47).

La coherencia entre fe y obras, teología y praxis, fue clave para que el atractivo y la autoridad moral que emanan de la persona de Jesús y su mensaje pudiera extenderse y diera paso a las primeras comunidades cristianas. 

¡Abramos los ojos!. Hoy vivimos en una España todavía cargada de signos y ritos cristianos; se siguen repitiendo ceremonias y celebraciones, pero da la impresión de ser actos propios de una religiosidad popular que ha perdido hondura espiritual. La desconexión entre lo que se dice creer y lo que se hace es a menudo abismal. Y como consecuencia del "dicen y no hacen", fariseísmo que denuncia Jesús duramente (cf Mt 23,1-3), se pierde el respeto a la religión. Es verdad que Jesús dice de los fariseos "haced y cumplid lo que os digan" (v.3), pero ¿quién va a hacerlo si no tiene antes una fuerte experiencia de Dios capaz de puentear los escándalos de la institución?

Seamos sinceros: hay que recuperar en la Iglesia la frescura del evangelio. Una tarea difícil cuando en muchas de nuestras comunidades y organizaciones religiosas siguen primando unos intereses que no son los de Jesucristo. Cuando los principios que rigen una comunidad no son los mismos que Él predicó estamos ante una apropiación indebida de la institución y sus ministerios. 

Mirando a uno mismo, tal vez una de las tareas más delicadas, pero necesaria para la purificación eclesial, sea la de aprender a reconocernos como "okupas" de una casa que no es nuestra. Es triste que muchas comunidades cristianas, que por esencia deberían ser casas de misericordia para todos, especialmente para los más pobres y los más pecadores, solo sean grupos de  "perfectos", de personas que se han apropiado de la casa  haciendo de ella un club de cátaros, cuando la razón de existir de la Iglesia está en ser refugio y hospital de pecadores. Una Iglesia de perfectos pierde su credibilidad. Eso le pasó a los fariseos; su falsa perfección quedó en evidencia ante la  misericordia de Jesús. La gente se admiró de la sinceridad de Jesús, de la claridad y caridad con que habló y actuó. Los fariseos tenían autoridad legal, Jesús autoridad moral. 

Recuperar esa autoridad moral es algo urgente en y para la Iglesia. No es bueno añorar tiempos de autoritarismo vergonzoso; es hora de ganar autoridad evangélica mediante el servicio humilde a Dios en los hombres. Sólo una Iglesia seducida por el Espíritu de Jesús y capaz de seducir por el modo de vida comunitario y personal de sus miembros, será capaz de echar fuera los espíritus inmundos de la corrupción, la violencia y la mentira, realidades tan presentes hoy como lo estuvieron siempre. Articular comunidades hondamente tocadas por el Espíritu (espiritualidad) de Jesús es un reto que no podemos eludir.



Casto Acedo Gómez. 
Enero 2021

jueves, 21 de enero de 2021

En Memoria de Emilio Rodríguez

 


Estos tiempos de pandemia ni siquiera son buenos para despedirse de la vida como uno merece. De haber sido en otro momento, seguro que habrían sido muchos los que le hubieran acompañado en la liturgia de su despedida. Pero las circunstancias mandan. 

Calladamente, con la misma discreción que acompañó su vida, tan sacerdotal y humana, se ha marchado Emilio Rodriguez a la casa del Padre. Fué el pasado 10 de Enero.

Emilio, fuiste una buena persona. De san José, cuyo año santo conmemoramos, se dice en el evangelio que "era un hombre bueno”; y no hay mejor palabra para describir la santidad. De ti me atrevo a decir lo mismo: has sido, lo primero, un buen hombre, pero también un buen cristiano y un buen sacerdote. 

Un hombre bueno. 

Emilio, no perdiste nunca tu humanidad, tu cercanía. Más que pastor has sido oveja entre el rebaño, persona de calle. De mi caminar contigo por el entorno de tu parroquia de san Juan Bautista en Badajoz me queda ese sabor de tu buen trato con los feligreses. Tu sonrisa, tu afecto, conectaba enseguida con los conocidos que encontrabas a tu paso. Para cada uno tenías una palabra, un buen deseo, un apoyo moral si lo requerían las circunstancias. 

Buen cristiano. 

Tu bonhomía, Emilio, transpiró evangelio. No cabe duda de que la Palabra tomó carne en ti, e impregnó tu fe, tus ideas y todo tu quehacer. Si lo más propio de Jesús de Nazaret, tu maestro, era la misericordia, tampoco a ti te faltó la capacidad de hacer tuyos los latidos de las personas con las que conviviste. 

Mantuviste siempre una relación de cercanía entrañable con tu familia de sangre; disfrutabas de estar con ellos y te sentías orgulloso de ser correspondido con su cariño. Se notaba en tus palabras; valoraste a tu familia como lo que siempre fue para ti, un gran regalo de Dios. 

Pero tu cercanía no se quedó en ellos sino que la ampliaste a todos los que te trataron. En tu modo de acercarte a cualquiera, se mascaba que la alegría del evangelio había calado hasta lo más profundo de tu ser. Tu vida de oración e intimidad con Jesús, de la que pudimos disfrutar los que compartimos oración y confidencias en común, no la quedaste entre los muros del templo sino que pudimos ver cómo se abría en abanico expandiendo optimismo y esperanza. 

Amigos, vecinos, feligreses, compañeros de parroquia, pueden testificar tu interés y preocupación por ellos más allá de lo que tu cargo requería. Sería larga la lista de quienes se sintieron acompañados por ti en sus momentos difíciles. En nombre de todos me atrevo a decierte aquí: ¡gracias! 

Sacerdote ejemplar.

Emilio, fuiste muy humano y muy cristiano. Eso fue primordial para ti. Pero además, tuviste el honor de recibir el sacramento del Orden Sacerdotal, y nosotros el placer y la ventaja de disfrutarte como sacerdote. De que viviste con pasión tu vocación sacerdotal dan testimonio no solo los feligreses que se te encomendaron, sino también tus compañeros en el sacerdocio. 

Tengo la suerte de pertenecer al grupo de presbíteros con el que compartiste tus experiencias de fe. Compartimos quincenalmente encuentros de oración y revisión de vida personal y pastoral; y la comida y el paseo posterior. Tú siempre mirando tu reloj para no faltar a las obligaciones pastorales de la tarde. 

Tu participación en el grupo, lo digo con satisfacción, fue siempre de un optimismo y moderación no carentes de carga profética. Jamás alardeaste de la excelente preparación teológica que tenías. Con tu modo de ver las cosas mostraste que para ti la misericordia ha de prevalecer sobre la ley, la colaboración sobre la competitividad y el perdón sobre la crítica destructiva. Hiciste muy tuya la enseñanza ignaciana que habla de estar “más dispuestos a salvar la proposición del otro que a condenarla”. 

Has sido un sacerdote del Concilio Vaticano II, preocupado por el diálogo con las realidades sociales, que entendiste acertadamente a la Iglesia como Pueblo de Dios, signo de presencia de Cristo y servidora de los pobres. 

Como sacerdote pude ver que siempre tuviste un enorme respeto por la liturgia de la Iglesia, más allá del ritualismo. Ejerciste en las celebraciones con gran sencillez el ministerio recibido. Me atrevo a decir que te preocupaste por hacer realidad las palabras de Jesús en la última cena: “Tomad y comed, ... Tomad y bebed”. Tu vida, Emilio, fue donación eucarística; en ella, día a día, incluso en los momentos duros, has dado gracias a Dios devolviéndole todo lo que el mismo Dios te dió. Hacer memoria de tu paso entre nosotros es recordar que nacemos para morir y morimos para vivir eternamente. 

* * *

Gracias, Emilio, por todo lo que nos has dado. Te has marchado silenciosamente. Ya sois muchos los miembros de nuestro equipo sacerdotal los que os habéis ido: Oswaldo Ordoñez, Juan Miguel G. Refollo, Antonio Paniagua, Emilio Sánchez, Vicente Cortés y Enrique Calvo. El grupo de peregrinos ha quedado mermado, el de los que habéis llegado al cielo aumenta. Os imagino compartiendo en grado máximo momentos tan felices como los vividos en El Marrubial o en esas vacaciones tan entrañables en el albergue de Solana de Avila u otros lugares. Hasta me atrevo a imaginar las bromas que le estaréis gastando a Antonio Paniagua y que tan celestialmente aceptó siempre. 

Amigo Emilio, descansa y disfruta de la vida que siempre deseaste, la vida de Dios. Nosotros, los que quedamos aún aquí, vivimos con la esperanza cierta de que la voluntad de Dios no se frustrará en nosotros, sino que fructificará como la creemos fructificada en ti.

Casto Acedo. Enero 2021

Responder con el corazón (Domingo 24 de Enero)

 

“Se ha cumplido el plazo, … Convertíos y creed el Evangelio”(Mc 1,15). Lo dijo Jesús al comienzo de su vida pública. “Se ha cumplido el plazo”, es decir, ya es el tiempo. Hay que mirar al presente. ¡Basta de mirar a un pasado que fue o de apuntar a un futuro que aún no es! ¡Ya!. Manos a la obra.

Los primeros discípulos captaron el apremio. “¡Venid conmigo!”. No se tomaron a broma la llamada, no aplazaron la decisión para más adelante, ni se pararon a discutir con Jesús las condiciones del seguimiento. “Inmediatamente dejaron las redes y lo siguieron” (cf Mc 1,10). 

¡Ay si se hubieran parado a especular! De ser así nunca habrían tomado la firme decisión de ser discípulos. Porque cuando se ven claras las ventajas de la opción por Cristo no falta nunca a la cita el demonio de la imaginación. 

El tentador pone en marcha los resortes de la duda que tiende a justificar la cobardía del timorato acomodándolo en su pereza. De este modo se sigue imponiendo la dinámica de la indecisión: “¿No me estaré comiendo el coco? ¿No será exagerado dar un vuelco tan brutal a mi vida? ¿No puedo servir a Dios tal como lo hago hasta ahora? ¿No estoy bien como estoy? ¿Qué pensarán de mí mis parientes, mis amigos, mis compañeros de trabajo si cambio de vida alejándome de lo socialmente aceptado?". ¡Maldita honra!, diría santa Teresa.

Lo decíamos la semana pasada: la crisis no es de vocaciones (llamadas) sino de respuestas. Dios sigue llamando. ¿Cómo? La globalización nos acerca como nunca a las realidades del mundo. Cada noticia que nos habla de violencia, vanidad, corrupción, abusos, indiferencia ante el sufrimiento, etc. lleva impresa la llamada a ayudar a quienes son dominados por tales pasiones y a los que sufren las consecuencias de las mismas.

Si abres los ojos a la realidad de este año de pandemia, si contemplas con el corazón a todas las personas que se ven afectadas, oirás que Cristo te llama a vivir con Él para los demás. Dios sigue hablando y dejándose ver y oír en los acontecimientos, lo que el concilio Vaticano II llamó  "signos de los tiempos". "El reino de Dios está cerca", tan cerca que lo puedes abrazar con solo dar un paso hacia adelante en tu decisión de amar. Párate y contempla el paso de Dios en todo lo que sucede, escucha su llamada y entra en la dinámica de su compasión y amor.

La razón humana, tan endiosada en estos tiempos de modernidad, tiende a hallar justificaciones teóricas para huir del compromiso con la realidad. Pero los problemas no se resuelven con ríos de tinta sino con acciones concretas fruto de una voluntad decidida a echarse hacia adelante. ¿Cuándo desmitificaremos las razones teóricas, el saber intelectual, para recuperar la sabiduría práctica del corazón? Ya dijo B. Pascal que “el corazón tiene razones que la razón no entiende”. La llamada de Dios y su positiva respuesta a ella sólo la puedes entender y vivir desde la lógica del amor (lógica del corazón). 

Por amor deja uno a su padre y a su madre y se une a su mujer, haciéndose uno con ella (cf Mt 19,5). Por la misma lógica del amor Santiago y Juan, “dejaron a su padre Zebedeo en la barca y se marcharon con Jesús” (Mc 1,10). El amor es locura. Sólo la ilógica lógica del amor es capaz de explicar la paradoja del vivir muriendo por los demás.

"¡Se ha cumplido el plazo, está cerca el Reino de Dios! Convertíos”, es tiempo de dejar atrás lo viejo y abrazar lo nuevo, es tiempo de cambiar, tiempo de amar, tiempo de mirar de un modo nuevo la realidad social y mi realidad personal. Estos meses de pandemia son una buena oportunidad para recobrar algo que estabas perdiendo: la sabiduría del corazón. Ni las razones económicas, ni las políticas, ni las filosóficas podrán nunca superar a las paradójicas razones del corazón, la razón del amor, que me hace capaz de vivir como Cristo: muriendo para dar vida al mundo. A este seguimiento llama Jesús a sus discípulos.  

 * * * 

Estamos celebrando la semana de oración por la Unidad de los Cristianos. Ni las teologías ni las prácticas cultuales nos unen.  Sólo desde el corazón es posible la unidad. "Permaneced en mi amor y daréis fruto en abundancia". 

Una reflexión de años atrás sobre el tema de la unidad en este enlace:


Casto Acedo Gómez. 2021.

martes, 12 de enero de 2021

Seguir a Jesús (Domingo 17 de Enero)


Todo sacerdote, religioso o religiosa, monje o monja, se ha visto obligado en algún momento de su vida a explicar el porqué lo dejó todo para seguir al Señor, cuál fue el momento y cuáles las circunstancias que provocaron la decisión de entregarse totalmente al servicio de Dios. Prácticamente todos acaban resumiendo su experiencia diciendo: me llamó Dios y dije sí. 

En España se publicó hace algunos años se publicó un libro que tuvo gran éxito en ventas; su título: Si tú me dices ven, lo dejo todo, pero dime ven. Este “pero dime ven” marca una diferencia importante. Parece indicar que lo que está frenando al interesado no es su propia voluntad sino la ausencia de llamada. 

¿No estará pasando ésto con la vocación a la vida religiosa (y por extensión a la vida cristiana en general)? Dios sigue hoy diciendo “ven”. Y hay un número considerable de personas que están esperando que alguien les diga: Dios te ama, te está esperando, no tengas miedo de dejarlo todo para irte con Él. Tal vez lo que falta no es el emisor (Dios) sino el altavoz (apóstol). Hay quien dice sí a Dios, pero se sienten incapaces de repercutir su llamada en otros; están acomplejados o poco formados para ser a su vez voz de Dios para otros.


Toda vocación tiene su historia

En las narraciones bíblicas, tanto Elí, el sacerdote del templo donde estaba el arca de la alianza, como Juan Bautista, el predicador del Jordán, sirvieron de mediadores de Dios; el primero ayudó a Samuel a reconocer la voz que le llamaba por su nombre (1 Sam 3,8-9) , y el segundo no dudó en animar a sus propios discípulos para que fueran tras Jesús (Jn 1,35). En ambos casos entran en juego unas personas con cierta experiencia de Dios que iluminan al que busca para que acierte en el encuentro. 

Una primera sugerencia: nos quejamos con frecuencia de la falta de respuesta al seguimiento, pero ¿no se esconde tras la crisis de vocaciones a la vida cristiana y a la vida sacerdotal y religiosa, el silencio tanto de palabra como de testimonio de los mismos que presentamos la queja? ¿Tienen las personas de nuestro siglo facilidad para cruzarse con el Evangelio como respuesta  a sus inquietudes y búsquedas? ¿No les estaremos ocultando de modo más o menos consciente el camino del encuentro con Jesús? 

La Sagrada Escritura recoge multitud de historias de vocación: Abrahám, Moisés, Samuel, Isaías, María de Nazaret, primeros discípulos de Jesús, Pablo… ¿por qué se da tanta importancia a ese momento de la llamada? Sencillamente porque marca el comienzo de algo importante. ¿Quién no recuerda el momento en que conoció a tal o cual persona que tanto le influyó? Nadie echa en el olvido el tiempo, el lugar y las circunstancias que marcaron el inicio de una amistad, el punto de arranque de una vida nueva, el instante en que se encontró con la persona a la que ama. Son momentos que nadie olvida; por eso se recuerdan y se cuentan con detalle: “serían las cuatro de la tarde” (Jn 1,39), un dato aparentemente banal para alguien ajeno a lo ocurrido. 


Llegados a este punto podrías preguntarte: ¿Cuál es tu relato de tu vocación? ¿Cómo sucedieron las cosas? ¿Sabrías concretar el momento fuerte de la llamada de Dios? Porque tú también oíste un día la voz de Dios que pronunció tu nombre; un día Cristo se manifestó en tu vida, entró a formar parte de tu historia y te llamó: en la catequesis que recibiste en tu infancia, en tu juventud o ya siendo adulto, en el testimonio de un hombre de fe cercano, en la lectura-meditación-escucha de la Palabra aquel día concreto en que todo parecía estar previsto para sentir a Dios muy cerca… 

Conviene revivir aquel momento; como lo hace Juan hoy en su Evangelio. Pero no solo lo revive, también lo cuenta. Y tú, ¿a quién se lo has contado? El recuerdo y transmisión de la propia experiencia vocacional es la mejor herramienta para un plan de pastoral vocacional. Y no hablo sólo de vocación a la vida sacerdotal o religiosa sino a la vida cristiana.

Se trata de poner sobre la mesa una experiencia personal que mueva a los que escuchan a buscar, a salir también ellos al encuentro de Jesús. Con tu relato vocacional te haces apóstol y catequista de tus hijos, de tus hermanos, de tus amigos, de tus compañeros de trabajo..., porque un apóstol y catequista es aquel ha encontrado la Buena Noticia del amor de Jesús y la cuenta a otros.


Consejos para reavivar tu vocación cristiana

Cuando piensas en aquellos momentos en que emprendiste el seguimiento de Jesús con ilusión tal vez te asalte la nostalgia y eches de menos la frescura de los primeros pasos. La vocación cristiana, si no se cuida con cariño, corre el peligro de agriarse. Por eso encontramos a menudo cristianos malhumorados. No son mala gente, pero han perdido el buen rollo del amor primero. ¿No estarás tú entre estos? Si es así, unos consejos para rejuvenecer tu vocación: 

* Dios te sigue hablando, escúchale. Si tu vida está excesivamente centrada en el trabajo, si vives disperso o agobiado por la rentabilidad económica de tus horas, párate, haz silencio; Dios tiene algo que decirte; abre el oído y vuelve a decir: “Habla, Señor, que tu siervo escucha” (1 Sam 3,10). Tu diálogo de amor con Dios no termina con el "sí quiero", continúa en el día a día. Dos amantes tienen siempre algo que compartir, bien sean unas palabras o unos momentos de presencia en el ámbito del silencio, 

*También en tus relaciones cercanas te habla Dios. Abre los ojos a lo cotidiano de tu hogar, de tu parroquia o de tu comunidad religiosa. ¿Vives el amor sin límites? Contempla tu relación matrimonial, tu modo de ser sacerdote o religioso, esposo o esposa, padre o madre, hijo o hija... observa cómo fluye el amor que das y que recibes. Responde con generosidad a la llamada que Dios te dirige desde ahí: ¿qué quieres de mí, Señor? ¡Facilita que Dios pueda vivir entre los tuyos; acércaselo!. Enseña a tus hijos a escuchar su voz; que oigan de tus labios el relato de tu vocación, la historia de cómo, cuando y dónde te salió Dios al encuentro. ¿Has contado tu conversión a los tuyos como tu gran aventura?

* Mírate en tu trato con vecinos y amigos. Tal vez muchos son ateos o viven en la lejanía de Dios, ajenos a la vida espiritual. Ámalos como Cristo los ama. Tu espíritu compasivo y tus buenas relaciones con ellos son la mejor semilla vocacional. Aprende también a hacer una lectura creyente de todo lo que ves y sientes con los que te rodean. Dios te habla también en la historia de personas que no le conocen o no llegan a entenderlo; ellos ponen ante ti el reto de mantenerte en la fe en medio de un mundo de increencia; no les juzgues, ámalos mientras oras por ellos. Da gracias a Dios por el don de la fe, y cultiva en ti el deseo de compartir lo que has recibido. 

* Ante situaciones de injusticia, pobreza, marginación, hambre, enfermedad... o cualquier otro modo de sufrimiento no pases de largo. ¡Escucha! La voz de Dios se hace ahí apremiante. ¿Taparás tus oídos para no oír el grito de los que sufren? ¿Cerrarás tus ojos ante la injusticia? Dios te está hablando, gritando, ¿no le oyes? Te está diciendo: “¡ven!”.


* * *

“Maestro, ¿dónde vives? El les dijo: Venid y lo veréis. Entonces fueron, vieron donde vivía y se quedaron con él aquel día. Serían las cuatro de la tarde” (Jn 1,28-29). No sabemos qué ocurrió o de qué hablaron Juan y Andrés en su primer encuentro con Jesús. Nada concreto sabemos de lo que les encandiló de Jesús ni porqué fue así. Pero fue un momento importante en la vida de Juan. La mención tan precisa de la hora lo demuestra. 

Él y Andrés se acercaron a instancias de Juan Bautista, que les indicó el camino: “Este es el cordero de Dios” (Jn 1,36). Luego Simón, sorprendido por el entusiasmo de su hermano Andrés, “Hemos encontrado al Mesías”, le dijo (1,41), se deja llevar a presencia de Jesús. 

De testimonio en testimonio, de relato en relato, el encuentro se va produciendo. Y así, bajo la mirada atenta y penetrante de Jesús, va germinando la Iglesia: “Jesús se le quedó mirando y le dijo: Tú eres Simón, el Hijo de Juan, te llamarás Pedro” (1,42). También tú hoy te acercas con otros a Jesús que os pregunta: “¿Qué buscáis?” (Jn 1,37). Le manifiestas el deseo de estar con él; y entras en la casa del Señor. Cuando salgas fuera ¿guardarás el mismo recuerdo que guardaron Juan y Andrés de su encuentro con el Señor? ¿Contarás a otros tu experiencia?

Casto Acedo. Enero 2021. paduamerida@gmail.com

jueves, 7 de enero de 2021

Bautismo del Señor (10 de Enero)



Hay momentos en la vida en los que uno arriesga y se la juega. Pongamos el ejemplo del examen de oposiciones, o el momento en que se contrae matrimonio o se da el paso de ordenarse sacerdote o consagrarse en una orden religiosa, o cuando se realiza una tarea arriesgada de la que se sale ileso y triunfante. Hablamos entonces del “bautismo de fuego”, de ese momento que supuso un paso importante en la vida de una persona. Hay un antes y un después.

Es curioso que para expresar esos momentos clave se use la palabra “bautismo” como signo del “paso” de una situación a otra; incluso podríamos decir de un “ser” a otro. Se era estudiante, ahora licenciado; se era opositor, ahora médico o funcionario; se era novio/a, ahora esposo/a; se era seminarista, ahora sacerdote; se era un policía novato y tras la prueba de fuego de una misión real se es un policía experimentado y en toda regla. La palabra “bautismo de fuego” es usada aquí, pues, como momento que indica el tránsito de una realidad de ser a otra, y por extensión de un modo de vida a otro.

Pues bien, el paso por el bautismo de Juan supuso para Jesús un acto crucial. Acercándose al Bautista la vida de Jesús sufre un cambio profundo; pasa de privada a ser pública, de escondida a descubierta.

Jesús, tal como lo conocemos por la fe, no tenía pecado, y por tanto no necesitaba de hecho el bautismo de Juan, que era un bautismo de conversión; sin embargo, realiza el gesto de unirse a los pecadores, de solidarizarse con los que sufren la humillación de no poder vivir en libertad a causa de su miedo, su pereza, sus frustraciones o su avaricia desmedida e insuperable.

Allí, entre pecadores, Jesús comienza explícitamente su misión evangelizadora, y con ese gesto de humildad manifiesta su dignidad y su ser: “Apenas salió del agua, vio rasgarse el cielo y al espíritu santo bajar hacia él como una paloma. Se oyó una voz del cielo: ´Tú eres mi Hijo amado, mi predilecto´”. 

Suenan esas palabras en el momento en que Jesús se acerca a Juan y es sumergido en las aguas del Jordán; pero esas mismas palabras adquieren su más genuino sentido en la hora de la Cruz, bautismo de fuego de Jesús por excelencia, donde su fidelidad irradia todo su esplendor cerrando así el círculo de su Bautismo: del rito a la fidelidad, de la celebración a la realización. 

Cuando en el contexto del bautismo Juan señala a Jesús como "el cordero de Dios que quita el pecado del mundo" (Jn 1,29) está dirigiendo nuestra mirada hacia la cruz, donde pende ese Cordero Redentor, donde todos los pecados del mundo golpean su cuerpo y, al ser asumidos por Él, somos liberados de ellos por la infinita misericordia de Dios. "Sus heridas nos han curado" (Is 53,5; 1Pe 2,24); en la cruz está la fuente bautismal. 

La Fiesta del bautismo de Jesús es una excelente oportunidad para plantearnos el sentido que tiene para cada uno el propio bautismo. O el sentido que damos al bautismo de nuestros niños. ¿Significa algo  el bautismo? ¿Tiene alguna conexión con tu vida? Más allá del cumplimiento ritualista y la participación en unos cultos, ¿sería distinta tu vida  algo en tu sin el bautismo? Dicho más llanamente: te bautizaron con agua, pero ¿has recibido tu bautismo de fuego cristiano? “Él os bautizará con Espíritu Santo y fuego” (Mt 3,11), dice el Bautista refiriéndose a Jesús.

Es día oportuno para preguntarnos si la prueba de fuego de nuestra fe la hemos superado, si en los momentos de tentación, de sufrimiento, de sinsentidos, de críticas, de dificultades familiares, en los momentos de cruz, hemos mantenido la fidelidad recurriendo a la fe en Dios Padre, manteniéndonos firmes como Jesús en la cruz; Él llevó su bautismo hasta el final. Y Dios Padre lo resucitó. 

¿Y tú? ¿Esperas resucitar sin morir previamente a tu ego viviendo en entrega a Dios y a los hermanos? ¿Has llegado ya a sumergirte con Cristo en las aguas de la cruz, has purificado tu alma de todo pecado, has dado muerte a tu ego  para resucitar a la vida nueva?  Tu bautismo no solo te confiere una identidad, también te impone una tarea. Esa tarea es la voluntad de Dios sobre tu vida, su polan par ti. ¡Descubre y cumple la misión que Dios te ha encomendado!

La vida cristiana es una constante renovación de la gracia del bautismo. La vida plena se alcanza viviendo en cada momento la voluntad de Dios. Déjate llevar por ella. 

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Para unos comentarios más extenso a la Palabra de este domingo puedes dirigirte a este mismo blog:







Casto Acedo. paduamerida@gmail. com Enero 2021 


sábado, 2 de enero de 2021

Epifanía (6 de Enero)

“Hemos visto salir su estrella y venimos a adorarlo” (Mt2,2). He aquí el motivo que ha puesto en marcha a los Magos de Oriente. Han visto una luz, un signo, una llamada, y dejando sus hogares se han puesto en marcha a la búsqueda de la suerte que les promete esa luz. A estos personajes la tradición los cuantifica como tres, tal vez por la ofrenda de oro, incienso y mirra; y la misma tradición popular les da el título de reyes, pero san Mateo sólo habla de Magos de Oriente; el pueblo incluso le ha puesto nombres propios: Melchor, Gaspar y Baltasar.
 
Su aparición en los relatos evangélicos nos remite al cumplimiento de una profecía: “¡Levántate, brilla, Jerusalén, que llega tu luz; la gloria del señor amanece sobre ti… Caminarán los pueblos a tu luz, los reyes al resplandor de tu aurora. .. Vienen todos de Saba trayendo incienso y oro y proclamando las alabanzas del Señor” (cf Is 60,1-6), y la respuesta a una oración: “Que se postren ante Él todos los reyes, y que todos los pueblos le sirvan” (Salmo 71, 11). La particular elección del pueblo de Israel apunta al universalismo. 

El Niño de Belén no ha venido a cerrar las puertas de Jerusalén consagrando al pueblo judío como el único reducto de la salvación, sino a abrirlas de par en par para que todos los pueblos puedan entrar en ella. Con Cristo Israel cumple su misión: “Yo te constituí mi testigo ante los pueblos”; (Is 55,4) “vendrán muchos de oriente y occidente, del norte y del sur, a sentarse en la mesa en el Reino de Dios” (Lc 13,29).
 
 
Luz para alumbrar a las naciones
 
Cristo no es el candil particular de nadie, sino el sol que alumbra a todos, la luz universal. Nuestra fe confiesa que "uno ha muerto por todos" y "que nadie más que él puede salvarnos" (Hch 4,12). La luz que enciende el misterio de la encarnación muerte y resurrección de Cristo (su Pascua) ilumina con su resplandor a los hombres de todos los tiempos y lugares, sin exclusión alguna. 

“Yo soy la luz del mundo” (Jn 8,1). No una luz, sino la luz. “La Palabra era la Luz verdadera, que con su venida ilumina a todo hombre” (Jn 1,9). “Por ser Cristo luz de las gentes, este sagrado Concilio –Vaticano II-, reunido bajo la inspiración del Espíritu Santo, desea vehementemente iluminar a todos los hombres con su claridad” (GS,1). Podríamos decir que la epifanía de (manifestación) de Dios ilumina y da un sentido nuevo a nuestras vidas, que a su vez se transforman en lámparas de Cristo que iluminan el mundo con el testimonio (cf Jn 1,6; Mt 5,14-16). 

Si el día 25 de Diciembre celebrábamos la noticia y el hecho del nacimiento de Jesús desde el punto de vista de Dios, el 6 de Enero, celebramos su Epifanía, la importancia de ese nacimiento desde el punto de vista de los hombres, el para qué de su venida: “para alumbrar a las naciones” (Lc 2,32), para llevar a todos el esplendor de su luz.
 
Epifanía nos hace conscientes del regalo que hemos recibido del Padre, y con los pastores y los Magos nos mueve a dar  gloria y alabanza a Dios. Su venida no es sólo un acontecimiento de fe sino también de gracia, ya que baja del cielo “por nosotros y por nuestra salvación”. 

 
"Hemos visto salir su estrella y venimos a adorarle"
 
Con la epifanía, con la revelación de la persona de Jesucristo y su Reino,  Dios invita al hombre a tomar partido. Su manifestación no acepta la indiferencia sino que pide respuesta. Mientras era un desconocido tenías excusa; ahora se ha dado a conocer y tienes que decidirte. 

Los Magos de Oriente optaron claramente por estar de parte de Dios: "Hemos visto salir su estrella y venimos a adorarle" (Mt 2,2); “al ver la estrella se llenaron de gran alegría. Entraron en la casa, vieron al niño con su madre María y lo adoraron postrados en tierra. Abrieron sus tesoros y le ofrecieron como regalo oro, incienso y mirra” (Mt 2,10-11).
 
La respuesta de los Magos se conjuga con los verbos “adorar” y "ponerse en camino".  El culto de adoración sólo lo merece Dios. Sólo ante él debes postrarte (Ex 23,25). Dar culto de adoración a otras cosas o personas que no sean Dios, someterte a ellas, es idolatría, pecado contra el que predicaron incansablemente los profetas. Los hombres somos muy dados a la idolatría: adoramos los bienes materiales y el dinero que nos seducen y atraen nuestro corazón, idolatramos a personas e ideas que nos encandilan y alejan nuestra vida y conducta del seguimiento de Jesús, e incluso llegamos a ser adoradores de nosotros mismos encerrándonos en un narcisismo inmaduro que se cierra a la visión  de Dios y del prójimo.
 
Navidad pide un giro en nuestra atención: "los ojos en Él", dice santa Teresa; Se trata de desengancharnos del culto  a lo ídolos y vivir en adelante cosidos a Jesús; adorarle sólo a Él, poner como eje de la vida a Jesucristo y su Evangelio. Esto es sanador.  "La adoración del único Dios –dice el Catecismo de la Iglesia Católica- libera al hombre del repliegue sobre sí mismo, de la esclavitud del pecado y de la idolatría del mundo" (nº 2097). Si las fiestas de Navidad y Epifanía no han supuesto un paso adelante en tu  reconocimiento de Dios como el único Señor de tu vida, poco cristianas y liberadoras habrán sido.
 

 
Los Magos, modelo de contemplativos
 
Epifanía invita a contemplar al niño nacido en Belén como eje de toda vida espiritual. Los Magos de Oriente son el prototipo del contemplativo que,  en el silencio de la noche, descubre la luz de una estrella que le invita a salir de su egolatría y a ponerse en camino dejando atrás apegos y seguridades. 

Como los Magos, el contemplativo va despojándose en el camino de ideas e imágenes preconcebidas de Dios, vaciándose de pretensiones y aspiraciones personales y capacitándose así para el encuentro con Dios, que se hace presente ahí donde nunca imaginó ni esperó, en la kénosis -anonadamiento, vaciamiento, nada- de Belén. Tras un dramático recorrido por la noche, animado por la estrella de la fe, los Magos, como el místico, alcanza la Luz en el silencio y la pobreza del establo, prefacio del Calvario.

Los Magos buscan y encuentran en el Misterio la sabiduría universal propia de todos los grandes espirituales, un conocimiento no encarcelado en los límites de ninguna raza, nación o religión; muy proclive esta última a confundir a Dios con sus dogmas y leyes. Frente a la pretensión humana de encerrar a Dios en fórmulas de fe, en imágenes y en cánones, la Epifanía nos recuerda que Dios es Misterio insondable e inasible.
 
La sabiduría de Dios es eterna y universal. No exige adscribirse a ninguna tierra o tradición concreta. Los Magos, iluminados por su experiencia de Dios, vuelven a su país de origen, "se retiraron cada uno a su tierra por otro camino" (Mt 2,12). Lo único que cambia en ellos es el camino; ahora marchan por uno distinto; ya no son buscadores de Dios sino adoradores; su culto a Dios no se limitará ya a unos tiempos y espacios concertados sino que va con ellos, enlazado a sus vidas, porque son "adoradores en espíritu y en verdad" (Jn 4,23).
 
Como católicos (universales), el día de Epifanía nos invita a abrir nuestra mente y nuestra conciencia. Dios no es nuestro, es de todos. El término "católico" (universal) no es palabra que indique que se deba restringir la presencia de Dios a los espacios de nuestra iglesia; es más bien el indicativo de que, lejos de encerrarnos en la defensa de nuestra particularidad, Epifanía nos pide abrirnos a la universalidad. 

Aquel que los Magos  encontraron, no en la capital, Jerusalén, sino en las afueras de Belén, donde nadie lo esperaba, ¿no estará también hoy naciendo fuera de los muros de nuestras iglesias? Los magos nos llevan con el Papa Francisco a construir una "iglesia en salida". Que no es "salir para pescar" y encerrar en la pecera de la Iglesia de siempre a los nuevos conversos, sino salir a construir la misma Iglesia fuera de los muros  del tradicionalismo  institucional.  No es el pueblo el que tiene que salvar la institución-iglesia; todo lo contrario: es la Iglesia la que está para salvar al pueblo saliendo, como Jesús, a los caminos de la historia.

Es muy común hablar hoy de crisis de práctica sacramental, crisis de vocaciones a la vida religiosa y sacerdotal, o de  crisis de valores cristianos. La superación de la crisis no va a suceder por encerrarnos  tratando de proteger a Dios del ataque de los que no le aceptan. ¿No es pecado de soberbia pretender defender a Dios? ¿Y a qué Dios defendemos? 

Tal vez confundimos la defensa de Dios con la de los privilegios e intereses de la Iglesia. ¿No se basta Dios a sí mismo? El Dios verdadero sólo pide que se le busque y se le adore. No porque necesite de nuestra adoración, sino porque nos ama y sabe que en vivir de cara a Él está la verdad y felicidad de nuestra vida. Dios se defiende a sí mismo. A nosotros es a quienes toca defendernos de nuestros miedos a una Iglesia nueva, más abierta y universal; una Iglesia que acoja a todos.

No olvidemos que, por exceso de planificación,  la religión instituida en Israel no fue capaz de reconocer al Mesías nacido en Belén. Más bien le puso obstáculos. ¿Cómo iba a nacer Dios en un establo?  No es propio de Dios mezclarse con gente baja, pensaron.  Evitemos caer en el mismo error. ¿Cómo? Haciendo silencio. Acallando nuestros esquemas y programas religiosos, guardando nuestros mapas y caminando en la noche,  dejándonos llevar sin miedos por la estrella de nuestra búsqueda. Como dijo el poeta Luis Rosales. "De noche iremos, de noche / sin luna iremos, sin luna / que para encontrar la fuente / sólo la sed nos alumbra". La sed: la fe desnuda, la esperanza incierta, el amor imprevisto.
  
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La fiesta de la Epifanía está en España unida a la tradición de hacer regalos. Regalar es también una forma de celebrar la fe; y el covid no va a frenar esa tradición tan entrañable que supone dar de lo que yo he recibido. La mejor forma de agradecer a Dios los bienes que recibimos es haciendo partícipes de ellos a los demás. Es una pena que esta tradición del regalo esté envenenada con el virus del consumismo. Deberíamos recuperar el sentido espiritual de la fiesta: con Jesucristo hemos recibido el mayor regalo de Dios, y nos felicitamos por ello; y como respuesta a ese gran don, también nosotros nos ofrecemos a Dios sirviendo al prójimo, haciéndonos nosotros mismo regalo. 

Si los “regalos” de Navidad no recuerdan el don primero de Dios (Él mismo dándose en Jesucristo), y si no van unidos al espíritu de disponibilidad personal para el servicio de Dios en el prójimo, entonces estamos ante un espejismo de epifanía. A este respecto, y de cara a la costumbre de atiborrar a los niños con juguetes en este día, recuerdo ese grito anónimo del niño que se siente burlado y engañado: “¡Papá, no me compres juguetes, juega conmigo!”. También el niño Dios burlado y engañado te dice que más importante que darle cosas a él y a los hermanos, es que de una vez por todas te des tú mismo, que seas con tu vida epifanía de Dios, adorador en espíritu y en verdad.

Casto Acedo. Enero 2021. paduamerida@gmail.com.