sábado, 2 de enero de 2021

Epifanía (6 de Enero)

“Hemos visto salir su estrella y venimos a adorarlo” (Mt2,2). He aquí el motivo que ha puesto en marcha a los Magos de Oriente. Han visto una luz, un signo, una llamada, y dejando sus hogares se han puesto en marcha a la búsqueda de la suerte que les promete esa luz. A estos personajes la tradición los cuantifica como tres, tal vez por la ofrenda de oro, incienso y mirra; y la misma tradición popular les da el título de reyes, pero san Mateo sólo habla de Magos de Oriente; el pueblo incluso le ha puesto nombres propios: Melchor, Gaspar y Baltasar.
 
Su aparición en los relatos evangélicos nos remite al cumplimiento de una profecía: “¡Levántate, brilla, Jerusalén, que llega tu luz; la gloria del señor amanece sobre ti… Caminarán los pueblos a tu luz, los reyes al resplandor de tu aurora. .. Vienen todos de Saba trayendo incienso y oro y proclamando las alabanzas del Señor” (cf Is 60,1-6), y la respuesta a una oración: “Que se postren ante Él todos los reyes, y que todos los pueblos le sirvan” (Salmo 71, 11). La particular elección del pueblo de Israel apunta al universalismo. 

El Niño de Belén no ha venido a cerrar las puertas de Jerusalén consagrando al pueblo judío como el único reducto de la salvación, sino a abrirlas de par en par para que todos los pueblos puedan entrar en ella. Con Cristo Israel cumple su misión: “Yo te constituí mi testigo ante los pueblos”; (Is 55,4) “vendrán muchos de oriente y occidente, del norte y del sur, a sentarse en la mesa en el Reino de Dios” (Lc 13,29).
 
 
Luz para alumbrar a las naciones
 
Cristo no es el candil particular de nadie, sino el sol que alumbra a todos, la luz universal. Nuestra fe confiesa que "uno ha muerto por todos" y "que nadie más que él puede salvarnos" (Hch 4,12). La luz que enciende el misterio de la encarnación muerte y resurrección de Cristo (su Pascua) ilumina con su resplandor a los hombres de todos los tiempos y lugares, sin exclusión alguna. 

“Yo soy la luz del mundo” (Jn 8,1). No una luz, sino la luz. “La Palabra era la Luz verdadera, que con su venida ilumina a todo hombre” (Jn 1,9). “Por ser Cristo luz de las gentes, este sagrado Concilio –Vaticano II-, reunido bajo la inspiración del Espíritu Santo, desea vehementemente iluminar a todos los hombres con su claridad” (GS,1). Podríamos decir que la epifanía de (manifestación) de Dios ilumina y da un sentido nuevo a nuestras vidas, que a su vez se transforman en lámparas de Cristo que iluminan el mundo con el testimonio (cf Jn 1,6; Mt 5,14-16). 

Si el día 25 de Diciembre celebrábamos la noticia y el hecho del nacimiento de Jesús desde el punto de vista de Dios, el 6 de Enero, celebramos su Epifanía, la importancia de ese nacimiento desde el punto de vista de los hombres, el para qué de su venida: “para alumbrar a las naciones” (Lc 2,32), para llevar a todos el esplendor de su luz.
 
Epifanía nos hace conscientes del regalo que hemos recibido del Padre, y con los pastores y los Magos nos mueve a dar  gloria y alabanza a Dios. Su venida no es sólo un acontecimiento de fe sino también de gracia, ya que baja del cielo “por nosotros y por nuestra salvación”. 

 
"Hemos visto salir su estrella y venimos a adorarle"
 
Con la epifanía, con la revelación de la persona de Jesucristo y su Reino,  Dios invita al hombre a tomar partido. Su manifestación no acepta la indiferencia sino que pide respuesta. Mientras era un desconocido tenías excusa; ahora se ha dado a conocer y tienes que decidirte. 

Los Magos de Oriente optaron claramente por estar de parte de Dios: "Hemos visto salir su estrella y venimos a adorarle" (Mt 2,2); “al ver la estrella se llenaron de gran alegría. Entraron en la casa, vieron al niño con su madre María y lo adoraron postrados en tierra. Abrieron sus tesoros y le ofrecieron como regalo oro, incienso y mirra” (Mt 2,10-11).
 
La respuesta de los Magos se conjuga con los verbos “adorar” y "ponerse en camino".  El culto de adoración sólo lo merece Dios. Sólo ante él debes postrarte (Ex 23,25). Dar culto de adoración a otras cosas o personas que no sean Dios, someterte a ellas, es idolatría, pecado contra el que predicaron incansablemente los profetas. Los hombres somos muy dados a la idolatría: adoramos los bienes materiales y el dinero que nos seducen y atraen nuestro corazón, idolatramos a personas e ideas que nos encandilan y alejan nuestra vida y conducta del seguimiento de Jesús, e incluso llegamos a ser adoradores de nosotros mismos encerrándonos en un narcisismo inmaduro que se cierra a la visión  de Dios y del prójimo.
 
Navidad pide un giro en nuestra atención: "los ojos en Él", dice santa Teresa; Se trata de desengancharnos del culto  a lo ídolos y vivir en adelante cosidos a Jesús; adorarle sólo a Él, poner como eje de la vida a Jesucristo y su Evangelio. Esto es sanador.  "La adoración del único Dios –dice el Catecismo de la Iglesia Católica- libera al hombre del repliegue sobre sí mismo, de la esclavitud del pecado y de la idolatría del mundo" (nº 2097). Si las fiestas de Navidad y Epifanía no han supuesto un paso adelante en tu  reconocimiento de Dios como el único Señor de tu vida, poco cristianas y liberadoras habrán sido.
 

 
Los Magos, modelo de contemplativos
 
Epifanía invita a contemplar al niño nacido en Belén como eje de toda vida espiritual. Los Magos de Oriente son el prototipo del contemplativo que,  en el silencio de la noche, descubre la luz de una estrella que le invita a salir de su egolatría y a ponerse en camino dejando atrás apegos y seguridades. 

Como los Magos, el contemplativo va despojándose en el camino de ideas e imágenes preconcebidas de Dios, vaciándose de pretensiones y aspiraciones personales y capacitándose así para el encuentro con Dios, que se hace presente ahí donde nunca imaginó ni esperó, en la kénosis -anonadamiento, vaciamiento, nada- de Belén. Tras un dramático recorrido por la noche, animado por la estrella de la fe, los Magos, como el místico, alcanza la Luz en el silencio y la pobreza del establo, prefacio del Calvario.

Los Magos buscan y encuentran en el Misterio la sabiduría universal propia de todos los grandes espirituales, un conocimiento no encarcelado en los límites de ninguna raza, nación o religión; muy proclive esta última a confundir a Dios con sus dogmas y leyes. Frente a la pretensión humana de encerrar a Dios en fórmulas de fe, en imágenes y en cánones, la Epifanía nos recuerda que Dios es Misterio insondable e inasible.
 
La sabiduría de Dios es eterna y universal. No exige adscribirse a ninguna tierra o tradición concreta. Los Magos, iluminados por su experiencia de Dios, vuelven a su país de origen, "se retiraron cada uno a su tierra por otro camino" (Mt 2,12). Lo único que cambia en ellos es el camino; ahora marchan por uno distinto; ya no son buscadores de Dios sino adoradores; su culto a Dios no se limitará ya a unos tiempos y espacios concertados sino que va con ellos, enlazado a sus vidas, porque son "adoradores en espíritu y en verdad" (Jn 4,23).
 
Como católicos (universales), el día de Epifanía nos invita a abrir nuestra mente y nuestra conciencia. Dios no es nuestro, es de todos. El término "católico" (universal) no es palabra que indique que se deba restringir la presencia de Dios a los espacios de nuestra iglesia; es más bien el indicativo de que, lejos de encerrarnos en la defensa de nuestra particularidad, Epifanía nos pide abrirnos a la universalidad. 

Aquel que los Magos  encontraron, no en la capital, Jerusalén, sino en las afueras de Belén, donde nadie lo esperaba, ¿no estará también hoy naciendo fuera de los muros de nuestras iglesias? Los magos nos llevan con el Papa Francisco a construir una "iglesia en salida". Que no es "salir para pescar" y encerrar en la pecera de la Iglesia de siempre a los nuevos conversos, sino salir a construir la misma Iglesia fuera de los muros  del tradicionalismo  institucional.  No es el pueblo el que tiene que salvar la institución-iglesia; todo lo contrario: es la Iglesia la que está para salvar al pueblo saliendo, como Jesús, a los caminos de la historia.

Es muy común hablar hoy de crisis de práctica sacramental, crisis de vocaciones a la vida religiosa y sacerdotal, o de  crisis de valores cristianos. La superación de la crisis no va a suceder por encerrarnos  tratando de proteger a Dios del ataque de los que no le aceptan. ¿No es pecado de soberbia pretender defender a Dios? ¿Y a qué Dios defendemos? 

Tal vez confundimos la defensa de Dios con la de los privilegios e intereses de la Iglesia. ¿No se basta Dios a sí mismo? El Dios verdadero sólo pide que se le busque y se le adore. No porque necesite de nuestra adoración, sino porque nos ama y sabe que en vivir de cara a Él está la verdad y felicidad de nuestra vida. Dios se defiende a sí mismo. A nosotros es a quienes toca defendernos de nuestros miedos a una Iglesia nueva, más abierta y universal; una Iglesia que acoja a todos.

No olvidemos que, por exceso de planificación,  la religión instituida en Israel no fue capaz de reconocer al Mesías nacido en Belén. Más bien le puso obstáculos. ¿Cómo iba a nacer Dios en un establo?  No es propio de Dios mezclarse con gente baja, pensaron.  Evitemos caer en el mismo error. ¿Cómo? Haciendo silencio. Acallando nuestros esquemas y programas religiosos, guardando nuestros mapas y caminando en la noche,  dejándonos llevar sin miedos por la estrella de nuestra búsqueda. Como dijo el poeta Luis Rosales. "De noche iremos, de noche / sin luna iremos, sin luna / que para encontrar la fuente / sólo la sed nos alumbra". La sed: la fe desnuda, la esperanza incierta, el amor imprevisto.
  
* * *
 
La fiesta de la Epifanía está en España unida a la tradición de hacer regalos. Regalar es también una forma de celebrar la fe; y el covid no va a frenar esa tradición tan entrañable que supone dar de lo que yo he recibido. La mejor forma de agradecer a Dios los bienes que recibimos es haciendo partícipes de ellos a los demás. Es una pena que esta tradición del regalo esté envenenada con el virus del consumismo. Deberíamos recuperar el sentido espiritual de la fiesta: con Jesucristo hemos recibido el mayor regalo de Dios, y nos felicitamos por ello; y como respuesta a ese gran don, también nosotros nos ofrecemos a Dios sirviendo al prójimo, haciéndonos nosotros mismo regalo. 

Si los “regalos” de Navidad no recuerdan el don primero de Dios (Él mismo dándose en Jesucristo), y si no van unidos al espíritu de disponibilidad personal para el servicio de Dios en el prójimo, entonces estamos ante un espejismo de epifanía. A este respecto, y de cara a la costumbre de atiborrar a los niños con juguetes en este día, recuerdo ese grito anónimo del niño que se siente burlado y engañado: “¡Papá, no me compres juguetes, juega conmigo!”. También el niño Dios burlado y engañado te dice que más importante que darle cosas a él y a los hermanos, es que de una vez por todas te des tú mismo, que seas con tu vida epifanía de Dios, adorador en espíritu y en verdad.

Casto Acedo. Enero 2021. paduamerida@gmail.com.

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