jueves, 21 de enero de 2021

En Memoria de Emilio Rodríguez

 


Estos tiempos de pandemia ni siquiera son buenos para despedirse de la vida como uno merece. De haber sido en otro momento, seguro que habrían sido muchos los que le hubieran acompañado en la liturgia de su despedida. Pero las circunstancias mandan. 

Calladamente, con la misma discreción que acompañó su vida, tan sacerdotal y humana, se ha marchado Emilio Rodriguez a la casa del Padre. Fué el pasado 10 de Enero.

Emilio, fuiste una buena persona. De san José, cuyo año santo conmemoramos, se dice en el evangelio que "era un hombre bueno”; y no hay mejor palabra para describir la santidad. De ti me atrevo a decir lo mismo: has sido, lo primero, un buen hombre, pero también un buen cristiano y un buen sacerdote. 

Un hombre bueno. 

Emilio, no perdiste nunca tu humanidad, tu cercanía. Más que pastor has sido oveja entre el rebaño, persona de calle. De mi caminar contigo por el entorno de tu parroquia de san Juan Bautista en Badajoz me queda ese sabor de tu buen trato con los feligreses. Tu sonrisa, tu afecto, conectaba enseguida con los conocidos que encontrabas a tu paso. Para cada uno tenías una palabra, un buen deseo, un apoyo moral si lo requerían las circunstancias. 

Buen cristiano. 

Tu bonhomía, Emilio, transpiró evangelio. No cabe duda de que la Palabra tomó carne en ti, e impregnó tu fe, tus ideas y todo tu quehacer. Si lo más propio de Jesús de Nazaret, tu maestro, era la misericordia, tampoco a ti te faltó la capacidad de hacer tuyos los latidos de las personas con las que conviviste. 

Mantuviste siempre una relación de cercanía entrañable con tu familia de sangre; disfrutabas de estar con ellos y te sentías orgulloso de ser correspondido con su cariño. Se notaba en tus palabras; valoraste a tu familia como lo que siempre fue para ti, un gran regalo de Dios. 

Pero tu cercanía no se quedó en ellos sino que la ampliaste a todos los que te trataron. En tu modo de acercarte a cualquiera, se mascaba que la alegría del evangelio había calado hasta lo más profundo de tu ser. Tu vida de oración e intimidad con Jesús, de la que pudimos disfrutar los que compartimos oración y confidencias en común, no la quedaste entre los muros del templo sino que pudimos ver cómo se abría en abanico expandiendo optimismo y esperanza. 

Amigos, vecinos, feligreses, compañeros de parroquia, pueden testificar tu interés y preocupación por ellos más allá de lo que tu cargo requería. Sería larga la lista de quienes se sintieron acompañados por ti en sus momentos difíciles. En nombre de todos me atrevo a decierte aquí: ¡gracias! 

Sacerdote ejemplar.

Emilio, fuiste muy humano y muy cristiano. Eso fue primordial para ti. Pero además, tuviste el honor de recibir el sacramento del Orden Sacerdotal, y nosotros el placer y la ventaja de disfrutarte como sacerdote. De que viviste con pasión tu vocación sacerdotal dan testimonio no solo los feligreses que se te encomendaron, sino también tus compañeros en el sacerdocio. 

Tengo la suerte de pertenecer al grupo de presbíteros con el que compartiste tus experiencias de fe. Compartimos quincenalmente encuentros de oración y revisión de vida personal y pastoral; y la comida y el paseo posterior. Tú siempre mirando tu reloj para no faltar a las obligaciones pastorales de la tarde. 

Tu participación en el grupo, lo digo con satisfacción, fue siempre de un optimismo y moderación no carentes de carga profética. Jamás alardeaste de la excelente preparación teológica que tenías. Con tu modo de ver las cosas mostraste que para ti la misericordia ha de prevalecer sobre la ley, la colaboración sobre la competitividad y el perdón sobre la crítica destructiva. Hiciste muy tuya la enseñanza ignaciana que habla de estar “más dispuestos a salvar la proposición del otro que a condenarla”. 

Has sido un sacerdote del Concilio Vaticano II, preocupado por el diálogo con las realidades sociales, que entendiste acertadamente a la Iglesia como Pueblo de Dios, signo de presencia de Cristo y servidora de los pobres. 

Como sacerdote pude ver que siempre tuviste un enorme respeto por la liturgia de la Iglesia, más allá del ritualismo. Ejerciste en las celebraciones con gran sencillez el ministerio recibido. Me atrevo a decir que te preocupaste por hacer realidad las palabras de Jesús en la última cena: “Tomad y comed, ... Tomad y bebed”. Tu vida, Emilio, fue donación eucarística; en ella, día a día, incluso en los momentos duros, has dado gracias a Dios devolviéndole todo lo que el mismo Dios te dió. Hacer memoria de tu paso entre nosotros es recordar que nacemos para morir y morimos para vivir eternamente. 

* * *

Gracias, Emilio, por todo lo que nos has dado. Te has marchado silenciosamente. Ya sois muchos los miembros de nuestro equipo sacerdotal los que os habéis ido: Oswaldo Ordoñez, Juan Miguel G. Refollo, Antonio Paniagua, Emilio Sánchez, Vicente Cortés y Enrique Calvo. El grupo de peregrinos ha quedado mermado, el de los que habéis llegado al cielo aumenta. Os imagino compartiendo en grado máximo momentos tan felices como los vividos en El Marrubial o en esas vacaciones tan entrañables en el albergue de Solana de Avila u otros lugares. Hasta me atrevo a imaginar las bromas que le estaréis gastando a Antonio Paniagua y que tan celestialmente aceptó siempre. 

Amigo Emilio, descansa y disfruta de la vida que siempre deseaste, la vida de Dios. Nosotros, los que quedamos aún aquí, vivimos con la esperanza cierta de que la voluntad de Dios no se frustrará en nosotros, sino que fructificará como la creemos fructificada en ti.

Casto Acedo. Enero 2021

4 comentarios:

  1. Si alguien ha introducido algún comentario y no ha entrado, disculpe. No estaba abierto el poder hacerlo. C.A,

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  2. Estas palabras que leo hoy, 29 de Enero, me hacen recordar a Don Emilio. Buen compañero, cercano, siempre atento, interesado en cómo estaba su interlocutor del momento. Se nos ha ido, como dice Casto, un buen hombre, Cristiano y sacerdote. En esperanza, espéranos.

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