lunes, 20 de septiembre de 2021

El ruido y el silencio

 Incluyo en el blog este articulo de mi amigo Arturo Picazo. Él mismo lo titula El ruido y el silencio. Una breve reflexión sobre la necesidad de hablar cuando el ruido mediático saca a la luz temas escabrosos referidos a la Iglesia. 


La reflexión de Pablo en torno a la unión en Cristo de todos los bautizados, y que expresa mediante la metáfora del cuerpo y los miembros, caló muy pronto en la conciencia cristiana.

Desarrollada probablemente en exclusiva para la comunidad de Corinto, que el mismo había fundado y que vivía fuertes disensiones internas, debido, entre otros motivos, al surgimiento de diversos líderes dentro de ella, lo que había desembocado en divisiones y desencuentros, la exposición de Pablo aborda la cuestión de la unidad en Cristo sin rodeos. 

Sus palabras al respecto pronto traspasaron los límites geográficos de la ciudad griega del Peloponeso y los límites temporales del propio Pablo,  hasta el punto que su reflexión de convirtió en una de las bases de la eclesiología desde la patrística hasta nuestros días y de toda la doctrina del Cuerpo Místico de Cristo, concepto muy importante dentro de la teología católica. El punto álgido del pensamiento paulino sobre el tema se concreta en 1ª Cor 12, 26: Si sufre un miembro todos los demás sufren con él. Si un miembro es honrado, todos los demás toman parte de su gozo.

Desconozco el grado de penetración de esta doctrina en la teología protestante y ortodoxa. Ceñidas ambas a comunidades o iglesias autónomas, supongo que la consideración de Pablo se ceñirá al ámbito concreto de esas comunidades o iglesias, sin que ello impida cierta conciencia extensiva a otras.

No ocurre así en la iglesia católica, el sentido universal (eso quiere decir católica) ha creado una vivísima conciencia entre sus fieles, de tal manera que no es necesario que un mal o un bien ocurra en la cercanía de una comunidad o diócesis. Da igual que sea en Australia, Estados Unidos o cualquier otro país remoto: si sucede algo malo en la Iglesia,  la conciencia católica lo nota como sufrimiento en la otra parte del mundo, y si ocurre algo bueno  lo nota como gozo. La misma liturgia eucarística recoge esa conciencia al pedir por “Tu Iglesia, extendida por toda la tierra”.

Estimo que es un error de bulto destacar solo el bien y silenciar el mal. Ya sabemos que lo bueno suele ser testimonio callado y está bien que se amplifique para gozo de la comunidad.  De igual modo, sabemos que la malo, por su propia naturaleza, suele ser ruidoso y no es necesario amplificar más lo que ya de por sí está amplificado. Eso es cierto, pero es igualmente cierto que en estos casos se debería llevar a cabo una labor de modulación, buscando el punto justo e intermedio entre el ruido abrumador y el silencio desconcertante para tomar conciencia de la profundidad del mal y del daño causado.

Lamentablemente no suele ocurrir así. Lo bueno ocurrido en cualquier parte de la Iglesia se proclama y lo malo se silencia. Lo p

rimero, está bien y lo segundo puede tener una intención de no hacer ya más ruido del que hay, pero no está bien. La comunidad hacia dentro tiene que reflexionar sobre ello.


Llevamos años despachándonos con casos sonados de pederastia, de escándalos financieros, y ahora, con todo el asunto del obispo de Solsona. No es una buena decisión que el tema no se trate con toda delicadeza en cada comunidad. No es un problema de Solsona, es un problema de la Iglesia, de mi parroquia y diócesis, aunque no haya ocurrido aquí.

Hace unos días una mujer de ochenta años y de comunión diaria, refiriéndose a lo sucedido con el obispo de Solsona, nos decía a un grupo: “Ay, Señor, como está la Iglesia”.

La frase no venía de una activista de izquierda anticlerical, venía de una señora mayor católica, y lo curioso es que su pensamiento, resumido en esa dolorida frase, es el pensamiento, más o menos expresado, de millones de fieles. Solo por eso, esa mujer, y con ella esos millones de fieles, merecen aclaraciones sobre ello. Seguro que una reflexión serena no va a ir en detrimento de La Iglesia, al contrario, solo se puede esperar bien para todos.

No digo que haya que utilizar las homilías para abordar estos temas concretos, ni siquiera el tiempo dedicado al final de la liturgia eucarística para los avisos puntuales. No son espacio para ello.

Tampoco digo que haya que convocar una reunión ex profeso, aunque si se hiciese así no se podría decir que está fuera de lugar. Pero, en fin, buscando la modulación que proponía, sí se debería  aprovechar cualquier otra reunión para introducir el tema.  Creo que sería una buena oportunidad de los pastores para ahondar en el sentido de Iglesia, para profundizar en el bien y en el mal que siempre e inevitablemente nos ha acompañado a lo largo de la historia desde el mismo grupo de Jesús hasta nuestros días, y que seguirá acompañándonos, porque, en sí mismo, el mal es un misterio, en La Iglesia y fuera de ella.  La iniquidad no ha comenzado con nosotros, ni seremos nosotros quienes le pongamos fin, apuntó con sano realismo Soljenitsyn, y llevaba toda la razón.

Si en algo coinciden el ruido y el silencio es en que ambos se niegan a ahondar en la verdadera profundidad del mal. El ruido, porque se entretiene y entretiene en jalear sus consecuencias; el silencio, porque se niega a abordar su causa.

Precisamente esa reunión o reuniones, como rupturas del silencio, deberían ser una oportunidad para analizar las causas de distinto tipo que pueden llevar al desarrollo de conductas negativas tan destructivas para La Iglesia y sus posibles soluciones. En fin, lo que sea, antes que el silencio desconcertante, porque en esta situación uno se siente como Antígona cuando le dice a su hermana Ismene: este silencio me espanta, tanto como el ruido en balde.

 Arturo Picazo Bermejo

Septiembre 2021

 

1 comentario:

  1. Un amigo de Arturo ha hecho este comentario a este artículo:
    La idea de callar "lo malo" y airear "lo bueno" dentro de la institución Iglesia, querido Arturo, como indicas, ha sido una constante y me temo que va a seguir siendo. Aplaudo la idea que te dio la señora mayor y de comunión diaria "¡cómo está la Iglesia!". Y sigo estando de acuerdo en que los espacios de homilías y de avisos parroquiales no son apropiados para dialogar el tema de la Iglesia en estos tiempos y que, como también indicas habría que crear otros espacios para ello.
    En este punto quiero ahondar: lo que faltan son esos espacios en nuestras parroquias para juntos, laicos y clero, olvidando leyes y tradiciones y pastorales sacramentales y otras cosas, nos sentemos y abriendo el olvidado evangelio redescubramos al Jesús de Nazaret que nos abrió a Dios como Padre y no como institución a salvaguardar y poco a poco nos daremos cuenta del alejamiento que se está dando entre Iglesia institución y la cultura actual de los pueblos y sus gentes. Pero al parecer la institución pesa más que el evangelio y hay mucho dentro de los templos para entretenerse, que es como mirar para otro lado y no querer mirar la realidad que estamos viviendo en la Iglesia. El evangelio nos pondría en contacto con las primeras comunidades de las que hablas de las que tenemos tanto que aprender y volviendo a los orígenes.
    Gracias por tu reflexión.

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