jueves, 16 de septiembre de 2021

Crecer en la persecución (19 de Septiembre)


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"Dijeron
 los malos: acechemos al justo, que nos resulta incómodo… Lo someteremos a la prueba de la afrenta y la tortura…Lo condenaremos a muerte ignominiosa, pues dice que hay quien se ocupa de él
 (Sab 2,17-20). 

El justo –dicen los malos- nos resulta incómodo. La justicia incomoda a quien vive instalado en la injusticia. Y su reacción suele ser el rechazo del justo, su marginación, e incluso su eliminación. Ahí hallamos el origen y la causa de la pasión y muerte de Jesucristo. Él era justo, y su “luz” puso en evidencia la injusticia que se oculta en el corazón del malvado.

Frente a la inocente mirada del justo sólo quedan dos opciones: o aceptar la luz que irradia, y el consiguiente reconocimiento de la propia oscuridad (arrepentimiento y conversión), o tratar de huir de ella  descreditándola o, en última instancia, eliminarla. 

Los esquemas de Dios 
y los nuestros
 
La historia del “justo injustamente perseguido” que nos describe la primera lectura de este domingo es la historia de Jesús. Pero también es la historia de muchos personajes de la Biblia: Abel, acechado, envidiado y asesinado por su hermano Caín; Moisés, rechazado por el Faraón; David, perseguido por Saúl; los grandes profetas, desterrados y perseguidos por el pueblo y por los reyes; Pablo de Tarso, acusado de blasfemo y enemigo por los fariseos a los que pone en evidencia con su predicación acerca de la inutilidad de la ley como clave de la vida religiosa; etc….

La misma actitud beligerante  se da en la vida de los “justos” (santos) en la historia de la Iglesia: primeros mártires perseguidos (san Esteban, los apóstoles), grandes santos de la antigua historia de la Iglesia que han sufrido la violencia del martirio: Ignacio de Antioquia, Tomás Moro, Oscar Romero, Ignacio Ellacuría, etc. O los más recientes casos de cristianos que sufren persecución en el mundo islámico, en las sociedades consumistas occidentales, o en cualquier lugar donde se denuncian la injusticias como una ofensa al mismo Dios.

Ser "justo”, vivir en coherencia con el Dios de Jesucristo, predicar su doctrina y, sobre todo vivirla, desagrada a muchos. Podemos hablar del “Dios conflictivo”, Dios que, presente en los sencillos de corazón, entra en conflicto con el mundo, no porque los santos deseen ese conflicto, pero su forma de pensar y actuar  hallan la oposición de quienes no están dispuestos  a rendirse al bien de Dios.

El conflicto entre el bien y el mal, las tinieblas y la luz,  es  inevitable. Jesús lo da a entender en su predicación: "¿Pensáis que he venido a traer paz a la tierra? No, sino división. Desde ahora estarán divididos cinco en una casa: tres contra dos y dos contra tres; estarán divididos el padre contra el hijo y el hijo contra el padre, la madre contra la hija y la hija contra la madre, la suegra contra la nuera y la nuera contra la suegra” (Lc 12,51-53). Quien tiene los criterios de Dios no puede menos que entrar en disonancia con quien se rige por esquemas de poder, fama y dinero. Son dos mentalidades distintas e irreconciliables: la de Dios y la mundana (cf Jn 17,13-26).

Se impone estar atentos, porque no pocas veces la mentalidad de este mundo impregna incluso a la Iglesia. Ya en sus inicios -lo veíamos el domingo pasado en el evangelio- el mismo san Pedro expresó su discrepancia con los planes de Dios al querer convencer a Jesús de que cambiara de camino, de que no se dirigiera a la cruz, que huyera de su misión; el mismo Jesús le llama la atención: “apártate, Satanás, tú piensas como los hombres, no como Dios” (Mc 8,33); un poco después son los apóstoles los que manifiestan que su mentalidad, sus pensamientos, necesitan conversión: “por el camino habían discutido quién era el más importante” (Mc 9,34).


Ser cristiano desconcierta 
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La Palabra nos invita a una elección: o seguir los caminos del mundo, “donde hay envidias y peleas, hay desorden y toda clase de males” (Sant 3,16) o seguir los caminos de Dios: “los que siembran la paz y su fruto es la justicia” (cf Sant 3,18). 

Teóricamente lo tenemos claro; pero no nos engañemos: lo que pide el Señor a sus discípulos no es que se aprendan la lección, como los fariseos estudiosos de la ley, sino que practiquen la justicia siguiendo el estilo de vida que él propone. Y cuesta aterrizar en la realidad viviendo  según los esquemas de Dios. Cuando el evangelio entra en el mundo genera en las personas y en las instituciones un desconcierto que hay que saber discernir.

Primeramente me desconcierto y divido yo mismo. El rechazo a los  planes de Dios no se da solo entre mi yo creyente y los otros; también en mi mismo interior se da con frecuencia ese rechazo; son muchas las ocasiones en que me niego a aceptar los retos que me propone el evangelio. El evangelio tiene su grado de incomodidad. Me incomoda cuando me hace ver que soy ricos y tacaño para con mis hermanos, intolerante y soberbio, remiso a ayudar a otros si ello me supone pérdidas económicas o de consideración social, etc. 

"El hijo del hombre va a ser entregado en manos de los hombres y lo matarán; y después de muerto, a los tres días, resucitará" (Mc 9,31). Todo crecimiento espiritual, todo seguimiento de Jesús, trae consigo la muerte del ego para que florezca el yo auténtico, el hijo de Dios que soy. Observa que no sólo desde fuera encuentro oposición a mi ser creyente; también en mi interior surge la duda acerca de si Dios, finalmente, estará conmigo. Es importante mirar dentro de mi. 

La vida  de fe tiene un enemigo oculto en mi personal visión mundana de las cosas. Recuerda Getsemaní: "no sea lo que yo quiero, Padre, sino lo que tú quieres".  El camino para ser fuertes en la persecución se fragua en el corazón. Es lo primero que hay que sanar si de veras queremos superar las pruebas que nos llegan desde el exterior.

Y si es necesario un fortalecimiento personal para mantener la calma en medio de las tormentas, no menos necesario es el fortalecimiento institucional. A nivel de Iglesia es bueno repasar si en nuestra institución los que cuenta es los más débil o lo más fuerte, lo más sencillo o lo más ostentoso. 

"Tomando un niño, lo puso en medio de ellos, lo abrazó, y les dijo: El que acoge a un niño como este en mi nombre, me acoge a mi" (Mc 9,36-37)El niño, en la cultura judía del siglo I carecía de importancia, no era tenido en cuenta. Lo que Jesús quiere decir a sus discípulos y nos dice hoy a nosotros es que hay que hacerse pequeño, y desde ahí, desde abajo, ser misericordioso y acogedor con los que menos cuentan según la escala dominante. “Quien quiera ser el primero, que sea el último de todos y el servidor de todos” (Mc 9,35).

La defensa de los débiles siempre crea problemas. Raramente encontramos oposición a nuestras creencias a no ser que estas salgan a la calle y tomen partido por la justicia. Podemos aprender mucho sobre la grandeza e nuestra fe observando el efecto que produce en nuestro entorno. ¿Ladran? Luego cabalgamos. Si las críticas a la Iglesia son debidas a la defensa de la vida, la denuncia de la injusticia y la afirmación de Dios, ¡enhorabuena!, vamos por buen camino.

Este domingo es un buen día para preguntarte al hilo de la liturgia de la Palabra: ¿Siento en algún momento el rechazo por ser seguidor o seguidora de Jesús? ¿Cómo encajo las contradicciones que se me presentan por ser y pensar distinto debido a mi fe en el evangelio? Las situaciones de desconcierto personal y las críticas o rechazos son una oportunidad que el Señor me ofrece para crecer en fe. A la muerte de mi orgullo que suponen las humillaciones recibidas en el nombre del Señor le sigue siempre un florecimiento espiritual.

Y por otro lado debería mirar mi sentido de Iglesia. ¿Me avergüenza una Iglesia humillada y perseguida por defender la verdad del evangelio?  A nivel más concreto: ¿cómo me sitúo en mi comunidad parroquial: procuro ocupar puestos de servicio (cáritas, limpieza del templo, atención a enfermos, etc...) o aspiro a las actividades donde hay más lucimiento y consideración (protagonismo en actos litúrgicos solemnes, presidencia en  procesiones y actividades representativas, etc.)?  

A todos nos gusta una Iglesia socialmente bien considerada. Pero no siempre se da esa consideración. Y para caer bien tendemos a hacer una iglesia según el modelo del mundo, cuando su misión es precisamente la contraria: hacer un mundo según el modelo del evangelio. Si lo que ofrecemos en la Iglesia es más de lo mismo (poder, privilegios y cargos de honor), ¿para qué sirve?, eso ya lo hay fuera de ella.

Una Iglesia que  no desconcierta y crea polémica, que no suscita críticas y persecución, que no da problemas a la sociedad acomodada, una iglesia así está sobrando. Pero si su presencia desquicia a los que andan cómodamente dormidos en sus algodones, ¡alegraos!, también a Jesús lo persiguieron y condenaron; cuando ladran los perros es porque algo está vivo y se mueve. La persecución por el Reino es una señal de que se marcha por caminos de fidelidad  a Dios.


Pide lo que nunca 
te has atrevido a pedir

Entra  hoy en oración ante el Señor y su Palabra con toda sinceridad. Contempla en tu interior la voluntad de Dios, su opción por los últimos, y trata de ver cuán lejos estás de ella. Atrévete a reconocer que el primer "impío" que te acecha y persigue lo tienes en ti mismo. Cuídate de no escucharle. Pide perdón y la gracia de la conversión. Convertirse es cambiar tu mente. Acostúmbrate a ver en las persecuciones un desafío para crecer y afróntalas con gallardía.  

¡Trabaja en ti las virtudes cristianas! Soportar la persecución sólo es posible dejándote curtir por la fuerza de las virtudes divinas. ¡La fuerza me viene del Señor! 

No me resisto a no transcribir hoy el texto completo de la carta de Santiago (3,16–4,3) que hoy propone la liturgia; es un buen programa para matar el ego y resucitar a Cristo; con Él lo puedo todo:
"Donde hay envidias y rivalidades, hay desorden y toda clase de males. La sabiduría que viene de arriba ante todo es pura y, además, es amante de la paz, comprensiva, dócil, llena de misericordia y buenas obras, constante, sincera. Los que procuran la paz están sembrando la paz, y su fruto es la justicia. ¿De dónde proceden las guerras y las contiendas entre vosotros? ¿No es de vuestras pasiones, que luchan en vuestros miembros? Codiciáis y no tenéis; matáis, ardéis en envidia y no alcanzáis nada; os combatís y os hacéis la guerra. No tenéis, porque no pedís. Pedís y no recibís, porque pedís mal, para dar satisfacción a vuestras pasiones".   
Cuando pidas algo a Dios piensa más en los demás que en ti. Y pídele al Señor sufrimientos, persecuciones y desprecios si son convenientes para tu madurez cristiana; esas son las cosas que reza una oración litúrgica que "no nos atrevemos a pedir". Cuando  pierdas el miedo a la pasión y la muerte hallarás la resurrección y la vida, la verdadera alegría. 

Bienaventurados seréis cuando os injurien, y os persigan y digan con mentira toda clase de mal contra vosotros por mi causa. Alegraos y regocijaos, porque vuestra recompensa será grande en los cielos; pues de la misma manera persiguieron a los profetas anteriores a vosotros”. (Mt 5,11-12) 

Casto Acedo Gómez. Septiembre 2021paduamerida@gmail.com.

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