jueves, 2 de septiembre de 2021

Éffetá, ¡ábrete! (Domingo 5 de Septiembre)



En el colmo del asombro decían: todo lo ha hecho bien: hace oír a los sordos y hablar a los mudos” (Mc 7,37). 

Hacer hablar y oír a un sordomudo es sacarlo del aislamiento social.  La experiencia de encuentro del sordomudo con Jesús (Mc 7,31-37) aparece como horizonte deseable para todos, porque todos adolescemos de cierta sordera. No puede ser feliz un hombre encerrado en sí mismo, incomunicado, sordo a la Palabra y los signos de Dios, o física, psicológica o espiritualmente aislado de los demás. Jesús actúa eficazmente sobre esas barreras. 

El ritual del Bautismo, tiene un rito denominado Éffetá (ábreteinspirado en la curación del sordomudo: tocando con el dedo pulgar los oídos y la boca del niño o niña, el ministro dice: “El Señor Jesús, que hizo oír a los sordos y hablar a los mudos, te conceda a su tiempo escuchar su palabra y proclamar la fe, para alabanza y gloria de Dios Padre. Amén".

Mantenerse abiertos a Dios

El hecho de que “éffeta” sea una invitación a abrirse sugiere que todo cristiano debe ser una persona abierta

Cuando invitamos a alguien a participar en una tanda de ejercicios espirituales, un retiro espiritual o cualquier otra experiencia formativa o de oración, solemos recomendarle que tenga una actitud de apertura; sin ella todo será inútil, porque, como dijo san Agustín, “Dios, que te creó sin ti, no te salvará sin ti” es decir, Dios no fuerza ni violenta la libertad del hombre. Cuando la persona está cerrada a lo espiritual, y me atrevo a decir que es una situación muy común en nuestra cultura de la sospecha, es como si llevara puesto un impermeable, de manera que  por mucha agua que caiga sobre él no se empapará.
 
¿Qué es “estar abierto”·? Pues primeramente liberarse de los  patrones mentales adquiridos. Si miras la historia de tu vida de fe, o tus ideas sobre la religión o sobre Dios, seguro que ves en ellas acontecimientos e imágenes que, aunque tú consideras que son Dios, en realidad  no  lo son.  Hay quienes confunden a Dios con un ideal de persona (excelencia moral), otros con la perfección que un dia será juzgada (Dios juez); tal vez haya quien piense en Él como el vengador de nuestros enemigos, aunque sea en la otra vida condenàndolos al infierno ("el que no se consuela es porque no quiere", les diría a estos); no pocos creen que Dios es el recurso para alcanzar lo humanamente imposible (Una especie de gran conseguidor).

Finalmente he de decir que en las instituciones religiosas suele ser común la sutil confusión de Dios con la propia experiencia religiosa; no es raro encontrar hombres de Iglesia que nunca hablan de Dios, pero sí te  cuentan aquél momento, aquellos días de retiro, esa vivencia en  "Ejercicios espirituales", en "Cursillos de cristiandad",  o  en "Emaús", etc., que -dicen- cambiaron su vida. Sordos y mudos. Ya no escuchan nada más, ya no hablan de otra cosa. En realidad, el fuego primero se apagó. ¡Fué tan hermoso!. Para estos Dios se quedó en el pasado, y se confunde con  aquella experiencia;  se quedaron atascados en ella como principiantes y cerraron la puerta a la constante novedad  de  Dios; un cierre que se ha convertido en el mayor obstáculo para su madurez espiritual.


Las vivencias espirituales y las ideas  que dichas experiencias de Dios han generado en nosotros, se transforman con frecuencia en prejuicios sobre Él, en ídolos hermosos pero inertes; y esto determina  nuestro modo de estar en religión como embobados, pero sin esperanza. Cerrados y pasivos, con miedo a perder el ensueño de "lo que fue".

Son muchos los hombres que huyen de Dios, aunque diría que el dios del que  huyen es el poco amable o desagradable que ha fabricado su mente, que coincide a veces con su propio modo inconsciente de pensar, o con el Dios que les predicamos o les mostramos no pocos  creyentes con nuestra vida de ambigüedad o  fanatismo. Por ese equívoco hay quien rehúye el encuentro, como hizo en un primer momento la mujer samaritana; luego Jesús le advierte de su error "Si conocieras el don de Dios y quien es el que te pide de beber, le pedirías tú y él te daría agua viva" (Jn 4,9).

Así pues, la condición previa para el encuentro es liberarse de prejuicios, vaciarse de ideas y temores, partir de "la nada" de san Juan de la Cruz ("para venir a poseerlo todo, no quieras poseer algo en nada"), quedarte vacío de ideas y creencias sobre Dios, esperarlo todo de Él, tener apertura total a lo que Él quiera darte a experimentar y entender hoy, aquí y ahora.  
 
Éffetá , ¨¡ábrete!”.
 

El pasaje de la curación del sordomudo que se proclama este domingo nos ofrece el ejemplo de un hombre que pasa de la cerrazón a la apertura. “Le presentaron un sordo que, además, apenas podía hablar” (Mc 7,32). 

Se trata de alguien que no oye y a causa de ello no puede hablar con corrección; en su soledad e incomunicación se limita a gritar y hacerse notar. Está incapacitado para oír a Jesús, por tanto no muestra ningún interés en acercarse a Él; su prejuicio: lo mío no tiene remedio. Son otros los que toman la iniciativa y lo presentan. Quieren que Jesús le toque, que le imponga las manos, que le haga saber que Dios está con él. ¡Qué importante el papel de estos mediadores -sacerdotes, catequistas, animadores- para poder iniciar en la fe a los sordomudos de hoy!
 
Jesús no realiza el milagro enseguida, realiza previamente unos trámites “Apartándolo de la gente a un lado, le metió los dedos en los oídos y con la saliva le tocó la lengua” (Mc 7,33)Comienza por apartar al que le presentan; no hay prisas; es importante que sepa por qué y para qué lo han llevado allí. Superar prejuicios. Imagino la expectación reflejada en los ojos de aquel hombre que es llevado ante Jesús. La mirada como única comunicación entre ambos. Paciencia. Hasta alcanzar un grado de confianza y apertura interior que facilite la curación. Luego Jesús da un giro a su mirada, y con la imagen del hombre doliente aún grabada en sus ojos reza y pide al Padre que manifieste su gloria: Y mirando al cielo suspiró y le dijo: “Effetá”, esto es, ´¡ábrete!´” (Mc 7.34).
 
"Y al momento se le abrieron los oído, se le soltó la traba de la lengua y hablaba sin dificultad” (Mc 7,35). Se ha producido el milagro. El encuentro con Jesús ha dado un resultado positivo.  

¿Qué hubiera ocurrido si el sordomudo se hubiera resistido a los que le querían llevar a Jesús? ¿Y si ante Jesús le hubiera entrado el pánico, o la sensación de estar haciendo el ridículo, y hubiera echado a correr? ¿Y si se hubiera vuelto desconfiado al ser tocado con los dedos, o se hubiera negado a ofrecer su lengua para el contacto? Cuando la cultura de la sospecha entra en juego no hay milagro. El sordomudo mantuvo una actitud de apertura, de confianza, hubo de apartar sus prejuicios dejándose llevar pacientemente por Jesús.
 
Recuperar nuestra vida sacramental
 
Permitidme un poco de teología para invitar a la práctica de los sacramentos, porque este milagro tiene una clara referencia sacramental. Hemos dicho que ha pasado a ser el origen de uno de los ritos del bautismo. Un sacramento es un “signo visible de la gracia invisible”, así lo define el concilio de Trento, aunque me gusta más la definición de sacramento como "encuentro con Dios".

En el pasaje que comentamos se ve claramente el significado de estas dos definiciones. El sacramento por excelencia es Jesucristo, y lo que cura al sordomudo es el cruce de su historia con la de Jesús que pasó por él; sacramento es también la Iglesia, porque por ella, por aquellos que nos animan y presentan ante Jesús como al sordomudo, también nos viene la sanación; y sacramentos son finalmente  los siete sacramentos de la Iglesia -Bautismo, Confirmación, Eucaristía, Penitencia, Unción de enfermos, Matrimonio, Orden-, en la celebración de todos ellos encontramos, como en el milagro referido, gestos, oraciones y  palabras que sanan. Y para recibir estos sacramentos se requiere también una preparación, un apartarnos a un lado pera personalizar nuestra confianza en Dios.
 

Jesús pudo prescindir de trámites para la curación de aquel hombre. Pero no fue así. En este caso, como en otros tantos casos de curaciones, echa mano de gestos y de palabras. Recordemos como unta con barro los ojos del ciego de nacimiento (Jn 9,6), o como toma de la mano e invita a levantarse a la hija de Jairo (Mc 5,41). La Iglesia ha visto en esos gestos y palabras signos sacramentales. Así actúa Jesús. Y así acerca la gracia de Dios a los hombres. Dios invisible se hace visible en los signos. 
Dios se acerca a los hombres mediante signos; pues bien, el hombre se puede acercar a Dios por esos mismos signos (sacramentos). 

Ahora bien, la práctica de los sacramentos no es lo definitivo en la vida del cristiano. La vida del sordomudo no se consumó en su curación; el mismo evangelio nos dice que los que vieron el signo lo proclamaron con insistencia, y muchos, entre ellos, es de suponer, estaba el que había sido curado,  se sumarían a los seguidores del Maestro.
 
 Así, partiendo del acontecimiento se produce un cambio en la vida de los afectados que luego se extiende al ambiente. Todos se hacen eco de lo ocurrido. La fe en Jesús, que “todo lo ha hecho bien: hace oír a los sordos y hablar a los mudos” (Mc 7,37), dará lugar a comunidades que supondrán un nuevo milagro para muchos, porque en ellas encontrarán la clave para sus vidas. 

Repetimos: la práctica sacramental no es lo definitivo para el cristiano, pero es un paso esencial. Sin encuentro  no hay cambio; los sacramentos son una oportunidad de acercarnos a Dios con la seguridad de que su mano nos tocará, y cambiará nuestro destino.

Dios, que se hizo visible en la historia por la encarnación de Jesucristo, se sigue haciendo presente en sus sacramentos. Cuando se recibe el bautismo, la confirmación, o cualquier otro sacramento, y ponemos como ejemplo eminente el Sacramento de la Eucaristía, tenemos la garantía de que Dios se adentra en nuestra historia.
 
 

Concluyendo.

El Evangelio de hoy te invita a curar tu sordera.

Eres sordo cuando no escuchas la Palabra de Dios incumpliendo así el mandato fundamental del Señor: “¡Escucha, Israel!” (Dt 4,1); lo eres cuando elevas tus ideas preconcebidas (pre-juicios) de Dios a la categoría de ídolo, porque los ídolos  "tienen ojos y no ven, tienen oídos y no oyen"(Sal 115,5) ; también  eres sordo cuando cierras el oído al grito de los que sufren, algo que Dios nunca hace (Dt 3,9);  o cuando das un rodeo para no ver, como hicieron el sacerdote y el levita de la parábola del samaritano (Lc 10,25-37); sordo eres cuando te aíslas en tu casa, en tus ideas y creencias, en tus esquemas mentales, en tus manías, y no te abres a los signos de los tiempos que te hablan de Dios.

Mudo eres cuando tu boca no proclama la alabanza y gloria de Dios, cuando te sumes  en un silencio cobarde ante la injusticia, o te muestras esquivo ante quien está pidiendo tu comprensión y tu perdón; eres mudo cuando el temor a ser rechazado silencia tu testimonio de fe.

Si eres sordo y mudo acércate a Jesús en la Iglesia, escuchando en ella la palabra y recibiendo con buena disposición de ánimo los sacramentos. Entonces “¡los oídos del sordo se abrirán, la lengua del mundo cantará!” (Is 35,5-6) ¡Proclamarás luego tu alegría y la grandeza de Dios!

Al acercarte a la comunión siente cómo Jesús toca hoy tul engua y te dice: ¡Effetá, ábrete! Déjate llevar por su tacto y su poder. Comulgar no es un rito, es un acto de sanación. Dile a Jesús: ¡No soy digo de Ti, pero sé que una palabra tuya, un toque tuyo, de Tí, Palabra  hecha carne en la Eucaristía, bastará para sanar mi sordera y mi mudez!
 
Casto Acedo Gómez. Septiembre 2021.  paduamerida@gmail.com.

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