miércoles, 24 de septiembre de 2014

Hacer la voluntad de Dios

XXVI Domingo, Tiempo Ordinario, ciclo A
Ez 18,25-28  -  Flp 2,1-11  -  Mt 21,28-32

Los que tenemos la boca llena de palabras y promesas incumplidas, bueno sería escuchar las enseñanzas de Jesús en el sermón del monte: No los que dicen: Señor, Señor, entrarán en el Reino de los cielos, sino los que hacen la voluntad de mi Padre que está en el cielo.
Aquel día muchos me dirán: Señor, en tu nombre hemos profetizado…  hemos arrojado demonios…  hemos hecho muchos milagros… Yo les diré: No los conozco, aléjense de mí, malhechores (Mt 7,21ss).

¿Quién de los dos hizo la voluntad del padre?
   Jesús, después de cumplir su misión en Galilea, ingresa a Jerusalén.
El templo, que domina la ciudad y es orgullo de los judíos (Lc 21,5),  fue construido por Herodes que tenía las manos manchadas de sangre.
Ahora bien, aquel templo: ¿Es casa de oración o cueva de ladrones?
¿Es lugar de perdón y reconciliación o símbolo de injusticias?
¿Acoge a publicanos y prostitutas o solo a los que se creen justos?
   Allí, en la capital, están: -los sumos sacerdotes (personas sagradas),
-los ancianos (los más ricos económicamente), -los escribas (sabios
en el conocimiento de la escritura), -los fariseos (que se creen puros).
A estas autoridades Jesús les narra una breve y cuestionante parábola.
   Un padre llama a sus dos hijos y les pide trabajar en la viña familiar.
El primero le responde: No quiero. Pero después reflexiona y va.
Con sus palabras dice no, pero con sus gestos termina diciendo .
El segundo, en cambio, le dice: Ya voy, señor; pero no va a trabajar.
Éste último es un hipócrita: dice una cosa y hace lo contrario.
   Esta parábola es una fuerte crítica a los profesionales de la religión,
que de tanto repetir el nombre de Dios, terminan siendo insensibles;
como el sacerdote que ve a un herido abandonado en el camino, pero
no hace nada… Muy diferente las obras del buen samaritano (Lc 10).
De nada sirven las palabras y promesas sin el testimonio de las obras:
Este pueblo me honra con la boca, pero su corazón está lejos de mí.
Ofrecen un culto inútil y enseñan preceptos humanos (Mt 15,7ss).

Los publicanos y las prostitutas
   A continuación, Jesús hace una aplicación de la parábola.
Los publicanos y las prostitutas, por la vida que llevan, han dicho no;
pero al escuchar la predicación de Juan, se han convertido y dijeron .
En cambio, las autoridades religiosas que andan diciendo: Sí, señor;
no han creído en la predicación del Bautista ni se han arrepentido.
Les aseguro -añade Jesús- que los publicanos y las prostitutas
les llevan la delantera en el camino del Reino de Dios.
   Los dirigentes religiosos (sacerdotes, ancianos, escribas, fariseos):
-Si dan limosna, lo hacen al son de las trompetas…
como ciertas personas que dan con una mano lo que roban con la otra.
-Cuando rezan, van a las plazas y calles para ser visto por la gente…
o realizan ciertas ceremonias para devorar los bienes de las viudas.
-Si ayunan, ponen cara triste o desfiguran su rostro… sin embargo,
no hacen nada por las personas excluidas por la sociedad y la religión.
Estas autoridades tuvieron la oportunidad de escuchar a Juan Bautista
que predicaba el camino de la justicia… y no le creyeron.
Ahora está entre ellos Jesús de Nazaret y, en vez de escucharle, lo van
a condenar a muerte y entregarlo a los paganos para ser crucificado.
   Los publicanos (cobradores de impuestos)  y las prostitutas
son pecadores y no pueden participar en el culto del templo;
pero son ellos quienes han escuchado al profeta Juan y le creyeron.
   Mientras Jesús recorre pueblos y ciudades anunciando el Reino,
los publicanos y pecadores se acercan para escucharle. Por su parte,
el Profeta de la misericordia los acoge y come con ellos (Lc 15).
¿Actuamos como Jesús que vino a salvar lo que estaba perdido?
*En casa del fariseo Simón, Jesús deja que una mujer pecadora:
le lave los pies con sus lágrimas, los bese, los seque y los perfume.
A Simón que había pensado mal, Jesús le dice: ¿Ves a esta mujer?...
Yo te digo, que sus numerosos pecados le han sido perdonados,
porque ha demostrado mucho amor. Luego le dice a ella: Tus pecados
te son perdonados. Tu fe te ha salvado. Vete en paz (Lc 7,36-50).
*Zaqueo, jefe de los cobradores de impuestos, es muy rico
con el dinero mal habido y, por eso, es despreciado… Sin embargo,
gracias al encuentro personal con Jesús, se convierte, da la mitad
de sus bienes a los pobres, y a quienes ha robado les devuelve cuatro
veces más. Solo así la salvación llega a su casa (Lc 19,1-10).
J. Castillo A.  

miércoles, 17 de septiembre de 2014

Dios es un Padre Bueno

XXV Domingo, Tiempo Ordinario, ciclo A
Is 55,6-9  -  Flp 1,20-27  -  Mt 20,1-16

En aquella época, los escribas y fariseos se creían justos ante Dios, por cumplir costumbres y preceptos humanos… pero descuidaban lo más importante: la justicia, la misericordia, la fidelidad (Mt 23).
   Por eso Jesús no se cansa de enseñar que nuestra relación con Dios-Padre Bueno con todos nosotros en especial con los insignificantes- se basa en el amor que Él nos tiene y no en nuestros méritos.

Al ‘amanecer’ sale el dueño a contratar trabajadores para su viña
   El Reino de los Cielos, dice Jesús, se parece al dueño de una viña
que, desde el amanecer y por varias veces, él mismo sale a contratar
trabajadores para que vayan a su viña, ofreciéndoles pagar lo debido.
Esta parábola nos muestra que Dios -desde siempre- nos ama primero
a pesar de nuestros pecados, Él sigue esperando nuestra conversión.
   Al principio, o sea, al amanecer de aquel primer día de la semana,
Dios crea el cielo y la tierra… ve que era bueno… y lo entrega
al ser humano para cuidarlo, cultivarlo, alimentarse… (Gen 1-2).
Sin embargo, con el paso del tiempo, en la tierra había maldad,  
porque los seres humanos se habían corrompido (Gen 6,5.12).
   Siglos más tarde, Dios misericordioso se aparece a Moisés y le dice:
He visto la opresión de mi pueblo, he oído sus lamentos, me he fijado
en su sufrimiento, y he bajado para liberarlo de los egipcios (Ex 3).
Lamentablemente, dejando de lado las promesas que había hecho,
el pueblo es infiel, rechaza a Dios y adora un becerro de oro (Ex 32).
   Al respecto, sigamos meditando lo que dice el profeta Isaías:
Mi amigo tenía una viña en un terreno muy fértil. Removió la tierra,
la limpió de piedras y puso plantas de vid de la mejor calidad.
Mi amigo esperaba uvas dulces, pero dio frutos amargos.
¿Qué más podía hacer por mi viña que yo no lo haya hecho?
La viña de Señor todopoderoso es el país de Israel, el pueblo de Judá.
El Señor esperaba de ellos derecho y solo encuentra asesinatos,
esperaba justicia y solo escucha gritos de dolor (Is 5).

Al ‘atardecer’ ordena pagar el jornal empezando por los últimos
   Al terminar la jornada y aunque el trabajo ha sido desigual,
el dueño ordena a su mayordomo pagar a todos un denario.
Y cuando los primeros se quejan, el dueño responde a uno de ellos:
Amigo, no te hago ninguna injusticia, ¿no quedamos en un denario?
¿No tengo derecho a disponer de mis bienes como me parece?
¿O vas a tener envidia porque yo soy bueno?
   El dueño no se fija en el esfuerzo realizado por aquellos obreros,
sino en lo que necesitan para vivir, no solo ellos sino sus familiares;
pone al revés el orden establecido y los trata con igualdad solidaria.
Así es Dios, no mira nuestros méritos sino nuestras necesidades,
pues Él siendo justo y bueno nos da incluso lo que no nos merecemos.
Solo los pobres son los privilegiados de Dios, no por sus méritos,
sino por la bondad de Dios que defiende a los últimos, a los excluidos.
   Mirando nuestra realidad con los mismos ojos con que Jesús veía
la sociedad de su época… veremos la abismal desigualdad que hay
entre unos pocos privilegiados y la mayoría de personas excluidas:
  Hace unos días mientras la madre se alejaba para buscar en la basura
algo que tenga valor, su hija de dos años y medio que dormía cubierta
con cartones, fue arrollada por un camión recolector de basura.
   No basta lamentarnos… ni multiplicar proyectos paliativos…
Como seguidores de Jesús, vayamos a la raíz de tantos problemas.
Para realizar la justicia social en las diversas partes del mundo,
en los distintos países, y en las relaciones entre ellos, son siempre
necesarios nuevos movimientos de solidaridad ‘entre’ los hombres
del trabajo y de solidaridad ‘con’ los trabajadores. Esta solidaridad
debe estar siempre presente allí donde hay: degradación social…
explotación de los trabajadores… y crecientes zonas de miseria
e incluso de hambre… La Iglesia está vivamente comprometida
en esta causa, porque la considera como su misión, su servicio, como
verificación de su fidelidad a Cristo, para poder ser verdaderamente
la ‘Iglesia de los pobres’ (Juan Pablo II, El trabajo humano, 1981, n.8).
   Vivamos como hijos de Dios y hermanos entre nosotros, pues
al ‘atardecer’ de ese día, el Hijo del Hombre dirá a los compasivos:
Reciban el Reino preparado para ustedes desde el inicio del mundo,
porque tuve hambre y ustedes me alimentaron… Lo que ustedes
hicieron con mis hermanos más pequeños, me lo hicieron a mí (Mt 25).
J. Castillo A. 

miércoles, 10 de septiembre de 2014

Perdonar de corazón

XXIV Domingo, Tiempo Ordinario, ciclo A
Ecclo 27,30--28,9  -  Rom 14,7-9  -  Mt 18,21-35

   Ante la violencia que genera más violencia, los seguidores de Jesús debemos perdonar de corazón, no solo algunas veces sino siempre.
El testimonio de un sincero perdón fraterno, debe orientarse al cambio social: en lo político, económico, religioso, cultural… pues, todos nosotros esperamos el cielo nuevo y la tierra nueva que Dios ha prometido, donde reinará la justicia (2Pe 3,13).

El rey se compadece y le perdona toda la deuda
   Los discípulos oyen a Jesús hablar sobre:amar a sus enemigos… rezar por sus perseguidores… perdonar a quienes les ofenden
Sin embargo, entre ellos hay problemas, tensiones, rivalidades.
Así por ejemplo, Santiago y Juan -hijos del trueno-
no solo pretenden destruir un pueblo en Samaria (Lc 9,54),
buscan también ocupar los primeros puestos (Mt 20,20ss).
   En este contexto, Pedro se acerca a Jesús y le pregunta:
Si mi hermano me ofende, ¿cuántas veces tengo que perdonarle?
¿Siete veces? Entre los judíos, siete es el número de la plenitud.
Para Jesús el perdón no tiene un límite numérico,
se debe perdonar siempre, eso significa setenta veces siete.
Así como en el A.T. no había límites para la venganza (Gen 4,23s),
así entre los discípulos de Jesús no debe haber límites para el perdón.
   A continuación, Jesús presenta el rostro misericordioso de Dios,
con una parábola. Un rey, al pedir cuentas a sus servidores,
se acerca uno que le debe una inmensa deuda, imposible de pagar.
Amenazado de ser vendido él y su familia, para pagar dicha deuda, 
el servidor se arroja a sus pies y le suplica que tenga paciencia.
El rey, al ver sus gestos y oír sus lamentos, tiene compasión de él,
o mejor, se le remueven las entrañas y le perdona toda la deuda.
Así reaccionan: el buen samaritano al ver al herido (Lc 10,33),
y el padre misericordioso cuando vuelve su hijo menor (Lc 15,20).
Y nosotros, ¿cómo reaccionamos cuando nos ofenden?

¿No debías tú también tener compasión?
   Lamentablemente, al salir, aquel servidor encuentra a un compañero
que apenas le debe un poco de dinero. ¿Qué es lo que hace?
Lo agarra del cuello, lo estrangula y le dice: Págame lo que me debes.
Y sin oír las súplicas de su compañero que le pide tener paciencia,
lo mete a la cárcel hasta que le pagara aquella deuda insignificante.
*Así actúan numerosas entidades como es el ‘Estado Islámico’
que va multiplicando terror y muerte en el norte de Iraq y Siria…
*Lo mismo sucede, entre nosotros, con los responsables de tantas
injusticias, causa principal: de la muerte de niños golpeados
por la pobreza desde antes de nacer; o de jóvenes desorientados
y frustrados por no encontrar su lugar en la sociedad… (DP, n.32ss).
*A nivel familiar, la traición de la persona más querida que abandona
el hogar y olvida a los hijos para seguir nuevas aventuras amorosas…
   Qué diferente el ejemplo de aquel joven pobre y enfermo, que nace
sin brazos y con unos pies muy pequeños. Un día, después de recibir
un castigo injustificable de parte de su madre, busca un papel y lápiz
para escribir con los dedos de sus pies: Mamá te amo mucho.
Su madre, al volver enfadada, coge el papel y al leer lo que su hijo
ha escrito, se conmueve y lo abraza con más amor que nunca.
   Los cristianos y personas de buena voluntad estamos llamados,
como dice San Francisco de Asís a poner perdón donde hay ofensa
Solo así haremos realidad una sociedad más humana y fraterna,
sin opresores ni oprimidos… y sin la nefasta carrera armamentista,
a la que se destina gran parte de nuestros recursos económicos…
Quiera Dios que de las espadas se hagan arados; de las lanzas, hoces;
y que nuestros jóvenes no sean adiestrados para la guerra (Is 2,4).
   Quien perdona de corazón puede transformar la vida del enemigo,
pues yendo a lo esencial confía en lo bueno que hay en el ser humano.
Solo así: serán hijos del Padre del cielo, que hace salir el sol sobre
buenos y malos, y hace llover sobre justos y pecadores (Mt 5,45).
   Quien perdona puede orar: Padre nuestro, perdona nuestras ofensas
como también nosotros perdonamos a los que nos ofenden
A continuación Jesús dice: Si perdonan a los demás las ofensas,
también el Padre del cielo les perdonará a ustedes (Mt 6,9-15).
   Por eso, debemos seguir no a los crucificadores sino al Crucificado
que exclama: Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen. 
J. Castillo A.  

viernes, 5 de septiembre de 2014

Corrección fraterna (Domingo 7 de Septiembre)

Ez. 33, 7-9;  Salmo  94; Rom 13, 8-10: Mateo 18, 15-20:

El Capítulo 18 de san Mateo es conocido como el “sermón de Jesús sobre el orden y la vida de la Iglesia”. En él se dan consejos acerca de cómo deberían de funcionar las relaciones entre sus miembros; así, los primeros han de ser los niños y los que son como ellos, porque para Jesús ocupan el primer lugar en el Reino (Mt 18,1-5); además, recomienda que se evite a toda costa el escándalo de los débiles y pequeños (6-9). Añade el texto que, si es preciso, hay que dejar en el monte al gran rebaño para salir en busca de la oveja perdida (12-14). Para el buen gobierno -sigue el texto- se debe evitar en lo posible el recurso al “ordeno y mando”, yendo mejor por los caminos de la corrección fraterna (15-17). No obstante, si la actitud cismática del pecador persiste, no debe temblar la mano de la autoridad para excomulgar en nombre de la comunidad; la autoridad para esto es de origen divino, porque donde están los suyos reunidos en su nombre, está el Señor presente (18-20). Finalmente, Mateo nos ilustra con la parábola de los dos deudores, poniendo en la mesa una virtud que es inexcusable para funcionar como Iglesia: el perdón entre los hermanos, sin el cual no hay perdón de Dios, o mejor, se hace imposible la vida de Dios en la comunidad (21-35).
 
Corregir al que se equivoca
 
Un cristiano no puede pasar por alto el cumplimiento de la obra de misericordia que exige corregir al que yerra; quien conoce el mal camino que lleva un hermano no puede permanecer impasible como si aquello no fuera con él. Y esto no sólo es válido para el orden interno de la Iglesia; también de puertas afuera ha de resonar la voz profética que denuncia las injusticias y anuncia la salvación de Dios. Es verdad que nuestra cultura y sociedad individualistas parecen invitarnos a que cada uno se las apañe y viva como pueda mientras no moleste, pero un cristiano no puede aceptar esta mentalidad. Jesús vino a implicarse, a inmiscuirse en nuestros asuntos; la encarnación de Dios hizo propio el dicho del comediógrafo Terencio (185-159 a.c): “Hombre soy, nada humano me es ajeno”.
 
En esta misma línea, Jesús no pasó de largo ante lo bueno y lo malo de los hombres sino que promovió lo primero y censuró y procuró corregir lo segundo, obrando en consecuencia como quien predica el amor. Tras sus huellas, el Concilio Vaticano II abre su Constitución sobre la Iglesia en el mundo actual diciendo: “Los gozos y las esperanzas, las tristezas y las angustias, de los hombres de nuestro tiempo, sobre todo de los pobres y de cuantos sufren, son a la vez los gozos y esperanzas, tristezas y angustias de los discípulos de Cristo” (Gaudium et Spes, 1). Por tanto, el cristiano no puede vivir de espaldas al mundo porque sus aciertos y errores son también suyos; y porque nada de él le es ajeno ha de ser atalaya que en nombre de Dios llame a los hombres a obrar el bien y les  inste a corregir el mal. Desertar de esta misión es abandonar el camino de la vida (cf Ez 33,7-9).
 
Evitar la denuncia anónima y el chismorreo indecente
 
¿Cómo ser atalaya (profeta) de la justicia de Dios? De momento hay que evitar dos errores: tomar el atajo de la denuncia anónima y no caer en la tentación de juzgar por detrás al hermano. Cuando en una sociedad o comunidad surgen problemas lo más habitual es que uno vaya a instancias superiores a reclamar justicia. De este modo, todos hemos observado como en la Iglesia Católica cuando a la gente no le agrada lo que hacen otros feligreses se lo comunica al párroco; cuando no le gusta lo que hace el párroco se lo comunica al obispo; y cuando no le gusta lo que hace el obispo, se lo comunica a Roma. Se dice que todo es por el propio bien de las personas y por la pureza de la religión.
 
Y esto de denunciar el hecho en las instancias superiores ocurre sólo en algunos casos, porque la práctica más habitual suele ser la de procurar directamente el descrédito del hermano que yerra; lenguas envenenadas trazan alrededor del presunto disidente un muro infranqueable que le hace desaparecer como hermano, pasando a ser un marginal, un don nadie; todo a base de críticas falsamente piadosas adobadas de regusto malsano. ¡Ah!, y normalmente el interesado es el último en enterarse de lo que se trama contra él, con lo cual el derecho a la defensa queda mermado o simplemente anulado. Se trata del exterminio social o eclesial del individuo, al que se le tolera su pertenencia al grupo pero no se le quiere en él. ¿No es esto también lo más frecuente en el mundo de la política rastrera, donde los contrincantes se dedican más a minar la credibilidad del oponente sacando a la luz sus defectos, dejando de lado la posibilidad de trabajar juntos desde el entendimiento? Ya se sabe: “contra Franco se vivía mejor” (?). ¡Lástima dan los que sólo son capaces de afirmar su identidad sobre los cadáveres de otros!
 
Ejercer la autoridad como servicio de amor
 
También es frecuente en nuestro mundo el abuso de la autoridad. Hay a quien le ponen un uniforme y se cree el dueño del mundo; usa la autoridad como látigo, no como debería de ser ejercida: como servicio. La forma en que Jesús actuó no tiene nada que ver con la imposición; para Él es una cualidad resistirse al uso de la fuerza mientras no se hayan agotado todos los recursos de la corrección fraterna. Dios no es amigo de gobernar con la disuasión violenta; ya conocemos la respuesta de Jesús cuando le pidieron un severo castigo para los habitantes de una aldea que no le recibió bien: “Señor, ¿quieres que mandemos que baje fuego del cielo y los consuma?”; son palabras de Santiago y Juan, y de todos los que añoran una comunidad (Iglesia, sociedad) donde no haya disidentes. “Jesús, volviéndose hacia ellos los reprimió severamente” (Lc 9,54-55).
 
La autoridad en la Iglesia no se debe desligar del amor. Dios no es un jefe o un patrón que impone sus leyes y razones a golpe de decreto inapelable. Dios es Padre, y su forma de ejercer su autoridad no puede desligarse de la dinámica del amor paterno; como dijo un compañero sacerdote en cierta ocasión: “lo nuestro -refiriéndose a la Iglesia- no es una empresa ni una asociación sindical o política, lo nuestro es otra cosa"; es una familia, y en una familia las relaciones se fundamentan sobre el amor. Sin esta virtud ningún consejo, ninguna opinión, ningún juicio,  ninguna ley, están justificados. “De hecho, el ´no cometerás adulterio, no matarás, no robarás, no envidiarás´, y los demás mandamientos que haya, se resumen en esta frase: ´Amarás a tu prójimo como a ti mismo´ … Amar es cumplir la ley entera” (Rom 13,9-10). La ética cristiana tiene este principio, que san Agustín resume con el clásico “ama y haz lo que quieras”. Y esto vale también para el mundo. Sólo desde unas relaciones fraternas -de amor, que es más que solidaridad- es posible un diálogo entre hombres y mujeres, ricos y pobres, izquierdas y derechas, creyentes y no creyentes, etc. en orden a edificar una ciudad más justa sin renunciar a la riqueza de la diversidad.
 
Pero, ¿qué hacer cuando alguien se opone insistentemente a los planes de Dios? ¿Qué medidas tomar con el hermano que se niega a aceptar las premisas de la familia y no quiere cambiar? Igual que decimos que con el matrimonio mal avenido la solución es la separación como mal menor, así también en el caso que nos ocupa el mal menor es la excomunión. ¿Tiene autoridad la Iglesia para excomulgar? “Os aseguro que si dos de vosotros se ponen de acuerdo en la tierra para pedir cualquier cosa, la obtendrán de mi Padre celestial. Porque donde están dos o tres reunidos en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos” (Mt 18.19-20). Con estas palabras san Mateo explica porqué la comunidad eclesial tiene autoridad y es el tribunal de resolución final que puede, en último término, separar o excomulgar a los pecadores recalcitrantes. Sencillamente porque la comunidad, cuando se reúne en nombre de Jesús, disfruta de su presencia; la autoridad para atar y desatar no se ejerce con independencia de Jesús al que le ha sido otorgada toda autoridad en el cielo y en la tierra (Mt 28,18). Una excomunión no es un “procedimiento burocrático”, sino “un acto de iglesia” que actúa con Jesús y a la sombra de su Espíritu.  Más que "echar de casa a un hermano" es una manera de decirle que ya se ha puesto él mismo en la calle con sus actitudes. Al excomulgarlo no se pretende la muerte espiritual del hermano sino que recapacite sobre la gravedad de su error y vuelva al redil. La Iglesia, como madre, espera siempre expectante el regreso del hijo pródigo para salir a su encuentro, abrazarlo, vestirle el traje de fiesta y reintegrarlo a la vida comunitaria (cf Lc 15,20-24). Es lo menos que se espera de quien cree en el amor como piedra de toque de comunión entre los hombres.

Casto Acedo Gómez. Septiembre 2011. paduamerida@gmail.com .

miércoles, 3 de septiembre de 2014

Reunidos en la persona de Jesús

XXIII Domingo, Tiempo Ordinario, ciclo A
Ez 33,7-9  -  Rom 13,8-10  -  Mt 18,15-20

   Siendo inmensas nuestras parroquias y pocos los agentes pastorales,
muchas veces nos hemos embarcado en proyectos sin metas claras,
que nos han conducido a un activismo pastoral deshumanizador.
   Qué diferente, en cambio, cuando seguimos el ejemplo de Jesús,
y formamos pequeñas comunidades de base, donde es factible, para:
-corregir fraternalmente a quienes han pecado o nos han ofendido…
-hacer realidad el perdón-acogida… -orar a Dios nuestro Padre.

Si tu hermano ha pecado, ve y corrígelo
   En esta ocasión Jesús nos habla sobre la corrección fraterna.
Y lo hace ofreciéndonos disposiciones muy sencillas y concretas,
sobre la manera de actuar para corregir al hermano que ha pecado.
   Para sorpresa nuestra, Jesús nos indica que es la persona ofendida
quien ha de tomar la iniciativa para facilitar esta reconciliación.
   Primero es dialogar en privado con el hermano que ha pecado,
ofreciéndole un apoyo sincero y generoso para que cambie de vida:
Mientras llevas tu ofrenda al altar, recuerdas que tu hermano tiene
algo contra ti, deja tu ofrenda y ve primero a reconciliarte (Mt 5,23s).
   Si no da resultado invitemos a dos o tres miembros de la comunidad
para que en presencia de ellos (testigos), el hermano que ha pecado:
reflexione… reconozca sus errores… y vuelva al camino de la verdad.
   Solo en caso extremo se lleva el problema a toda la comunidad.
Si el hermano no escucha a la comunidad será un pagano o publicano.
Pero debemos tratarlo siguiendo el ejemplo del Profeta compasivo:
Estando Jesús sentado a la mesa, llegaron muchos publicanos
y pecadores a sentarse a la mesa con Él y sus discípulos (Mt 9,10).
   Al respecto, San Agustín nos dice: Lo que tú amas en él,
no es al enemigo que es él, sino al hermano que tú quieres que sea.
Ama, pues, a todos los hombres, incluso a tus enemigos…
Es necesario que ardas de amor fraterno por tu enemigo,
para que a fuerza de amor, él llegue a ser un hermano tuyo.

Las pequeñas comunidades reunidas en la persona de Jesús
   Es bueno realizar ciertas concentraciones masivas, pero no basta.
Muy diferente es el camino de las comunidades de base: Donde dos
o tres están reunidos en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos.
   En efecto, cuando los cristianos nos reunimos en pequeños grupos,
más fácilmente nos relacionamos unos con otros, reflexionamos
sobre nuestra realidad a la luz de la Palabra de Dios, con la finalidad
de ir creando una sociedad más humana, fraterna y solidaria.
   Que no sea letra muerta las enseñanzas y experiencias de nuestros
obispos latinoamericanos sobre las Comunidades Cristianas de Base.
   En el documento de Medellín, 1968, se dice que una comunidad
de base corresponde a la realidad de un grupo homogéneo donde
todos sus miembros tienen un trato personal fraterno. Por consiguiente,
nos dicen: El esfuerzo pastoral de la Iglesia debe orientarse
a transformar esas comunidades en ‘familia de Dios’. Luego añaden:
La comunidad cristiana de base es así el primer y fundamental
núcleo eclesial, que debe -en su propio nivel- responsabilizarse
de la riqueza y expansión de la fe, como también del culto
que es su expresión. Ella es célula inicial de estructuración eclesial,
y foco de la evangelización y, actualmente, factor primordial
de promoción humana y desarrollo (XV Pastoral de Conjunto, n.10).
   Posteriormente en Puebla, 1979, se insiste en el mismo camino:
Se comprueba que las pequeñas comunidades, sobre todo,
las Comunidades Eclesiales de Base crean mayor interrelación
personal, aceptación de la Palabra de Dios, revisión de vida,
y reflexión sobre la realidad a la luz del Evangelio; se acentúa
el compromiso con la familia, con el trabajo y el barrio (n.629).
   En la reunión de Aparecida, 2007, nuestros obispos relacionan
las Comunidades Eclesiales de Base (CEBs) con la experiencia
de las primeras comunidades (Hechos de los apóstoles: 2,42-47).
Luego, dicen que dichas comunidades -en el seguimiento misionero
de Jesús- tienen la Palabra de Dios como fuente de su espiritualidad
y la orientación de sus pastores como guía que asegura la comunión
eclesial. Despliegan su compromiso evangelizador y misionero entre
los más sencillos y alejados… son expresión visible de la opción
preferencial por los pobres… y fuente y semilla de variados servicios
a favor de la vida en la sociedad y en la Iglesia (n.179).  
J. Castillo A.