miércoles, 24 de septiembre de 2014

Hacer la voluntad de Dios

XXVI Domingo, Tiempo Ordinario, ciclo A
Ez 18,25-28  -  Flp 2,1-11  -  Mt 21,28-32

Los que tenemos la boca llena de palabras y promesas incumplidas, bueno sería escuchar las enseñanzas de Jesús en el sermón del monte: No los que dicen: Señor, Señor, entrarán en el Reino de los cielos, sino los que hacen la voluntad de mi Padre que está en el cielo.
Aquel día muchos me dirán: Señor, en tu nombre hemos profetizado…  hemos arrojado demonios…  hemos hecho muchos milagros… Yo les diré: No los conozco, aléjense de mí, malhechores (Mt 7,21ss).

¿Quién de los dos hizo la voluntad del padre?
   Jesús, después de cumplir su misión en Galilea, ingresa a Jerusalén.
El templo, que domina la ciudad y es orgullo de los judíos (Lc 21,5),  fue construido por Herodes que tenía las manos manchadas de sangre.
Ahora bien, aquel templo: ¿Es casa de oración o cueva de ladrones?
¿Es lugar de perdón y reconciliación o símbolo de injusticias?
¿Acoge a publicanos y prostitutas o solo a los que se creen justos?
   Allí, en la capital, están: -los sumos sacerdotes (personas sagradas),
-los ancianos (los más ricos económicamente), -los escribas (sabios
en el conocimiento de la escritura), -los fariseos (que se creen puros).
A estas autoridades Jesús les narra una breve y cuestionante parábola.
   Un padre llama a sus dos hijos y les pide trabajar en la viña familiar.
El primero le responde: No quiero. Pero después reflexiona y va.
Con sus palabras dice no, pero con sus gestos termina diciendo .
El segundo, en cambio, le dice: Ya voy, señor; pero no va a trabajar.
Éste último es un hipócrita: dice una cosa y hace lo contrario.
   Esta parábola es una fuerte crítica a los profesionales de la religión,
que de tanto repetir el nombre de Dios, terminan siendo insensibles;
como el sacerdote que ve a un herido abandonado en el camino, pero
no hace nada… Muy diferente las obras del buen samaritano (Lc 10).
De nada sirven las palabras y promesas sin el testimonio de las obras:
Este pueblo me honra con la boca, pero su corazón está lejos de mí.
Ofrecen un culto inútil y enseñan preceptos humanos (Mt 15,7ss).

Los publicanos y las prostitutas
   A continuación, Jesús hace una aplicación de la parábola.
Los publicanos y las prostitutas, por la vida que llevan, han dicho no;
pero al escuchar la predicación de Juan, se han convertido y dijeron .
En cambio, las autoridades religiosas que andan diciendo: Sí, señor;
no han creído en la predicación del Bautista ni se han arrepentido.
Les aseguro -añade Jesús- que los publicanos y las prostitutas
les llevan la delantera en el camino del Reino de Dios.
   Los dirigentes religiosos (sacerdotes, ancianos, escribas, fariseos):
-Si dan limosna, lo hacen al son de las trompetas…
como ciertas personas que dan con una mano lo que roban con la otra.
-Cuando rezan, van a las plazas y calles para ser visto por la gente…
o realizan ciertas ceremonias para devorar los bienes de las viudas.
-Si ayunan, ponen cara triste o desfiguran su rostro… sin embargo,
no hacen nada por las personas excluidas por la sociedad y la religión.
Estas autoridades tuvieron la oportunidad de escuchar a Juan Bautista
que predicaba el camino de la justicia… y no le creyeron.
Ahora está entre ellos Jesús de Nazaret y, en vez de escucharle, lo van
a condenar a muerte y entregarlo a los paganos para ser crucificado.
   Los publicanos (cobradores de impuestos)  y las prostitutas
son pecadores y no pueden participar en el culto del templo;
pero son ellos quienes han escuchado al profeta Juan y le creyeron.
   Mientras Jesús recorre pueblos y ciudades anunciando el Reino,
los publicanos y pecadores se acercan para escucharle. Por su parte,
el Profeta de la misericordia los acoge y come con ellos (Lc 15).
¿Actuamos como Jesús que vino a salvar lo que estaba perdido?
*En casa del fariseo Simón, Jesús deja que una mujer pecadora:
le lave los pies con sus lágrimas, los bese, los seque y los perfume.
A Simón que había pensado mal, Jesús le dice: ¿Ves a esta mujer?...
Yo te digo, que sus numerosos pecados le han sido perdonados,
porque ha demostrado mucho amor. Luego le dice a ella: Tus pecados
te son perdonados. Tu fe te ha salvado. Vete en paz (Lc 7,36-50).
*Zaqueo, jefe de los cobradores de impuestos, es muy rico
con el dinero mal habido y, por eso, es despreciado… Sin embargo,
gracias al encuentro personal con Jesús, se convierte, da la mitad
de sus bienes a los pobres, y a quienes ha robado les devuelve cuatro
veces más. Solo así la salvación llega a su casa (Lc 19,1-10).
J. Castillo A.  

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