XXVI Domingo,
Tiempo Ordinario, ciclo A
Ez 18,25-28 - Flp
2,1-11 -
Mt 21,28-32
Los que tenemos
la boca llena de palabras y promesas incumplidas, bueno
sería escuchar las enseñanzas de Jesús en el sermón del monte: No
los que dicen: Señor, Señor, entrarán en el Reino de los cielos, sino
los que hacen la voluntad de mi Padre que está en el cielo.
Aquel día muchos
me dirán: Señor, en tu nombre hemos profetizado… hemos arrojado
demonios… hemos hecho muchos milagros… Yo les diré: No
los conozco, aléjense de mí, malhechores (Mt 7,21ss).
¿Quién
de los dos hizo la voluntad del padre?
Jesús, después de
cumplir su misión en Galilea, ingresa a Jerusalén.
El templo, que domina la ciudad y es orgullo de los judíos (Lc 21,5), fue construido por Herodes que tenía las manos manchadas de sangre.
El templo, que domina la ciudad y es orgullo de los judíos (Lc 21,5), fue construido por Herodes que tenía las manos manchadas de sangre.
Ahora
bien, aquel templo: ¿Es casa de oración
o cueva de ladrones?
¿Es
lugar de perdón y reconciliación o símbolo de injusticias?
¿Acoge
a publicanos y prostitutas o solo a los que se creen justos?
Allí,
en la capital, están: -los sumos sacerdotes (personas sagradas),
-los
ancianos (los más ricos económicamente), -los escribas (sabios
en
el conocimiento de la escritura), -los fariseos (que se creen puros).
A
estas autoridades Jesús les narra una breve y cuestionante parábola.
Un
padre llama a sus dos hijos y les pide trabajar en la viña familiar.
El
primero le responde: No quiero. Pero después reflexiona y
va.
Con
sus palabras dice no, pero con sus gestos termina diciendo sí.
El
segundo, en cambio, le dice: Ya voy, señor; pero no va a
trabajar.
Éste
último es un hipócrita: dice una cosa y hace lo contrario.
Esta
parábola es una fuerte crítica a los profesionales de la religión,
que
de tanto repetir el nombre de Dios, terminan siendo insensibles;
como
el sacerdote que ve a un herido abandonado en el camino, pero
no
hace nada… Muy diferente las obras del buen samaritano (Lc 10).
De
nada sirven las palabras y promesas sin el testimonio de las obras:
Este pueblo me
honra con la boca, pero su corazón está lejos de mí.
Ofrecen un culto
inútil y enseñan preceptos humanos (Mt 15,7ss).
Los
publicanos y las prostitutas
A continuación,
Jesús hace una aplicación de la parábola.
Los
publicanos y las prostitutas, por la vida que llevan, han dicho no;
pero
al escuchar la predicación de Juan, se han convertido y dijeron sí.
En
cambio, las autoridades religiosas que andan diciendo: Sí, señor;
no
han creído en la predicación del Bautista ni se han arrepentido.
Les
aseguro -añade Jesús- que los publicanos y las prostitutas
les
llevan la delantera en el camino del Reino de Dios.
Los dirigentes
religiosos (sacerdotes, ancianos, escribas, fariseos):
-Si
dan limosna, lo hacen al son de las trompetas…
como
ciertas personas que dan con una mano lo que roban con la otra.
-Cuando
rezan, van a las plazas y calles para ser visto por la gente…
o
realizan ciertas ceremonias para devorar los bienes de las viudas.
-Si
ayunan, ponen cara triste o desfiguran su rostro… sin embargo,
no
hacen nada por las personas excluidas por la sociedad y la religión.
Estas
autoridades tuvieron la oportunidad de escuchar a Juan Bautista
que
predicaba el camino de la justicia… y
no le creyeron.
Ahora
está entre ellos Jesús de Nazaret y, en vez de escucharle, lo van
a
condenar a muerte y entregarlo a los paganos para ser crucificado.
Los
publicanos (cobradores de impuestos) y las
prostitutas
son
pecadores y no pueden participar en el culto del templo;
pero
son ellos quienes han escuchado al profeta Juan y le creyeron.
Mientras Jesús recorre pueblos y ciudades
anunciando el Reino,
los publicanos y
pecadores se acercan para escucharle. Por su parte,
el
Profeta de la misericordia los acoge y
come con ellos (Lc 15).
¿Actuamos
como Jesús que vino a salvar lo que estaba perdido?
*En
casa del fariseo Simón, Jesús deja que una
mujer pecadora:
le lave los pies
con sus lágrimas, los bese, los seque y los perfume.
A
Simón que había pensado mal, Jesús le dice: ¿Ves
a esta mujer?...
Yo te digo, que
sus numerosos pecados le han sido perdonados,
porque ha
demostrado mucho amor. Luego le dice a ella: Tus pecados
te son
perdonados. Tu fe te ha salvado. Vete en paz (Lc 7,36-50).
*Zaqueo, jefe de los cobradores de impuestos,
es muy rico
con
el dinero mal habido y, por eso, es despreciado… Sin embargo,
gracias
al encuentro personal con Jesús, se convierte, da la mitad
de
sus bienes a los pobres, y a quienes ha robado les devuelve cuatro
veces más. Solo así la salvación llega a su casa
(Lc 19,1-10).J. Castillo A.
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