sábado, 28 de julio de 2012

"Comerán y sobrará" (Domingo 29 de Julio)

Comentario al texto evangélico: Jn 6,1-15
Durante cinco domingos vamos a seguir la lectura del capítulo 6 de san Juan: milagro de la multiplicación y discurso del pan de vida. El pan es un símbolo que recoge como ninguno la realidad de las necesidades básicas del hombre: alimento, vestido, vivienda, cuidados médicos elementales, etc. No tener pan es como decir que se está en la más absoluta de las situaciones de necesidad. Así se hallaba ante Jesús la multitud que le buscaba y le seguía: sin pan, necesitada de todo. Consciente de la situación, Jesús lanza una pregunta: “¿Con qué compraremos pan para que coman estos?”. ¿Cómo solucionar esta necesidad?
La respuesta de Jesús a una necesidad

Felipe responde echando cuentas: “Doscientos denarios de pan no bastan”, la situación no tiene salida, no hay fondos económicos suficientes. Andrés, más práctico, deja a un lado los cálculos y se va a la realidad posible, aunque sin mucha esperanza: “Aquí hay un muchacho que tiene cinco panes de cebada y dos peces”. Hasta ahora sólo tenemos un problema (hambre de la muchedumbre) y unas especulaciones: unos cálculos, unas esperanzas muy pobres… Oscuridad. “¿Quién quitará la piedra del sepulcro para que entre la luz?”.
Jesús va a dar un paso más; va a poner en marcha el corazón de todos, pondrá una solución que exigirá de sus interlocutores fe y obras: “Decid a la gente que se siente en el suelo”. ¿No sería mejor que cada uno vuelva a su casa a procurarse la comida? Sin embargo, se sientan; y eran muchos; el evangelio, tal vez un poco exageradamente dice que “sólo los hombres eran unos cinco mil”. Creyeron. Y ya es un primer paso: creen en la palabra de Jesús. Pero el milagro pide también un compromiso, que en este caso vendrá de un muchacho que tiene cinco panes y dos peces. Podría negarse a compartir, incluso puede que no fueran suyos. Pero ante la necesidad no se arredra y los pone a disposición del maestro de Nazaret. Y Jesús, “tomó los panes, dijo la acción de gracias y los repartió a los que estaban sentados. Lo mismo todo lo que quisieron del pescado”. El simbolismo eucarístico es evidente: tomó, bendijo, repartió. El evangelista termina anotando la sorpresa: “cuando se saciaron dijo a sus discípulos: recoged los pedazos que ha sobrado, que nada se desperdicie. Los recogieron y llenaron doce canastas con los pedazos de los cinco panes que sobraron a los que habían comido”. Y ¿cómo reaccionó la multitud ante el prodigio? Quisieron proclamarlo rey. Una tentación para Jesús. Pero no cae en ella, no se deja embaucar por los laureles del triunfo, “y se retiró otra vez a la montaña, él sólo”.


Unas enseñanzas para tiempos de crisis
1) Estar abiertos a las necesidades de los hombres. Algo recomendable especialmente a los clérigos (a los de toda la vida, y a los nuevos clérigos de la predicación mediática: contertulios y demás predicadores del espectáculo televisivo, amantes de la solidaridad indolora) muy dados, como Felipe y Andrés, a la información y la especulación, pero cobardes para la acción. Una cosa es predicar y otra repartir trigo. Cuando a la prédica no acompaña el testimonio mejor es callar. Jesús, “se da cuenta”, ve la realidad que tiene ante sí, y, predicador él, yendo más allá del discurso, pone remedio a los males. No pocas veces, dice el concilio Vaticano II, el ateísmo es consecuencia del antitestimonio de los que nos llamamos cristianos. Cerrar los ojos al mal y el sufrimiento de los hombres nos hace ateos y hace ateos.
2) La crisis económica que estamos viviendo (mejor sufriendo) es ante todo una crisis espiritual, tiene sus raíces en la falta de fe; que no es virtud exclusivamente religiosa, sino también humana: confianza mutua, fe en las posibilidades del hombre para salir juntos de situaciones difíciles, etc. Nadie duda de que, amén de lo económico, también lo espiritual se resiente en nuestra sociedad: corrupción económica, narcisismo de las personas y de los pueblos (nacionalismos excluyentes), idolatría del dinero, etc.. “No podéis servir a Dios y al dinero”, “no sólo de pan vive el hombre”. Falta “caridad” en el sentido fundamental del término: amor de entrega en gratuidad total. Sin esto, no hay salida, por muchos recortes que apliquemos a la economía nacional. Recortar no es amar, amar es dar, poner al servicio del prójimo lo mucho o poco que tengo. Recortando esto no se llega a nada. ¡Ay si aquel muchacho se hubiera negado a poner sus panes y sus peces!
3) “Hay un muchacho que tiene cinco panes y dos peces”. Un niño, un joven. Tal vez si hubiera sido un adulto, o un viejo, se hubiera reservado su comida. ¿Por qué precisamente la vejez nos hace más desconfiados y egoístas? ¿No debería ser al revés? Aquel muchacho tuvo el valor de poner todo lo suyo en común, y aquello funcionó. Si miramos su actitud en este tiempo de crisis descubrimos que la solución no está en guardar los ahorros en lugar seguro, sino en ponerlos al servicio del bien común. Mientras los grandes bancos y entidades financieras sigan especulando, mientras lo primero en la escala de valores sea el capital (bienes “pasivos”) y no las personas, no podemos esperar el “milagro económico”; este sólo es posible por la aportación generosa de cada persona e institución. Poner todos nuestros “activos” (dinero, inteligencia, valores humanos, justicia social) en común es la solución.
4) No hacer las cosas para ganar medallas, ni dejarse embaucar por las glorias fáciles. El pueblo, que no es tonto, que no es tonto, “quisieron proclamarlo rey”. ¡Menuda bicoca! Con éste ya lo tenemos todo arreglado; cada vez que tengamos hambre nos socorrerá con un milagro. ¡Ya pueden ir cerrando las panaderías del país! Pero Jesús “se retiró”, rechazó la tentación del poder; podría haber aprovechado su gesto para hacer campaña electoral, pero no lo hizo. Tal vez nos esté diciendo que el auténtico rey debería ser el muchacho que puso los panes y peces. El Reino de Dios está allí donde se comparte se pone en común la vida.
5) Este signo es una catequesis eucarística. El gesto de Jesús al ofrecer el pan y los peces apunta a algo importante para todos: no desconectar la Eucaristía de la vida. La misa no es una celebración para situarnos una hora a la semana al margen de la vida, sino para poner la vida en el centro de nuestra atención. Una oración (fe) que no mueva a la acción (obras) no es propiamente cristiana. Jesús celebró la Cena Pascual, pero ese signo sólo adquirió sentido con su entrega. ¿No crees que hay mucha relación entre la misa y la vida?
¿Qué busco yo en Jesús? ¿Qué espero de la religión? ¿Para qué acudo cada domingo a misa? Seguramente acudimos, como aquella multitud, a “escuchar” a Jesús; o tal vez porque henos visto los signos que hace con los enfermos; hemos visto como algunos han sido curados de sus enfermedades o sus desesperanzas, y nos han dicho que han sanado por mediación divina. Pero ¿vienes sólo a recibir? Pobre de ti. ¿No has descubierto aún que, como dice la oración franciscana, “es dando como se recibe”? Aquella multitud recibió pan un día. Al día siguiente hubieron de buscarse el sustento. Jesús no les dejó instalarse en “la cultura de la subvención”; les enseñó que el futuro de los hombres y de los pueblos pasa por la justicia y la caridad, por poner en común unos bienes que son de todos. “¡Dadles vosotros de comer! Los grandes cambios, las grandes revoluciones, empiezan en el corazón de los hombres. Mientras nuestra despensa esté llena, ¿será digno pedir pan a Dios? Sin ambargo, cuando sigues la Palabra del Señor que te dice: Dale tus panes a la gente para que coma, "comerán y sobrará".
Casto Acedo. Julio 2012. paduamerida@gmail.com. 25376

miércoles, 11 de julio de 2012

Enviados a predicar (Domingo 15 de Julio)


En la última etapa de su vida Jesús se dedicó directamente a la predicación. Los milagros, las parábolas y los discursos que recogen los evangelios, están siempre en función de lo mismo: el anuncio de la paternidad de Dios y su Reino. Desde el principio Jesús fue un incomprendido, un “extraño” (extranjero) en su propia tierra: ¿No es éste el hijo del carpintero? ¿de dónde le viene esa sabiduría? Y se extraño de la falta de fe de sus paisanos (Mc 6,2-6). Pero no se desanimó, asumió el riesgo de ser diferente, de ser distinto en su forma de pensar y actuar. En una palabra: Jesús no se vendió, sino que mostró una libertad inusitada ante quienes querían adocenarle y asimilarle a la cultura y religión del ambiente.

Estar con Jesús y anunciarlo

Consciente de que su estar en el mundo era transitorio escogió un grupo de doce “para que estuvieran con él”, para que le conocieran más de cerca y aprendieran con él a ser distintos, para que se empaparan de su personalidad, y poder enviarlos luego a predicar (Mc 3,14) lo que habían visto y oído, lo que contemplaron sus ojos y palparon sus manos (cf 1 Jn 1, 1-4). Les educa para que luego ellos sean educadores (conductores). La formación de esos seguidores no será sólo teórica; tendrá también un componente práctico: ”llamó a los Doce y comenzó a enviarlos de dos en dos, dándoles poder sobre los espíritus inmundos. Les ordenó que nada tomasen para el camino, fuera de un bastón: ni pan, ni alforja, ni calderilla en la faja; sino calzados con sandalias y no vistáis dos túnicas.” (Mc 6,7-8). En la elección y envío de los discípulos nos ofrece el evangelio un modelo de vida cristiana: hemos sido elegidos para “estar con Jesús”, para “vivir en Cristo”, para gozar la iglesia, los sacramentos y la oración; pero también “somos enviados” a testimoniar, “viviendo” el evangelio.

Y para el testimonio-predicación se nos dan instrucciones sobre el modo e inconvenientes a la hora de evangelizar:
-en comunidad: "de dos en dos", porque quien anuncia un mensaje de comunión no debe hacerlo en solitario, sino con y desde la comunidad.
-desde la pobreza y la sencillez, viajando ligero de equipaje, con sólo lo imprescindible para vivir (un bastón, sandalias y túnica), no sea que las “cosas materiales” oscurezcan y obstaculicen el mensaje;
-también se evangeliza desde el abandono en manos de aquellos a quienes se dirige el apóstol: “Quedaos en la casa donde entréis hasta que os vayáis de aquel sitio” (Mc 6,10), porque no basta el discurso para llegar a los hombres si a éste no le acompaña la comunión de vida con ellos;
- y el apóstol ha de ser consciente de que es posible el rechazo del evangelio, incluso violento; también ante esto da Jesús su consejo: “si un lugar no os recibe ni os escucha, al marcharos sacudíos el polvo de los pies en testimonio contra ellos” (Mc 6,11).El rechazo del evangelio es posible e incluso esperable, ya que forma parte de la vivencia misma del maestro, que “vino a su casa y los suyos no lo recibieron” (Jn 1,11). La consigna de “sacudirse el polvo de los pies” viene a decir que la tarea del apóstol es anunciar el mensaje, pero la ausencia de frutos a causa del rechazo no desdice nada de su misión.

Creo que todos los sacerdotes y directores de espíritu han tenido que escuchar alguna vez en coloquio o confesión la queja amarga de padres que lloran el fracaso a la hora de transmitir a sus hijos la fe y la práctica religiosa. “Son buenos chicos, pero a pesar de nuestro ejemplo y de haber procurado darles una formación cristiana adecuada, nos parece que no lo hemos conseguido”. Muchos muestran cierto tono de culpabilidad al decir esto. Y yo les suelo decir que no hay motivos para sentirse culpable. “Uno es el que siembra y otro es el que siega” (Jn 4,37), la semilla se ha sembrado, ¿quién sabe qué cosecha habrá al final? De todos modos, cuando la palabra rebota y sólo encuentra cerrazón y rechazo, acordaos del consejo del Señor: “Si un lugar no os recibe ni os escucha, al marcharos sacudíos el polvo de los pies en testimonio contra ellos” (Mc 6,11). No es que debamos odiar a los que no escuchan ni acogen el mensaje, ¿cómo odiar a nuestros propios hijos?, pero sí debemos alejar de nosotros un sentimiento inmerecido de culpa que termina por hacernos dudar de la eficacia del evangelio dañándonos a nosotros mismos.

Anunciar con valentía la Verdad (parresía)

El rechazo del evangelio no es extraño a la historia de la salvación. La verdad duele y el que recibe la voz profética que denuncia sus injusticias e idolatrías no suele quedarse estoicamente en silencio sino que tiende a reaccionar de modo violento. ¿Quién no ha experimentado nunca el rechazo a causa de la predicación o vivencia de su fe cristiana? Ese rechazo más que motivo de desánimo, ha de ser acicate para, una vez discernido su genuino carácter de persecución por causa del evangelio -no toda crítica a los cristianos ha de ser leída necesariamente como persecución y rechazo- continuar con más empeño la tarea evangelizadora.
Jesús manda a los suyos, (a ti y a mí) a predicar y a sanar. Palabra y acción, verdad y amor. En junio de 2009 el papa Benedicto XVI dio a conocer su carta encíclica Veritas in caritate. Ahí exponía que la dinámica del amor exige no ocultar la verdad de Dios y del hombre: “Sólo en la verdad resplandece la caridad y puede ser vivida auténticamente. La verdad es luz que da sentido y valor a la caridad. … Sin verdad, la caridad cae en mero sentimentalismo”. (nº, 3). Como apóstoles somos envidados a anunciar el amor de Dios, que va más allá de los sentimientos. Ese amor, tal como lo vemos en las Sagradas Escrituras, se expresa unas veces con la dulzura del Padre que alienta el ánimo de sus hijos, y otras con la dureza de quien reprende. En este segundo caso nos cuesta más aceptar la verdad, porque pone al descubierto nuestro pecado.

En los días que vivimos, tiempos de relativismo e individualismo donde cada uno se percibe como centro del universo, se hace más difícil el anuncio y la misma escucha de la denuncia profética. Pero ello no debe impedirnos seguir practicando el profetismo exigente. La caridad pide que miremos al prójimo y al mundo desde la verdad y que no les ocultemos la verdad que no deja de ser tal porque no quiera escucharse. ¿Cómo nos curaremos si no hacemos diagnóstico de nuestros males? ¿Cómo liberarnos de las mentiras que nos atan si no las ponemos al descubierto? Y esto sabemos que crea conflictos y da lugar a persecuciones. El profeta que denuncia la falsedad y la injusticia será invitado, como lo fue Amós, a exponer su profecía en otro sitio donde su voz no sea tan molesta (Am 7,12-15).
Nuestro modelo de apóstol y profeta es Jesús. Él vivió un amor al hombre sin concesiones a la mentira. Habló con “valentía” (parresía) la verdad; “Para esto he nacido y para esto he venido al mundo: para dar testimonio de la verdad. Todo el que es de la verdad escucha mi voz” (Jn 18,37). La Eucaristía dominical es la fiesta de los inconformistas, ese momento de la semana en el que nos ponemos en el regazo de Dios dejándonos serenar e interpelar por su voz profética. Aquí tomamos fuerzas, para descansar de la misión, y para salir luego a la calle a seguir dando el testimonio sencillo del Reino. Sin miedos, sabiendo que la fricción, el choque de mentalidad, y la consiguiente incomprensión-persecución, es esencial en la vida del apóstol. Como Jesús fue acogido, así serán acogidos los suyos, y como fue rechazado, también lo serán los suyos: “El siervo no es más que su señor. Si a mí me han perseguido, también os perseguirán a vosotros; si han guardado mi Palabra, también la vuestra guardarán”. (Jn15,20).
 
C. Acedo. Julio 2012. paduamerida@gmail.com24581

sábado, 7 de julio de 2012

Nadie es profeta en su tierra (Domingo 8 de Julio)

Hace dos domingos, al narrarnos el evangelista Marcos el milagro de la tempestad calmada, concluía la narración con esta enigmática pregunta “¿Quién es este que hasta el viento y el mar le obedecen?” (Mc 4,41). Hoy, la liturgia nos presenta en el evangelio la misma reacción de sorpresa; esta vez en boca de sus paisanos: ¿Quién es este? ¿De dónde ha salido esa sabiduría que muestra? ¿No es el hijo de José, el carpintero, y de de María? ¿No ha vivido y se ha criado entre nosotros? (Mc 6,2-3).
¿Quién es este?
Los paisanos de Jesús pasan del asombro (reconocimiento de la sabiduría de sus palabras en la sinagoga) a la desconfianza (¿qué nos puede enseñar el hijo de un artesano?). Si en multitud de pasajes evangélicos podemos observar cómo la fe propicia el milagro -recordemos la curación del a hemorroísa y la resurrección de la hija de Jairo, el domingo pasado-, también en otros lugares se nos ofrece la otra cara de la moneda: la desconfianza del hombre bloquea la eficacia del amor de Dios: “No pudo hacer ningún milagro por su falta de fe” (Mc 6,5). Sin el concurso de la fe del hombre a la Palabra de Dios no hay salvación (milagro).

Jesús resume la actitud de sus paisanos echando mano de un dicho, de un refrán corriente en su tiempo y que ha pasado desde el evangelio hasta nuestros días: “No desprecian a un profeta más que en su tierra, entre los suyos y en su casa" (Mc 6,4). Nadie es profeta en su tierra. Sus paisanos se habían acostumbrado a él. Le habían visto crecer, conocían a sus padres y parientes. ¿Qué se puede esperar de este carpintero?

Es la actitud de ceguera para ver la realidad fruto de la rutina que va empañando los ojos y tergiversando la visión clara de las cosas. Nos acostumbramos de tal manera a las cosas, incluso a las de Dios, que nos cuesta verlo aunque lo tengamos delante. Por eso, tal vez la primera enseñanza de este evangelio sea la de no acostumbrarnos nunca a nada. Es triste encontrar un marido que se ha acostumbrado a su mujer, o la esposa que se ha acostumbrado a su marido (¿qué me va a enseñar? ¿qué voy a esperar ya de él?), o un sacerdote acostumbrado a su oficio (¿no percibes su rutina y frialdad celebrativa?), o el cristiano que se ha acostumbrado a la misa, a la participación rutinaria en los sacramentos, a la doctrina bien estudiada o a la teología perfectamente estructurada, de forma que ya no se encuentra novedad alguna en las cosas y las personas. Es el pecado de los fariseos, tan seguros ya de estar en el buen camino y en la posesión de la verdad que sus oídos y sus vidas quedan impedidos para percibir la presencia de Dios en su historia.

Ser en la vida “romero”.

Dios no admite “acostumbrados”. El acostumbrado es un muerto a la fe. Ya no espera nada, todo lo tiene situado en su lugar. No es capaz de ver la “novedad” de Dios, su profecía, su milagro, que le llega a través de la naturaleza, de la historia, de los acontecimientos que vive con parientes y vecinos. ¡Cuántos profetas nos manda el Señor! Cada consejo de un buen amigo, cada verdad que nos dicen con ánimo de convertirnos, de que cambiemos nuestras actitudes negativas, cada testimonio de paciencia, de entrega al enfermo, al abandonado, cada gesto de solidaridad son voces proféticas que nos llaman a descubrir la fuerza de Dios escondida en la debilidad de los hombres (cf 2 Cor 12,9-10).
El remedio está en romper esquemas, en esquivar la tentación de la “costumbre”, del acomodo en lo fácil, en abrir la mente para superar el "escándalo de Dios". El poeta León Felipe canta que hay que ser “romeros”, peregrinos que no se instalan en un lugar apacible, que no dogmatizan su fe, sino que se ponen cada día en marcha no dejando que el alma sientan la tentación de instalarse en ideas e imágenes prefabricadas y fijas de Dios y de la vida. Cuando hacemos de Dios una idea lo transformamos en un ídolo. El Dios verdadero no se deja encerrar ni en ideas ni en imágenes. Para acercarnos a Jesús, para crecer en la fe, para no perder la sorpresa de Dios, hay que ser romero que busca siempre caminos nuevos, romero con el corazón abierto a la noticia de Dios.
Ser “romero” es todo un estilo vida que facilitará el reconocer a Jesús entre nosotros y alimentará la fe. A Jesús le sorprende el rechazo de sus vecinos, “y se extrañó de su falta de fe” (Mc 6,6). Los más cercanos, los más allegados, los más seguros de sí, fueron incapaces de ver al “profeta” que vivió entre ellos; estaban hechos a una imagen concreta de Jesús (¡qué nos vas a decir que ya no sepamos de ti, carpintero!) y de Dios (¿cómo Dios se va a rebajar tanto como para colocarse al nivel de los hombres?) difícil de desmontar.
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No es fácil asimilar el hecho de que Dios se haga presente en la debilidad de la carne. Se es Dios o se es hombre, ¿acaso se pueden ser las dos cosas a la vez? Con la encarnación, y más aún, con la muerte en cruz, el escándalo está servido. Los paisanos de Jesús se escandalizaron de él. Esperaban un Mesías más divino, no tan humano como el hijo de María y José. Esperaban que la fuerza de Dios se revelara de manera portentosa y espectacular. Pero Dios no usa del poder y el espectáculo para imponerse, sino que muestra su fuerza en la debilidad (cf 2 Cor 12,9-10). ¿Quién creerá en un Dios así?
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Casto Acedo. Julio 2012. paduamerida@gmail.com24325