sábado, 31 de diciembre de 2011

¡FELIZ AÑO NUEVO!


"El Señór te bendiga y te proteja,
ilumine su rostro sobre ti
y te conceda su favor"
(Num 6,25-26)

¡FELIZ AÑO NUEVO 2012!

Clickar en la imagen o en el enlace.



31 de Diciembre de 2011

domingo, 27 de noviembre de 2011

Retiro de Adviento


En la casa de Espiritulidad de Villagonzalo, tal como se tenía previsto y anunciado,  se ha celebrado el retiro Parroquial de Adviento. En él han participado un nutrido grupo de 28 personas de las parroquias de Don Alvaro, San Antonio de Mérida y Trujillanos. Ha sido un día intenso, valorado muy positivamente por los participantes.

En los momentos de reflexión, en torno al texto del Apoc 3,21-22, se ha insistido en la necesidad de dejarnos reprender por el Señor, en dejar que nos corrija (eduque) porque vivimos a menudo ciegos e ignorantes de su presencia. En un segundo tiempo se ha presentado a Jesús como aquel que nos dice: "estoy a la puerta de tu vida y llamo". Hemos revisado cuáles son los cerrojos que nos cierran egoístamente y cuáles las llaves que pueden facilitarnos el abrir de nuestras puertas para  dejar que entre "el que viene".  Finalmente, en diálogo, hemos destacado la necesidad de dejar que "el agua de la gracia" fluya libremente para todos en Adviento y Navidad, a fin de que que las próximas fiestas no sean sólo unos días de consumo desmesurado sino ante todo una oportunidad para vivir más intensamente nuestra fe. La Eucaristía,  compartida con otro grupo que vivía el fin de semana de retiro en la casa, selló nuestra jornada dedicada a la reflexión y la oración.


Esperemos que el próximo encuentro, previsto para Cuaresma, sea tan gratificante como lo ha sido éste. De momento, FELIZ ADVIENTO, y recordar que el próximo 20 de Diciembre, a las 7 de la tarde, tendremos la Celebración Penitencial Comunitaria para recibir cristianamente la NAVIDAD

martes, 18 de octubre de 2011

Peregrinación a Fátima

Ya están disponibles para su visiíon una selección de las fotos de la peregrinación a Fátima de los días 15 y 16 de Octubre, una experiencia de fe y convivencia de la que nos alegramos todos al participar. Para ver las imágenes clickar en la foto o en el enlace que aparece debajo.




Nota: si alguna persona considera que su privacidad se ve dañada, comunique con el administrador del blog  la foto a la que se refiere su queja  y se retirará del álbum. Gracias.

Casto Acedo, paduamerida@gmail.com 10044

martes, 2 de agosto de 2011

En recuerdo de Antonio Paniagua

El pasado 22 de Julio fallecía en Mérida Antonio Paniagua, sacerdote que formó y desde la otra orilla sigue formando parte del grupo de presbíteros de nuestra ciudad. Al Pani, como le solíamos llamar, le conocí en mi primera estancia en Mérida, allá por el año 1982. Recién salido yo del Seminario, con sólo la experiencia de mi paso por el entonces obligatorio servicio militar, mi encuentro con Antonio fue una bendición. Tuve la oportunidad de dar clases de religión con él en lo que entonces era el Instituto de Formación Profesional, de compartir algunas convivencias con jóvenes en el albergue Virgen de la Nueva, que con tanto cariño había construido en Solana de Ávila, y de integrarme en el grupo sacerdotal de revisión de vida y proyección pastoral al que él pertenecía y al que sigo perteneciendo.

De él aprendí a inculcar a los muchachos de FP el espíritu cristiano, primeramente autocrítico y luego crítico, necesarios para vivir desde una espiritualidad real, pisando tierra. Antonio siempre fue un hombre abierto al mundo en el que vivió, sobre todo atento a las nuevas generaciones, como si esperara de cada una de ellas el paso imprescindible para que las huellas de Cristo siguieran brillando y su Reino creciera sin retrocesos. Los jóvenes y los pobres fueron siempre su pasión. Educó comprometidamente a los primeros en los tiempos difíciles de la dictadura, y siguió inculcándoles los valores evangélicos en la transición democrática. Cuando la situación se normalizó no dejó de ser crítico con los “nuevos prebostes”, como él decía, muchos de ellos hijos pródigos criados bajo sus alas. Teniendo en cuenta estos cambios no es de extrañar que se le tachara de rojo en sus primeras andanzas pastorales y de un tanto azul en su última etapa. En realidad siempre fue blanco, o mejor transparente, y repudió proféticamente a los que sólo buscan indecentemente medrar subidos a un color, sea este el que sea.

Son muchas las personas que se beneficiaron de su carisma; fue un hombre tremendamente humano, volcado en el servicio a los pobres. Me decía una vecina del barrio de san Antonio, barrio marginal de Mérida sobre todo en los años sesenta y setenta, que Antonio les había hecho descubrir su dignidad, que antes de llegar él la autoestima de los pobres del barrio estaba por los suelos, y Antonio con su cercanía y su aliento, con su predicación evangélica y su compromiso por la cultura y la formación, les había enseñado a ella y a muchos otros del barrio que no tenían porqué sentirse inferiores a nadie. Son semillas espiritules que se van dejando en el surco y que el tiempo hace germinar.

Los jóvenes, rebeldes por naturaleza, encontraron en Paniagua y en sus grupos de Acción Católica un cauce para canalizar su rebeldía y espíritu crítico. Enseñó a muchos a leer su vida y la vida social y política desde la revolución que es el Evangelio, les abrió los ojos para ver la realidad desde una perspectiva de libertad, despegada de las  miras políticas, religiosas, sociales y morales viejas. Siempre buscando nuevos horizontes. Apasionado por Jesucristo. Hubo un tiempo en que repetía que “entre lo mejor y lo más barato que hay están Jesucristo y el bicarbonato”, ambos buenísimos y poco valorados porque en una sociedad de intereses su bajo precio distorsiona la apreciación justa de su valor y eficacia. Yo solía añadirle a la frase: “Jesucristo, el bicarbonato… y los apóstoles”, y el añadía con la sonrisa inocente que nunca perdió: “eso, y los apóstoles, con reparo”.

Antonio amaba a la Iglesia, aunque muchos por exceso de laicismo o por deformación eclesiástica crean que eso no es cierto; pero lo es. Los que le tratamos de cerca sabemos que sentía como propios los aciertos y pecados de la institución. En sus escritos podemos ver cómo le dolían los ataques furibundos que recibía la iglesia desde fuera, y como también sufría la desidia e indolencia que veía dentro de ella y que causan tanto daño desde el mismo interior. Miró siempre a la Iglesia como un regalo de Dios, una prolongación de la presencia del Hijo; pero se le hacía insoportable verla secuestrada por clericales y eclesiásticos ajenos a la pasión por Jesucristo y su Reino. Ultimamente no soportaba que la Iglesia fuera ninguneada por los "nuevos clérigos" de la farándula y la progresía política posmoderna.

Acosado y vencido físicamente por una enfermedad que ha sobrellevado con paciencia ejemplar, se ha ido un hombre que vivió la obediencia evangélica en profundidad. Dócil a la voz del Espíritu. Basta hacer un recorrido por las parroquias y otros ámbitos donde ejerció su ministerio para comprobar la huella que fue dejando. Las personas que se acercaron a él buscando el consejo o la gracia de la penitencia quedaron encantadas por la acogida que recibían. Quien se acercaba a Antonio se sentía amado, escuchado, respetado, porque Él había captado de una manera especial que el reino de Dios, el mismo Jesucristo, es ante todo misericordia, y la vocación que él había recibido y aceptado era la de ser misericordioso como lo fue el Maestro. Nunca se escandalizó de las debilidades ajenas, tal vez porque él también se sabía débil, pobre entre los pobres; por eso su atención y escucha a jóvenes en su primera etapa y a los ancianos en sus últimos años de capellán en el Asilo de ancianos, no fueron impostadas sino auténticas.

Quiero terminar comparando a Antonio con otro sacerdote que fue muy querido en la ciudad de Mérida: el padre Panero, redentorista. Puede que a alguno le sorprenda la comparación. El padre Panero era un hombre en sus formas espiritualmente anclado en el siglo XIX; daba la impresión de no haber pasado en ningún momento por el concilio Vaticano II; pero ¡qué más da cuando lo importante es la coherencia de vida y la entrega! Ahí estaba el padre Panero cuando un enfermo o cualquier otro problema humano personal o familiar le reclamaban. Antonio Paniagua se formó y asimiló las directrices teológicas, litúrgicas y pastorales del Concilio, y desde esas claves practicó también la misericordia. Ambos sacerdotes son y serán recordados no por su ideología (conservador uno, progresista otro) sino por su vida. Ya lo dijo san Juan de la Cruz: “al atardecer de la vida te examinarán del amor”; te examinarán y te recordarán por tu amor, todo lo demás será accidental.

Una oración y un recuerdo para Antonio. Desde un cielo verde, luminoso, limpio como el valle de Solana de Ávila en la Sierra de Gredos nos sonríe y nos dice: “No lo olvidéis, Jesucristo y el bicarbonato … también los apóstoles … pero sobre todo Jesucristo”. ¡Descansa en paz, Pani!

Casto Acedo. Agosto 2011paduamerida@gmail.com. 7344

miércoles, 25 de mayo de 2011

Horario de misas Parroquia San Antonio de Padua de Mérida (Badajoz)


HORARIO  DE MISAS

--------------------- INVIERNO ---------------------

Diario
a las 7 de la tarde
 
Sábados y vísperas de festivo
a las 7 de la tarde
 
Domingos y festivos
a las 12:30 de la mañana

------------------- VERANO -------------------


Diario
a las 9 de la tarde
 
Sábados y vísperas de festivo
a las 9 de la tarde
 
Domingos y festivos
a las 12:30 de la mañana

Trav Luis Alvarez Lencero s/n
tf. 608 815208
MERIDA

Cultos en honor de san Antonio de Padua



Del 10 al 13 de Junio

Día 10, Viernes a las 21 horas.
Preside la Eucaristía P. Jesús Hidalgo López, C.SS.R
Párroco de Ntra. Sra. del Perpetuo Socorro.

Día 11, a las 21h.
Día 11,Sábado, a las 21 horas.
 Preside la Eucaristía D. Casto Acedo Gómez.
Párroco de San Antonio y Don Álvaro.

Día 12, Domingo, a las 21 horas.
Preside la Eucaristía Fr. José Arenas Sabán, O.F.M.
Párroco de los Santos Servando y Germán.

Día 13 de Junio, a las 21 horas
FIESTA DE SAN ANTONIO
Preside la Eucaristía D. Francisco Sayago Brazo.
Párroco de Cristo Rey y vicario episcopal.

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Después de la Eucaristía compartimos Sangría con unos aperitivos que llevaremos.

¡TE ESPERAMOS!

viernes, 20 de mayo de 2011

"El Padre y yo somos uno" (Domingo 22 de Mayo)

¿Pueden pasar semanas, meses, incluso años, viviendo juntas dos personas y a pesar del tiempo y la cercanía decir que no se conocen? ¿Se puede compartir, camino, mesa y casa con alguien sin llegar a  conocerlo en profundidad? Pues sí. La experiencia nos enseña que dos personas que comparten muchas cosas (esposos, hermanos, compañeros de estudio o trabajo, etc.) pueden no llegar a compartir lo más sagrado de ellos: su vida interior. Se comparten cosas (tiempo, dinero, espacio, aficiones, ideas...incluso los propios cuerpos, como en el caso de los esposos y/o amantes), y sin embargo, el corazón, la identidad personal del otro, puede resultar ajena, extraña, lejana.

Algo así le pasó a Felipe. Había compartido con Jesús el camino, la mesa, la compañía, le había escuchado una y otra vez hablar del Padre, le vió hacer milagros, le había sorprendido su sencillez y al tiempo su grandeza, su sometimiento a la voluntad del Padre y a la vez su libertad inaudita ante los hombres, pero no le conocía, no había entrado en el misterio de Dios que era Jesús. Por eso, en su ignorancia se dirige a Jesús con una oración de petición: “Señor, muéstranos al Padre y nos basta”. Y Jesús le “replica”, como reprendiéndole a la vez dura y cariñosamente: “Hace tanto que estoy con vosotros, ¿y no me conoces, Felipe? Quien me ha visto a mí ha visto al Padre” (Jn 14,8-9).
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Felipe, discípulo y apóstol, ha seguido a Jesús en sus caminos, le ha escuchado, pero no le ha conocido en su identidad íntima. Nosotros también podemos llevar años siguiendo a Jesús, oyéndole, contemplándole en su camino entre los hombres, viendo sus milagros... pero aún no hemos descubierto que Jesús es el rostro visible del Padre Dios. Jesús es Dios hecho hombre; tal vez esta misma afirmación, a fuerza de ser oída y proclamada, haya perdido su fuerza y ella misma ejerza de velo que impide a la fe ver con nitidez. Jesús es Dios; acercándonos a Él, conociéndole, conocemos y nos acercamos al corazón de Dios, a su misterio. La catequesis más excelsa sobre el Padre Dios es la que nos da el Hijo Dios. Los evangelios son la plasmación de la vida de Dios con nosotros, o mejor, del Dios vivo entre nosotros, porque nosotros no creemos en un Dios lejano y ajeno, sino cercano y familiar, que comparte nuestras vidas y puede ser contemplado en nuestra historia.

Con  Felipe, Tomás también pide explicaciones. Tomás es un apóstol que resume en sus actitudes algo tan humano como son las dudas de fe. “Los discípulos le decían: -Hemos visto al Señor. Pero él les contestó: -Si no veo en sus manos la señal de los clavos y no meto mi dedo en el agujero de los clavos y no meto mi mano en su costado, no creeré” (Jn 20,24-25). Había escuchado con atención las palabras de Jesús: “os llevaré conmigo, para que donde estoy yo estéis también vosotros. Y a donde yo voy ya sabéis el camino” (Jn 14,3-4); y Tomás pide aclaración: “Señor, no sabemos a dónde vas, ¿cómo podemos saber el camino? Y Jesús le responde: yo soy el camino y la verdad y la vida” (Jn 14, 5-,6). Jesús revela a Tomás y al tiempo nos revela a nosotros algo inaudito: para ir al Padre no hay unos caminos (moral, normas de comportamiento), ni unas verdades (dogmas, filosofías, doctrinas), ni unas vidas (las que dan el dinero, el placer, la soberbia, tec.) sino que la fe cristiana se apoya en una persona: Jesucristo. No importa tanto que nosotros salgamos a la búsqueda de un camino, una verdad o un amor, cuanto que dejemos que el Camino, la Verdad y la Vida, es decir, la persona de Jesús, entre en nosotros. Se trata de dejarnos encontrar por Dios (dar paso a la gracia), más que encontrarlo nosotros (obcecarnos en el cumplimiento de la ley). Tomás y Felipe buscaban, pero su vida no cambió definitivamente hasta que ellos mismos se dejaron encontrar por Dios en Jesús.
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Lo definitivo en el seguimiento no son las normas o leyes  a seguir, sino Aquel a quien se sigue ("Yo soy el camino"); la última palabra no la tiene el hombre, sino Dios Padre que se ha dado a conocer en el Hijo  ("Yo soy la Verdad"); y la vida eterna no consiste en que nosotros amemos, sino en que Él nos amó primero en Jesús ("Yo soy la vida"). Ser discípulo no es seguir un manual de instrucciones sino dejarse embaucar por Jesucristo y su modo de vivir que avalan su identidad: “Creedme, yo estoy en el Padre y el Padre en mi. Si no, creed a las obras” (Jn 14,11). Cuando el evangelio de san Juan parece excesivamente volátil da un giro y toma tierra: creed a las obras. ¡Qué verdad más grande! Las obras de Jesús, en especial su misericordia para con los más débiles y menos amables, dan consistencia a sus palabras. Teología de la acción. ¿Sería de fiar Jesús cuando nos dice que creamos en él si su biografía no nos hablara de que era un hombre de Dios? Jesús nos revela su relación con el Padre: “Yo estoy en el Padre y el Padre en mi” (Jn 14,11); “El Padre y yo somos uno” (Cf Jn 17,22). Jesús es Dios. No podemos negar su divinidad, porque eso sería negar sus obras, que son de Dios.
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Él se va y aquí quedamos  nosotros. Es la hora de los discípulos, el momento de nuestra fe y nuestro testimonio: “Os lo aseguro: el que cree en mi, también él hará las obras que yo hago, y aún mayores” (Jn 14, 12). Quien cree en Jesús hace las obras que Él mismo hace. ¿Es nuestra vida como la suya? ¿Vivimos entregados al servicio de Dios y de los hermanos? ¿Hacemos, como Jesús, las obras de Dios? ¿No? Entonces nos falta fe. Porque la falta de tiempo dedicado a la contemplación-oración y la falta de energía para una vida cristiana activa (trabajo por el Reino de la verdad, la justicia y la paz) suele tener como causa la falta de fe.  Tal vez tenemos una inteligencia exclusivamente humana de Jesús; nos da la sensación de que lo único que nos queda tras su muerte es el “ejemplo de su vida” como una ley suprema a seguir. Y nadie alaba ni reza a una ley; ni recibe vida de ella. Sólo cuando, junto con la humanidad de Jesús crucificado, confesamos la divinidad de Jesús resucitado, nuestra vida de cristianos adquiere el dinamismo propio de hijos y de esposos enamorados en contraposición a la vida de esclavos. La Pascua nos sigue invitando a creer desde las obras de Jesús y a obrar según nuestra fe en Él. Con Tomás y Felipe, pregunta, aclara tus dudas y síguele.
Casto Acedo Gómez. Mayo 2011. paduamerida@gmail.com 3517

martes, 17 de mayo de 2011

Vida contemplativa

El pasado día 14 de Mayo asistí en la Iglesia de santo Domingo de Soria a la profesión solemne según la Regla de Santa Clara de María Muñoz Cruz, a partir de  ahora Sor María Esperanza de Jesús-Eucaristía, que fue feligresa de la Parroquia de Santa María Magdalena de Don Alvaro, a la que, junto a san Antonio de Mérida, tengo el honor de servir como párroco. En esa parroquia recibió por primera vez la Eucaristía, fue confirmada y fue catequista.
Quizá en los tiempos que corren sorprenda más que nunca el hecho de que una persona joven opte por vivir toda su vida en clausura, entre cuatro paredes, como suelen decir los profanos. Hay quien tiene una visión tan negativa de ello que incluso llega a creer que el acto de enclaustrarse es una forma de “muerte en vida”. Pero ¿es eso cierto?, entrar en clausura, ¿supone enterrarse en vida? De ninguna manera. Esa puede ser la visión del que mira el acontecimiento desde fuera, pero quien hace una lectura desde dentro del claustro lo ve de otra forma; y esta apreciación es, en definitiva, la que cuenta.
En la convivencia posterior a la consagración de Sor María, en la cual las monjas y demás asistentes convivíamos con las rejas de la clausura de por medio, me preguntaba si no vivimos en dos mundos diferentes separados por unas rejas de hierro difíciles de traspasar. Y me respondía a mí mismo que sí y que no.  "Que sí", que hay dos mundos en este mundo, uno que se vive dentro, en la interioridad de la persona, y otro fuera, diseñado y dirigido  por la exterioridad de las cosas. Y "que no", que hay un solo mundo, porque tanto dentro como fuera está el Señor. El misterio de la Encarnación, por el que afirmamos que Dios se ha hecho hombre en Jesucristo, nos está diciendo que no hay dos mundos, uno sagrado y otro profano, sino que ambos han sido consagrados por la presencia de Dios. Por tanto, las hermanas que están  tras las rejas del locutorio están ahí, separadas del mundo (entendido éste como el sistema filosófico pagano que predomina), pero más dentro del mundo que nadie (entendido el mundo en su sentido espiritual), igual que Cristo estuvo en el mundo sin ser del mundo e invitó a los suyos a vivir en el mundo sin perder de vista que no pertenecen al mundo sino a Dios. Las Hermanas Clarisas no están en otro mundo sino en este; su mundo es el nuestro.
Una charla breve con Leonor, a quien conocí en mis años de seminarista por coincidir  ambos como voluntarios en  el Teléfono de la Esperanza de Badajoz y que ahora, según me dijo,  colabora con Andrés Cruz, el tío de sor María, en tareas parroquiales, me dio una clave de interpretación de la clausura que responde tanto a sus orígenes como a su pervivencia hoy.  “En cierta manera –decía Leonor- la opción de estas chicas jóvenes por vivir en clausura dedicadas totalmente a Dios es una opción anti-sistema”. Y lo creo cierto. Hay gran similitud –salvando las distancias- entre los grupos anti-sistema que surgen como reacción al capitalismo en lo que tiene de perverso y estas jóvenes que, con su elección, ponen en evidencia el modo de vida domesticado al que el sistema nos tiene tan acostumbrados. El hecho de que en un mundo que pregona hasta la saciedad las  libertades, el respeto y la  tolerancia sean tantos los que se escandalizan de la vida en clausura,  es señal de que el cristianismo, en su radicalidad evangélica, es tan contracultural hoy como lo fue en los primeros siglos.
La opción de las Hermanas Pobres de santa Clara es una opción cabalmente evangélica. Son herederas del monacato cristiano que surge en el siglo IV como reacción a un cristianismo que iba perdiendo su esencia a causa de su maridaje con el Imperio Romano. Los primeros monjes fueron unos radicales anti-sistema, entendiendo por “radical cristiano” a aquel que quiere volver a sus raíces procurando vivir su fe en comunidades cristianas exigentes en un entorno en el que el Evangelio comienza a diluirse y donde los cristianos comienzan a serlo más por conveniencia que por convicciones. El “signo profético” de los primeros monjes fue en principio individual: los eremitas, que se retiraron a vivir en solitario; más tarde surgen las primeras comunidades (cenobios). Hoy, en circunstancias distintas, cuando los cristianos tienden a ocultar su identidad por cobardía o conveniencia, y cuando las masas se alejan de la fe comprometida,  no viene mal que haya quienes “sin palabras” pongan en evidencia que Jesús sigue estando cerca y que es posible vivir a tope el Evangelio de Jesucristo.
Pero,  añaden algunos, ¿no estamos ante unas personas cobardes que como solución a los problemas del mundo huyen de su realidad?   Es la pregunta que se hacen quienes encumbran la vida religiosa activa y menosprecian el valor de los contemplativos. Hay que decir que los monjes no buscan la fuga mundi (huída del mundo) como respuesta a los males que hay en él; eso sería contrario al proyecto de Jesús, que por su Encarnación  quiso estar en el mundo. Vivir los valores evangélicos en clausura no es huir de la realidad del mundo, como muchos sospechan, sino tomar conciencia de que estamos en un mundo necesitado de Evangelio. La vida de oración  conduce precisamente a un mayor amor y cercanía al mundo pecador. La conversión cristiana no lleva  a un alejamiento del mundo sino a una mayor implicación en él, amándolo tal como es, viviendo totalmente entregado a él, como hizo Jesús. No se trata de huir del mundo sino situarse en el centro del mismo y amarlo haciendo de la vida, como hizo Jesús, una ofrenda por todos y cada uno de los hombres. Sólo desde el  amor así encarnado puede ser redimido el mundo.
Los primeros pasos del cristianismo estuvieron teñidos por la sangre de los mártires; el martirio fue considerado como uno de los signos más evidentes de la perfección cristiana. Seguir a Jesús hasta el final era caminar con Él hasta la cima del Calvario. El discípulo  aspiraba a ser mártir como lo fue el  Maestro,  morir por Cristo se consideraba el mayor honor y  la mayor gloria de la vida cristiana. El culto cristiano a los santos nace en la Iglesia como consecuencia y desarrollo  de la admiración por los mártires, a quienes se les considera ejemplarse y a quienes se recurre como mediadores en la oración.  La evangelización echó a andar no sólo con los pies de la Palabra, sino también con el  testimonio  del martirio.  Pues bien, creo que  también hoy, amén de los mártires de sangre que sufren violencia por proclamar su fe en Jesucristo y por su empeño en establecer la justicia propia del Reino de Dios, hay mártires (testigos) que con sus votos de obediencia, pobreza (sin propio, en lenguaje de las hermanitas pobres de santa Clara), castidad y clausura, son para nosotros un ejemplo evidente de que la vida verdadera no está en el libertinaje,  las riquezas, la sensualidad y la exterioridad desmedida sino en la cruz gloriosa de Jesucristo; y lo hacen, además, siendo orantes e intercesores cualificados en y por la Iglesia toda.
¿Se puede ser plenamente feliz siendo fiel a los requerimientos de la Palabra de Dios  (obediencia),  sin tener nada propio sino sólo en cuanto necesario (pobreza), volcando toda la afectividad del cuerpo y del corazón en el Esposo-Cristo (castidad) y viviendo alejado de las ambiciones del mundo sin dejar de sentirse parte de ese mundo (clausura)? Pues sí. Y a los que denigran esta opción de vida acusándola de “huída”, a todos aquellos que, contaminados del activismo ambiente denigran la vida contemplativa, decirles que los padres del monacato cristiano antiguo, así como los reformadores posteriores, como Francisco de Asís o Teresa de Jesús, curiosamente, no pecaron de inactividad, sino de una fecunda actividad espiritual que fructificó  en una mayor justicia para el mundo. A los hechos de la historia nos remitimos. Las pasividades contemplativas no son inactividad del Espíritu, sino acción de Dios en el mundo.
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Contempla a Dios en la Cruz y no verás inacción sino amor de Dios activo, actuando, en el mundo.  Los que minusvaloran la vida monacal en clausura deberían meditar el valor salvífico de algo tan “aparentemente pasivo” como la pasión y muerte del Hijo. Además, quienes menosprecian la contemplación han perdido la conciencia de que la Iglesia es el Cuerpo Místico de Cristo, en el cual cada miembro tiene una función.
Amemos, pues, y apreciemos en su justa medida a las hermanitas pobres de santa Clara  y a todos los monjes y monjas que con su vida de oración alientan la vida misionera de la Iglesia. Su actividad orante nos anima a seguir peleando por la causa del Reino de Dios, y su estilo de vida no deja de ser denuncia profética para una sociedad que vive alejada del amor de  Dios y de la justicia de los hombres. Y, ante sor María Esperanza de Jesús-Eucaristía y el florecimiento de las vocaciones a la vida contemplativa entre  las Hermanas pobres de santa Clara me descubro,  las felicito y doy gracias a Dios;   porque en mujeres así, que lo dan todo  en la vida contemplativa o  en la activa, encuentro motivos para seguir creyendo, esperando y amando. 
Casto Acedo, . Mayo 2011.  paduamerida@gmail.com. 3390

domingo, 15 de mayo de 2011

La Puerta de la Pascua (4º de Pascua A)

Es propio de la llamada posmodernidad negar cualquier absoluto, sea éste una idea, un programa o una creencia; incluso de Dios se niega la cualidad de absoluto, o lo que es lo mismo: su existencia, ya que un Dios relativo es tan absurdo como un círculo cuadrado. ¿Por qué tu Dios va a ser el único?, se dice, cada religión tiene su Dios o sus dioses, y todos son válidos. Así, cuando alguien muestra fe en un Dios que está sobre todo y todos o proclama que hay valores absolutos se le suele tildar de “fascista loco” que quiere oprimir al resto con sus intransigencias. Es corriente que incluso  personas que ostentan títulos en humanidades lleguen a decir que “todo es relativo”, sin caer en la cuenta de la contradicción interna de esta afirmación: si “todo es relativo”, dime: la misma afirmación de la relatividad ¿es absoluta o relativa? ¿Cómo pretendes que acepte como verdad absoluta que nada pueda ser absoluto? Si no hay verdad no tienes derecho siquiera a afirmar la relatividad de todo. Tampoco podríamos afirmar que “nada es absoluto”; si no hay verdad, sino sólo verdades, ¿cuál de ellas será de fiar cuando se contradicen? Y la consecuencia vital: si no hay nada absoluto, por nada merece la pena dar la vida; si no hay amor, ni verdad, ni justicia,.. ¿para qué vivir?

Quienes hemos estudiado teología hemos oído hablar alguna vez de “la pretensión de Jesús”, ese atrevimiento a la hora de hablar de sí mismo que parece sobrepasar los límites de lo políticamente correcto. Sorprende de Jesús que se equipare a Dios en textos evangélicos en los que afirma su poder para hacer lo que es propio sólo de Dios: perdonar pecados (cf Lc 5,21), invitar al seguimiento directo de su persona diciendo “ven y sígueme” (Mt 8,22; 9,9;19,21), o  llamarse  a sí mismo “la puerta de las ovejas” (Jn 10,9), no “una puerta” entre muchas sino la única puerta de la salvación; esta afirmación, como las otras seis del Evangelio de san Juan en las que se define a sí mismo como el buen pastor, el pan de la vida, la luz, el camino, la verdad y la vida, supone una pretensión por parte de Jesús que nos lleva a concluir que tenía conciencia de estar por encima del común de los hombres. ¿No es algo inaudito? ¿No es un signo de soberbia que un hombre se atribuya las cualidades de Dios? No nos sorprende, pues, que Pilatos, cuando Jesús le dice que ha venido a dar testimonio de la verdad, le responda entre escéptico y preocupado: ¿y qué es la verdad?
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La pretensión de Jesús desentona con quienes postulan un relativismo extremo, y desde nuestra fe en Él los cristianos afirmamos que hay un absoluto que está sobre todo: Dios, que se nos ha dado a conocer en Jesucristo, “plenitud del que lo llena todo en todo”. (Ef 1,10); en Jesús hemos conocido el amor de Dios (Dios es amor). Dios lo es todo. "¡Qué intransigentes son estos cristianos!", nos dicen; y se equivocan quienes nos tachan de eso, porque confunden la fe en un ser absoluto con el absolutismo del poder y de las ideas. Nuestro Dios no es un Dios absolutista que impone su ley por la fuerza, ni una idea absoluta que para brillar necesita la muerte de las demás ideas.

A quienes no son creyentes no podemos decirles que Dios lo es todo, puesto que no creen en Él, pero sí podemos decirles sin ambages que el amor lo es todo y Dios es amor que permanece para siempre (cf 1 Cor. 13,4-7). Como amor que es, Dios es el garante de la verdad, porque sólo amando se puede alcanzar el verdadero conocimiento. ¿Aprenderás algo de aquel o aquello a que o a quien odias? ¿No es el amor-aceptación-diálogo el único camino para poder conocer el mundo y a quienes lo habitan? A quienes niegan que haya verdad digámosle que sí la hay, y que el amor se goza con ella (1 Cor 13,6). Y digámosle también que Dios es un absoluto en el amor, no un absolutista en sus ideas; así entienden la vida los que siguen a Jesucristo; éste no tuvo reparos en poner en evidencia las mentiras del hombre, pero quedando a salvo el amor de Dios (misericordia) como única verdad a seguir. ¡Qué distinto es leer el pecado del hombre desde el odio a leerlo desde la misericordia! Es la diferencia entre el absolutismo del mal y el absoluto del amor.


Jesús nos dice: “Yo soy la puerta: quien entre por mi se salvará y podrá entrar y salir, y encontrará pastos” (Jn 10,9). Jesús es la puerta del amor, la puerta de acceso al “todo”. Son muchos los que a lo largo de la historia han ido abriendo puertas esperando encontrar la vida tras ellas, muchos los que vivieron la dispersión buscando acá y allá algo que pudiera satisfacer sus ansias de plenitud. Finalmente se encontraron con el Salvador, con el Pastor que les introdujo en su ámbito (puerta) y hallaron en Él la fuente para su corazón sediento y el descanso para sus fuerzas mermadas (cf Sal 22,2-3). Cuando se dejaron alcanzar por Jesús pudieron decir sin complejos: lo eres todo para mi, “Señor mío y Dios mío” (Jn 20,28). Sin miedos, son muchos los que luego han contado su conversión para que otros se acerquen a la misma Puerta que ellos. Los evangelios son una guía para llegar a la Puerta acertada, para que creamos que Jesús es el Hijo de Dios y creyendo tengamos vida en su nombre (cf Jn 20,30).

Vivir en el relativismo es andar descarriado persiguiendo sombras inconsistentes que no llenan la vida. Muchos hombres de hoy viven la tragedia de tener que construirse una escala de valores en una sociedad que niega que haya algún valor por el que merezca la pena darlo todo. Cuando Dios desaparece del horizonte todo queda descolorido: ¿quién soy?, ¿por qué vivo?, ¿cuál es mi destino?, ¿para qué esforzarme? Los ladrones y bandidos acechan su oportunidad para esquilmar a las ovejas que se han dispersado y ya no viven bajo la protección del Pastor. Desde el evangelio de san Juan se hace una llamada: deja a Cristo entrar en tu vida. Él no quiere entrar en ella con engaño; no es el pastor que va detrás de los suyos azuzando con el palo; el cayado no es un arma para fustigar a las ovejas sino para defenderlas de los peligrosos lobos que quieren arrebatárselas; el buen pastor “camina delante de ellas, y las ovejas le siguen, porque conocen su voz" (Jn 10,4). Es de fiar, porque ama a los suyos hasta morir por ellos; “sus heridas os han curado” (1 Pe 2,24); el Buen Pastor es Dios-amor que no mata ni hace estragos entre las ovejas, como hacen los ladrones y salteadores, sino que “ha venido para que tengan vida y la tengan abundante” (Jn 10,10). ¿No merece la pena vivir totalmente volcado en Él?


Casto Acedo. Mayo 2011. paduamerida@gmail.com. 3153

SANTO ROSARIO


REZO
DEL SANTO ROSARIO


Los sábados
días 7,14,21 y 28 del mes de Mayo
a las 8:30 de la tarde
rezaremos en la Parroquia
el Santo Rosario.

jueves, 5 de mayo de 2011

Animados por la fe en la resurrección (3º Pascua A) 8 de Mayo.

El episodio de los discípulos de Emaús es un relato eminentemente catequético. Toda experiencia de conversión personal y toda la misión  de la Iglesia se ven reflejadas en este texto. Se parte de una situación de desánimo, de cansancio, de injusticias, de sufrimientos y de esperanzas frustradas, que el encuentro con el Resucitado transforma radicalmente. Los que se sintieron aplastados por los dramáticos acontecimientos de la pasión y muerte de Jesús, hallaron en la resurrección el punto de apoyo necesario para liberarse de su cobardías y reiniciar en pos de Jesús y su Reino un seguimiento sin miedos. 

Seguir a Jesús antes de la Pascua (1)

La frustración que muestran los de Emaús al desconocido que les sale al paso es la misma del hombre de ayer y de hoy que, falto de la fe pascual, vive el ocaso de sus ilusiones, proyectos y esperanzas. Es la experiencia de muchos que se ilusionaron con el Jesús terreno (histórico) y se quedaron ahí. Los evangelios dan testimonio de sus motivaciones y de su decepción. Unos le siguieron “porque han comido de los panes y se han saciado” (Jn 2,26); otros buscaron solo la curación física sin querer profundizar más; entre sus discípulos había quienes aspiraban a medrar buscando los primeros puestos (cf Mt 20,20-28). Al final las masas, defraudadas, le abandonaron pronto; los discípulos no superan el momento de la cruz y le dan plantón; algunos incluso le traicionan (cf Mt 26,49) y le niegan (Mt 26,69-75). El seguimiento del Jesús pre-pascual termina en la duda y en la incredulidad; no fue capaz de mantenerse más allá de la prueba.

Nadie puede negar la buena voluntad con la que los de Emaús (prototipos del discipulado) se embarcaron en pos de Jesús; pero les venció el desánimo tras la tragedia de la cruz; ahora “caminan hacia atrás”, vuelven al lugar de donde partieron; “En Egipto comíamos pan hasta hartarnos” (Ex. 16,3). ¿No reconoces en ti esta experiencia? Todos los que estamos por la causa de Jesús hemos vivido esa tentación de volver sobre nuestros pasos cuando el futuro ha perdido su luz. Lo mejor –decimos- es dejarnos de idealismos, de utopías que solo existen en nuestra imaginación, y conformarnos con lo que hay: relativismo, disfrute de la vida a costa de quien sea, consumo, indiferencia, ir tirando... ¡Todo lo demás está condenado al fracaso! Si Jesús de Nazaret, pura bondad y misericordia, capaz de apasionar a las masas con su modo de vida y su palabra, acabó siendo derrotado, ¿para qué seguir intentándolo? ¿Qué vamos a conseguir los que no somos ni sombra de lo que Él fue? Descolocados por el escándalo de la cruz reaccionamos huyendo de nosotros mismos, de nuestros ideales y nuestras esperanzas.

El seguimiento del resucitado.
 
¿Cómo reacciona Dios cuando nos vamos de vuelta a Egipto? Su respuesta constante es la fidelidad: Dios sigue caminando con el hombre, “Jesús se puso a caminar con ellos. Pero sus ojos no eran capaces de reconocerlo” (Lc 24,15-16). Nunca deja Dios de estar a nuestro lado, pero en las noches oscuras del sentido y del espíritu, la debilidad y el pecado impiden su visión clara. ¿Cómo sacar a los hombres de esta ceguera? La intervención de Jesús resucitado se va dando de forma escalonada; los de Emaús  no vivieron una conversión súbita, sino progresiva; hay un proceso por el que va aflorando en ellos la fe pascual.

Primeramente, “comenzando por Moisés y siguiendo por los profetas les explicó lo que se refería a él en toda la Escritura” (Lc 24,27). Les enseña a leer al Jesús histórico desde la fe en las Escrituras, a hacer una lectura creyente de la historia que han vivido con Él. Les fue mostrando cómo actúa Dios, cómo se manifiesta en la paradoja de la cruz, cómo tenemos que buscarlo también nosotros en la madeja enredada de nuestros fracasos, depurando los egoísmos que se esconden en nuestro seguimiento. Pero no bastó eso para poder ver con claridad;  con la Palabra iluminó su oscuridad y suscitó en ellos el deseo de cambiar, y se sintieron tan a gusto con aquel peregrino que le apremiaron: “¡Quédate con nosotros, porque atardece, y el día va de caída!” (Lc 24,29). Habían escuchado su discurso con interés: “¿No ardía nuestro corazón mientras nos hablaba por el camino y nos explicaba las escrituras?” (Lc 24,32); pero a aquellos discípulos estaban demasiado abatidos y les hizo falta algo más.

“Sentado a la mesa con ellos tomó el pan, pronunció la bendición, lo partió y se lo dio. A ellos se les abrieron los ojos” (Lc 24,30-31). El gesto eucarístico de Jesús remató la faena; ese gesto está cargado de una fuerza imparable porque transmite, sin palabras, todo el mensaje de la salvación (kerigma): “mi cuerpo entregado,... mi sangre derramada,... para el perdón-salvación vuestra”. Es Él, ¡ha resucitado! Aquél que murió en la cruz, está vivo. ¡Lo hemos visto! Los mismos que le conocieron en sus predicaciones, en sus milagros y luego en su pasión y muerte, ahora “lo habían reconocido al partir el pan"  (Lc 24,35) La experiencia del Jesús terreno  al que los discípulos habían seguido y del que ahora se alejaban, es completada con la visión de Cristo resucitado. Esta irrupción nueva de Cristo en la vida de los discípulos cambia el tono y el ritmo de los latidos de su corazón y de su vida: de la huida desesperada pasan al regreso esperanzado, de la dispersión vuelven a la concentración, de la tristeza al gozo,  del miedo a la cruz pasan a la alegría de padecer por Cristo. Tras la experiencia pascual se inicia un nuevo seguimiento animado por la fe en “el que vive” (Ap 1,18) y que conduce inevitablemente al entusiasmo de la misión: “Levantándose al momento, volvieron a Jerusalén” (Lc 24,33).

La fe en Jesús resucitado es un don de Dios. ¿dónde hemos de buscar para ser merecedores de ese don? Hoy como ayer, para ver a Jesús no basta con quedarse en Jerusalén llorando junto al sepulcro. A los discípulos se les pide que vayan “a Galilea, allí me verán” ( cf Mt 28,10); Galilea es el lugar donde vivían antes, y donde comenzaron el seguimiento del Nazareno. A nosotros nos toca ahora buscarle también en nuestra Galilea, en nuestra vida ordinaria, en nuestro mundo de trabajo, familia, diversiones, etc. Ser discípulo de Cristo no es huir de nuestra realidad cotidiana, sino encarnarnos en ella de una forma nueva; ahí nos encontraremos con Él y le seguiremos animados ahora por la fe pascual, sin las cual no es posible el verdadero seguimiento.

Los dos modelos ( seguimiento de Jesús antes y después de Pascua) pueden explicar el porqué de los éxitos y los fracasos de muchos cristianos en su empeño por construir el Reino. Si falta experiencia (fe) de resurrección, el seguimiento termina fracasando, como le ocurrió a los de Emaús en un primer momento. La buena voluntad y las buenas intenciones no son suficientes para mantener la fidelidad al Evangelio. El discípulo sólo puede mantener su fidelidad sobre la roca pascual del encuentro con el Resucitado. Ve, pues, a Galilea, vuelve a tu vida de cada día y abre los ojos y los oídos; Jesús Resucitado va contigo, escucha lo que te quiere decir; deja que la Palabra te ayude a comprender la pedagogía y voluntad de Dios; pide el don de la fe en Cristo vivo y resucitado que te ayude a leer tu propia historia desde la fe. Si te sientes alentado por la Palabra reza a Jesús: "Quédate, porque atardece" (Lc 24,29), siéntate en la mesa de la Eucaristía y reconócele; desaparecerá de tu vista, pero permanecerá en tu corazón. Será para ti  un poderoso antídoto contra el veneno del derrotismo. No en vano, la experiencia de la resurrección está en la base de la Iglesia naciente; los que antes de Emaús huían de la cruz, viven y mueren ahora siendo mártires (testigos) del Resucitado.

                (1) Comentario evangélico inspirado en Martínez Díez, F.
                     -“Creer en Jesucristo, vivir en cristiano”, (Navarra,2005), 619-623, y
                      -¿Ser cristiano hoy?, Ed. Verbum Dei, (Navarra, 2007) 276-278.

Casto Acedo. Mayo 2011. paduamerida@gmail.com