viernes, 20 de mayo de 2011

"El Padre y yo somos uno" (Domingo 22 de Mayo)

¿Pueden pasar semanas, meses, incluso años, viviendo juntas dos personas y a pesar del tiempo y la cercanía decir que no se conocen? ¿Se puede compartir, camino, mesa y casa con alguien sin llegar a  conocerlo en profundidad? Pues sí. La experiencia nos enseña que dos personas que comparten muchas cosas (esposos, hermanos, compañeros de estudio o trabajo, etc.) pueden no llegar a compartir lo más sagrado de ellos: su vida interior. Se comparten cosas (tiempo, dinero, espacio, aficiones, ideas...incluso los propios cuerpos, como en el caso de los esposos y/o amantes), y sin embargo, el corazón, la identidad personal del otro, puede resultar ajena, extraña, lejana.

Algo así le pasó a Felipe. Había compartido con Jesús el camino, la mesa, la compañía, le había escuchado una y otra vez hablar del Padre, le vió hacer milagros, le había sorprendido su sencillez y al tiempo su grandeza, su sometimiento a la voluntad del Padre y a la vez su libertad inaudita ante los hombres, pero no le conocía, no había entrado en el misterio de Dios que era Jesús. Por eso, en su ignorancia se dirige a Jesús con una oración de petición: “Señor, muéstranos al Padre y nos basta”. Y Jesús le “replica”, como reprendiéndole a la vez dura y cariñosamente: “Hace tanto que estoy con vosotros, ¿y no me conoces, Felipe? Quien me ha visto a mí ha visto al Padre” (Jn 14,8-9).
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Felipe, discípulo y apóstol, ha seguido a Jesús en sus caminos, le ha escuchado, pero no le ha conocido en su identidad íntima. Nosotros también podemos llevar años siguiendo a Jesús, oyéndole, contemplándole en su camino entre los hombres, viendo sus milagros... pero aún no hemos descubierto que Jesús es el rostro visible del Padre Dios. Jesús es Dios hecho hombre; tal vez esta misma afirmación, a fuerza de ser oída y proclamada, haya perdido su fuerza y ella misma ejerza de velo que impide a la fe ver con nitidez. Jesús es Dios; acercándonos a Él, conociéndole, conocemos y nos acercamos al corazón de Dios, a su misterio. La catequesis más excelsa sobre el Padre Dios es la que nos da el Hijo Dios. Los evangelios son la plasmación de la vida de Dios con nosotros, o mejor, del Dios vivo entre nosotros, porque nosotros no creemos en un Dios lejano y ajeno, sino cercano y familiar, que comparte nuestras vidas y puede ser contemplado en nuestra historia.

Con  Felipe, Tomás también pide explicaciones. Tomás es un apóstol que resume en sus actitudes algo tan humano como son las dudas de fe. “Los discípulos le decían: -Hemos visto al Señor. Pero él les contestó: -Si no veo en sus manos la señal de los clavos y no meto mi dedo en el agujero de los clavos y no meto mi mano en su costado, no creeré” (Jn 20,24-25). Había escuchado con atención las palabras de Jesús: “os llevaré conmigo, para que donde estoy yo estéis también vosotros. Y a donde yo voy ya sabéis el camino” (Jn 14,3-4); y Tomás pide aclaración: “Señor, no sabemos a dónde vas, ¿cómo podemos saber el camino? Y Jesús le responde: yo soy el camino y la verdad y la vida” (Jn 14, 5-,6). Jesús revela a Tomás y al tiempo nos revela a nosotros algo inaudito: para ir al Padre no hay unos caminos (moral, normas de comportamiento), ni unas verdades (dogmas, filosofías, doctrinas), ni unas vidas (las que dan el dinero, el placer, la soberbia, tec.) sino que la fe cristiana se apoya en una persona: Jesucristo. No importa tanto que nosotros salgamos a la búsqueda de un camino, una verdad o un amor, cuanto que dejemos que el Camino, la Verdad y la Vida, es decir, la persona de Jesús, entre en nosotros. Se trata de dejarnos encontrar por Dios (dar paso a la gracia), más que encontrarlo nosotros (obcecarnos en el cumplimiento de la ley). Tomás y Felipe buscaban, pero su vida no cambió definitivamente hasta que ellos mismos se dejaron encontrar por Dios en Jesús.
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Lo definitivo en el seguimiento no son las normas o leyes  a seguir, sino Aquel a quien se sigue ("Yo soy el camino"); la última palabra no la tiene el hombre, sino Dios Padre que se ha dado a conocer en el Hijo  ("Yo soy la Verdad"); y la vida eterna no consiste en que nosotros amemos, sino en que Él nos amó primero en Jesús ("Yo soy la vida"). Ser discípulo no es seguir un manual de instrucciones sino dejarse embaucar por Jesucristo y su modo de vivir que avalan su identidad: “Creedme, yo estoy en el Padre y el Padre en mi. Si no, creed a las obras” (Jn 14,11). Cuando el evangelio de san Juan parece excesivamente volátil da un giro y toma tierra: creed a las obras. ¡Qué verdad más grande! Las obras de Jesús, en especial su misericordia para con los más débiles y menos amables, dan consistencia a sus palabras. Teología de la acción. ¿Sería de fiar Jesús cuando nos dice que creamos en él si su biografía no nos hablara de que era un hombre de Dios? Jesús nos revela su relación con el Padre: “Yo estoy en el Padre y el Padre en mi” (Jn 14,11); “El Padre y yo somos uno” (Cf Jn 17,22). Jesús es Dios. No podemos negar su divinidad, porque eso sería negar sus obras, que son de Dios.
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Él se va y aquí quedamos  nosotros. Es la hora de los discípulos, el momento de nuestra fe y nuestro testimonio: “Os lo aseguro: el que cree en mi, también él hará las obras que yo hago, y aún mayores” (Jn 14, 12). Quien cree en Jesús hace las obras que Él mismo hace. ¿Es nuestra vida como la suya? ¿Vivimos entregados al servicio de Dios y de los hermanos? ¿Hacemos, como Jesús, las obras de Dios? ¿No? Entonces nos falta fe. Porque la falta de tiempo dedicado a la contemplación-oración y la falta de energía para una vida cristiana activa (trabajo por el Reino de la verdad, la justicia y la paz) suele tener como causa la falta de fe.  Tal vez tenemos una inteligencia exclusivamente humana de Jesús; nos da la sensación de que lo único que nos queda tras su muerte es el “ejemplo de su vida” como una ley suprema a seguir. Y nadie alaba ni reza a una ley; ni recibe vida de ella. Sólo cuando, junto con la humanidad de Jesús crucificado, confesamos la divinidad de Jesús resucitado, nuestra vida de cristianos adquiere el dinamismo propio de hijos y de esposos enamorados en contraposición a la vida de esclavos. La Pascua nos sigue invitando a creer desde las obras de Jesús y a obrar según nuestra fe en Él. Con Tomás y Felipe, pregunta, aclara tus dudas y síguele.
Casto Acedo Gómez. Mayo 2011. paduamerida@gmail.com 3517

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