miércoles, 29 de enero de 2014

Experiencia y Esperanza

PRESENTACIÓN DEL SEÑOR
Mal 3,1-4  -  Heb 2,14-18  -  Lc 2,22-40

El Evangelio de hoy nos presenta a tres grupos de  personas, diferentes en edad pero unidos por la ‘experiencia’ y la ‘esperanza’.  Ellos son: Simeón y Ana, personas mayores; José y María, jóvenes esposos; y Jesús, un niño de cuarenta días de nacido. Ciertamente, a juventud no es solo la falta de arrugas y de canas, la vejez no es solo la edad avanzada. Bien saben ustedes que ser joven es tener una causa a la que consagrar la propia vida (Mons. Helder Cámara).

José y María van a Jerusalén
*Después que María de Nazaret acepta ser la madre de Jesús,  va de prisa a las montañas de Judea para visitar a su prima Isabel.  Desde aquellas montañas, ambas mujeres gestantes alzan su voz:
-Para defender la dignidad de la mujer, frecuentemente pisoteada   por una sociedad machista: Bendita eres entre las mujeres
-Para valorar el don de la vida de los más indefensos, a saber,
 los que están en el seno materno: Bendito es el fruto de tu vientre
-Para anunciar la actuación de Dios en una sociedad injusta:
 Dios derriba del trono a los poderosos y eleva a los humildes,
 colma de bienes a los hambrientos y despide vacíos a los ricos (Lc 1).
 Más tarde, Jesús retomará estas palabras de María su madre,
 y proclamará su mensaje liberador para: los pobres, los hambrientos,
 los que lloran, los que son odiados, excluidos y despreciados (Lc 6).
*Meses después, José y María -jóvenes esposos- van a Belén.
Allí, en un establo, María da a luz a Jesús su hijo primogénito, porque
no había sitio para ellos en la posada. Sin embargo, en aquel establo
hay lugar para recibir la visita de los pastores, y escuchar la alabanza
de los ángeles: Gloria a Dios en el cielo y en la tierra paz (Lc 2).
*Cuarenta días después José y María, fieles a la tradición (Lev 12),
van al templo de Jerusalén, presentan al niño Jesús, y hacen
la ofrenda propia de los pobres (LG, 57). Allí también, Simeón y Ana
-personas mayores- bendicen a Dios porque viene a liberarnos.

Simeón y Ana van al templo
Los campesinos saben que hay un tiempo para sembrar la semilla,
abonarla, regarla, cultivarla… Hay un tiempo para mirar cómo crece,
florece y brotan los primeros frutos… Y un tiempo para cosechar…
Simeón no forma parte de los funcionarios del templo de Jerusalén.
Es un hombre justo y piadoso que espera la liberación de su pueblo.
Por eso, cuando José y María llegan al templo llevando al niño Jesús,
Simeón, conducido por el Espíritu Santo, va al encuentro de ellos,
toma al niño Jesús en sus brazos y bendice a Dios diciendo:
Ahora, Señor, puedes dejar que tu servidor muera en paz, porque
mis ojos han visto la salvación… la luz que ilumina a las naciones.
Ciertamente, uno es el que siembra y otro el que cosecha (Jn 4,34ss).
¿Decimos lo mismo sobre nuestra labor pastoral? ¿Hay continuidad?
Luego, Simeón se dirige a María para decirle: Este niño será signo
de contradicción, pues unos le aceptarán y otros le rechazarán;
y añade: en cuanto a ti, una espada de dolor te atravesará el corazón.
Años más tarde, Jesús morirá crucificado pero resucitará al tercer día.
De Ana, viuda y anciana, se dice expresamente que es ‘profetisa.
Ella también va al templo y, desde que ve al niño Jesús, alaba a Dios
y habla del niño a todos los que esperan la liberación de Jerusalén.
Más adelante, Jesús acogerá a muchas mujeres como discípulas,
les devuelve su dignidad y les confía la misión de anunciar el Reino.
Hoy, en nuestras comunidades cristianas, casi no existe el ministerio
profético. Por este motivo, es bueno recordar lo que dice San Pablo:
Dios ha querido que en la Iglesia haya en primer lugar apóstoles,
en segundo lugar profetas, en tercer lugar maestros… (1Cor 12,28).

El niño Jesús crece en edad, sabiduría y gracia
El evangelista Lucas termina, todo lo referente a la infancia de Jesús,
con estas palabras: El niño crece en edad, sabiduría y gracia.
Jesús, que ha recorrido las etapas de vida de toda persona humana,
es el camino, la verdad y la vida para niños, jóvenes y adultos:
Ustedes jóvenes van a recibir la antorcha de manos de sus mayores
y van a vivir en el mundo en el momento de sus más gigantescas
transformaciones. Ustedes, recogiendo lo mejor del ejemplo y de las
enseñanzas de sus padres y maestros, van a formar la sociedad de
mañana; se salvarán o perecerán con ella (Mensaje del Vaticano II). 
J. Castillo A.