31º Domingo, Tiempo Ordinario, ciclo B
Dt 6,2-6
- Heb 7,23-28 - Mc
12,28-34
¿San Francisco… la Virgen María… y el
mismo Jesús…“castigan”
si
no celebramos la fiesta patronal,
siguiendo las costumbres?
Las personas devotas que piensan y
actúan de esta manera,
¿qué
educación religiosa reciben sobre el
amor a Dios?
¿Basta
amar a los familiares… para decir que amamos
al prójimo?
Los
cristianos jamás debemos olvidar que Jesús llama mis hermanos:
a los que sufren hambre… a los que
tienen sed… a los emigrantes…
a los desnudos… a los enfermos… a los
encarcelados…
(Mt 25,31ss).
¿Cuál
es el mandamiento más importante?
Camino a la tierra prometida, Dios hace
una alianza con su pueblo:
Yo
seré tu Dios y tú serás mi pueblo (Ex 6,7). Desde entonces,
el
pueblo promete cumplir los mandamientos del Señor (Ex 20,1ss).
Sin
embargo, en la época de Jesús habían seiscientos trece preceptos
que
se debían observar, dejando de lado el
mandamiento de Dios.
Por
ejemplo: -el descanso del sábado (Mc 2,23ss;
3,1-6),
-comer
con las manos impuras, es decir, sin lavárselas (Mc 7,1-5),
-dejar
el mandato de Dios para cumplir las tradiciones (Mc 7,6-13),
-no
comer la carne de animales impuros (Mc 7,14-23)… etc.
Jesús
después de ingresar a la ciudad de Jerusalén:
-denuncia
a los que han hecho del templo una cueva
de ladrones,
-desenmascara
las intenciones homicidas de las autoridades religiosas,
-discute
con fariseos y herodianos sobre el
tributo al César, y
con los saduceos sobre la resurrección de los muertos (Mc 11 y 12).
En
este contexto, un escriba que ha escuchado aquellas discusiones
se
acerca y le pregunta: ¿Cuál es el mandamiento principal?
Jesús
le responde: Escucha, Israel, el Señor
nuestro Dios es un solo.
Amarás
al Señor, tu Dios, con
todo tu corazón…
(1ª lectura).
Luego,
Jesús añade un segundo mandamiento igualmente importante:
Amarás
a tu prójimo como a ti mismo (Lv 19,18).
Y
concluye: No hay mandamiento más importante que estos dos.
Amarás
al Señor, tu Dios… Amarás a tu prójimo
Tengamos presente que no podemos decir
que amamos a Dios,
si nos olvidamos del prójimo. Dios y el
prójimo son inseparables.
Por
eso, del verdadero amor a Dios debe
nacer el amor al prójimo,
dando
preferencia a los hermanos que viven en la pobreza y miseria:
*Dios
derriba del trono a los poderosos y eleva a
los humildes.
Colma de bienes a los hambrientos y despide vacíos a los ricos (Lc 1).
*Conocemos
lo que es el amor, en que Jesús
murió por nosotros.
Por eso, también nosotros debemos dar la vida por los hermanos.
Si uno es rico y viendo a su hermano
necesitado le cierra el corazón
y no se compadece, ¿cómo puede amar a Dios?
No amemos con la boca, sino con obras y de verdad (1Jn 3,16ss).
*Jesucristo nos ha dado este mandamiento:
el
que ama a Dios, ame también a su hermano (1Jn 4,19-21).
Sigamos reflexionando en lo que dicen san
Agustín y san Bernardo:
*Si
quieres saber lo que vale tu amor,
mira a dónde te conduce.
No les hemos dicho: no amen, sino no se
aten a las cosas terrenales;
solo así amarán con toda libertad al Creador de todas las cosas.
Si tú te hallas muy atado a alguna cosa
de este mundo,
es como si tuvieras goma en las alas, no
eres capaz de volar.
Al contrario, si te encuentras
desprendido de las cosas terrenales,
tus alas estarán libres de todo aquello
que te paraliza,
y tú tomarás vuelo con la ayuda de dos mandamientos:
el amor a Dios y el amor a tu prójimo.
¿A dónde ir sino hacia Dios? Tú te
remontas volando,
porque tú subes amando
(San Agustín: Comentario al Salmo 121,1).
*Sobre
la corrección fraterna, tiene mucha
actualidad la denuncia
que
hace san Bernardo (1090-1153) al Papa Eugenio III (1145-1153):
Pedro jamás se presentó vestido de
sedas, cargado de joyas,
cubierto de oro, montado sobre blanco
caballo,
escoltado por soldados y acompañado de
aparatoso séquito.
Pero despojado de todo eso, tuvo fe para
creer que podría cumplir
el mandato del Salvador: “Si me amas, apacienta mis ovejas”.
Es como para pensar que tú no eres el sucesor de Pedro,
sino
del emperador Constantino… Heredero como
eres del Pastor,
no debes avergonzarte de anunciar el Evangelio.
(De consideratione, cap. 6: Predicar a
los demás con su vida).
J. Castillo A.