miércoles, 26 de octubre de 2016

Conversión de un rico

31º Domingo, Tiempo Ordinario, ciclo C
Sab 11,23-12,2  -  2Tes 1,11-2,2  -  Lc 19,1-10

   Para San Jerónimo (342-400) las riquezas son injustas,
porque todo rico o es ladrón, o heredero de ladrones.
Teniendo presente estas palabras, ¿un rico puede cambiar su vida?
Mientras aquel joven se va triste porque es muy rico (Mc 10,22),
Zaqueo que también es muy rico se convierte, cambia su vida.

Zaqueo busca ver a Jesús
   Zaqueo es jefe de los que cobran impuestos para el imperio invasor,
usa el cargo que tiene para enriquecerse explotando a los demás.
A ellos Juan Bautista les dice: No cobren más de lo debido (Lc 3,13).
Zaqueo será muy rico, pero es odiado y despreciado como “pecador”.
Además es “de baja estatura” no solo física sino moralmente.
Consecuencia: los pobres cargan sobre sus espaldas esas opresiones.
   Hoy, ante tanta corrupción e injusticia, nacional e internacional,
lo que dijo Eduardo Galeano (1940-2015) tiene mucha actualidad:
*Es imposible encontrar a un político que tenga el coraje de decir
lo que robará, o que a viva voz confiese lo que ya robó
*Por mucho que los países pobres paguen, no hay manera de calmar
la sed de la gran vasija agujereada que es la deuda externa (eterna).
Cuánto más pagan, más deben…Viven pagando y mueren debiendo
*Sobre las inversiones que hacen las empresas transnacionales, dice:
El dinero de los países ricos viaja hacia los países pobres
atraído por los jornales de un dólar, y por las jornadas sin horarios...
El dinero viaja sin aduanas. En cambio los trabajadores que emigran
emprenden una odisea que a veces termina en las profundidades
del mar Mediterráneo o del mar Caribe (Patas arriba, 1998).
   A pesar de llevar una vida mediocre, Zaqueo busca ver a Jesús.
Quizás como todo judío, ha oído hablar de Jesús pero no le conoce.
Ahora, se humilla y, como si fuera un niño, sube a un árbol.
Y por primera vez, logra ver a Jesús -pobre entre los pobres-
que camina a Jerusalén acompañado de una multitud de gente pobre.

Hoy ha llegado la salvación a esta casa
   Al llegar a ese lugar, Jesús levanta los ojos y le dice:
Zaqueo baja pronto, porque hoy tengo que alojarme en tu casa.
   Así es Jesús: -Camina por ciudades y pueblos anunciando el Reino.
-Sana a los ciegos, sordos,  mudos, paralíticos, leprosos…
-Llama “hermanos a los hambrientos, sedientos, desnudos...
-Como Buen Pastor busca y salva a las ovejas perdidas,
y por eso acoge a publicanos y pecadores, y come con ellos.
-Quita el miedo de un “dios castigador”…y quiere que todos vivamos
como hijos de un Padre compasivo y como hermanos entre nosotros.
   En Jesús, el Servidor fiel del Padre, se cumple la profecía de Isaías:
Sobre Él pondré mi Espíritu y anunciará la justicia a las naciones…
No quebrará la caña débil, ni apagará la vela que todavía humea,
hasta que haga triunfar la justicia (Mt 12,17ss;  Is 42,1ss).
Para seguir a Jesús, pongamos en práctica esa profecía, porque:
Dios sostiene a los que caen y levanta a los que se doblan (Sal 145).
  Ahora bien, gracias al encuentro personal con Jesús,
hay un cambio profundo en la vida de Zaqueo…se levanta y exclama:
Mira, Señor, la mitad de mis bienes se la doy a los pobres,
y a quien le he robado, le devolveré cuatro veces más.
   Cuando Jesús acoge a los ricos es para que: -dejen de ser injustos,
-vean a los pobres con los ojos de Dios, -oigan sus gritos y lamentos,
-los liberen de toda opresión, marginación y exclusión (cf. Ex 3,7ss),
Solo así, la salvación llega también hoy a la casa de los ricos,
pues el Hijo del Hombre vino a buscar y salvar lo que está perdido.
   Si un camello pasa por el ojo de una aguja, ya no es camello,
y si un rico entra al Reino de los cielos, entonces ya no es rico:
En el Evangelio aprendemos la sublime lección de ser pobres
siguiendo a Jesús pobre, y la de anunciar el Evangelio de la paz
sin bolsa ni alforja, sin poner nuestra confianza en el dinero
ni en el poder de este mundo (DA, 2007, n.30).
   Para convertirnos necesitamos un encuentro personal con Jesús,
como lo hicieron: -Nicodemo y su ansia de vida eterna (Jn 3,1-21),
-la Samaritana y su anhelo de culto verdadero (Jn 4,1-42),
-el joven ciego de nacimiento y su deseo de luz interior (Jn 9),
-Zaqueo y sus ganas de ser diferente (Evangelio de hoy).
Todos ellos, gracias al encuentro personal con Jesús, se abrieron
a la experiencia de la misericordia del Padre (cf. DA, n.249).
J. Castillo A.

miércoles, 19 de octubre de 2016

Van al templo a orar

30º Domingo, Tiempo Ordinario, ciclo C
Eclo 35,15-22  -  2Tim 4,6-8. 16-18  -  Lc 18,9-14

   En la época de Jesús, y también en nuestros días,
hay creyentes que se consideran justos y desprecian a los demás.
   Estos orgullosos no siguen las enseñanzas y el ejemplo de Jesús:
-que vino a llamar a los pecadores para que se conviertan (Lc 5,32);
-que acoge a publicanos y pecadores, y come con ellos (Lc 15).
No basta decir: Señor, Señor… debemos hacer su voluntad (Mt 7,31).

Oh Dios, te doy gracias porque no soy como los demás
   Los fariseos (=separados) son personas que conocen la Escritura
y son muy escrupulosos en el cumplimiento de la Ley,
según la interpretación que ellos y los escribas han hecho (Mc 7).
   El fariseo que va al templo a orar no pide nada a Dios.
Es un creyente orgulloso que está sentado en el trono de sus virtudes:
no soy ladrón, injusto, adúltero… tampoco soy como ese publicano.
Las obras que hace este “santo varón” son fruto de su propio esfuerzo:
ayuno dos veces por semana y pago el impuesto de todo lo que tengo.
Su soberbia lo lleva a despreciar a los demás, olvidando algo esencial:
el amor a Dios es inseparable del amor al prójimo (Lc 10,25ss).
  Ninguno de nosotros quiere identificarse con el fariseo, sin embargo:
*¿De qué sirve cumplir ciertas prácticas religiosas rutinarias,
si descuidamos: la justicia… la misericordia… y la fe…? (Mt 23,23).
*¿Puede un discípulo de Jesús devorar los bienes de los pobres
y para disimular esos robos hacer largas oraciones? (Lc 20,47).
*¿Por qué damos preferencia a los adornos superfluos de los templos...
cuando el mismo Jesús muere de hambre en sus hermanos pobres?
   Pidamos a Jesús que nos libre de: -Creer que somos mejores.
-Considerarnos superiores a los demás. -Estar seguros de sí mismo.
-Creer que ya estamos convertidos. -Quedarnos en las cosas, medios,
instituciones, métodos, reglamentos… y no ir a Dios. (Sábado Santo,
Renovación de las promesas bautismales, tercera fórmula).
   Ciertamente, el que se engrandece a sí mismo, será humillado.

Oh Dios, ten compasión de este pecador
   El publicano, en cambio, es despreciado y considerado pecador.
El oficio que tiene es cobrar impuestos para el imperio romano.
Habiendo obtenido ese cargo con el pago oscuro de una “coima”,
exige a la gente más de lo establecido para recuperar lo que invirtió.
Su readmisión a la vida social es difícil y peor esperar su conversión.
   Sin embargo, un publicano va también al templo a orar.
Este publicano se queda atrás. Ni siquiera levanta los ojos al cielo.
Reconoce que es pecador… y que necesita la misericordia de Dios…
Por eso, lleno de confianza dice: Oh Dios, ten compasión de mí.
   Esta suplica: ten compasión de mí, nos recuerda el Salmo 51:
Oh Dios, ten piedad de mí, por tu inmensa compasión borra mi culpa.
Yo reconozco mi culpa y tengo siempre presente mi pecado.
Contra ti, contra ti solo pequé, cometí la maldad ante tus ojos.
Un corazón arrepentido y humillado, oh Dios, tú no lo desprecias.
   Dios escucha con amor de Padre el clamor de sus hijos e hijas,
que son marginados y despreciados por la sociedad y la religión.
*Sigue escuchando la súplica de aquel enfermo alejado de la Iglesia.
Y ahora mientras es conducido a la sala de operaciones,
confía en Dios, en medio de su dolor, tristeza, angustia y problemas.
Viendo la fe de ellos, Jesús dice al paralítico: Levántate (Lc 5,24).
*También escucha la súplica de aquella madre soltera y abandonada,
que le pide fuerza y paciencia para cuidar y educar a sus hijos…
Dirigiéndose a la mujer, Jesús le dice: Tu fe te ha salvado (Lc 7,50).
*Jamás permanece indiferente ante el gesto de aquel padre de familia
que olvidó las oraciones aprendidas de memoria cuando era niño…
Pero ahora, prende una vela ante la imagen de la Virgen Dolorosa,
mira con angustia el rostro sufriente de María y se aleja triste,
porque a su única hija le han detectado un tumor maligno…
Jesús le dice: No temas, basta que creas, y ella se salvará (Lc 8,50).
   Jesús, viendo a Mateo, publicano y pecador, le dice: Sígueme.
Él, de inmediato, se levanta y le sigue. Luego, estando en casa,
llegan muchos publicanos y pecadores, y se sientan a la mesa.
Al escuchar las críticas de los fariseos, Jesús les contesta:
No tienen necesidad de médico los sanos, sino los enfermos.
Aprendan lo que significa: Misericordia quiero y no sacrificios.
Pues yo no vine a llamar a los justos, sino a los pecadores (Mt 9,9ss).
   Al orar tengamos presente: quien se humilla, será ensalzado.
J. Castillo A. 

miércoles, 12 de octubre de 2016

Hambre y sed de justicia

29º Domingo, Tiempo Ordinario, ciclo C
Ex 17,8-13  -  2Tim 3,14-4,2  -  Lc 18,1-8

   Jesús que ha dicho: el Reino de Dios está entre ustedes (Lc 17,11),
propone -a continuación- el ejemplo de una viuda que pide justicia,
a un juez corrupto que no teme a Dios ni respeta a las personas.
   Es así como Jesús nos invita a orar… y a trabajar por el Reino.
  
Había en una ciudad un juez
   Este juez, dice Jesús, no teme a Dios y no respeta a las personas.
-No teme a Dios que defiende a los huérfanos, viudas, forasteros.
-Tampoco respeta los derechos de quienes sufren injustamente.
-Si hace justicia a aquella viuda es para que no le siga fastidiando.
   Hoy -en nuestros pueblos y ciudades- hay jueces “cristianos”,
en cuyas oficinas están: la imagen de Jesús crucificado y la Biblia.
Sin embargo, siguen crucificando a Jesús que está presente
en sus elegidos que le gritan día y noche pidiendo justicia.
Además es pura hipocresía jurar por Dios y por los Santos Evangelios,
cuando  el “dios-dinero” del poderoso ya inclinó la balanza a su favor.
   Por eso, cuánta falta nos hace oír y practicar la Palabra de Dios:
*No hagas mal uso del Nombre del Señor, tu Dios (Ex 20,7).
*No te hagas cómplice del malvado siendo testigo de una injusticia.
No sigas en el mal a los corruptos. No declares violando el derecho.
No violes el derecho del pobre. Apártate de un pleito fraudulento.
No condenes a muerte al justo. No declares inocente al culpable.
No aceptes soborno, porque el soborno vuelve ciegos a los hombres,
y hace que los inocentes pierdan su causa (Ex 23,1ss).
*Lávense, purifíquense. Aparten de mi vista sus malas acciones.
Dejen de hacer el mal, aprendan a hacer el bien.
Esfuércense en hacer lo que es justo. Ayuden al oprimido.
Hagan justicia al huérfano. Protejan los derechos de la viuda (Is 1).
*Dios, ¿no hará justicia a sus elegidos,
que claman a Él día y noche, aunque los haga esperar?
Les aseguro que Dios hará justicia a favor de ellos, y lo hará pronto.

Había en la misma ciudad una viuda
   En la aquella ciudad -añade Jesús- vive también una viuda.
Tengamos presente que Jesús anunció el verdadero rostro de Dios:
Padre de los huérfanos y protector de las viudas (Sal 68,6).
Por eso, el grito de la viuda es también el grito de los pobres de hoy,
que no cesan de exigir justicia cuando los malvados de siempre:
-los expulsan de la tierra donde nacieron, donde viven y trabajan…
-les pagan un sueldo miserable, en complicidad con las autoridades…
-convierten a nuestra Madre Tierra en un depósito de porquería
  Que los dueños del dinero que va de un continente a otro, oigan esto:
No oprimirás ni maltratarás al extranjero, porque ustedes también
fueron extranjeros en Egipto. No oprimirás a la viuda ni al huérfano
Si los oprimes y ellos gritarán a mí, yo los escucharé (Ex 22,20ss).
  Hazme justicia es también la oración de los que sufren injustamente:
¿Hasta cuándo, Señor, hasta cuándo triunfarán los malvados?
Ellos destruyen a tu pueblo, oprimen a tus seguidores,
asesinan a las viudas, a los emigrantes y a los huérfanos (Sal 94,3ss).

Cuando venga el Hijo del Hombre, ¿encontrará fe en la tierra?
   Solidarizarnos -con palabras y obras- con los que sufren,
significa confiar en Dios, orar sin desanimarse, amar al prójimo.
El pobre decía: El Señor me abandonó, mi Dios se olvidó de mí.
Pero, ¿puede una madre olvidar o dejar de amar a su propio hijo?
Pues, aunque ella se olvide, yo -tu Dios- no te olvidaré.
Mira, yo te llevo grabado en las palmas de mis manos (Is 49,15).
   Sigamos el ejemplo de Jesús que traicionado por Judas Iscariote…
negado por Pedro… y abandonado por sus discípulos…
no cesa de orar, sobre todo cuando experimenta el “silencio de Dios”:
-Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado? (Mc 15,34).
-Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu (Lc 23,46).
   Sigamos también el ejemplo de nuestros hermanos mayores en la fe,
que -en medio de persecuciones- confían en Dios y oran sin cansarse:
El rey Herodes decidió perseguir a algunos miembros de la Iglesia.
Hizo degollar a Santiago, el hermano de Juan.
Viendo que esto agradaba a los judíos, hizo arrestar a Pedro…
Después de detenerlo, lo metió en la cárcel…
Mientras Pedro era vigilado en la cárcel,
la Iglesia oraba insistentemente a Dios por él (Hch 12,1ss). 
J. Castillo A.

miércoles, 5 de octubre de 2016

El grito de los leprosos

28º Domingo, Tiempo Ordinario, ciclo C
2Re 5,14-17  -  2Tim 2,8-13  -  Lc 17,11-19

   Jesús no va a la capital de Jerusalén para buscar glorias mundanas,
sino llevando en su corazón el sufrimiento de la gente de Galilea
y el desprecio y marginación que sufren los habitantes de Samaría
Por eso, al oír el grito de los diez leprosos, Jesús se detiene y los sana.

Jesús, Maestro, ten compasión de nosotros
   En esa época, los leprosos andaban harapientos y vivían aislados.
Para no contagiar a los demás gritaban: ¡Impuro, impuro! (Lev 13).
Eran personas excluidas, despreciadas, prácticamente muertas en vida.
   Sin embargo, diez leprosos viven juntos para sobrevivir,
y también para mantener una remota esperanza de recuperar la salud.
Enterados de la llegada de Jesús, estos leprosos van a su encuentro
y, desde lejos, gritan: Jesús, Maestro, ten compasión de nosotros.
Jesús -que vino a salvar a las personas oprimidas- oye ese grito,
y les manda presentarse a los sacerdotes. Mientras van, quedan sanos.
   Actualmente, al grito de los diez leprosos debemos añadir:
-el grito de los niños y jóvenes que viven desorientados…
-el grito de los campesinos e indígenas privados de sus tierras…
-el grito de los trabajadores explotados con salarios miserables…
-el grito de los enfermos de sida excluidos de la vida familiar…
-el grito de los ancianos marginados porque no producen (DP, 31ss).
   Son personas concretas que sufren y demandan: justicia, libertad,
respeto a los derechos fundamentales del hombre y de los pueblos
Se trata de un clamor: creciente, impetuoso, amenazante (DP, 87ss).
   Ante este grito: ¿Podemos vivir encerrados en nuestra indiferencia?
¿Qué nos impide comprometernos para solucionar esos sufrimientos...
y, no solo solucionarlos en el acto, sino también destruir sus causas?
No olvidemos que los gozos y esperanzas, las tristezas y angustias…
sobre todo de los pobres y de cuantos sufren,
son también gozos y esperanzas, tristezas y angustias
de los discípulos de Cristo (Concilio Vaticano II, GS, n.1).

Uno de ellos, viéndose sano, vuelve alabando a Dios
      Yo tengo un corazón grande / me creció con privaciones /
      me creció con injusticias / me creció con sobrenombres.
   Esta canción refleja muy bien la situación del leproso samaritano,
que por ser despreciado y considerado hereje tiene un corazón grande.
Al ver que está sano, no sigue para presentarse a los sacerdotes,
él es “extranjero y hereje” y no está obligado a cumplir aquellos ritos
relacionados con la purificación… y el negocio del templo…
Es por eso que vuelve lleno de alegría, su vida ha cambiado.
   Ahora bien, lo primero que hace es alabar a Dios en voz alta.
Cuánta falta nos hace alabar a Dios, origen de la vida plena,
pues, la gloria de Dios consiste en que el ser humano tenga vida.
   En seguida, se postra a los pies de Jesús para agradecerle.
Agradecer es reconocer que Jesús es el Hijo amado de Dios,
que vino a este mundo para anunciar la Buena Noticia a los pobres.
   Jesús lo acoge y le dice: Levántate… vete… tu fe te ha salvado.
Animado por estas palabras, el samaritano empieza un nuevo camino.
   También nosotros alabemos a Dios como hace la gente sencilla:
-Un paralítico: Se levanta, toma su camilla y se va a su casa
alabando a Dios. Todos maravillados daban gloria a Dios (Lc 5,25s).
-Cuando Jesús resucita al hijo de una viuda: Todos alaban a Dios
diciendo: Un gran profeta ha surgido entre nosotros (Lc 7,16).
-A una mujer encorvada: Jesús le impone las manos,
y al instante ella se endereza y se pone a alabar a Dios (Lc 13,12s).
-El ciego de Jericó: Al recobrar la vista, sigue a Jesús y alaba a Dios.
Todo el pueblo, al ver esto, se pone a alabar a Dios (Lc 18,43).
   Tengamos presente que Eucaristía significa “acción de gracias”;
en ella -como los diez leprosos- decimos a Jesús: Señor, ten piedad,
y le agradecemos porque vino a hacer el bien y a sanar a los enfermos.
Que los “estipendios” no tengan apariencia de negocio (CIC, cn 947),
para que la celebración Eucarística sea de veras Acción de Gracias:
   Te damos gracias, Dios y Padre nuestro,
   por todas las cosas bellas que has hecho en el mundo
   y por la alegría que has puesto en nuestros corazones.
   Te damos gracias por esta tierra tan hermosa que nos has dado,
   por los hombres y las mujeres que la habitan,
   y por habernos dado a cada uno de nosotros el regalo de la vida.
   De veras, Señor, tú nos amas, eres bueno y haces maravillas.
J. Castillo A.