29º Domingo, Tiempo Ordinario, ciclo C
Ex 17,8-13 - 2Tim
3,14-4,2 - Lc 18,1-8
Jesús que ha dicho: el Reino de Dios está entre ustedes (Lc 17,11),
propone
-a continuación- el ejemplo de una viuda
que pide justicia,
a
un juez corrupto que no teme a Dios ni
respeta a las personas.
Es
así como Jesús nos invita a orar… y a trabajar por el Reino.
Había
en una ciudad un juez
Este juez, dice Jesús, no
teme a Dios y no respeta a las personas.
-No
teme a Dios que defiende a los huérfanos,
viudas, forasteros.
-Tampoco
respeta los derechos de quienes sufren injustamente.
-Si
hace justicia a aquella viuda es para que no le siga fastidiando.
Hoy
-en nuestros pueblos y ciudades- hay jueces “cristianos”,
en
cuyas oficinas están: la imagen de Jesús crucificado y la
Biblia.
Sin
embargo, siguen crucificando a Jesús que está presente
en sus elegidos que le gritan día y
noche pidiendo justicia.
Además
es pura hipocresía jurar por Dios y por los Santos Evangelios,
cuando el “dios-dinero” del poderoso ya inclinó la
balanza a su favor.
Por
eso, cuánta falta nos hace oír y
practicar la Palabra de Dios:
*No hagas mal uso del Nombre del Señor, tu
Dios (Ex 20,7).
*No te hagas cómplice del malvado siendo
testigo de una injusticia.
No sigas en el mal a los corruptos. No
declares violando el derecho.
No violes el derecho del pobre. Apártate
de un pleito fraudulento.
No condenes a muerte al justo. No
declares inocente al culpable.
No aceptes soborno, porque el soborno
vuelve ciegos a los hombres,
y hace que los inocentes pierdan su
causa
(Ex 23,1ss).
*Lávense, purifíquense. Aparten de mi vista
sus malas acciones.
Dejen de hacer el mal, aprendan a hacer
el bien.
Esfuércense en hacer lo que es justo.
Ayuden al oprimido.
Hagan justicia al huérfano. Protejan los
derechos de la viuda
(Is 1).
*Dios, ¿no hará justicia a sus elegidos,
que claman a Él día y noche, aunque los
haga esperar?
Les aseguro que Dios hará justicia a
favor de ellos, y lo hará pronto.
Había
en la misma ciudad una viuda
En la aquella ciudad -añade Jesús- vive
también una viuda.
Tengamos
presente que Jesús anunció el verdadero rostro de Dios:
Padre
de los huérfanos y protector de las viudas (Sal 68,6).
Por
eso, el grito de la viuda es también el grito de los pobres de hoy,
que
no cesan de exigir justicia cuando
los malvados de siempre:
-los
expulsan de la tierra donde
nacieron, donde viven y trabajan…
-les
pagan un sueldo miserable, en
complicidad con las autoridades…
-convierten a nuestra Madre Tierra en un
depósito de porquería…
Que
los dueños del dinero que va de un continente a otro, oigan esto:
No oprimirás ni maltratarás al
extranjero, porque ustedes también
fueron
extranjeros en Egipto. No
oprimirás a la viuda ni al huérfano
Si los oprimes y ellos gritarán a mí, yo los escucharé (Ex 22,20ss).
Hazme justicia es también la oración
de los que sufren injustamente:
¿Hasta cuándo, Señor, hasta cuándo
triunfarán los malvados?
Ellos destruyen a tu pueblo, oprimen a
tus seguidores,
asesinan a las viudas, a los emigrantes
y a los huérfanos
(Sal 94,3ss).
Cuando
venga el Hijo del Hombre, ¿encontrará fe en la tierra?
Solidarizarnos -con palabras y obras- con
los que sufren,
significa
confiar en Dios, orar sin desanimarse, amar al prójimo.
El pobre decía: El Señor me abandonó, mi
Dios se olvidó de mí.
Pero, ¿puede una madre olvidar o dejar
de amar a su propio hijo?
Pues, aunque ella se olvide, yo -tu
Dios- no te olvidaré.
Mira, yo te llevo grabado en las palmas
de mis manos
(Is 49,15).
Sigamos
el ejemplo de Jesús que traicionado
por Judas Iscariote…
negado por Pedro… y abandonado por sus discípulos…
no
cesa de orar, sobre todo cuando experimenta el “silencio de Dios”:
-Dios
mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado? (Mc 15,34).
-Padre,
en tus manos encomiendo mi espíritu (Lc 23,46).
Sigamos
también el ejemplo de nuestros hermanos mayores en la fe,
que
-en medio de persecuciones- confían
en Dios y oran sin cansarse:
El rey Herodes decidió perseguir a
algunos miembros de la Iglesia.
Hizo degollar a Santiago, el hermano de
Juan.
Viendo que esto agradaba a los judíos,
hizo arrestar a Pedro…
Después de detenerlo, lo metió en la
cárcel…
Mientras Pedro era vigilado en la
cárcel,
la
Iglesia oraba insistentemente a Dios por él (Hch
12,1ss).
J. Castillo A.
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