jueves, 27 de febrero de 2014

No al consumismo (Domingo, 2 de Marzo)

Aquella chica estaba feliz porque tenía un bonito vestido para la fiesta; lo miraba una y otra vez y se convencía a sí misma con orgullo de que no podría tener uno mejor.  La otra entró en la sala-vestidor y  contempló con cierta tristeza sus muchos vestidos colgados en los percheros y sus innumerables zapatos dispersos por el habitáculo; unos apenas usados, otros sin estrenar;  y sólo veía en todo aquello  los vacuos antojos  de un tiempo demodé. Con tristeza y ánimo quejumbroso se volvió a su madre: -¡Mamá, no tengo nada que ponerme!

La comida, la bebida, la vivienda, el vestido,  todos los bienes materiales, no son el fin de la vida sino solo medios para vivir. El error más grande que se puede cometer consiste en  considerar internamente que se puede alcanzar la plenitud de la felicidad  acumulando lujos. Es la equivocación  -podemos decir "el pecado"- que con más fuerza seduce a los hombres.
Consumir es connatural al hombre. Sin el consumo de alimento, vestido y otros productos esenciales, moriríamos. Pero más allá del necesario consumo, cruzando la línea roja de lo estrictamente necesario, está la sociedad consumista, la que usa el espacio, el tiempo, la comida, la bebida y los demás recursos naturales no para un sano vivir sino para tapar el agujero que provoca la angustia de estar muerto. El consumista no gasta, derrocha; no vive, oculta sus muertes. El consumismo es como una droga que quiere poner remedio a la frustración personal; pero aunque el ambicioso  pueda engañar a algunos e incluso alcance a engañarse  a sí mismo, nunca podrá engañar a Dios.
Con cierta desolación mira nuestro Señor a quien ha puesto su total  confianza en el dinero. “Necio –le dice- esta noche misma te van a pedir la vida. Lo que has acumulado ¿para quién será?” (Lc 12,20). Porque una de las verdades más claras y concisas del Evangelio de Jesucristo es que “no podéis servir a Dios y al dinero” (Mt 6,24), “que es una idolatría” (Ef 5,5). Cuando el dinero deja de ser medio para ocupar el lugar de los fines sobreviene la ruina de la vida. ¿Tiene sentido vivir para acumular? ¿Crees que el dinero puede por sí mismo  proporcionarte una vida completamente satisfactoria?  Si tu respuesta es no -sin negar el valor que la riqueza tiene como medio para vivir y hacer vivir- eres una mujer o un  hombre sabio.
El remedio para la tristeza de la vida consumista está en el cambio de valores. Si lo que cotiza en tu corazón es el vil metal, éste dios menor te obligará a trabajar sin descanso para servirle; y, como si fuera el dios Cronos -dios del tiempo-, irá devorando tu vida. Porque el dios-consumo consume al consumidor compulsivo. Pero si pones a Jesús y su Evangelio en el centro de tu existir, si te riges por el principio  de que “vale más la vida que el alimento y el cuerpo que el vestido” (Mt 6,25), si pones tu confianza ante todo en Dios -si tienes fe verdadera-, si te crees de verdad que Dios es el sustento del pobre y si entiendes que, además de Padre, Dios es también Madre que  nunca abandona a sus hijos (cf Is 49,14-15), habrás hallado el tesoro del cielo (cf Mt 6,19-21) y vivirás sin preocupación por el mañana, gozando y luchando el hoy, que ya tiene de por sí sus propios problemas que afrontar. A cada día le bastan sus disgustos. Y también a cada día le acompañan sus buenos momentos.
No hinches, pues, tu armario con vestidos para “las ocasiones”; aprovecha “la ocasión” y vive.  Dios está aquí y ahora, vuélvete a Él. A cada día su afán.
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Para una reflexión más amplia sobre la Palabra de este domingo 8º del Tiempo ordinario hacer   click en en enlace o en la foto que sigue:
http://parroquiasanantoniodemerida.blogspot.com.es/2011/02/no-os-agobieis-por-el-manana-8-dom-ord.html
 
Casto Acedo. Febrero-Marzo 2014.
 
 

jueves, 20 de febrero de 2014

El templo que soy (Domingo 23 de Febrero)


“¿No sabéis que sois templo de Dios y que el Espíritu de Dios habita en vosotros? Si alguno destruye el templo de Dios, Dios lo destruirá a él; porque el templo de Dios es santo: ese templo sois vosotros” (1 Cor 3,16-17)

Es propio de un cristianismo desenfocado la excesiva preocupación por el decoro del edificio del templo y el escaso interés por cuidar el templo de Dios que es uno mismo y la Comunidad.

Cuando escucho a san Pablo decirme que soy “templo del Espíritu Santo” (1 Cor 3,16), lo primero que se me viene a la mente es que estoy llamado a ser Santo, porque ¿dónde va a habitar Dios si no es en un lugar santo?

Me paro y reflexiono. ¿Temor o agradecimiento? Ser santuario de Dios es una gracia, una magnificencia indebida a mi insignificancia. O sea, que no me lo merezco. Y sin embargo, soy templo, lugar sagrado donde se da el encuentro con Dios; en mi interioridad se da la experiencia gozosa de “estar con Dios”. Dios viene a mi vida, el Espíritu Santo habita en mí. “Si alguno me ama vendremos a él y haremos morada en él” (Jn 14,23b).

 Es grande la gracia de ser templo del espíritu Santo y correlativa la responsabilidad de no profanar este templo que soy yo. La fe me interpela. ¡Qué ingrato que soy! No doy la talla, no respondo debidamente a mi condición de bautizado. ¿Cómo profano este templo de Dios que soy yo mismo?  Jesús me lo indica al señalar lo que puede hacerme impuro: “del corazón del hombre salen pensamientos perversos, homicidios, adulterios, fornicaciones, robos, difamaciones, blasfemias. Estas son las cosas que hacen impuro al hombre” (Mt 15,19-20a), esto es lo que profana el templo que es mi ser. Y ¿qué es lo que mejor adorna y dignifica este mismo templo?: “las obras del Espíritu que son: amor, alegría, paz, paciencia, afabilidad, bondad, lealtad, modestia, dominio de sí” (Gal 5,22-23b)

También cada uno de los hermanos, cada hombre, es templo de Dios, su imagen más hermosa. Difamar al hermano, explotarlo de cualquier forma, minusvalorarlo, despreciarlo, o cualquier otro acto que le humille y degrade es una profanación. Lo dice claramente el profeta: “Este es el ayuno que yo quiero: soltar las cadenas injustas, desatar las correas del yugo, liberar a los oprimidos,  quebrar todos los yugos, partir tu pan con el hambriento,  hospedar a los pobres sin techo,  cubrir a quien ves desnudo y no desentenderte de los tuyos” (Is 58,6-7). Un culto agradable a Dios en el templo del hermano.

En este domingo Dios me invita a ser templo, casa de acogida para Dios y para mis hermanos los hombres, me enseña que el amor y la misericordia son mejores consejeros que el odio y la venganza, que la generosidad es más gratificante que  la racanería, y que la dignidad del hombre no está en sus obras -que siempre dejan algo que desear- sino en el hecho de ser templo de Dios, ”que hace salir su sol sobre malos y buenos y manda la lluvia a justos e injustos”. Dios, que es perfecto, me respeta, me valora, me perdona, si Él actúa así conmigo, ¿cuál ha de ser mi respuesta? “Sed perfectos como vuestro Padre celestial es perfecto” (cf Mt 5,38-48).
 
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Para un comentario más amplio del Evangelio de este domingo
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http://parroquiasanantoniodemerida.blogspot.com.es/2011/02/mejor-amar-que-odiar-7-dom-ord.HTML
 
 
En tu nombre .... blog de la Parroquia de san Antonio de Padua. Mérida (España)

Casto Acedo. Febrero 2014.