Aquella chica estaba feliz
porque tenía un bonito vestido para la fiesta; lo miraba una y otra vez y se
convencía a sí misma con orgullo de que no podría tener uno mejor. La otra entró en la sala-vestidor y contempló con cierta tristeza sus muchos
vestidos colgados en los percheros y sus innumerables zapatos dispersos por el habitáculo; unos apenas usados, otros sin estrenar; y sólo veía en todo aquello los vacuos antojos de un tiempo demodé. Con tristeza y ánimo quejumbroso se volvió a su madre: -¡Mamá,
no tengo nada que ponerme!
La comida, la bebida, la
vivienda, el vestido, todos los bienes
materiales, no son el fin de la vida sino solo medios para vivir. El error más grande
que se puede cometer consiste en considerar internamente que se puede alcanzar
la plenitud de la felicidad acumulando
lujos. Es la equivocación -podemos
decir "el pecado"- que con más fuerza seduce a los hombres.
Consumir es connatural al
hombre. Sin el consumo de alimento, vestido y otros productos esenciales, moriríamos. Pero más allá del necesario consumo, cruzando la
línea roja de lo estrictamente necesario, está la sociedad
consumista, la que usa el espacio, el tiempo, la comida, la bebida y los demás recursos naturales no
para un sano vivir sino para tapar el agujero que provoca la angustia de estar muerto. El consumista no gasta, derrocha; no vive, oculta sus muertes. El consumismo es como una droga
que quiere poner remedio a la frustración personal; pero aunque el ambicioso
pueda engañar a algunos e incluso
alcance a engañarse a sí mismo,
nunca podrá engañar a Dios.
Con cierta desolación mira nuestro
Señor a quien ha puesto su total confianza en el dinero. “Necio –le dice- esta
noche misma te van a pedir la vida. Lo que has acumulado ¿para quién será?”
(Lc 12,20). Porque una de las verdades más
claras y concisas del Evangelio de Jesucristo es que “no podéis servir a
Dios y al dinero” (Mt 6,24), “que es una idolatría”
(Ef 5,5). Cuando el dinero deja de ser medio
para ocupar el lugar de los fines sobreviene la ruina de la vida. ¿Tiene
sentido vivir para acumular? ¿Crees que el dinero puede por sí mismo proporcionarte una vida completamente
satisfactoria? Si tu respuesta es no -sin
negar el valor que la riqueza tiene como medio para vivir y hacer vivir- eres
una mujer o un hombre sabio.
El remedio para la tristeza de la
vida consumista está en el cambio de valores. Si lo que cotiza en tu corazón es
el vil metal, éste dios menor te obligará a trabajar sin descanso para servirle;
y, como si fuera el dios Cronos -dios del tiempo-, irá devorando tu vida. Porque el dios-consumo
consume al consumidor compulsivo. Pero si pones a Jesús y su Evangelio en el
centro de tu existir, si te riges por el principio de que “vale más la vida que el alimento y el
cuerpo que el vestido” (Mt 6,25), si pones tu
confianza ante todo en Dios -si tienes fe verdadera-, si te crees de verdad que Dios es
el sustento del pobre y si entiendes que, además de Padre, Dios es también Madre que nunca abandona a sus hijos (cf Is 49,14-15),
habrás hallado el tesoro del cielo (cf Mt 6,19-21) y vivirás sin preocupación por el mañana, gozando y luchando el hoy,
que ya tiene de por sí sus propios problemas que afrontar. A cada día le bastan
sus disgustos. Y también a cada día le acompañan sus buenos momentos.
No hinches, pues, tu armario con vestidos
para “las ocasiones”; aprovecha “la ocasión” y vive. Dios está aquí y ahora, vuélvete a Él. A cada día su afán.
* * * * * * *
Para una reflexión más amplia sobre la Palabra de este domingo 8º del Tiempo ordinario hacer click en en enlace o en la foto que sigue:
Casto Acedo. Febrero-Marzo 2014.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Tu comentario puede ayudar a mejorar este blog