miércoles, 29 de abril de 2020

El pastor y las ovejas

4º Domingo de Pascua, ciclo A
Hch 2,14.36-41  -  1Pe 2,20-25  -  Jn 10,1-10

   Usando un lenguaje simbólico, tomado de la vida de los pastores,
Jesús denuncia a los falsos pastores diciendo: Quien entra al redil,
no por la puerta sino por otra parte, es un ladrón y bandido.
   Luego, Jesús dice de sí mismo: Yo soy la puerta de las ovejas,
y anuncia: Yo he venido para que tengan vida abundante.

El pastor de las ovejas entra por la puerta
   En aquella época y también en nuestros días, hay malos pastores,
es decir, malas autoridades que asaltan, roban, matan (Ez 34,1ss).
   Al respecto, con mucha razón, el III Concilio de Lima (1582-1583),
hizo la siguiente denuncia que tiene actualidad:
A los curas y a otros ministros eclesiásticos manda muy de veras
que se acuerden que son pastores y no carniceros… Es cosa muy fea
que los ministros de Dios se hagan verdugos de los indios (III acc, 3º).
   No usemos mal la imagen del pastor y las ovejas, afirmando:
*La Iglesia de Cristo no es una comunidad de iguales…
sino que es una sociedad de desiguales (Vaticano I, sobre la Iglesia).
*Solo en la jerarquía reside el derecho y la autoridad… la multitud,
solo tiene el derecho de dejarse conducir (Pío XI, Vehementer Nos).
   Muy diferente lo que dice el Concilio Vaticano II (LG, n.11):
Por el bautismo, los fieles cristianos tienen el deber de confesar
delante de los hombres la fe que recibieron de Dios
Por la confirmación, están obligados con mayor compromiso
a difundir y defender la fe, con palabras y obras
En la Iglesia doméstica, los padres deben ser para sus hijos
los primeros predicadores de la fe, mediante la palabra y el ejemplo.
   Como miembros del Pueblo de Dios, tengamos presente que:
Jesús es la puerta por la que debemos entrar para conocer al Padre.
Jesús es la puerta que hace realidad entre nosotros el Reino de Dios.
Jesús es la puerta que da: -esperanza al que sufre, -paz al angustiado,
-confianza al que tiene miedo, -fuerza al servidor comprometido.

Jesús nos da vida en abundancia
   Para que venga a nosotros el Reino de Dios, ¿qué debemos hacer?
La respuesta es: practicar las enseñanzas de Jesús y seguir su ejemplo.
Él, después de cada anuncio de su muerte y resurrección, nos dice:
*El que quiere seguirme, olvídese de sí mismo, cargue con su cruz
y sígame. Porque el que quiere salvar su vida, la perderá, pero
quien la pierde por mí y por el Evangelio, la salvará (Mc 8,34s).
*Si alguien quiere ser el primero, que se haga el último
El que recibe a un niño en mi nombre, a mí me recibe (Mc 9,35ss).
*Quien quiere ser más importante, hágase servidor de los demás…
Sepan que el Hijo del Hombre no ha venido a ser servido,
sino a servir y a dar su vida como rescate de muchos (Mc 10,43ss).
   Sabiendo que para cada noche hay siempre un claro amanecer,
después de esta epidemia del Covid-19 y del estado de emergencia…
no destruyamos la tierra, ni aumentemos el calentamiento global.
Para ello, sabiendo que todos nosotros somos hermanos (Mt 23,8),
los cristianos y personas de buena voluntad, sembremos esperanza:
-Trabajando por una sociedad más humana, justa, solidaria…
teniendo como punto de apoyo, en especial, a las personas indefensas.
-Multiplicando pequeñas comunidades pobres entre los pobres, que
salgan, se arriesguen y se ensucien para dar Vida a los angustiados.
-Viviendo de manera sencilla, sin dejarnos esclavizar por el consumo.
-Usando bicicletas en vez de vehículos lujosos y contaminantes.
-Denunciando las ganancias multimillonarias de  los entrenadores
y de los futbolistas, a costa de las personas pobres que van al estadio.
-Siendo simples servidores, como dice el Papa Francisco:
El Santo Pueblo fiel de Dios es al que como pastores estamos
continuamente invitados a ver, proteger, acompañar, sostener, servir.
Un padre no se entiende a sí mismo sin sus hijos.
Puede ser un muy buen trabajador, profesional, esposo, amigo;
pero lo que lo hace padre tiene rostro: son sus hijos.
Lo mismo sucede con nosotros, somos pastores.
Un pastor no se concibe sin un rebaño al que está llamado a servir.
El pastor, es pastor de un pueblo, y al pueblo se le sirve desde dentro.
Muchas veces se va adelante marcando el camino,
otras detrás para que ninguno quede rezagado y, no pocas veces,
se está en el medio para sentir bien el palpitar de la gente.
(Carta del Papa Francisco al Card. Quellet, 19-III-2016). 
J. Castillo A.

domingo, 26 de abril de 2020

Carta a los Padres de Primera Comunión 2020



CARTA A LOS PADRES DE LAS 
PRIMERAS COMUNIONES 2020

Queridos  amigos. 


Este domingo deberíamos estar todos muy ocupados preparando la celebración que tendríamos el próximo sábado. Durante la semana hubiéramos tenido las confesiones y ensayos. 

No ha podido ser así. Pero no lo debemos tomar como una catástrofe. Si algo aprendemos en las catequesis es a mirar las cosas con la paciencia de Dios, desde arriba y no desde nuestras estrecheces.  No nos enfademos porque las cosas  no acontecen  como nosotros queremos. Al final siempre es Dios el que tiene la última palabra.Y pensemos que no somos nosotros con nuestros frustrados planes de comuniones los más tocados por la pandemia. 

Deciros que, aunque damos por concluidas las catequesis eso no quiere decir que ya ha terminado el curso y ya habrá un día en que recojamos el diploma. 

Me gustaría que entendierais eso que os he repetido tantas veces: que no es lo mismo "catequesis" que "clase de religión". Os lo dije desde el principio: no se trata en catequesis de "saber de Dios y de la Iglesia" sino de "saborear a Dios en su Iglesia". Si los niños han aprendido a vivir a Dios en su vida y en la vida de la  Iglesia, en la comunidad parroquial,  habremos conseguido el objetivo; sino habremos perdido el tiempo. 

Recordad el título de los catecismos: Mi amigo Jesús el primer año, y Con Jesús en su Iglesia. Si Dios y la Iglesia no han calado en el corazón de vuestras familias  y de vuestro hijo o hija, hemos perdido el tiempo domingo tras domingo.

 Si no os ha calado nada del Espíritu de Dios puede que los niños reciban en su día la Comunión y tendrán su fiesta y sus regalos, pero no volverán a acercarse a Dios ni a la Parroquia, y habremos perdido una oportunidad  para desarrollar la dimensión espiritual de la vida en ellos y en nosotros. ¡Sería una pena que todo quedara en una exaltación de la vanidad y el consumo!

¡Cuántas veces me habéis oído decir que "para este viaje no nos hacen falta alforjas".  De ser así hubieran sobrado las catequesis, y lo que es  peor, si las habéis aguantado porque no quedaba otra, solo habrán sido una especie de tortura cuyo fruto evidente será un mayor alejamiento de Dios y de la religión, y una rendición a la esclavitud social de la apariencia.

Si la meta de la asistencia a catequesis es hacer una fiesta profana, un simple banquete, todo lo aprendido estos años habrá sido un fracaso; y sobre todo este año, porque las circunstancias no nos permiten culminar el proceso de  tal como teníamos previsto. 

No sólo se ha tenido que aparcar la fecha del dos de Mayo para la Misa de la Comunión, sino también como fecha señalada  para  celebrar esa comida en el restaurante, en casa o en el campo, con la  familia y los amigos. Por cierto, haceros a la idea de que, aunque los locales de hostelería abran en fechas próximas, van a tener limitaciones como separación entre personas, número limitado de comensales, etc... 


El objetivo primero de las Catequesis de Comunión es "comulgar con Cristo en y con su Iglesia". Si alguna familia lo tiene asumido así, independientemente de que en su momento hiciéramos una Celebración Solemne (Comunión solemne comunitaria), cuando se permita celebrar la Misa con asistencia de fieles (que probablemente también será limitada en número, en Alemania han puesto el límite en 50 personas por misa y separadas dos metros) no hay inconveniente por mi parte para que los niños comulguen cuando lo decidáis. En grupo o individualmente. En otro momento podemos hacer la "Comunión Solemne" en grupo. 

Mi propuesta -repito que "propuesta", no imposición ni obligación- es muy simple: acercar a los niños a la Eucaristía. Que motivos tan profanos como la disposición de un local para celebrar un banquete o la imposibilidad de reunir a más invitados de los que permitan las normas sanitarias, no sean impedimento para participar en el acto sagrado de comulgar

Creo que no sería un mal testimonio hacer ver a los niños, de forma práctica y real,   que la comunión tiene valor en sí misma, independientemente de que haya después un banquete ostentoso y unos regalos que a veces roban al niño el espacio interior que necesitan para valorar adecuadamente el amor de Jesús que reciben en la Eucaristía.

Soy consciente de que también a los mayores nos cuesta aceptar la Comunión despojada de sus adornos sociales y económicos. Necesitamos para ello una sincera conversión. Comulgar ¿para qué?, dirán algunos. Quien piense así que medite si merece la pena echar mano de la Iglesia para justificar una fiesta. 

En fin, espero que podamos hablar de todo esto pronto a fin de organizarnos y hacer lo más conveniente para los niños. Pensemos en ellos. No nos obsesionemos los mayores con quedar bien a costa de ellos. El sentido común, no la vanidad ni la ostentación, debería ser  nuestro consejero.  

Por favor, no organicéis sobre esto un debate por wasap. Sólo es una reflexión para cada familia. Cuando podamos reunirnos opinamos cada uno con respeto y decidimos lo que hacer. Yo no voy a imponer nada sobre días y modos, seréis vosotros, cada uno libremente, quienes decidáis. Estas letras son solo una invitación a reflexionar pausadamente mientras vienen tiempos mejores. 

La paz del Señor para todos, especialmente a los niños y niñas.Que Dios nos bendiga. Ánimo y confianza. Todo  irá bien.

Vuestro párroco: Casto Acedo. 

viernes, 24 de abril de 2020

Emaús, experiencia de conversión (26 de Abril)


El episodio de los discípulos de Emaús (Lc 24,13-35) es un relato eminentemente catequético. Toda experiencia de conversión personal y toda la misión  de la Iglesia se ven reflejadas en este texto. 

La narración parte de una situación de muerte (desánimo, cansancio, sufrimiento desesperanza) que, por la escucha de la Palabra y la visión del Resucitado en el  Sacramento,  es transformada radicalmente. Los que se han sentido aplastados por los dramáticos acontecimientos de la pasión y muerte de Jesús, hallan en la resurrección el punto de apoyo necesario para liberarse de su cobardías y reiniciar en pos de Jesús y su Reino un seguimiento sin miedos. 

En el contexto de la presente situación de alarma sanitaria  no viene mal ver en este texto la doble cara de los acontecimientos que vivimos. En una mirada sobre lo que sucede hallamos motivos para la desesperanza, el desánimo y la huida; sin embargo, aplicando la mirada de Jesús, iluminando nuestras vidas con la luz de su Palabra y alimentándola en la comunión  de su Pan, todo apunta a una nueva realidad. 

El dolor y el sufrimiento del invierno apuntan a una nueva primavera. Es prácticamente imperceptible la visión de Dios en Cristo crucificado y muerto. Hay que creer, esperar, y amar mucho. Creer en la Palabra que nos dice que Él no nos abandona, sino que sigue presente en medio de nosotros; esperar sin hundirnos bajo el peso de  la desolación y de la muerte que contemplamos; amar cuando todo invita a culpar a Dios y a otros del mal que padecemos. La fe, la esperanza y el amor son las virtudes  que el Peregrino de Emaús inyectó en los corazones de los discípulos que iban de vuelta.


Seguir a Jesús antes de la Pascua 


La frustración que muestran los de Emaús al desconocido que les sale al paso es la misma del hombre que, falto de la fe pascual, confrontados con la realidad del fracaso y de la muerte, vive el ocaso de sus ilusiones, proyectos y esperanzas. Es la experiencia de muchos que se ilusionan con el Jesús terreno (histórico) y no llegan a completar su percepción del Hijo con el Cristo de la fe (eterno).

Los evangelios dan testimonio de la dispersión de discípulos que se produce tras la muerte de Jesús. ¿Porqué?  Unos le siguieron “porque han comido de los panes y se han saciado” (Jn 2,26); otros buscaron solo la curación física sin querer profundizar más (cf Jn 6,2); entre sus discípulos había quienes aspiraban a medrar buscando los primeros puestos (cf Mt 20,20-28). Cada uno tenía un motivo más o menos interesado para escuchar y acompañar a Jesús por los caminos de Palestina.

Pero al final las masas, desencantadas, le abandonaron pronto. Muchos de los discípulos, ante la perspectiva de tener que compartir la cruz con el Maestro, le dan plantón (cf Jn 6,66); algunos incluso le traicionan (cf Mt 26,49) y le niegan (Mt 26,69-75). El seguimiento del Jesús pre-pascual termina en la duda y en la incredulidad; no fue capaz de mantenerse más allá de la prueba. Tal vez seamos muchos los que nos sintamos estos días identificados con estos a los que la dureza de los hechos pone en evidencia la debilidad de su fe.


Nadie puede negar la buena voluntad con la que los de Emaús (prototipos del discipulado) se embarcaron en pos de Jesús; pero  tras la tragedia de la cruz les venció el desánimo; ahora “caminan hacia atrás”, vuelven al lugar de donde partieron; “En Egipto comíamos pan hasta hartarnos” (Ex. 16,3). ¿No reconoces en ti esta experiencia? 

Todos los que estamos por la causa de Jesús hemos vivido esa tentación de volver sobre nuestros pasos cuando el futuro ha perdido horizonte. Lo mejor –decimos- es dejarnos de idealismos, de utopías que solo existen en nuestra imaginación, y conformarnos con lo que hay: relativismo, disfrute de la vida a costa de quien sea, consumo, indiferencia, ir tirando... ¡Todo lo demás está condenado al fracaso! 

Si Jesús de Nazaret, pura bondad y misericordia, capaz de apasionar a las masas con su modo de vida y su palabra, acabó siendo derrotado, ¿para qué seguir intentándolo? ¿Qué vamos a conseguir los que no somos ni sombra de lo que Él fue? Descolocados por el escándalo de la cruz reaccionamos huyendo de nosotros mismos, de nuestros ideales y nuestras esperanzas. ¡Sálvese quien pueda!


El seguimiento del resucitado.

¿Cómo reacciona Dios cuando vas de vuelta a Egipto? Su respuesta constante es la fidelidad: Dios sigue caminando contigo, “Jesús se puso a caminar con ellos. Pero sus ojos no eran capaces de reconocerlo” (Lc 24,15-16). 

Nunca deja Dios de estar a tu lado, pero en las noches oscuras del sentido y del espíritu, la debilidad y el pecado te impiden una visión clara de su presencia. ¿Cómo curar esta ceguera? La intervención de Jesús resucitado se da de forma escalonada; los de Emaús  no vivieron una conversión súbita, sino progresiva; hay un proceso por el que va aflorando en el corazón la fe pascual.

Primeramente, “comenzando por Moisés y siguiendo por los profetas les explicó lo que se refería a él en toda la Escritura” (Lc 24,27). Jesús enseña a leer los acontecimientos desde la fe en las Escrituras, a hacer una lectura creyente de la historia personal y comunitaria. Muestra cómo actúa Dios, cómo se manifiesta en la paradoja de la cruz, cómo hay que buscarlo en la madeja enredada de los fracasos, depurando los egoísmos que sutilmente anidan en el seguimiento. Es la luz de la Palabra.

Pero no basta eso para ver con claridad. La Palabra ilumina la oscuridad y suscita el deseo de cambiar, lo cual mueve a orar pidiendo al Peregrino que no se aleje:  “¡Quédate con nosotros, porque atardece, y el día va de caída!” (Lc 24,29). A menudo la persona siente la emoción de la Palabra en su interior: “¿No ardía nuestro corazón mientras nos hablaba por el camino y nos explicaba las escrituras?” (Lc 24,32); pero cuando el discípulo está demasiado abatido necesita algo más. Lo pide en la oración: "¡Quédate!, no te vayas, no me dejes solo. Necesito que sigas dando luz a mis ojos. Quédate, que atardece en mi vida".





Y Jesús escucha la oración y se queda. “Sentado a la mesa con ellos tomó el pan, pronunció la bendición, lo partió y se lo dio. A ellos se les abrieron los ojos” (Lc 24,30-31). El gesto eucarístico de Jesús remata la faena que inicia la Palabra; el gesto está cargado de una fuerza imparable porque transmite, sin palabras, todo el mensaje de la salvación (kerigma): “mi cuerpo entregado,... mi sangre derramada,... para el perdón-salvación vuestra”. Es Él.  ¡ha resucitado! Es esa certeza, esa seguridad más allá de la razón, la que cambia todo. Aquél que murió en la cruz, está vivo. ¡Lo hemos visto!

Los mismos que le conocieron en sus predicaciones, en sus milagros y luego en su pasión y muerte, ahora “lo habían reconocido al partir el pan" (Lc 24,35). La experiencia del Jesús terreno al que los discípulos habían seguido y del que ahora se alejaban, se completa con la visión de Cristo resucitado. Es el paso al Cristo de la fe, la percepción de que la muerte no es el final, sino el principio de algo nuevo.



* * *

Como creyente, sabes que es la irrupción nueva de Cristo Resucitado en tu vida la que ensancha tu corazón. De la contracción temerosa pasas a la expansión, de la dispersión vuelves a la concentración, de la tristeza al gozo, el miedo a la cruz se transforma en  alegría de padecer por Cristo. 

Tras la experiencia pascual inicias un nuevo seguimiento animado por la fe en “el que vive” (Ap 1,18) y que conduce inevitablemente al entusiasmo de la misión: “Levantándose al momento, volvieron a Jerusalén” (Lc 24,33). La fe nacida en la superación de la muerte es más pura, más decidida, más activa; misionera.


¿Dónde hemos de situarnos para ser merecedores de él? Hoy como ayer, para ver a Jesús no basta con quedarse en Jerusalén llorando junto al sepulcro. A los discípulos se les pide que vayan “a Galilea, allí me verán” ( cf Mt 28,10); Galilea es el lugar donde vivían antes, y donde comenzaron el seguimiento del Nazareno. Tras la experiencia de la cruz vuelven al día a día, pero con una nueva mirada que supera el duelo y crea un modo nuevo de vivir.

Como los de Emaús, tal vez muchos estén de vuelta, flacos de fe, parcos en esperanzas y tímidos en amor. Ellos, que creían que estar sólidamente posados sobre una roca. Pero ¡cuántos serán los que están viendo a Jesús en estos días dando su vida por los demás, Cristo Eucaristía partiendo y compartiendo su pan con los enfermos y los pobres! ¿Quedará sin fruto tanto amor entregado, tanta vida ofrecida con Cristo a Dios en la misa del mundo?


Cuesta encontrarle  en la oscuridad de la noche del covid-19, pero también en Galilea, en el amor que muchos muestran en estos días, en los pequeños y grandes gestos de solidaridad, Cristo sigue mostrando su presencia resucitada. Tal vez algún día debamos decir: "Era necesario que pasara todo esto" (Lc 24,26), y comprendamos que a la vida se llega por la muerte, y que huir en el momento de la noche es quedarse a medio camino.  



* * *
Vuelve a Jerusalén, donde Jesús se te hará presente en la Comunidad; y luego dirígete a Galilea, vuelve a tu vida de cada día y abre los ojos y los oídos. Ahí lo verás. Porque sigue presente en el anciano que lucha por superar su enfermedad, en el sanitario que arriesga su vida para sanar, en quienes se ponen al servicio de quien les pueda necesitar, ...   

Mirarle ahí, resucitado,  es un poderoso antídoto contra el veneno del derrotismo. Dice una frase muy recurrente: "no llores porque se ha ocultado el sol, que las lágrimas te impedirán ver las estrellas". Me parece una buena conclusión para este domingo. No te enclaustres en tus dolores, penas y fracasos, y confía en que tu oscuridad es un buen principio para que se manifieste la Luz de Dios. A aquellos que, débiles, iban de regreso a Emaús, Jesús les hizo ver que la necedad y escándalo de la Cruz es sabiduría y fuerza de Dios. ¿No es una buena enseñanza para estos días? Fe, esperanza, y amor; mucho amor.



NOTA: Este comentario evangélico tiene como trasfondo textos de  Martínez Díez, F.
                     -“Creer en Jesucristo, vivir en cristiano”, (Navarra,2005), 619-623, y

                      -¿Ser cristiano hoy?, Ed. Verbum Dei, (Navarra, 2007) 276-278.

Casto Acedo.. Abril 2020. paduamerida@gmail.com

miércoles, 22 de abril de 2020

Quédate con nosotros

3º Domingo de Pascua, ciclo A
Hch 2,14.22-33  -  1Pe 1,17-21  -  Lc 24,13-35

   Aquel domingo, dos seguidores de Jesús van al pueblo de Emaús,
tristes por la muerte del Profeta, crucificado como un malhechor.
Pero después, se levantan y vuelven a Jerusalén. ¿Qué ha sucedido?
Gracias al encuentro con el Resucitado, ellos han sido reconciliados.
  
Esperábamos que Él fuera el futuro liberador de Israel
   Dos discípulos, temerosos de morir como Jesús, dejan Jerusalén,
y también abandonan la comunidad que el Nazareno ha formado,
pues herido mortalmente el pastor, las ovejas se dispersan (Mc 14,27).
Mientras se alejan, el mismo Jesús se acerca y camina con ellos,
pero son incapaces de reconocerlo, lo confunden con un forastero.
   Para reconciliarlos, Jesús se interesa por lo que van conversando,
les pregunta y escucha con paciencia la idea que tienen de Él.
Ellos reconocen que Jesús es un Profeta poderoso en obras y palabras,
además, esperaban que Él libraría a su nación de la esclavitud romana.
Pero, los dirigentes religiosos lo condenaron a una dolorosa muerte.
   Hoy, ya no son dos, son miles los emigrantes y forasteros, quienes,
para salvar sus vidas, abandonan la tierra que los vio nacer,
y se arriesgan a cruzar: desiertos… mares… muros alambrados…
¿Hasta cuándo las riquezas naturales de África y de América Latina,
serán devoradas por las empresas transnacionales de los países ricos?
    Ojalá, los responsables del capitalismo salvaje oigan lo que dijo
el Papa Francisco en la Audiencia General (2 de marzo del 2016):
Pienso en algunos bienhechores de la Iglesia que vienen
con su limosna: “Tome para la Iglesia este donativo” que es fruto
de la sangre de mucha gente explotada, maltratada y esclavizada
con el trabajo mal pagado. A esta gente le digo: “Por favor, llévate
tu cheque, quémalo”. El pueblo de Dios, es decir la Iglesia,
no necesita dinero sucio, necesita corazones abiertos
a la misericordia de Dios. Hay que acercarse a Dios con manos
purificadas, evitando el mal y practicando el bien y la justicia.

Reconocen a Jesús al compartir el pan
   Mientras caminan, Jesús continúa el proceso de reconciliación,
y sana sus corazones a partir de la Sagrada Escritura, diciéndoles:
¡Cómo les cuesta creer lo que han anunciado los profetas!
Luego, les explica todo lo que Moisés y los profetas dijeron sobre Él.
Hoy, al predicar el Evangelio, ¿arden los corazones de los fieles?
   Cerca de la aldea de Emaús, Jesús hace ademán de seguir adelante,
pero ellos le retienen diciendo: Quédate con nosotros, ya es tarde.
Ambos discípulos sienten la necesidad de estar con Él. De inmediato,
acogen al Forastero y le invitan a compartir la misma mesa.
Jesús toma el pan, pronuncia la bendición, lo parte y se lo da.
Enseguida, se les abren los ojos y reconocen a Jesús. Es inseparable:
la Palabra… la Comunión… y el trato con la Persona de Jesús.
   Ya reconciliados, asumen de otra forma las ilusiones y temores
que han tenido… y actúan -en delante- de un modo diferente.
Ellos que han huido de Jerusalén y han abandonado a sus compañeros,
se levantan y vuelven para compartir esta Buena Noticia.
   Actualmente, las personas que dejan la capital, por falta de trabajo,
y caminan para volver a sus pueblos, ¿qué comen?, ¿dónde duermen?
Ojalá las enseñanzas de Jesús haga arder nuestros corazones,
para acoger a sus hermanos forasteros y compartir con ellos:
un pedazo de pan y un vaso de agua (Mt 25,35ss). Al respecto,
según el texto de Lucas, Jesús come con toda clase de personas:
*En Galilea: -come con pecadores en la casa de Mateo (Lucas, 5,29),
-en la casa del fariseo Simón, una pecadora le lava los pies (7,36ss),
-en Betsaida, durante la multiplicación de los panes (9,12ss).
*En el camino a Jerusalén: -en la casa de Marta y María (10,38ss),
-en la casa de un fariseo cumplidor de tradiciones humanas (11,37ss),
-en la casa de otro fariseo importante, un sábado (14,1ss),
-en la casa de Zaqueo, jefe de los cobradores de impuesto (19,1ss).
*En Jerusalén: -durante la celebración de la cena Pascual (22,7ss),
-en la casa de los dos discípulos de Emaús (texto de hoy),
-en la casa donde se llevó a cabo la cena Pascual (24,36ss).
   Sobre la Iglesia doméstica, S. Juan Crisóstomo (349-407) nos dice:
Vuelto a tu casa prepara dos mesas: una de los alimentos,
y la otra de la Sagrada Escritura para que tus hijos la escuchen.
De esta manera harás de tu casa una iglesia doméstica.
J. Castillo A.

viernes, 17 de abril de 2020

Domingo de la misericordia ( 19 de Abril)

Segundo domingo de Pascua,  todavía en los primeros pasos de la cincuentena pascual, y entrando en la quinta semana de confinamiento a causa de la pandemia.

Ajena a nosotros la primavera sigue su curso. La  naturaleza se va abriendo a la vida, como también nosotros, en la medida de lo posible, somos invitados a llenarnos de vida, aunque en este año sin la compañía habitual de festivas liturgias eucarísticas parroquiales, primeras comuniones, romerías, etc., actos que estamos volcando en modos de celebración más caseros y sencillos.

Desde hace unos años a este domingo se le llama también el "domingo de la misericordia". No de nuestra misericordia sino de la misericordia de Dios; porque lo que celebramos en la fe no es nuestra conversión a Dios sino la conversión de Dios a nosotros, el derroche de su amor. Ni un reproche de Jesús a los suyos en sus apariciones; su respuesta a nuestra violencia sobre la cruz fue el perdón en el momento clave de la entrega, y lo sigue siendo en la resurrección. Esta  es la inmerecida causa de nuestra alegría pascual. 

Las condiciones especiales a que nos obliga el covid-19 nos obliga este año a  depurar la fe despojándola de adornos; solos Dios, yo, los míos y las circunstancias especiales que vivimos. 

Al final del tunel tocará hacer evaluación del nivel de nuestra espiritualidad sometida a presión, descolgada de mediaciones que nos han parecido hasta ahora tan necesarias, tales como la presencia física en actos religiosos o espirituales, la convivencia festiva con los hermanos, las procesiones y peregrinaciones, etc. Así, en desnudez, somos invitados a ponernos en estado de pascua florida, y llamados a despertar en nosotros la satisfacción de haber encontrado la Vida en Jesucristo muerto y resucitado.


* * *
La resurrección pone en marcha una tradición cristiana impagable: la celebración del domingo. El origen de este día como día del Señor lo tenemos recogido en los encuentros del Señor con sus discípulos (Mt 28,1; Lc 24,13-45; Jn 20,19-29; Hch 2,36; Rm 10,9; Flp 3,9-11).

El Evangelio de hoy (Juan 20,19-31) nos presenta dos apariciones del Señor resucitado en  elcenáculo. Ambas tienen lugar en domingo: "el día primero de la semana" (v. 19) y “a los ocho días” (v. 26). El Señor resucitado se muestra a sus discípulos el primer día de la semana y al octavo, día del sol, que quedará así marcado día del Señor (Dies dominicus; domingo).

El día del sol no coincidía con el día festivo de la sociedad judía o pagana en la que el cristianismo comenzó a desarrollarse; el ambiente para fijarlo como día de la asamblea (eklessia) era por tanto adverso. Para   la nueva fe suponía un esfuerzo extra el celebrar la Eucaristía precisamente en ese día. Desde entonces el domingo es un día especial para todos los seguidores de Jesús; y me vais a permitir que las reflexiones de este comentario giren en torno a ello (1).

Lo primero que habría que decir del domingo es que es un día privilegiado para preservar y cultivar nuestra vida de fe. Pero ¿no estamos viviendo un tiempo de pérdida del sentido cristiano del domingo y de las fiestas religiosas? ¿No percibimos un descenso en la práctica dominical como indicador de la disminución real de la adhesión a Jesucristo y su Iglesia? 

Son muchos los cambios sociales que repercuten en la convocatoria de la Iglesia a vivir en profundidad los días festivos: nuevas condiciones de trabajo y descanso, cultura del ocio, civilización del bienestar, deporte, turismo, éxodo familiar del domingo en las ciudades, etc. Todo esto incide directamente en la vida de los creyentes. Estamos ante la decadencia del valor religioso del día festivo, que más que día de descanso del trabajo parece ser un tiempo propicio para reponerse de los excesos festivos del sábado. No obstante, un detalle positivo se sigue manteniendo: el domingo como día para estar con la familia.


Vista la situación al respecto se impone una tarea: recuperar el domingo, promover su sentido cristiano en el interior de nuestras comunidades, algo nada fácil en este mundo con costumbres inestables y cambiantes como las señaladas antes. 

A la dificultad que supone el ambiente "neopagano" del domingo, hay que añadir otra: la idea, muy extendida entre los que nos llamamos católicos practicantes, de reducir el sentido del domingo cristiano al cumplimiento legal de “oír misa entera”, cuando el domingo es algo más que un precepto que manda descansar e ir a misa. 

¿Qué podemos aprender sobre el domingo?

1) Lo primero, EL DOMINGO ES  EL DÍA DE LA IGLESIA. Cada cristiano vive su fe en la dispersión de su existencia y de sus ocupaciones; el domingo es una llamada a vivir en comunión con los demás hermanos. La asamblea dominical es la principal manifestación de la Iglesia, “porque donde están dos o tres reunidos en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos” (Mt 18,20). 

Dos razones creo que exigen que no descuidemos la participación en la misa dominical: la primera es porque nuestra ausencia puede ser motivo de escándalo y desánimo para los hermanos que necesitan de nuestra presencia para caminar; hay que decirlo: tú eres necesario en la asamblea; sin ti queda disminuida.

La segunda razón es que el cristiano que no frecuenta la asamblea dominical difícilmente vivirá de forma realista la esencial dimensión comunitaria de la fe. Alejarse de la “comunidad cristiana real” -la misa dominical es el signo donde nos encontramos con los más variopintos hermanos, nos gusten o no-  tiene consecuencias no deseadas. Una de ellas es la de instalarse en la zona de confort del individualismo ideando una iglesia a la propia medida, evitando cualquier tipo de sana crítica exterior; a la postre la fe se suele reducir a una devoción privada que camina inexorablemente a la adoración del  dios de los propios deseos olvidando los deseos de Dios.   

2) EL DOMINGO ES EL DÍA DE LA PALABRA DE DIOS.  Los primeros discípulos de Jesús eran constantes en “la enseñanza de los apóstoles” (Hch 2,42). Antes de partir el pan en Emaús -por cierto, en domingo, cf Lc 24,13- el Señor en el camino les interpretó las escrituras a los discípulos, y a ellos les ardía el corazón escuchando la Palabra (cf Lc 24,32.44-45). En la Eucaristía nos sentamos a la mesa de la Palabra. Para muchos cristianos este contacto del domingo es el único de cara a escuchar directamente la Palabra de Dios, alimento sin el cual nuestra fe corre el riesgo de degenerar en magia y superstición.



3) EL DOMINGO ES EL DÍA DE LA EUCARISTÍA. La vinculación de la Eucaristía al domingo es una realidad desde los orígenes de nuestra fe. “El domingo nos reunimos para la fracción del pan” (Hch 20,7-12), gesto que no es puntual sino constante (cf Hch 2,42).

Participar en la misa del domingo no sólo nos une a la comunidad celebrante; también nos hace entrar en íntima comunión con el Señor: “El que come mi carne y bebe mi sangre, permanece en mí, y yo en él” (Jn 6,56). La resurrección se participa en la Eucaristía: “el que come mi carne y bebe mi sangre, tiene vida eterna, y yo le resucitaré el último día” (Jn 6,54); además, la presencia de Cristo en las especies eucarísticas se convierten en polo de atracción y unidad para los creyentes; quien comulga con Cristo no puede mantenerse ajeno a Dios, a los hermanos y la creación entera, porque todo queda redimido por la muerte y resurrección del Señor (Pascua) que se actualizan en la Misa.

4) EL DOMINGO ES EL DÍA DE LA CARIDAD. San Pablo sugería a los fieles de Corinto ahorrar una cantidad “cada primer día de la semana” con destino a la colecta en favor de los hermanos de Jerusalén (cf 1 Cor 16,2), explicando con ello la solidaridad cristiana como expresión de la generosidad del mismo Cristo (cf 2 Cor 8,9 ss). La caridad cristiana se participa en la misa; en ella confluye la comunión con los hermanos y desde ella salimos a trabajar por la justicia en el mundo. Sin caridad (que supone y va más allá de la justicia) no hay Eucaristía.

5) EL DOMINGO ES EL DÍA DE LA MISIÓN. Tras la Eucaristía partimos a anunciar a los hermanos que hemos reconocido al Señor “en la fracción del pan” (Lc 24,35). La misión surge espontáneamente de la experiencia gozosa de la fe que se ha alimentado en la mesa común. Todo lo que se ha experimentado en la misa se hace extensivo a la existencia entera. La experiencia Eucarística genera la misión; una Iglesia sacramental, si se le puede llamar tal, sólo es real si culmina en la misión: "id por todo el mundo y anunciad el evangelio" (Mc 16,15)

6) Finalmente digamos que EL DOMINGO ES EL DÍA DE LA ALEGRÍA Y DE LA PAZ, “mientras esperamos el domingo sin ocaso en que la humanidad entera entrará en tu descanso” (Liturgia eucarística). La alegría y la paz del domingo es signo del gozo pleno que esperamos vivir en el encuentro definitivo con el resucitado: “Los discípulos se llenaron de alegría al ver al Señor". "Paz a vosotros" (Jn 20, 20-21). El domingo alegra y da sentido a la semana como Cristo alegra y da sentido a toda nuestra vida. Por eso, la felicidad total, la plenitud de la vida cristiana, es definida como un “domingo sin ocaso”.


* * *
¡Cómo nos hemos dejado escapar el domingo! Los nuevos tiempos giran en torno a otras cosas. Ya hemos señalado algunas al inicio de este escrito. Da la sensación de que el culto al cuerpo y al dinero han ido sustituyendo paulatinamente a Dios en el motivo del día cristiano por excelencia. Como si el fin de semana no tuviera otro sentido que hacer deporte, divertirnos (dispersarnos)  y no faltar a la  cita con el consumo. 

Alguna autoridad eclesial ha manifestado que teme que el confinamiento por el coronavirus tenga consecuencias negativas para la práctica de la asistencia a la misa dominical. ¿La gente se va a  acostumbrar a no ir a misa?. No hay que tener miedo a que se pierdan costumbres cuando éstas responden sólo al mimetismo social o a la devoción particular. También puede suceder que haya quien descubra en este tiempo de confinamiento y de ausencia de cultos externos la suerte que gozó cuando los tuvo; y de ahí saldrá una mayor valoración de ello.

Por otra parte, la celebración comunitaria de la Eucaristía, y con ella el domingo en general, necesitan recuperar profundidad. Tal vez necesitemos hacer del domingo un día más espiritual, un día dedicado al Señor, donde la catequesis dominical y la celebración de la Misa sean el motivo (motor) que dinamice el día. Se trata de este día un tiempo donde las actividades y gestos  sencillos, tales como el encuentro con los hermanos en la fe, la comida en familia, el paseo, la visita a los enfermos o a los abuelos, el café y la charla distendida con los amigos, etc,  se consideren y disfruten y  como lo más grande que tenemos, un gran don de Dios revelándose en lo sencillo.

Al reseñar las apariciones del Señor en domingo las primeras comunidades dan fe de la importancia que dieron a este día como propicio para alimentar la paz y la alegría que proceden de la fe en el resucitado. Recuperar el domingo no es una cuestión de calendario, es una cuestión de fe. Sólo posible si se hace desde la experiencia pascual. No olvidemos que no es el domingo el que ilumina la resurrección, sino al contrario: es la experiencia de la resurrección la que da color al domingo. Recuperemos el sentido espiritual de la resurrección de Jesús para nosotros, y todo lo demás vendrá por su peso.  

*  *  *

(1) NOTA: Las ideas básicas sobre el significado del domingo están tomadas del documento de la Conferencia Episcopal Española Domingo y sociedad (25-Abril-1995) sobre el sentido cristiano del domingo.

Casto AcedoAbril 2020. paduamerida@gmail.com