VIERNES SANTO,
Is 52,13-53,12 - Heb
4,14-16; 5,7-9 - Jn 18,1--19,42
Creemos
que Jesús fue crucificado, muerto y sepultado
Jesús se enfrenta a los poderosos que
oprimen al pueblo,
quienes,
desde el inicio de su vida pública, deciden acabar con Él.
Un sábado, Jesús sana a un hombre
paralítico.
De inmediato, los fariseos van a ver a
los herodianos
para
ver la forma de eliminar a Jesús (Mc 3,1-6).
¿Es
delito dar vida a los enfermos, en lugar del “cumplo-y-miento”
rutinario
de tantas normas, tradiciones y costumbres humanas?
En
la región de Cesarea de Felipo, Jesús anuncia a sus seguidores:
que Él va a Jerusalén, donde las
autoridades, los sumos sacerdotes
y los escribas, le van a matar, pero que al tercer día resucitará.
Entonces
Pedro se lo lleva aparte y le reprende diciéndole:
Dios
no lo quiera, Señor. Esto no te puede pasar. Jesús le dice:
Aléjate, Satanás, piensas como los
hombres no como Dios
(Mt 16,21s).
¡Es
fácil confesar con los labios, pero qué difícil dar la propia vida!
Un
sábado, en la sinagoga de Nazaret, Jesús lee este texto de Isaías:
El Espíritu del Señor está sobre mí,
porque me ha ungido para:
-anunciar la Buena Noticia a los pobres,
-dar vista a los ciegos,
-liberar a los cautivos y oprimidos,
-proclamar el año de gracia.
Luego
comenta: Hoy mismo se cumple este pasaje de la Escritura…
Después,
al decirles que ningún profeta es bien
recibido en su tierra,
sus
paisanos se indignan, lo sacan fuera de la ciudad
y
lo llevan a un barranco con la intención de arrojarlo.
Pero
Jesús pasa en medio de ellos y sigue su
camino (Lc 4,16-30).
Anunciar
el Reinado de Dios y su justicia, tiene un precio: morir.
Amenazas
de muerte y de persecución, atraviesa del texto de Juan:
Jesús,
un sábado, sana al paralítico de la piscina de Betsaida…
Los judíos atacaban a Jesús por no
respetar el descanso sabático
y
tenían ganas de acabar con Él (Jn 5,1-18).
En
el discurso de despedida, Jesús dice a sus discípulos:
Si el mundo les odia, sepan que antes me
odió a mí… Si a mí
me
han perseguido, también les perseguirán a ustedes (Jn 15,18ss).
Es
bueno pensar en los dolores de los que sufren en nuestra sociedad.
Pero,
hace falta ir a las causas económicas y políticas de esos dolores
y,
sobre todo, examinarnos: ¿Qué estamos
haciendo por ellos?
Meditemos en las palabras de despedida de Jesús
Meditemos en las palabras de despedida de Jesús
1. Después que le crucifican, Jesús implora:
Padre,
perdónales, porque no saben lo que hacen (Lc 23,34).
2. Uno de los
malhechores crucificados, insulta a Jesús diciéndole:
¿No eres tú el Cristo? ¡Sálvate a ti
mismo y también a nosotros!
Pero
el otro le responde diciendo:
¿No temes a Dios, tú, que sufres la
misma condena?
Lo nuestro es justo, pues recibimos el
castigo de nuestros delitos,
en cambio Él no ha cometido ningún
crimen. Y le suplica:
Jesús, cuando llegues a tu Reino,
acuérdate de mí.
Jesús le dice:
Yo
te aseguro que hoy estarás conmigo en el Paraíso (Lc 23,39-43).
3. Cerca de la cruz de Jesús está su Madre,
con
María la esposa de Cleofás, y con María Magdalena.
Jesús,
al ver a su Madre y junto a ella al discípulo a quien ama,
dice
a su Madre: Mujer, ahí tiene a tu hijo.
Después
dice al discípulo: Ahí tienes a tu madre.
Desde
aquel momento el discípulo la acoge en su casa (Jn 19,25-27).
4. A mediodía, Jesús grita con fuerte voz:
Dios
mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?
Al
oírlo, algunos de los presentes comentan: Está
llamando a Elías.
Uno
de ellos corre a mojar una esponja en vinagre,
la
pone en la punta de una caña y le ofrece de beber diciendo:
Veamos si viene Elías a librarlo (Mc 15,33-36).
5. Después de esto, sabiendo Jesús que todo
se había cumplido,
y
para que se cumpliera también la Escritura, exclama:
Tengo
sed
(Jn 19,28).
6. Jesús al probar el vinagre, dice:
Todo
está consumado
(Jn 19,30).
7. Desde el mediodía, hasta las tres de la
tarde,
todo
el país se quedó en oscuridad.
En
ese momento la cortina del templo se rompió por la mitad.
Entonces
Jesús, dando un fuerte grito, exclama:
Padre,
en tus manos encomiendo mi espíritu. Y dicho esto, muere.
El capitán romano, viendo lo sucedido, alaba
a Dios diciendo:
Verdaderamente
este hombre era justo (Lc 23,44-47). J. Castillo A.
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