viernes, 24 de abril de 2020

Emaús, experiencia de conversión (26 de Abril)


El episodio de los discípulos de Emaús (Lc 24,13-35) es un relato eminentemente catequético. Toda experiencia de conversión personal y toda la misión  de la Iglesia se ven reflejadas en este texto. 

La narración parte de una situación de muerte (desánimo, cansancio, sufrimiento desesperanza) que, por la escucha de la Palabra y la visión del Resucitado en el  Sacramento,  es transformada radicalmente. Los que se han sentido aplastados por los dramáticos acontecimientos de la pasión y muerte de Jesús, hallan en la resurrección el punto de apoyo necesario para liberarse de su cobardías y reiniciar en pos de Jesús y su Reino un seguimiento sin miedos. 

En el contexto de la presente situación de alarma sanitaria  no viene mal ver en este texto la doble cara de los acontecimientos que vivimos. En una mirada sobre lo que sucede hallamos motivos para la desesperanza, el desánimo y la huida; sin embargo, aplicando la mirada de Jesús, iluminando nuestras vidas con la luz de su Palabra y alimentándola en la comunión  de su Pan, todo apunta a una nueva realidad. 

El dolor y el sufrimiento del invierno apuntan a una nueva primavera. Es prácticamente imperceptible la visión de Dios en Cristo crucificado y muerto. Hay que creer, esperar, y amar mucho. Creer en la Palabra que nos dice que Él no nos abandona, sino que sigue presente en medio de nosotros; esperar sin hundirnos bajo el peso de  la desolación y de la muerte que contemplamos; amar cuando todo invita a culpar a Dios y a otros del mal que padecemos. La fe, la esperanza y el amor son las virtudes  que el Peregrino de Emaús inyectó en los corazones de los discípulos que iban de vuelta.


Seguir a Jesús antes de la Pascua 


La frustración que muestran los de Emaús al desconocido que les sale al paso es la misma del hombre que, falto de la fe pascual, confrontados con la realidad del fracaso y de la muerte, vive el ocaso de sus ilusiones, proyectos y esperanzas. Es la experiencia de muchos que se ilusionan con el Jesús terreno (histórico) y no llegan a completar su percepción del Hijo con el Cristo de la fe (eterno).

Los evangelios dan testimonio de la dispersión de discípulos que se produce tras la muerte de Jesús. ¿Porqué?  Unos le siguieron “porque han comido de los panes y se han saciado” (Jn 2,26); otros buscaron solo la curación física sin querer profundizar más (cf Jn 6,2); entre sus discípulos había quienes aspiraban a medrar buscando los primeros puestos (cf Mt 20,20-28). Cada uno tenía un motivo más o menos interesado para escuchar y acompañar a Jesús por los caminos de Palestina.

Pero al final las masas, desencantadas, le abandonaron pronto. Muchos de los discípulos, ante la perspectiva de tener que compartir la cruz con el Maestro, le dan plantón (cf Jn 6,66); algunos incluso le traicionan (cf Mt 26,49) y le niegan (Mt 26,69-75). El seguimiento del Jesús pre-pascual termina en la duda y en la incredulidad; no fue capaz de mantenerse más allá de la prueba. Tal vez seamos muchos los que nos sintamos estos días identificados con estos a los que la dureza de los hechos pone en evidencia la debilidad de su fe.


Nadie puede negar la buena voluntad con la que los de Emaús (prototipos del discipulado) se embarcaron en pos de Jesús; pero  tras la tragedia de la cruz les venció el desánimo; ahora “caminan hacia atrás”, vuelven al lugar de donde partieron; “En Egipto comíamos pan hasta hartarnos” (Ex. 16,3). ¿No reconoces en ti esta experiencia? 

Todos los que estamos por la causa de Jesús hemos vivido esa tentación de volver sobre nuestros pasos cuando el futuro ha perdido horizonte. Lo mejor –decimos- es dejarnos de idealismos, de utopías que solo existen en nuestra imaginación, y conformarnos con lo que hay: relativismo, disfrute de la vida a costa de quien sea, consumo, indiferencia, ir tirando... ¡Todo lo demás está condenado al fracaso! 

Si Jesús de Nazaret, pura bondad y misericordia, capaz de apasionar a las masas con su modo de vida y su palabra, acabó siendo derrotado, ¿para qué seguir intentándolo? ¿Qué vamos a conseguir los que no somos ni sombra de lo que Él fue? Descolocados por el escándalo de la cruz reaccionamos huyendo de nosotros mismos, de nuestros ideales y nuestras esperanzas. ¡Sálvese quien pueda!


El seguimiento del resucitado.

¿Cómo reacciona Dios cuando vas de vuelta a Egipto? Su respuesta constante es la fidelidad: Dios sigue caminando contigo, “Jesús se puso a caminar con ellos. Pero sus ojos no eran capaces de reconocerlo” (Lc 24,15-16). 

Nunca deja Dios de estar a tu lado, pero en las noches oscuras del sentido y del espíritu, la debilidad y el pecado te impiden una visión clara de su presencia. ¿Cómo curar esta ceguera? La intervención de Jesús resucitado se da de forma escalonada; los de Emaús  no vivieron una conversión súbita, sino progresiva; hay un proceso por el que va aflorando en el corazón la fe pascual.

Primeramente, “comenzando por Moisés y siguiendo por los profetas les explicó lo que se refería a él en toda la Escritura” (Lc 24,27). Jesús enseña a leer los acontecimientos desde la fe en las Escrituras, a hacer una lectura creyente de la historia personal y comunitaria. Muestra cómo actúa Dios, cómo se manifiesta en la paradoja de la cruz, cómo hay que buscarlo en la madeja enredada de los fracasos, depurando los egoísmos que sutilmente anidan en el seguimiento. Es la luz de la Palabra.

Pero no basta eso para ver con claridad. La Palabra ilumina la oscuridad y suscita el deseo de cambiar, lo cual mueve a orar pidiendo al Peregrino que no se aleje:  “¡Quédate con nosotros, porque atardece, y el día va de caída!” (Lc 24,29). A menudo la persona siente la emoción de la Palabra en su interior: “¿No ardía nuestro corazón mientras nos hablaba por el camino y nos explicaba las escrituras?” (Lc 24,32); pero cuando el discípulo está demasiado abatido necesita algo más. Lo pide en la oración: "¡Quédate!, no te vayas, no me dejes solo. Necesito que sigas dando luz a mis ojos. Quédate, que atardece en mi vida".





Y Jesús escucha la oración y se queda. “Sentado a la mesa con ellos tomó el pan, pronunció la bendición, lo partió y se lo dio. A ellos se les abrieron los ojos” (Lc 24,30-31). El gesto eucarístico de Jesús remata la faena que inicia la Palabra; el gesto está cargado de una fuerza imparable porque transmite, sin palabras, todo el mensaje de la salvación (kerigma): “mi cuerpo entregado,... mi sangre derramada,... para el perdón-salvación vuestra”. Es Él.  ¡ha resucitado! Es esa certeza, esa seguridad más allá de la razón, la que cambia todo. Aquél que murió en la cruz, está vivo. ¡Lo hemos visto!

Los mismos que le conocieron en sus predicaciones, en sus milagros y luego en su pasión y muerte, ahora “lo habían reconocido al partir el pan" (Lc 24,35). La experiencia del Jesús terreno al que los discípulos habían seguido y del que ahora se alejaban, se completa con la visión de Cristo resucitado. Es el paso al Cristo de la fe, la percepción de que la muerte no es el final, sino el principio de algo nuevo.



* * *

Como creyente, sabes que es la irrupción nueva de Cristo Resucitado en tu vida la que ensancha tu corazón. De la contracción temerosa pasas a la expansión, de la dispersión vuelves a la concentración, de la tristeza al gozo, el miedo a la cruz se transforma en  alegría de padecer por Cristo. 

Tras la experiencia pascual inicias un nuevo seguimiento animado por la fe en “el que vive” (Ap 1,18) y que conduce inevitablemente al entusiasmo de la misión: “Levantándose al momento, volvieron a Jerusalén” (Lc 24,33). La fe nacida en la superación de la muerte es más pura, más decidida, más activa; misionera.


¿Dónde hemos de situarnos para ser merecedores de él? Hoy como ayer, para ver a Jesús no basta con quedarse en Jerusalén llorando junto al sepulcro. A los discípulos se les pide que vayan “a Galilea, allí me verán” ( cf Mt 28,10); Galilea es el lugar donde vivían antes, y donde comenzaron el seguimiento del Nazareno. Tras la experiencia de la cruz vuelven al día a día, pero con una nueva mirada que supera el duelo y crea un modo nuevo de vivir.

Como los de Emaús, tal vez muchos estén de vuelta, flacos de fe, parcos en esperanzas y tímidos en amor. Ellos, que creían que estar sólidamente posados sobre una roca. Pero ¡cuántos serán los que están viendo a Jesús en estos días dando su vida por los demás, Cristo Eucaristía partiendo y compartiendo su pan con los enfermos y los pobres! ¿Quedará sin fruto tanto amor entregado, tanta vida ofrecida con Cristo a Dios en la misa del mundo?


Cuesta encontrarle  en la oscuridad de la noche del covid-19, pero también en Galilea, en el amor que muchos muestran en estos días, en los pequeños y grandes gestos de solidaridad, Cristo sigue mostrando su presencia resucitada. Tal vez algún día debamos decir: "Era necesario que pasara todo esto" (Lc 24,26), y comprendamos que a la vida se llega por la muerte, y que huir en el momento de la noche es quedarse a medio camino.  



* * *
Vuelve a Jerusalén, donde Jesús se te hará presente en la Comunidad; y luego dirígete a Galilea, vuelve a tu vida de cada día y abre los ojos y los oídos. Ahí lo verás. Porque sigue presente en el anciano que lucha por superar su enfermedad, en el sanitario que arriesga su vida para sanar, en quienes se ponen al servicio de quien les pueda necesitar, ...   

Mirarle ahí, resucitado,  es un poderoso antídoto contra el veneno del derrotismo. Dice una frase muy recurrente: "no llores porque se ha ocultado el sol, que las lágrimas te impedirán ver las estrellas". Me parece una buena conclusión para este domingo. No te enclaustres en tus dolores, penas y fracasos, y confía en que tu oscuridad es un buen principio para que se manifieste la Luz de Dios. A aquellos que, débiles, iban de regreso a Emaús, Jesús les hizo ver que la necedad y escándalo de la Cruz es sabiduría y fuerza de Dios. ¿No es una buena enseñanza para estos días? Fe, esperanza, y amor; mucho amor.



NOTA: Este comentario evangélico tiene como trasfondo textos de  Martínez Díez, F.
                     -“Creer en Jesucristo, vivir en cristiano”, (Navarra,2005), 619-623, y

                      -¿Ser cristiano hoy?, Ed. Verbum Dei, (Navarra, 2007) 276-278.

Casto Acedo.. Abril 2020. paduamerida@gmail.com

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