viernes, 10 de abril de 2020

Abrazando la Cruz (Viernes Santo)

Hoy, Viernes Santo. Perdonad que vaya tan retrasado en los envíos. Aquí tenéis la reflexión para este día: la Cruz. El tema no puede ser más actual. 



Cruz y sufrimiento

El Viernes y Sábado Santos la cruz y la muerte ocupan un lugar privilegiado en nuestras celebraciones. Los viacrucis, la lectura-contemplación de la Pasión del Señor, las procesiones del Santo Entierro, la Virgen María, mater dolorosa, imagen de la Iglesia que vive como propios los sufrimientos del Hijo y de los hijos, todo apunta hacia el lado oscuro de la vida, la frontera donde el enemigo acecha a los hijos de la luz y les invita a rendirse. ¿Merece la pena creer, esperar y amar a Dios? ¿Vale la pena desvivirse por el prójimo? ¿tiene algún sentido sufrir?.

Existe un abismo entre los paganos y los creyentes a la hora de mirar e interpretar la cruz. El sufrimiento y la muerte son considerados por los ateos (sin Dios) como un sinsentido, destino inexorable del hombre que lucha en vano por sobrevivir a sí mismo. 

La columna truncada, símbolo pagano de la muerte, nos pone sobre aviso: por muy próspera que sea una vida la muerte la siega sin piedad; pueden quedar tus obras, pero tú desapareces en la nada más absoluta. Estos días de coronavirus lo estamos experimentado. Cuando teníamos puesta nuestra confianza absoluta en el poder de la ciencia, aparece la cruz que descoloca nuestras seguridades y derriba nuestros poderes.

La cruz sin resurrección es signo de pesimismo y desesperación. Masoquismo en estado puro. No es extraño que este símbolo se quiera erradicar de la vida pública en una sociedad sin Dios. sigue siendo actual la enseñanza que sobre la cruz  dio san Pablo, calificándola de necedad para los racionalistas y escándalo para los que viven en una religiosidad natural: "escándalo para los judíos, necedad para los gentiles". (1 Cor 1,22) 

A los ojos del creyente, la cruz muestra un rostro distinto. No es ignorancia sino sabiduría. Para los primeros cristianos no fue desde el principio signo de muerte sino de vida. 

Verdad es que en los primeros siglos les costó aceptar la imagen del crucificado como signo por excelencia de la nueva fe; prefirieron la imagen del Buen Pastor o la del pez (YCTIS); hasta la Edad Media no se comienza a unir la imagen del Pantocrátor (Cristo Todopoderoso) al símbolo de la cruz. Aparecen entonces las imágenes románicas de Cristo crucificado, con vestiduras y corona reales, sereno, poderoso Señor de todo. 

El renacimiento mostrará el rostro humano del hombre perfecto, Jesús, prendido de la cruz; y será la imaginería barroca la que dotará a los crucificados de unos gestos de dolor y angustia propios de una espiritualidad más marcada por el sacrificio del hombre que por el poder sanador de Dios. ¿No ha marcado en exceso nuestra visión esta última espiritualidad?



Abrazar la cruz es abrazar la vida

Sea como fuere, para los que creen en Cristo, la cruz es signo de vida. Morir es vivir. El destino del hombre es la muerte, ¡cierto!, en esto coincidimos con los paganos; pero para nosotros la muerte es semilla de eternidad ("si el grano de trigo no cae en tierra y muere, queda infecundo; pero si muere, da mucho fruto". Jn 12,24). A fin de cuentas, desde el momento en que nacemos comenzamos a morir; y en nuestra mortificación, nuestro amor hecho entrega, genera vida en nosotros y en aquellos a quienes amamos. Así entendió Jesús su existir: "vivir para", salir de sí mismo, vivir entregado al Padre en los demás.

Evidente es que cuando adoramos la cruz no adoramos el dolor sino a quién cargó con nuestros dolores, a Cristo crucificado.  Adoramos la cruz  hacemos porque en ella palpamos el dolor de Cristo, y el dolor del mundo como dolor de Dios. Adorar no es desear ni promover, es aceptar desde el misterio de la fe, con serenidad, como lo aceptó Cristo al fiarse de la voluntad del Padre, con la certeza de que lo que no entendemos ahora Él nos lo dará a entender mañana (cf Jn 13,7). ¡Qué bien nos viene creer y saber esto en estos días!

Abrazar el dolor es hacer nuestros, como los hizo Jesús, los sufrimientos e injusticias que llevan sobre sí los crucificados de nuestro siglo. En estos días abrazar la cruz es en tomar parte en la tarea de curar y sanar a las víctimas del coronavirus. Abrazar la cruz es decir ¡basta ya! a las guerras, a las deportaciones, la violencia doméstica, los abusos, la explotación, el abandono, la desigualdad, … Sólo desde el compromiso serio por un mundo más justo podemos decir sin blasfemar que son bienaventurados los que toman la cruz y siguen a Jesús. 

Hablar de la cruz es blasfemia si no se está con los crucificados del mundo, como hicieron de manera destacada santos de la talla de san Juan de Dios, Santa Teresa de Calcuta o san Romero de América. No se puede predicar la cruz desde el poder, la instalación o la pasividad ante situaciones de injusticia y dolor.  Me atrevería a decir que no se debe siquiera hablar de la Cruz, porque su misterio no se puede reducir a teologías; sólo la vida misma es lenguaje apropiado para ella.

Le sobra el "Santo" al Viernes si no estamos entregados cada minuto a los demás, desviviéndonos por quienes en estos días están solos o solas y nos necesita, por el esposo o la esposa, por los hijos, los abuelos, los vecinos, los compañeros de trabajo, por los prójimos y los lejanos. Sabemos que entregarnos y dedicarnos a su bienestar y felicidad no es morir sino vivir. A la experiencia me remito.



Viernes Santo

Este año el Viernes Santo será inolvidable, porque es menos folclórico y más real, porque el paso del Crucificado, Muerto y Sepultado es más evidente a nuestros ojos.  Nos cuesta despertar a la realidad de la vida de fe. Reducida a moralina y cultos preciosistas e íntimos, este año tenemos la oportunidad de vivirla. Y digo "vivirla" porque tal vez los ritos y las tradiciones, cuando se usan para esconder y justificar nuestras miserias, matan más que resucitan la fe. Sin ellos, toca situarse ante la verdad desnuda,  y descubrir que a la vida (vivificación personal) sólo se llega muriendo (mortificándonos por el prójimo).

A la pregunta sobre la cruz y la muerte respondemos los cristianos con la afirmación de la vida. Creemos, no en la muerte fruto del pecado (injusticia) que lo enfanga todo, sino en la vida que, por gracia de Cristo Crucificado, nace desde el núcleo de la muerte. Si el grano de trigo muere, da mucho fruto. 

El pueblo cristiano, en su sencillez, ha sabido entender el valor de la cruz como signo de felicidad y de vida. El día 3 de Mayo, en muchas de nuestras ciudades y pueblos se celebra la cruz florida, la cruz de Mayo. Este día se hacen cruces con adornos florales. Es la apoteosis de la cruz, su glorificación entusiasta, acto de fe por el que se pone de manifiesto que para los cristianos la cruz no es principalmente lugar de muerte sino de resurrección y vida.

Ya he señalado que este Viernes Santo es muy especial. Todos en mayor o menor medida hemos sido invitados estos días a tomar nuestra cruz, desde nuestro "quédate en casa" hasta aquellos que están viviendo la incertidumbre de sus familiares aislados u hospitalizados; y desde luego, aquellos que no han tenido siquiera, como tuvo María en el Calvario, la oportunidad  de estar junto a los suyos en el momento de la partida, ni de poder abrazar su cuerpo.

No olvidemos tampoco la cruz que cargan sanitarios y demás personas implicadas en tareas activas por la erradicación de la epidemia. Tal vez muchos dirán que no son creyentes cristianos; pero lo son, porque cristiano es de forma implícita todo aquel que con amor ejerce de Cirineo ayudando al prójimo a llevar su cruz.

Casto Acedo. Abril 2020paduamerida@gmail.com

1 comentario:

  1. Yo se que la cruz es vida y una vida inigualable así que la quiero

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