sábado, 31 de octubre de 2020

Todos los santos

 TODOS LOS SANTOS

 

*Han lavado sus vestidos en la sangre del Cordero (Apoc 7,2-14)

*Miren qué amor tan grande nos ha mostrado el Padre (1Jn 3,1-3)

*Alégrense, grande será la recompensa que recibirán (Mt 5,1-12)

 

Las Bienaventuranzas

*Felices los que tienen espíritu de pobre… los que viven con

lo necesario para ayudar a los hombres y mujeres que sufren, porque

servir a los pobres es servir a Jesús… de ellos es el Reino de Dios.

*Felices los que lloran... los que descubren la fuerza salvadora

del dolor, para crear un mundo fraterno, una sociedad humana,

una comunidad donde reine Dios… ellos recibirán consuelo.

*Felices los humildes… los que oyen el gemido de la madre tierra,

y el llanto de los niños abandonados de padres vivos; y luchan, pues

otro mundo es posible… ellos recibirán la tierra en herencia.

*Felices los que tienen hambre y sed de justicia… los que oyen

las enseñanzas de Jesús, quien sigue llamándonos a la santidad,

a la justicia integral, a la perfección cristiana… ellos serán saciados.

*Felices los misericordiosos… los que tienen un corazón bueno 

y compasivo, para eliminar la miseria dolorosa que padecen

los hermanos y hermanas de Jesús… ellos obtendrán misericordia.

*Felices los limpios de corazón… que han renunciado a la riqueza,

porque no se puede servir a Dios y al dineroellos verán a Dios.

*Felices los que trabajan por la paz… donde hay corrupción

ponen verdad, donde hay violencia ponen vida, donde hay opresión

ponen justicia… ellos serán reconocidos como hijos de Dios.

*Felices los que sufren persecución por causa de la justicia

por seguir fielmente a Jesús de Nazaret, y -como Él- hacer el bien,

dar de comer, sanar a los enfermos… de ellos es el Reino de Dios.

 

El juicio de las naciones

   Jesús no juzga ni condena, solo separa a los buenos de los malos.

Cada uno se salva o se condena por lo que hizo o ha dejado de hacer

-durante su vida terrenal- por los hermanos de Jesús (Mt 25,31-46).

*Tengo hambre. Había un hombre rico, que se vestía con ropa fina,

y todos los días ofrecía espléndidos banquetes.

Había también un pobre llamado Lázaro, cubierto de llagas,

y se sentaba en el suelo a la puerta de la casa del rico.

Ansiaba saciar su hambre con lo que caía de la mesa del rico.

(Lc 16,19-31). Señor, ¿cuándo te vimos hambriento?

*Tengo sed. Cualquiera que les dé a ustedes aunque solo sea

un vaso de agua por ser ustedes de Cristo, les aseguro que tendrá

su recompensa (Mc 9,41). Señor, ¿cuándo te vimos sediento?

*Soy forastero. José se levanta, toma al niño y a su madre, y sale

con ellos de noche hacia Egipto; donde permanecen hasta que murió

Herodes (Mt 2,13-15). Señor, ¿cuándo te vimos emigrante?

*Estoy desnudo. Hermanos, ¿de qué le sirve a uno decir que tiene fe,

si no tiene obras? ¿Acaso le puede salvar la fe? Si un hermano

o hermana están desnudos y no tienen nada para comer,

y uno de ustedes les dice: Que les vaya bien, abríguense y coman

todo lo que quieran; sin darles lo que necesitan, ¿de qué sirve?

La fe sin obras está completamente muerta (Stgo 2,14-17).

Señor, ¿cuándo te vimos desnudo?

*Estoy enfermo. Un hombre que va de Jerusalén a Jericó es asaltado

por unos bandidos, le desnudan, le golpean y se van dejándolo

medio muerto. Por casualidad, un sacerdote va por el mismo camino

al verlo, da un rodeo y sigue adelante. Lo mismo hace un levita,

llega a ese lugar, lo ve, da un rodeo y se va de largo (Lc 10,25-37).

Señor, ¿cuándo te vimos enfermo?

*Estoy encarcelado. Herodes ha mandado arrestar a Juan

y le ha encarcelado, por instigación de Herodías,

esposa de su hermano Felipe, con la que se ha casado.

Juan dice a Herodes: No debes tener como mujer a la esposa

de tu hermano. Por eso, Herodías odia a Juan y quiere matarlo.

(Mc 6,17-18). Señor, ¿cuándo te vimos encarcelado?  

 

Bienaventuranzas en el libro del Apocalipsis

*Felices los que leen y escuchan este mensaje profético… (1,3).

*Felices, desde ahora, los que mueren fieles al Señor… (14,13).

*Felices los que están vigilantes con el vestido puesto… (16,15).

*Felices los invitados al banquete de bodas del Cordero… (19,9).

*Felices los que participan en la primera resurrección… (20,6).

*Felices los que practican estas palabras proféticas… (22,7).

*Felices los que lavan sus ropas para participar de la Vida…(22,14).

Ellos lavan sus ropas en la sangre del Cordero (7,14).    J. Castillo A


martes, 27 de octubre de 2020

Todos los santos (1 de Noviembre)



La fiesta de los Todos los Santos comenzó a celebrarse en los primeros siglos para resaltar la valentía de los “mártires”, primeros testigos de la fe. Muchos de ellos dieron su vida por el evangelio, creyeron en la utopía posible de un mundo empapado del espíritu de las bienaventuranzas según la mentalidad del Reino que Jesucristo predicó, una sociedad regida por los principios de amor como motor y la fraternidad como tarea. Por la causa del Reino vivió Jesús y por ella murió; los primeros mártires (santos) dieron su vida por la misma causa que Jesús, el Mártir, que “no ha venido a ser servido, sino a servir y a dar su vida como rescate por muchos”. (Mc 10,45)

Las bienaventuranzas, retrato de Jesús
 
Los santos son para nosotros modelo de vida cristiana, aunque el punto de referencia, la medida por excelencia, la tenemos en Jesús; él es el paradigma definitivo y último de toda bienaventuranza y santidad. Cuando proclamamos la santidad de los pobres de espíritu, de los mansos, de los que tienen hambre y sed de justicia, de los perseguidos (cf Mt 5,1-11), estamos haciendo una fotografía de Jesús, un resumen de su ser y su modo de vida. 

La santidad pertenece a Dios (al Hijo entregado por nosotros), y nuestra santidad es participada: “-Esos que están vestidos con vestiduras blancas ¿quiénes son y de dónde han venido? ... –Estos son los que vienen de la gran tribulación: han lavado y blanqueado sus mantos en la sangre del Cordero” (Ap 7,13).  La blancura (santidad) no la dan los méritos de los santos, es un don de Dios, fruto de la sangre del Cordero que "con su sangre nos ha justificado" (Rm 5,9).  

Ahora bien, como  gracia que es, la santidad es gratis, pero no barata; es un don caro (valioso, precioso, querido) que pide el pago de una respuesta agradecida. Dios concede la salvación, pero el hombre ha de aceptarla, respondiendo a los requerimientos de su amor; recibir y vivir la santidad exige un acto de libertad, una decisión firme de luchar contra el mal y la muerte que también pugna por hacerse un hueco en el corazón del hombre. Responder “sí” a Dios, como María Santísima, supone a veces tribulaciones, sufrimientos; es el caro precio de la Santidad. 
 
Por lo que tiene de sacrificio, ser mártir (santo) no está de moda. Nuestra cultura hedonista y racionalista, que se jacta de  su hermosa declaración de Derechos Humanos, que no son sino un desarrollo del Evangelio pero sin su esencia: Dios, que quiere un mundo “como Dios manda” pero sin Dios; una cultura la nuestra que oculta sus injusticias envolviéndolas con hermosas teorías y prácticas solidarias puntuales, que se harta de regalar palabras mientras otros sufren hambre de pan; una sociedad que ha hecho del martirio una maldición al proclamar como indigno cualquier forma de sufrimiento. ¡Cuánto más si este sufrimiento es fruto de una elección libre por servir a Dios y al prójimo! Se cree en la solidaridad, pero que sea indolente y triunfalista; se busca la paz, pero con el corazón contaminado por el consumo, sin conciencia de que el derroche solo es posible por la explotación y violencia ejercida sobre otros.
 
Los santos, modelos de reforma para la Iglesia
 
Un mundo así está falto de santidad y necesitado de reforma; y para esto se necesitan testigos que con su manera de ser y estar muestren que no todo se perdió,  porque Dios sigue entre nosotros. Los grandes santos han sido hitos avanzados de la Iglesia, del mundo y de la vida misma. Siempre fueron incomprendidos porque pusieron ante los sorprendidos ojos de sus coetáneos una manera distinta de leer y actuar la historia. Auténticos rompedores. Nos interrogan acerca de cómo vivimos hoy la fe, de si somos alternativa a la sociedad como lo fueron ellos, de si estamos dando un toque de esperanza a la Iglesia y al mundo como ellos lo dieron.
 

Ser santo implica siempre una ruptura con lo viejo (pasado) y una mirada a lo nuevo (futuro). Los primeros mártires cristianos, con la radicalidad de su lucha por la libertad del hombre frente a los poderes imperialistas del mundo (idolatría de la riqueza, el poder y el estatus social) , fueron motivo de esperanza para la Iglesia naciente; por eso mismo la fiesta de Todos los Santos debería de ser para nosotros una llamada a la esperanza:

*Porque los primeros mártires cristianos (Esteban, Santiago, Pedro, Pablo, Ignacio de Antioquía, Eulalia de Mérida...) nos han enseñado que Dios no admite componendas con señores de este mundo, que merece la pena mantenerse fiel hasta el final, que aunque nos maten el cuerpo, más allá de esta vida pasajera hay Vida Eterna y, por tanto, otro mundo es posible.

*Porque hombres y mujeres como Francisco y Clara de Asís, Antonio de Padua, Teresa de Jesús, Juan de la Cruz o Ignacio de Loyola, demostraron que una Iglesia oscurecida por la desidia y la tibieza de sus miembros puede ser “reformada”, puede renacer cuando nuevamente se da paso al Espíritu de Dios.
 
*Porque hombres de hoy, testigos privilegiados del amor de Dios, como Juan XXIII, Oscar Romero, Teresa de Calcuta, Carlos de Foucauld, y tantos otros que nosotros mismos hemos conocido, nos enseñan que el estilo de vida comprometido y alegre del Evangelio,es posible también en nuestro tiempo.
 
La Santidad de los hombres es un reflejo del amor de Dios, que no se queda encerrado en el fuero interno de la Santísima Trinidad, sino que creando (Padre), redimiendo (Hijo) y santificando (Espíritu Santo) sale afuera y hace partícipes de su santidad al mundo y a los hombres. Hoy la Iglesia peregrina hace memoria solemne de la  Iglesia triunfante, se alegra “por la gloria de los mejores hijos de la Iglesia; en ellos encontramos ejemplo y ayuda para nuestra debilidad” (Prefacio de la solemnidad). 

Los Santos son para la Iglesia modelo, ejemplo de cómo el reino de Dios ha tomado tierra; con su vida los han ido poniendo rostro al evangelio de Jesucristo, que en ellos ha pasado de ser letra a ser historia.  
 

* * *
Miramos hacia atrás recordando la vida ejemplar de los santos,  y en el hoy nos unimos a la gloria festiva de la Iglesia del cielo. Gozamos con ellos su bienaventuranza, pero no nos quedamos embebidos mirando al cielo, porque la sonrisa del triunfo de los nuestros nos anima a continuar la obra comenzada por Jesús. Él,  encabezando la procesión de los santos, está y estará siempre con nosotros hasta el fin de los tiempos (cf Mt 28,20). 

Seamos conscientes de que hemos recogido la antorcha de la fe que se viene pasando de generación en generación desde hace casi dos mil años. Por muy grises u oscuras que nos puedan parecer las circunstancias, sabemos que ya hubo tiempos peores y “dichosos vosotros cuando os insulten y os persigan por mi causa. Estad alegres y contentos, porque vuestra recompensa será grande en el cielo” (Mt 5,11-12). Las dificultades son los dolores del parto que está alumbrando un mundo nuevo (cf Rm 8,22).

Casto Acedo  Noviembre 2020paduamerida@gmail.com.

jueves, 22 de octubre de 2020

La importancia del amor (25 de Octubre)

    Ex 22,20-26; Sal  17,2-4.47.51; 1 Tes 1,5c-10; Mt 22,34-40


Cuando la vida se lee en clave de competitividad (o tú o yo) y la envidia se apodera del hombre, el alma se envenena y busca cualquier subterfugio para derrotar al enemigo. Desde esa carrera de poder y envidia es desgraciadamente habitual que  a la hora de programar una campaña electoral el político de turno incida más en el modo de desacreditar al contrario que en la tarea de poner sobre la mesa el propio crédito. Y es que resulta más fácil y cómodo desfigurar la imagen del vecino que edificar honradamente la propia; lo primero es sólo cuestión de declaraciones puntuales y lo segundo exige el ejercicio continuo de la virtud.  

Pues bien, sólo desde una postura de competición y celotipia es posible entender la obsesión de los judíos por comprometer la imagen de Jesús. El Nazareno, con su buen hacer y decir, se ha granjeado la simpatía del pueblo, que ahora le sigue en masa. Fariseos y saduceos no soportan que el pueblo, que antes les idolatraba, ahora les de  ostensiblemente la espalda. 

Los saduceos, al plantearle el tema de la resurrección de los muertos (cf Mt 22,23-33) fracasaron estrepitosamente. En esa ocasión Jesús no sólo resultó ser un predicador con éxito sino que además se mostró poseedor de una sagaz inteligencia. Los fariseos, adversarios de los Saduceos, debieron alegrarse del fracaso de éstos, y ahora son ellos, especialistas en temas teológicos y legales, los que tienen la oportunidad de poner en descrédito al profeta. Si pueden con Él conseguirán dos cosas: despojar a Jesús de las simpatías populares y poner en evidencia la ineficacia de los Saduceos.

La postura judía: el hombre al servicio de la ley

En tiempos de Jesús los eruditos judíos andaban embarcados en discusiones meticulosas sobre las prescripciones legales. Habían llegado a cifrar en más de seiscientos -en concreto 623- los preceptos que debería cumplir escrupulosamente cualquier judío que se preciara de tal. En el empeño habían llegado incluso a estipular el número de pasos que se pueden dar en sábado sin dejar de guardar ese día para el Señor. Tanto legalismo tuvo sus consecuencias: el espíritu quedó ahogado por la ley, la libertad aplastada por la “necesidad legal"; y así la ley sustituyó a la misericordia. 

Jesús denuncia duramente tal estado de cosas: “¡Ay de vosotros, escribas y fariseos hipócritas, que pagáis el diezmo de la menta, del aneto y del comino, y descuidáis lo más importante de la Ley: la justicia, la misericordia y la fe! Esto es lo que había que practicar, aunque sin descuidar aquello” (Mt 23,23). Cuando los estudiosos se centran en la investigación de algo sin tener en cuenta a la persona (ética profesional, amor), cuando se dedican a jugar con las leyes de la naturaleza sin sopesar las consecuencias para la humanidad, podemos temernos lo peor. Eso  pasaba a los fariseos; analizaban meticulosamente  los preceptos del decálogo prescindiendo del hecho de que la ley es para servicio del hombre y no el hombre para servir a la ley, tal como  lo hizo saber Jesús (cf Mc 2,27; Mt 12,1-13). El resultado no fue otro que la esclavitud del legalismo sin amor.


Cuando a Jesús le preguntan “para ponerlo a prueba: “Maestro ¿cuál es el mandamiento principal de la ley?” (Mt 22,35-36) discutían si habría algún precepto que pudiera resumir a todos los demás. Con su pregunta pretenden que Jesús tome partido por un bando u otro de las estériles discusiones del momento. Dada su apuesta por el hombre se podría esperar de Él una respuesta en extremo humanista -más importante que amar a Dios es amar al hombre- con la que poder acusarle de menospreciar a Dios.

Jesús: La ley al servicio del hombre.
 
Pero Jesús, como hizo siempre, no cae en la trampa de entrar en polémicas inútiles, ni tampoco en el error de reducir la religión a simple humanismo o humanitarismo. Su respuesta va al grano poniendo en evidencia la vacuidad de las discusiones teológicas desligadas del compromiso por el bien de las personas. Recurriendo a la misma ley mosaica Jesús remite a la más esencial enseñanza del pueblo de Israel, y que lo será también del nuevo pueblo que es la Iglesia; en línea con la más pura tradición judía responde: “Escucha, Israel, el Señor es tu único Dios, “amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma, con toda tu mente y con todo tu ser. (Dt 6,4) Éste mandamiento es el principal y primero”.Lo primero que manda el precepto del Deuteronomio (6,4-6) que Jesús cita es escuchar (¡escucha, Israel!), porque si se carece de la actitud adecuada de escucha de la palabra y se acude a ella para justificar las propias ideas, de nada sirve el mandato. Y tras esa invitación a abrir sin prejuicios el oído del corazón, el mandato judío citado por Jesús apunta a que lo primero es amar a Dios. Y con él amar al hombre: “el segundo es semejante a éste: Amarás a tu prójimo como a ti mismo”. Estos dos mandamientos sostienen la ley entera y los profetas” (Mt 22,37-40).

Si dejamos a un lado el mandato de escuchar, tenemos tres preceptos en uno: amar a Dios, amar al prójimo amarse a uno mismo. Ninguno de estos preceptos es veraz sin el otro, y no hay contradicción entre ellos, porque poner en primer lugar a Dios no supone rebajar al hombre, sino, al contrario, traerá consigo el reconocerlo en lo que realmente es y en lo que está llamado a ser en plenitud: hijo de Dios. Y amar a Dios en el hombre no sólo es una opción, sino una necesidad, porque el amor a Dios a quien no se ve es imposible sin amar al hermano al que se ve (1 Jn 4,20).

Por otro
lado, estos dos amores -a Dios y al prójimo- sólo son posibles desde un hombre que se ama a sí mismo al descubrirse como agraciado de Dios. Quien se desprecia a sí mismo se incapacita para amar a otros y al Otro. Más allá de los razonamientos legales,  la razón de fondo del compromiso de amar no nace de la institución de una ley que está sobre todas las leyes, sino de un acontecimiento: el amor de Dios que se ha manifestado en Jesucristo y ha alcanzado a la persona. La gratitud del converso al amor de Dios del que estaba tan necesitado se expande sin violencia interior hacia los que a su vez le necesitan: "No oprimirás ni vejarás al forastero, porque forasteros fuisteis vosotros en Egipto" (Ex 22,20). Si Dios te ha mostrado su amor, ¿responderás tú rechazando a tu prójimo?


* * *
En los últimos tiempos se ha acusado a la religión cristiana, y a las Iglesias que la predican, de ser alienantes, de alejar a los hombres de su propia realidad, de pasividad ante los problemas de la humanidad, de no hacer frente a las injusticias y crímenes que causan tanto daño y que son a su vez una de las principales causas de ateísmo, blasfemia y defección cristiana para el hombre contemporáneo (cf Gaudium et Spes,19).

¿Cómo respondería la cultura ilustrada de hoy a la pregunta sobre lo “lo más importante del cristianismo”? Me atrevo a sugerir que respondería que lo primordial es el “amor al prójimo”, dando así la vuelta al orden expuesto por Jesús, que no va del hombre a Dios sino de Dios al hombre. ¿Y no es lo mismo? Pues no, porque la primacía del amor a Dios es la garantía del amor al hombre; el cristiano ama al prójimo desde una motivación muy concreta: el descubrimiento de Dios, de su amor, de la convicción de su condición de criatura, del sentimiento de filiación que le hace sentirse “hermano”. 

Para el cristiano el amor no es cuestión de “liberalismo, igualitarismo y solidaridad” sino de “libertad, igualdad y fraternidad”, no nace de las ideas sino del corazón, no es fruto de la ley sino dela contemplación (conciencia) del amor de Dios, del Espíritu de libertad con que le reviste su fe en que es amado por Cristo Jesús. El motor del amor a uno mismo (autoestima) y del amor al prójimo es el amor a Dios que nace de saberse amado por Él.
 
Casto Acedo. Octubre 2020 paduamerida@gmail.com.

Amar a Dios y al Prójimo (30º Ordinario)

 

30º Domingo, Tiempo Ordinario, ciclo A

*¿Dónde dormirá el pobre que dio en prenda su manto? (Ex 22,20-26)

*Dejando los ídolos, se convirtieron para servir a Dios (1Tes 1,5-10)

*Amar a Dios y amar al prójimo como a ti mismo (Mt 22,34-40)

 

AMAR A DIOS Y AL PRÓJIMO

   A la pregunta de un fariseo: ¿Cuál es el mandamiento principal?,

Jesús de Nazaret le responde uniendo dos textos del AT:

   El primer mandamiento es: Amarás al Señor, tu Dios,

con todo tu corazón, con toda tu alma, con todo tu ser (Deut 6,4s).

   Enseguida, Jesús añade un segundo mandamiento, tan importante

como el primero: Amarás a tu prójimo como a ti mismo (Lev 19,18).

   Para Jesús ambos mandamientos deben ir siempre unidos.

 

Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón

   El amor a Dios no podemos reducirlo a ritos religiosos, ofrendas,

peregrinaciones… sino preocuparnos por los pobres y oprimidos,

comprometiéndonos en hacer realidad una sociedad justa y fraterna.

   Tampoco consiste en la repetición rutinaria de ciertas frases,

que están en los folletos de preparación para recibir algún sacramento.

   Amar a Dios es: *Hacer su voluntad, como Jesús nos enseña

en varias ocasiones (Mateo 6,10;  7,21-23;  12,47-50;  26,42).

*Participar en el Reino anunciado por su Hijo amado, a saber:

Reino de amor y vida, de gracia y santidad, de justicia y paz.

*Confiar en su ternura, en su compasión y en su misericordia,

pues Él es amigo de la vida y hace salir el sol sobre malos y buenos,

y hace llover sobre justos y pecadores (Mt 5,45).

   Tratándose del amor a Dios, meditemos en el siguiente texto:

Nosotros hemos conocido y creído que Dios nos ama, porque

Dios es Amor y el que vive en el amor vive en Dios y Dios en él (…).

Donde hay amor no hay miedo, al contrario,

el amor perfecto echa fuera el miedo, pues el miedo supone el castigo.

Si alguien tiene miedo, es que no ha llegado a amar perfectamente.

Nosotros amamos porque Dios nos amó primero.

Si uno dice que ama a Dios mientras odia a su hermano, miente,

porque si no ama al hermano a quien ve,

no puede amar a Dios a quien no ve (1Jn, 4,16-20).

Todos ustedes son hermanos

   Enseñando a la gente y a sus discípulos, Jesús les dice:

No se hagan llamar maestros, porque uno solo es su Maestro,

mientras que todos ustedes son hermanos (Mt 23,8)

Para Jesús el amor al prójimo tiene una importancia especial. Por eso,

nos pide amar y acoger a los más necesitados… pues todos ellos

son sus hermanos (Mt 25,40). Meditemos en los siguientes textos:

*Les doy un mandamiento nuevo: Ámense unos a otros (Jn 13,34).

*Toda la Ley alcanza su plenitud en un solo precepto:

Amarás a tu prójimo como a ti mismo (Gal 5,14).

*Quien ama a su hermano permanece en la luz y no tropieza.

Pero quien odia a su hermano está en las tinieblas (1Jn 2,10s).

*Nosotros sabemos que hemos pasado de la muerte a la vida,

porque amamos a los hermanos (1Jn 3,14).

   Con relación al prójimo, en el texto paralelo de Lucas (10,25-37),

dos funcionarios del templo no hacen nada por una persona herida.

Muy diferente las acciones que hace el buen samaritano. Al respecto,

en su reciente Encíclica “Hermanos todos”, el Papa Francisco dice:

   *Jesús cuenta que había un hombre herido, tirado en el camino,

que había sido asaltado. Pasaron varios a su lado pero huyeron,

no se detuvieron. Eran personas con funciones importantes

en la sociedad, que no tenían en el corazón el amor

por el bien común. No fueron capaces de perder unos minutos

para atender al herido o al menos para buscar ayuda.

Uno se detuvo, le regaló cercanía, le curó con sus propias manos,

puso dinero de su bolsillo y se ocupó de él. Sobre todo, le dio algo

que en este mundo ansioso retaceamos tanto: le dio su tiempo (n.63).

   *Asaltan a una persona en la calle, y muchos escapan como si no

hubieran visto nada. Frecuentemente, hay personas que atropellan a

alguien con su automóvil y huyen. Solo les importa evitar problemas

no les interesa si un ser humano se muere por su culpa (65).

   *Para los cristianos, las palabras de Jesús tienen también otra

dimensión trascendente; implican reconocer al mismo Cristo

en cada hermano abandonado o excluido (Mt 25,40.45). (n.85).

   *Para ello es importante que la catequesis y la predicación

incluyan de modo más directo y claro el sentido social de la existencia,

la dimensión fraterna de la espiritualidad, la convicción

sobre la inalienable dignidad de cada persona (n.86).     J. Castillo A


sábado, 17 de octubre de 2020

Impuestos al imperio y al templo (29º ord A)

 

*Yo soy el Señor, y fuera de mí no hay otro dios (Is 45,1.4-6)

*Fe activa, amor entrañable y esperanza perseverante (1Tes 1,1-5)

*Lo del César devuélvanselo, y a Dios lo de Dios (Mt 22,15-21)

 

IMPUESTOS AL IMPERIO Y AL TEMPLO

   Discípulos de fariseos y herodianos elogian con malicia a Jesús:

-Es el Maestro que dice la verdad. -Enseña el camino de Dios.

-No se deja influenciar por nadie. -No se fija en las apariencias.

   Así es. Jesús vive al servicio del Reino de Dios y su justicia,

y quiere que las mujeres y los hombres tengan vida digna y plena.

 

Maestro, ¿es lícito pagar impuestos?

   Esta vez, para acusar a Jesús, se han unido dos grupos enemigos:

-los fariseos (fanáticos religiosos que se consideran nacionalistas), y

-los herodianos (siervos del imperio romano y traidores a su pueblo).

Se asemejan a nuestros politiqueros que se picotean pero se necesitan.

   Con la intención de acusarlo, se acercan a Jesús y le preguntan:

Maestro, ¿es lícito pagar impuestos al César, o no?

Si Jesús dice “no”, puede ser acusado como subversivo (Lc 23,2).

Y si responde “sí”, está en contra de su pueblo y del señorío de Dios.

   Sin embargo, Jesús los desenmascara llamándoles: ¡Hipócritas!,

pues llevan en la bolsa la moneda del imperio romano, donde se lee:

Tiberio César, Augusto, hijo del divino Augusto. Pontífice Máximo.

Es dinero divinizado, como el becerro de oro, que busca víctimas

entre los pobres de Galilea, obligados a pagar impuestos: -a Roma,

-al templo de Jerusalén, convertido en cueva de ladrones (Mt 21,13),

y -a los sumos sacerdotes, quienes viven en barrios residenciales.

   Mientras ciertos creyentes hipócritas piensan que todo es dinero,

Jesús de Nazaret nos pide optar por los abandonados y marginados.

porque No se puede servir a Dios y al dinero (Mt 6,24). Sin embargo,

Hay autoridades y empresarios que, por servir al dinero, asesinan

a muchas personas, en su mayoría inocentes. Por eso, preguntamos:

¿Quiénes apoyan a esas autoridades para imponer el neocolonialismo?

¿Quiénes financian a los ejércitos de los países pobres?

¿Quiénes entrenan a los oficiales para encarcelar, torturar, asesinar?

¿Quiénes dan la orden y, después, amnistían a los criminales?

Dar a Dios lo que es de Dios

   Aquellos hipócritas preguntan pagar… y Jesús responde devolver:

Lo del César devuélvanselo al César, y den a Dios lo que es de Dios.

   Con el paso de los siglos, muchas personas e instituciones

han dado -a la respuesta de Jesús- diversas interpretaciones,

levantando un muro de separación entre: lo político y lo religioso.

De esta manera, el cristianismo quedaría encerrado en la sacristía,

sin voz ni voto para defender al hambriento, desnudo, enfermo…

   La respuesta del Maestro Jesús, va a la raíz del problema:

el emperador no es Dios, porque Dios es vida, amor, justicia, paz…

y solo a Él le pertenece la tierra y todos sus habitantes (Sal 24,1).

   Los que tienen algún cargo en la Iglesia, deben servir a todos,

y jamás dominar ni someter a los indefensos, porque

en el trato que dan a las personas, honran a Dios o le ofenden.

Devolver al César su moneda significa -hoy- denunciar a quienes

se aprovechan del poder para enriquecerse, explotando a los pobres.

   Al respecto meditemos en este texto del Deuteronomio (30,15-20):

Pongo delante de ti: la vida y la felicidad, la muerte y la desdicha…

Hoy tomo como testigos contra ustedes al cielo y a la tierra;

te pongo delante bendición y maldición.

Elige la vida, y vivirás tú y tu descendencia, amando al Señor tu Dios,

escuchando su voz, uniéndote a Él, porque de eso depende tu vida.

   Sobre este tema, los Santos Padres han hablado con mucha claridad:

*¿Es que se va a llamar ladrón a quien desnuda al que está vestido

y habrá que darle otro nombre al que no viste al desnudo…?

-Del hambriento es el pan que tú tienes.

-Del desnudo es el abrigo que tienes guardado en el armario.

-Del descalzo es el zapato que se está pudriendo en tu poder.

-Del necesitado es el dinero que tienes enterrado (Basilio, 330-379).

*Tratándose del entierro de un rico, Juan Crisóstomo (349-407)

escribe: Los que contemplan su palacio no dejarán de decir:

-Con cuántas lágrimas se ha edificado esta mansión.

-Cuántos huérfanos se han quedado desnudos.

-Cuántas viudas han sufrido el abandono.

-Cuántos obreros han sido privados de su salario.

   ¿De qué sirve gastar en ciertas fiestas religiosas… si no acogemos

a los marginados que son imágenes de Dios (Gen 1,26s)?  J. Castillo

 

LOS POBRES SON DE DIOS

   A espaldas de Jesús, los fariseos llegan a un acuerdo para prepararle una trampa decisiva. No vienen ellos mismos a encontrarse con Él. Les envían a unos discípulos acompañados por unos partidarios de Herodes Antipas. Tal vez, no faltan entre estos algunos poderosos recaudadores de los tributos para Roma.

   La trampa está bien pensada: ¿Es lícito pagar impuestos al César o no?. Si responde negativamente, le podrán acusar de rebelión contra Roma. Si legitima el pago de tributos, quedará desprestigiado ante aquellos pobres campesinos que viven oprimidos por los impuestos, y a los que Él ama y defiende con todas sus fuerzas.

   La respuesta de Jesús ha sido resumida de manera lapidaria a lo largo de los siglos en estos términos: Al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios. Pocas palabras de Jesús habrán sido citadas tanto como éstas. Y ninguna, tal vez, más distorsionada y manipulada desde intereses muy ajenos al Profeta, defensor de los pobres.

   Jesús no está pensando en Dios y en el César de Roma como dos poderes que pueden exigir cada uno de ellos, en su propio campo, sus derechos a sus súbditos. Como todo judío fiel, Jesús sabe que a Dios le pertenece la tierra y todo lo que contiene, el orbe y todos sus habitantes (salmo 24). ¿Qué puede ser del César que no sea de Dios? Acaso los súbditos del emperador, ¿no son hijos e hijas de Dios?

   Jesús no se detiene en las diferentes posiciones que enfrentan en aquella sociedad a herodianos, saduceos o fariseos sobre los tributos a Roma y su significado: si llevan “la moneda del impuesto” en sus bolsas, que cumplan sus obligaciones. Pero Él no vive al servicio del Imperio de Roma, sino abriendo caminos al Reino de Dios y su justicia.

   Por eso, les recuerda algo que nadie le ha preguntado: Dad a Dios lo que es de Dios. Es decir, no deis a ningún César lo que solo es de Dios: la vida de sus hijos e hijas. Como ha repetido tantas veces a sus seguidores, los pobres son de Dios, los pequeños son sus predilectos, el Reino de Dios les pertenece. Nadie ha de abusar de ellos.

   No se ha de sacrificar la vida, la dignidad o la felicidad de las personas a ningún poder. Y, sin duda, ningún poder sacrifica hoy más vidas y causa más sufrimiento, hambre y destrucción que esa dictadura de una economía sin rostro y sin un objetivo verdaderamente humano que, según el papa Francisco, han logrado imponer los poderosos de la Tierra. No podemos permanecer pasivos e indiferentes acallando la voz de nuestra conciencia en la práctica religiosa.

José Antonio Pagola (2014)


martes, 13 de octubre de 2020

A Dios lo de Dios, al Cesar lo del César (Domingo 18 de Octubre, DOMUND)

 

 

El capítulo 21 del evangelio de san Mateo comienza narrando la entrada de Jesús en Jerusalén para, acto seguido, entrar en el templo y expulsar de allí a los mercaderes, curar algunos enfermos y provocar con ello la indignación de los jefes de los sacerdotes y los maestros de la ley que ponen en duda su autoridad (cf Mt 21,1-27). El pueblo le aclama y le escucha, y las autoridades conspiran contra Él. 

En este contexto refiere Jesús las parábolas de los dos hijos, los labradores homicidas y las bodas. La conclusión es siempre la misma: ya que los judíos se comportan como hijos obedientes sólo de palabra y no dan los frutos esperados se les quitará el Reino a este pueblo y se le dará a un pueblo que produzca sus frutos; y se invitará a la boda a todo el que quiera asistir, ya que los primeros invitados han rechazado la invitación (cf Mt, 1,28-22,14).
 
Con estas parábolas y con el gesto de expulsar del templo a los mercaderes Jesús ataca directamente a los principales del judaísmo y al mismo templo, la institución judía más importante, centro del culto y del poder limitado que los romanos permiten a los judíos. Atacar el templo es atacar los fundamentos de la religiosidad y la autoridad judía; para los sanedritas, reacios a aceptar el cambio revolucionario que Jesús predica, no queda más salida que acabar con este hombre que pone en duda la legitimidad del culto y la ley; hay que buscar la forma de desacreditarlo ante sus seguidores, y hacerlo de manera que los romanos tomen cartas en el asunto y los responsables judíos queden al margen de la trama.

 
Lo divino no excluye lo humano
 
Tal como se escenifica en la entrada triunfal en Jerusalén, el pueblo aclama a Jesús y se pone de su lado (Mt 21,1-11); por su parte los fariseos ven menguar su influencia, y movidos por el miedo a que el Nazareno les gane más terreno “se retiraron y llegaron a un acuerdo para comprometer a Jesús con una pregunta” (Mt 22,15). 

Se acercan a Jesús, y preparando el terreno para luego comprometerle, pronuncian una sentencia que a pesar de su intencionalidad malévola resume excelentemente la visión que el pueblo tiene de Jesús: “Maestro, sabemos que eres sincero y que enseñas el camino de Dios conforme a la verdad; sin que te importe nadie, porque no te fijas en las apariencias” (Mt 22,16). Una vez cebado el pez con el engaño de la alabanza, le lanzan un anzuelo envenenado: "¿es lícito pagar impuestos al César o no?" (Mt 22,17). 

Tal vez cabría aquí decir aquello de "gracias por la flor pero me c. en el tiesto". Si Jesús dice que sí, se declara partidario del imperio romano y contrario al deseo de libertad del pueblo; si dice que no, se le acusará de sedicioso y habrá motivos para entregarlo al poder del César. Jesús, contra todo pronóstico, no responde ni que sí ni que no; astutamente, como hizo en el caso de la mujer adúltera que también le presentaron para comprometerle (cf Jn 8,3-11), reenvía la pregunta a la conciencia de sus interlocutores: “Enseñadme la moneda del impuesto. … ¿De quién son esta cara y esta inscripción? Le respondieron: del César. Entonces les replicó: pagadle al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios” (Mt 22,19-21).

Jesús evita responder con un sí o un no; a todos nos gustaría que Jesús nos dijera sí o no cada vez que le dirigimos una propuesta o pregunta; pero Jesús no hace eso; se limita a poner delante del hombre su propia responsabilidad en la toma de decisiones. “Dad al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios” (Mt 22,21), unas palabras que muchos malinterpretan al sostener que con ella Jesús separa la religión de la vida política, lo sagrado de lo profano. 

¿Debe el cristiano alejarse de cualquier compromiso político y dedicarse a la contemplación de los misterios divinos hasta que llegue la hora de la muerte? ¡De ninguna manera! ¿Significa la respuesta de Jesús  que todo cristiano en los asuntos temporales tiene que obedecer sin rechistar a la autoridad política de turno? Tampoco. No es ese el sentido en que se deben leer las palabras de Jesús; a los fariseos y al pueblo que le escucha Jesús les dice que hay unos deberes temporales que cumplir, unas tareas políticas y sociales que realizar; hay que darle al César lo suyo cumpliendo con los deberes políticos y fiscales necesarios para el bien común, y eso es inexcusable.

Lo que hace inexcusables los deberes económicos y políticos es la obligación de darle a Dios lo suyo, que es justicia y derecho, protección del pobre, del huérfano y de la viuda (Is 1,17), y en esto no hay elección. Ahora bien, no dice Jesús el cómo concreto para hacerlo; ¿pagando el denario al César? Tal vez. O mejor no pagando y acogiéndose a la objeción fiscal.  Si la autoridad se opone a lo que Dios quiere, entonces el cristiano no está obligado a someterse a ella, ya que "hay que obedecer a Dios antes que a los hombres" (Hch 4,19).

 

"Aquí estoy, envíame"
DOMUND 

Cuando hablamos de compromiso misionero seguimos anclados en tiempos pasados; imaginamos a sacerdotes, religiosos y religiosas que se van a países lejanos a dar a conocer a Jesús. Partimos de un presupuesto que cada día se muestra más falso: nosotros, que tenemos el evangelio, se lo transmitimos a quienes  no lo tienen.  

La misión es otra cosa. Nuestro mundo, aunque cada vez en menor grado, vive religiosamente, pero eso no significa que se viva evangélicamente. Ser misionero supone primeramente gozar de una experiencia de Dios, un encuentro con la persona de Jesús como evangelio, como buena noticia. La premisa del misionero es "conocer el evangelio", un conocer que abarca la experiencia de Dios (mística, oración profunda), conocimiento de los textos evangélicos (formación bíblica y teológica) y vida ordenada según el estilo de Jesús (virtudes; misericordia, donación, amor). Con todo esto, el misionero puede decir: "aquí estoy". Y sólo desde este ser y estar en Cristo, es verdadero el ofrecimiento: "¡envíame!". No somos conscientes de que el mejor modo de ser misioneros es siendo en primer lugar "misioneros de nosotros mismos", es decir, personas que han experimentado y asumen en su vida la riqueza de la persona de Jesucristo con entusiasmo. Sin ésto, la misión hacia otros no tiene mucho futuro.

Ser misionero es compartir esa experiencia vivida, expandir hacia todos el bien inmerecido que se ha recibido. Se trata de hacerse presente contagiando los valores del Reino en la familia, el trabajo, los negocios, la universidad, las instituciones políticas,...

El DOMUND (domingo mundial de la propagación de la fe) no puede reducirse a una celebración puramente pietista, desligada de las realidades que hoy vivimos. Esta jornada quiere que nos concienciemos de la necesidad de seguir impregnándolo todo con el olor del evangelio. La venida de Jesucristo, misionero del Padre, nos da la clave esencial para esa misión: encarnación. Primero encarnación de la "vida de Jesús en cada uno", entusiasmo por Jesucristo, amor loco por su persona y por la causa del Reino; sin este prefacio no hay nada que hacer. Luego, en segundo lugar, dejar que libremente fluya el evangelio que vivimos empapando a los que nos rodean. Es fácil, basta con que cada uno procuremos hacer nuestros los valores del Reino para que estos se desborden hacia fuera de nosotros (cf Mt 6,33). 

Para ser misionero no hacen falta muchas palabras, basta vivir la propia historia desde Dios. No sólo es sagrado el templo, la Biblia, las oraciones, los actos piadosos. Ya no hay una historia sagrada y otra profana; con la encarnación de Jesucristo Dios rompe todas las barreras que separaban lo sagrado de lo profano. Ya no hay distinción ni separación. 

¿Quiere esto decir que ya todo es profano? No, mejor decir que todo es sagrado; toda realidad está preñada de la presencia de Dios, y así la vida religiosa se juega en las relaciones del hombre consigo mismo, con la naturaleza, con el prójimo, todos sagrarios de Dios. Esta fue la misión del Hijo: hacer presente a Dios con su vida y reconciliar al mundo con Dios desde su vida diaria; y esta es también la misión de sus seguidores. 

Hoy, domingo misionero, no pongas tus ojos en la lejanía. Acerca tu mirada a tu misma persona (¡aquí estoy!) para luego volverla al mundo (¡envíame!).  Ahí, en los quehaceres diarios,  debes "dar al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios".  Da a todos lo mejor de ti mismo sabiendo que al hacerlo también lo estás dando a Dios.

Aprovecha para orar ("aquí estoy") por las misiones y para dar pasos hacia una mayor conciencia de que somos Iglesia misionera llamada a trabajar en favor de fraternidad universal.

Casto Acedo Gómez. Octubre 2020 paduamerida@gmail.com.