domingo, 30 de diciembre de 2018

Santa María. Madre de Dios (1 de Enero)


Sostener que la Virgen María es madre de Dios es  una afirmación muy fuerte para oídos profanos. A los que estamos habituados a escucharla no nos sorprende, pero a quien lo escucha por vez primera no puede menos que escandalizarle. Surgen las preguntas:  si María es Madre de Dios, ¿quiere decir que Dios no ha existido hasta que ella lo da a luz? Si Dios nace de María, ¿no será María anterior y mayor que Dios? ¿Necesitó Dios de María para existir?
 
Habituados a sabernos católicos no nos hemos preguntado nunca estas cosas; nos han dicho que María es madre de Dios y madre nuestra, y punto. Pero debemos entender bien éste título de María, sobre todo porque puede que nos veamos en la necesidad de dar razón de nuestra esperanza (1 Pe,3,15) a algún hermano de la Iglesia Evangélica, o a los testigos de Jehová (que tanto se escandalizan de nuestras devociones marianas y nos acosan con sus lecturas fundamentalistas de la Biblia), a alguien de la comunidad musulmana cada vez más presente entre nosotros,  o simplemente a alguno de tantos ateos o indiferentes a la fe que gustan de ponernos en aprietos más o menos intelectuales cuando tienen oportunidad.
 
Él título "Madre de Dios"

Para comprender el sentido del título de María como “Madre de Dios” hemos de remontarnos a su aparición en la historia de la Iglesia.  Yendo al origen  encontramos que el título, aplicado a María, viene del siglo V, y es consecuencia de los debates sobre la doble naturaleza (divina y humana) de Jesús. En el Concilio de Éfeso (451) se afirma la unidad indisoluble de la humanidad y divinidad en la persona del Verbo (Jesucristo). Por tanto, si no queremos admitir separación entre lo divino y lo humano en Jesucristo, hemos de terminar por admitir que el que nace de la Virgen María no es sólo el hombre Jesús al que se le ha adherido el Dios Jesús, sino el Hijo, segunda persona de la Santísima Trinidad, Dios y hombre verdadero.

No hay inconveniente, pues, en llamar madre de Dios (theotokos, en griego) a la santa Virgen María, pero matizando el sentido en el que se le aplica ese nombre: porque dio a luz carnalmente al Verbo de Dios hecho carne. “La divinidad y la humanidad constituyen para nosotros un solo Señor y Cristo e Hijo por la concurrencia inefable y misteriosa en la unidad... Porque no nació primeramente un hombre vulgar, de la santa Virgen, y luego descendió sobre El el Verbo; sino que, unido desde el seno materno, se dice que se sometió a nacimiento carnal, como quien hace suyo el nacimiento de la propia carne... De esta manera [los Santos Padres] no tuvieron inconveniente en llamar madre de Dios a la santa Virgen” (De la Carta de san Cirilo a Nestorio, DZ 111).

Es significativo que el título de Madre de Dios se desprenda de los debates sobre la identidad del Hijo, y en concreto de la defensa de su humanidad contra quienes no estaban dispuestos a admitir el misterio de "Dios hecho carne".

La vida de María, desde la anunciación-encarnación, permanece asociada a Jesús y a su misión; su ser Madre está en función del envío o venida del Hijo para la salvación de los "hijos". Por ello, tal vez las imágenes más acertadas de María son aquellas que la presentan ofreciendo al niño y como diciendo: aquí tenéis la razón de toda mi vida, aquí tenéis lo mejor que os puedo dar, un don que me supera incluso a mí misma… aquí tenéis al Salvador, el remedio de todos vuestros males.

María vivió su maternidad como una experiencia no sólo humana, sino también divina. No vivió su gravidez sólo como plenitud de realización en la maternidad humana, sino también como experiencia de plenitud de Dios (llena de gracia). Desde su maternidad se convierte en esclava humilde al servicio del reino de Dios encarnado en su Hijo.

¿Qué significado podemos darle nosotros hoy a la figura de María como madre? Podemos seguir viéndola como la vieron los santos Padres: como portadora de un mensaje de salvación, mejor aún, como la que nos trae al mismo Salvador. Es María de la Na(ti)vidad, porque en ella y por ella nace Dios-con-nosotros.
 
Celebrar  María es imitarla.

A las puertas del nuevo año que iniciamos María, madre de Dios y madre nuestra,  puede servirnos de camino hacia Cristo; en este nuestro caminar por la historia cada año celebramos las virtudes y los misterios que vivió María (Inmaculada, Anunciación, Visitación, Purificación, Dolorosa, Asunción...) con el objetivo de unirnos a ella  y  vivir como ella los misterios de Cristo.

¿Cómo podemos imitar a María en nuestra vida?:
 
-Estando atentos a la Palabra de Dios: el nuevo año puede ser realmente nuevo si nos dejamos penetrar por la novedad del Evangelio, que no es otra que el Espíritu y la vida de Jesús de Nazaret. El que escucha la Palabra y la cumple cimenta su vida sobre la roca (Cristo). Ahí se asentó María, por eso se mantuvo en pie junto a la cruz (Jn 19,25). 

-¿Queremos un año de dicha, de felicidad, de bienaventuranza? Pidamos al señor que nos aumente la fe. “Dichosa tú porque has creído” (Lc 1,45); la felicidad no es posible sin la fe. La contemplación de los misterios de Dios, de las maravillas que hizo en María y sigue haciendo en la Iglesia, alimenta nuestra fe y esperanza. ¿No es un buen propósito dedicar cada día del nuevo año , o al menos cada semana, un tiempo concreto a la contemplación de Dios? Tenemos tanto que hacer que no podemos menos que iniciar el día con una oración que sosiegue nuestro espíritu, nos conecte con la realidad, nos lance a la acción y unifique en Dios todo lo que hacemos.


-Y no podemos olvidar con María el ponernos de parto, aunque sea doloroso. Todos estamos llamados en este año a “dar a luz a Jesús”; ¿cómo? Llenándonos de la gracia de Dios, como María, siendo en medio de la noche signos de esperanza para los que viven en la tiniebla del dolor, de la opresión, víctimas de la mentira; viviendo las obras de misericordia (dar de comer al hambriento, dar de beber al sediento, acoger al peregrino, vestir al desnudo, enseñar al que no sabe, etc.) como las vivió María, que supo mucho del Dios que “derriba del trono a los poderosos y enaltece a los humildes” (Lc 1,52). María es madre; la Iglesia (nosotros) también es madre. Como iglesia cada cristiano está obligado a entregarse con cariño maternal a los más débiles.
* * *
El día 1 de Enero la Iglesia se pone con María en oración pidiendo también por la paz; la pide a Dios Padre, que nos envía al Príncipe de la paz, Jesucristo; y nos pide la paz también a nosotros;  no estamos autorizados a guardarla en nuestro interior la paz que Dios nos da, sino que hemos de ponerla al servicio de los hombres. Porque, con María, somos llamados a ser constructores de paz.
 
Adelante, pues, sé valiente e invoca el nombre del Señor pidiéndole su favor y su bendición, para que nos proteja, nos ilumine, nos de luces para saber conducirnos y nos procure la paz (cf Num 6,23-27). Con santa María, madre de Dios.

Casto Acedo. Enero 2018. paduamerida@gmail.com

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