3º Domingo de Pascua, ciclo A
Hch 2,14.22-33 - 1Pe
1,17-21 - Lc 24,13-35
Aquel Domingo, dos discípulos de Jesús se van al pueblo de Emaús,
totalmente
desanimados por los sucesos dolorosos del Viernes.
Pero
después, se levantan y vuelven a Jerusalén… ¿Qué ha sucedido?
Gracias
al encuentro con Jesús resucitado, ellos son
reconciliados,
como
lo fueron: María Magdalena… Tomás… los discípulos…Pedro.
Esperábamos
que Él fuera el futuro liberador de Israel
Estos dos discípulos huyen de la violencia que hay en Jerusalén,
y
también abandonan la comunidad que
Jesús ha formado.
Temerosos
de morir como Jesús, buscan refugio en otro lugar,
pues
herido mortalmente el pastor, las ovejas se dispersan (Mc 14,27).
Mientras
se alejan, el mismo Jesús se acerca y
camina con ellos,
pero
son incapaces de reconocerlo, lo
confunden con un forastero.
Para
reconciliarlos, Jesús se interesa
por lo que van conversando…
les pregunta… escucha con paciencia la idea que
tienen de Él…
Ellos
reconocen que Jesús es un Profeta
poderoso en obras y palabras,
además,
esperaban que Él libraría a su nación de la esclavitud romana;
pero
las autoridades religiosas y políticas lo condenaron y crucificaron.
Hoy,
ya no son dos… son miles los emigrantes y forasteros,
que
para salvar sus vidas, abandonan la
tierra que los vio nacer,
y
se arriesgan a cruzar: desiertos, mares, muros alambrados…
¿Hasta
cuándo las riquezas naturales de África y de América Latina,
serán
devoradas por los países ricos y sus empresas transnacionales?
Ojalá
los responsables del capitalismo salvaje
oigan esta denuncia:
Ustedes ricos: lloren y griten por las
desgracias que van a sufrir.
Tus riquezas están podridas. Tus ropas
están apolilladas.
Tu oro y tu plata se han oxidado y eso
es una prueba contra ustedes…
El salario que no dieron a los obreros
que trabajaron en tus campos,
clama al cielo y el Señor misericordioso
ha oído ese clamor.
Ustedes llevan una vida de lujo y
placeres, engordando como ganado,
condenan y asesinan a inocentes que no
pueden defenderse
(Stgo 5).
Reconocen
a Jesús al compartir el pan
Después de oírles, Jesús continúa el proceso de reconciliación.
Para
ello, les hace una verdadera
interpretación de las Escrituras:
¡Cómo les cuesta creer lo que han
anunciado los profetas!...
Luego,
les explica todo lo que Moisés y los
profetas dijeron sobre Él.
La
Escritura por sí sola no abre los ojos, pero hace arder el corazón.
Cerca
de la aldea de Emaús, Jesús hace ademán de seguir adelante,
pero
ellos le insisten diciendo: Quédate con nosotros, ya es tarde.
Ambos
acogen a Jesús, -el Forastero- y le invitan a compartir el pan.
Mientras
están sentados alrededor de la misma mesa,
Jesús
toma el pan, pronuncia la bendición, lo parte y se lo da.
En
ese momento, se les abren los ojos y reconocen a Jesús.
Ya
reconciliados, asumen de otra manera las ilusiones y temores
que
han tenido… y actúan -en delante- de una manera diferente:
-ellos
huían de Jerusalén, pero ahora se levantan y vuelven ilusionados;
-han
abandonado el grupo, pero vuelven a compartir la Buena Noticia.
Comer juntos es el deseo de miles de
personas que sufren hambre.
Para
ello, no basta repetir la doctrina cristiana, ni leer documentos…
Hace
falta: -oír la voz de Jesús que hace
arder nuestros corazones,
-acoger a sus hermanos, -compartir con ellos el pan de cada día.
Felices
ustedes, nos dice, porque tengo hambre y me dan de comer…
soy forastero y me acogen en sus casas… (Mt 25,31ss).
Meditemos,
en el texto de Lucas, las comidas de Jesús en las casas.
*En Galilea: -con pecadores en casa de
Leví (Mateo) (5,29)
-en
casa del fariseo Simón, donde una pecadora le lava los pies (7,36),
-en
Betsaida, durante la multiplicación de los panes (9,19).
*Camino a Jerusalén: -en casa de Marta y
María (10,38),
-en
casa de un fariseo fiel cumplidor de tradiciones humanas (11,37),
-un
sábado, en casa de otro fariseo importante (14,1),
-en
casa de Zaqueo, jefe de los cobradores de impuesto (19,1).
*En Jerusalén: -durante la celebración
de la cena Pascual (22,7),
-en
la casa de los discípulos de Emaús (texto de hoy) (24,13),
-en
la casa donde se llevó a cabo la cena Pascual (24,36).
Sobre
la Iglesia doméstica, S. Juan Crisóstomo (349-407) nos dice:
Vuelto a tu casa prepara dos mesas: una de los alimentos,
y la
otra de la Sagrada Escritura para que tus hijos la escuchen.
De esta manera harás
de tu casa una iglesia doméstica.
J. Castillo A.
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