jueves, 16 de julio de 2020

El trigo y la cizaña (19 de Julio)


Una pregunta universal: ¿porqué el mal? Si hay Dios, ¿por qué no destruye lo malo?, ¿por qué permite la destrucción, la enfermedad, el sufrimiento y el dolor? Parece ser que no hallamos una  respuesta adecuada a este problema, y tal vez sea  porque buscamos responder desde nuestra mentalidad cizañera inclinada al castigo y la venganza. 

Me atrevo a hacer una pregunta delicada, impropia de quienes acostumbran a dividir la realidad en estados puros de maldad o bondad: ¿puede el mal, de alguna manera, tener un soporte en la voluntad de bien? Porque, paradójicamente, parte de la explicación de la permanencia del mal en el mundo hay que buscarla en la realidad de un Dios Padre misericordioso que quiere el bien para el hombre y espera su conversión. 

Una pista nos da el libro de la Sabiduría: «Tu poder es el principio de la justicia, y tu soberanía universal te hace perdonar a todos» (Sb 12, 16); Dios juzga con moderación e indulgencia, y  pide a quienes le escuchen que obren del mismo modo  (Sab 12,18-19).  El mal, la cizaña no es querida por Dios, pero cuando su eliminación supone la negación del hombre, su muerte, Dios prefiere esperar: «Dejadlos crecer juntos (al trigo y la cizaña) hasta la siega» (Mt 13,30).


Dios odia el pecado, pero ama al pecador

La definición de Dios la tenemos en su Encarnación. En Jesús de Nazaret (Dios hecho hombre) el mismo Dios se define a sí mismo como quien odia el mal pero se compadece de los malvados.  En la persona del Hijo muestra Dios su humanidad y ofrece una respuesta de misericordia para el pecador, y sin tener por ello que justificar el mal que éste introduce en el mundo. Jesús no vino a matar a los pecadores sino a invitarlos a conversión. 

La Sagrada Escritura, ya desde el Antiguo Testamento, evidencia esta  "debilidad" de Dios: «Tú, poderoso soberano, juzgas con moderación y nos gobiernas con gran indulgencia... obrando así enseñaste a tu pueblo que el justo debe ser humano, y diste a tus hijos la dulce esperanza de que, en el pecado, das lugar al arrepentimiento» (Sb 12,18-19).

Todos sabemos que existe el mal, que a pesar de la Pascua redentora de Jesús, hay mucha mala hierba en cada uno de nosotros, en la comunidad cristiana y en la sociedad en que vivimos. Y a la hora de desear y pedir que Dios arranque de cuajo la cizaña no somos conscientes de que tal vez debiera arrancarnos a nosotros mismos, porque también nosotros, aunque nos neguemos a reconocerlo, somos parte de la cizaña. Alguien siembra el mal  en nosotros «de noche», en la oscuridad. El enemigo es astuto, y en la oscuridad nos sorprende y encizaña nuestra vida. No nos damos cuenta, pero así es. 

Ante esta realidad tenemos una suerte tremenda: Dios no es vengativo; te ama como un padre ama a su hijo, y te perdona una y otra vez a la espera de que enmiendes tu vida. 

La liturgia de este domingo te invita a contemplar en tí y para todos la bondad de Dios, su misericordia y benevolencia, su humanidad. Sólo lleno o llena de la presencia de Dios misericordioso, cuando respiras su amor y clemencia, espiras ese mismo amor benevolente, esa tolerancia y paciencia suya hacia los demás. 

Mientras tú tiendes a dividir el mundo en buenos y malos -tú, por supuesto, te cuentas entre los buenos- y te escandalizas fácilmente del pecado ajeno, Dios tiene una visión distinta. Dios es puro amor, y enamorado del hombre tiende a ver en él más lo positivo que lo negativo -¡qué tiene mi niño de feo que no se lo veo!-,  y espera con paciencia que cambies de rumbo.

Esperar mientras llega la siega.

Situarte entre los necesitados de la clemencia de Dios te ayudará a ser comprensivo y tolerante. Estás llamado a ser como como Dios es, es decir, un padre que espera paciente el regreso del hijo pródigo, que busca la oveja que se ha descarriado, que perdona a Pedro su pecado,... ¿Cómo hubieras obrado tú en semejantes situaciones? Seguramente habrías jugado a juez y te habrías tomado la justicia por tu mano aplicando la ley del talión.

No seas impaciente. Dios permite la coexistencia -a veces escandalosa- del trigo y la cizaña. Jesús da tiempo a las personas para que maduren hasta que llegue la “hora”, ¿quién eres tú para precipitarte con intransigencia en tus juicios y acciones, descalificando y no perdonando?  Deja que sea el Señor quien juzgue; tú limítate a ponerte humildemente ante Él sabiendo que, aunque no te lo creas, tú también tienes tu parte de cizaña y como tal también encizañas el mundo.

Como ser humano, reconoce tus pecados; como seguidor o seguidora  de Jesús  reparte humanidad y compasión como  hizo Él. Siéntete parte de una Iglesia de santos y pecadores. La Iglesia de Jesús no es un grupo de élite, de gente escogida, no es una secta donde sólo cabe la perfección y toda mácula es rechazada; la Iglesia es un grupo donde el trigo y la cizaña, el bien y el mal, conviven a la espera del final de los tiempos, cuando el Señor, el único que tiene derecho a juzgar, separará el grano de la escoria.



* * *
La respuesta a la pregunta de por qué Dios no arranca de cuajo el mal esta en su ser paciente y misericordioso;  quiere dar tiempo a la conversión y al perdón. No quiere la muerte del pecador sino que se convierta y viva. Dios tiene paciencia.

 “Tú, Señor, eres bueno y clemente, rico en misericordia... lento a la cólera, rico en piedad y leal” (Sal 85, 5). Exactamente lo contrario a nosotros, siempre prestos a la cólera y al juicio de condenación. Dios te llama a cambiar tu forma de evangelizarte y de evangelizar a otros; llénate del ser de Dios, de sus modos y maneras, y cambia de actitud.

Si quieres dar a los que te rodean una respuesta a su pregunta sobre el sufrimiento del mundo, ámalos como Cristo (Dios humano) te ama a ti. El dolor seguirá estando ahí como efecto inevitable del pecado, pero será un mal trenzado de esperanzas mientras llega el momento de la siega.

Casto AcedoJulio  2020 paduamerida@gmail.com

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