jueves, 2 de julio de 2020

Los sencillos y los "complicados" (Domingo 5 de Julio)


“Te doy gracias, padre, Señor de cielo y tierra, porque has escondido estas cosas a os sabios y entendidos y se las has revelado a la gente sencilla” (Mt 25).  Es el grito exultante de quien ha experimentado el amor del Padre en las cosas sencillas y simples de la vida y constata que los que se complican la vida con juegos de palabras, experimentos, maquinaciones y teorías rebuscadas, no llegan a captar la sabiduría y belleza de Dios. 

El mensaje divino sólo está manifiesto a la gente humilde, a los “simples”, diría san Francisco, a los que tienen la mente y el corazón abiertos a la sorpresa de Dios. Los sabios y entendidos, engañados por la soberbia de la mente, han cerrado la puerta de acceso al conocimiento del Reino. 

Gente sencilla, gente complicada

La gente sencilla vive en la sinceridad, sin doble cara, unificados en su interior, alegres. En ellos no hay engaño.
Muy distintos son los complicados, aquellos que se han construido un mundo mental y moral a su medida; éstos confunden su ser con su apariencia, su vida con sus ideas y principios, su yo ideal (ego) con su realidad (yo). Brilla en estos más el personaje que la persona, y cultivan más el maquillaje que la piel; y aunque adornen su cara con una sonrisa forzada, no son más felices que los sencillos.

Los complicados viven en la oscuridad, han perdido la capacidad de ver lo evidente, son ciegos para ver realidades tan fáciles de intuir como:
-que Dios está ahí, a tu lado,
-que el hermano es algo más que un número,
-que la ambición destruye a la persona y a la sociedad,
-que al mundo no le sobran personas sino que falta voluntad de convivir y compartir,
-que las fronteras son un invento del maligno,
-que la justicia es mucho más que la ley,
-que el amor y el perdón tiene más futuro que el odio...



Nuestro mundo abunda en gente complicada tanto como escasea de gente sencilla. Mientras éstos gustan de observar y dejar que la realidad que tienen delante  sea ella misma, los "sabios y entendidos de este mundo" viven estresados forzando los hecho a fin de adaptarlos a su particular visión. Es ésta una tarea titánica y por eso no disfrutan, sino que viven en un eterno "me aburro", expresión típica de quien ni sabe ni es capaz de vivir consigo mismo, y se obsesiona con la búsqueda constante de novedades que distraigan su mente y llenen su vacío existencial.

Los sencillos encuentran a Dios.

Captar la onda de Dios exige dejar a un lado los intereses mundanos: vaciar la mente de saberes, quitar de la memoria triunfos y fracasos y liberarse de los propios deseos buscando sólo la voluntad divina. Para oír la llamada de Dios es preciso dar de lado a los ruidos que ensordecen el alma; entonces se podrá escuchar con nitidez la voz que habla en sus espacios de silencio: “Venid a mí los que estáis cansados y agobiados, que yo os aliviaré” (Mt 11,28).

¿Quién no se ha sentido alguna vez en la vida cansado, agobiado, desesperado, desanimado, hundido, ahogado? En algún momento de la vida, todos hemos sentido el peso de la cruz,y hemos gritado con el poeta: 

¡Señor, me cansa la vida,
tengo la garganta rota
de gritar sobre los mares.

La voz de la mar me asorda
y el universo me ahoga.
Señor, me dejaste solo,
sólo con el mar a solas.

O tú y yo jugando estamos
al escondite, Señor,
o la voz con que te llamo 
es tu voz.

  Por todas partes te busco
sin encontrarte jamás.
Y en todas partes te encuentro
sólo por irte a buscar.(1)

Cuando los ruidos asordan al alma, cuando la vida agobia, y en un resquicio de silencio surge la pregunta angustiosa: ¿dónde estás, Señor?, ya tienes la respuesta: “En todas partes te encuentro / sólo por irte a buscar”. Encuentras a Dios en la fe, buscándole siempre, no perdiendo tu oración en la tempestad.  Aunque parezca dormido, Él sigue estando contigo (cf Mt 8,23-27) y te llama: “¡Ven a mi! ...  Yo te aliviaré” (cf Mt 11,28). 

Con Santa Teresa de Ávila, puedes decir: “Sólo Dios basta”; todo lo demás es importante, pero sólo Él es esencial. En Él está mi despreocupada preocupación; si me ocupo sólo de las cosas de Dios, si en lo humano busco primero el Reino de Dios y su justicia, todo lo demás se me dará por añadidura (cf Mt 6,33) y encontraré el descanso de la carne y el espíritu.

El poder de la presencia de Dios

Para hallar a Dios es suficiente dejarle ser; dejar que Dios sea Dios. Somos tan complicados que queremos que Dios no sea Él sino nuestra idea de Él, nuestro Dios imaginado, un Dios que tendría que hacer encajes de bolillos para poder concertar nuestras propias contradicciones y pecados. 

¡Deja que Dios sea Dios! No te compliques fabricando un Dios que apuntale tu personalidad ficticia, que bendiga el imposible de una vida de nadar y guardar la ropa. ¡Mírate en el espejo y date cuenta de quien eres y quién es Él! Si te asusta verte reflejado en el espejo no temas, quítate el maquillaje, arroja al cubo de la basura tus abalorios y acude  a Él, que te aliviará. ¿Me harás caso?

En un libro de éxito mundial escrito por uno de los más influyentes maestros de la "nueva era", El poder del ahora (2)
 el autor parece haber hallado la clave de la felicidad en una propuesta mezcla de psicología de autoayuda y espiritualidad. El eje del método para ser feliz, viene a decir, es algo tan sencillo como situarse en el presente, prestar atención al momento.

El  evangelio que el citado libro desarrolla, con detenidas puntualizaciones que aquí no podemos explicitar, es muy simple: no existe el pasado, no existe el futuro, sólo existe el presente; por tanto, vive cada momento con serenidad porque el pasado ya fue y el futuro aún no es. Ya san Agustín apuntó algo parecido en sus Confesiones (L XI, caps 14-18). 

El arraigo de este tipo de filosofías puede deberse también a la indefinición religiosa de un tiempo que propugna una espiritualidad sin dios ni religión, teñida de individualismo y narcisismo, y que no soporta fácilmente la idea de un Dios encarnado y exigente, que desenmascara   la egolatría de quien sólo cree y se da culto a sí mismos, y tampoco la idea de una Iglesia (comunidad) que garantice una tradición espiritual sólida.

Aunque el autor del libro citado  remite a unos escogidos versículos del Nuevo Testamento, e incluso habla del camino de la cruz, da la sensación de que lo hace sólo como apoyo para justificar como máximo objetivo de la vida el disfrute individual  de un bienestar interior. ¿No estamos ante una espiritualidad de evasión? 

Jesús, lo dábamos a entender la semana pasada, no vino a quitar la cruz, sino a enseñar y ayudar a llevarla con amor.  La carga y el yugo de la vida se aligeran cuando se acoge la realidad de cada día afrontándola con fe, esperanza y amor. La cruz no es un estorbo para vivir; es más bien parte esencial de la existencia, porque no hay vida sin libertad de elección, y esto es ya de por sí una cruz; no hay vida sin compromiso conmigo mismo, con  el Otro y con los otros. No hay vida sin una realidad que se nos da imperfecta y que tengo la tarea de conducir a Dios. No hay evangelio sin cruz, y si al evangelio de la cruz y la resurrección le quitamos una de sus partes  lo mutilamos y desvirtuamos.


La necesidad de un camino espiritual ha llevado a muchas personas de nuestra generación buscar la paz y la felicidad en filosofías místicas orientales, consideradas como caminos ideales para alcanzar la plenitud confiando en las propias capacidades y poderes.

Pero ¿se basta a sí mismo el hombre? El poder del ahora, la potencia para hallar la paz y el bienestar espiritual lo puedes encontrar en ti, pero no es fábrica tuya sino don de Dios. Esa fuerza vive y existe en ti, pero  sólo despliega su virtualidad cuando sueltas el lastre de la soberbia y el egoísmo que la debilita. 

Poco a poco descubres que la fuerza está en Jesucristo; no eres tú quien tiene el poder, es Él quien te concede esa fuerza; la sanación  no te viene del poder del presente sino de la Presencia, de Dios que está aquí y ahora contigo, en ti. Si le reconoces en la fe y le dejas entrar en tu vida, te colma de sus dones, sana tus heridas, llena tus vacíos haciendo realidad en ti su palabra: “Venid a mí todos los que estáis cansados y agobiados y yo os aliviaré” (Mt 11, 28).

Que sepas que esa fuerza que es Dios, presente en todo, la llevas en tu interior. Habitando en ti (presencia, inhabitación) el Espíritu de Jesús te da el poder para complicarte la vida por el Reino, sin agobios. Sabes entonces que la batalla espiritual no la vives en soledad, porque Dios te acompaña (cf 1 Sam 17,45). Si abres tu conciencia a la verdad del Evangelio de Jesús, tu poder y tu ahora será Jesucristo; con Él gozas del presente sin estar lastrado por los errores del pasado y los temores al futuro. Y el gozo de Jesús no te enclaustrará en un presente pasivo y narcisista, sino que te empujará con Él a la acción por un futuro mejor.

Piensa un poco en tus preocupaciones concretas, en lo que ahora mismo hace pesado y lento el dinamismo de tu existencia, y luego, teniendo ante ti  todas esas cosas que parecen ahogarte, mira a Jesús y escucha lo que te dice: “Ven a mí si estás cansado y agobiado… Yo te aliviaré… y encontrarás tu descanso”. ¿A qué esperas para dejarle entrar en tu vida? No te quitará tu cruz, pero desde entonces será más leve, porque "su yugo es llevadero y su carga ligera”. (Mt 11,30).

Notas: 
(1): Antonio Machado.
(2) Eckhart Tolle, El poder del ahora:

Casto Acedo Gómez. Julio 2020. 
paduamerida@gmail.com

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Tu comentario puede ayudar a mejorar este blog