18º Domingo, Tiempo Ordinario, ciclo A
Is 55,1-3 - Rom
8,35-39 - Mt 14,13-21
Al jefe de los fariseos que le había
invitado a comer, Jesús le dice:
invita
a los pobres, a los mancos, a los cojos y ciegos (Lc 14,12ss).
Lamentablemente,
hay ricos que ofrecen soberbios banquetes, pero
son
incapaces de ver el hambre de los pobres Lázaros (Lc 16,19ss).
Muy
diferente la práctica de Jesús… Sus comidas dan vida, porque
acoge
a pecadores y despreciados, y come con ellos (Lc 15,1s).
La
muerte del profeta Juan
Juan Bautista es asesinado el día del
cumpleaños del rey Herodes,
durante
un banquete con autoridades y personas importantes. Motivo:
Herodes
ha tomado como mujer a Herodías, esposa de su hermano
Filipo.
Juan le dice: No puedes tenerla como
esposa. En ese banquete,
la
hija de Herodías bailó de tal manera que Herodes prometió darle
lo
que pide. Ella -utilizada por su madre-
pide la cabeza de Juan,
la
traen en un plato, la entregan a la joven y ella a su madre (Mt 14).
Jesús
que recorre pueblos y ciudades para dar vida, está advertido,
los
profetas de Dios son perseguidos por los poderosos de siempre.
Pero
Él no retrocede… Se va en una barca a un
lugar apartado.
Como
en otras ocasiones, el Profeta de Nazaret se retira para orar.
Al
respecto, meditemos en las siguientes
oraciones de Jesús:
*Padre nuestro… Danos hoy el pan de cada día…
(Mt 6,9ss).
*Te alabo, Padre, Señor del cielo y de la
tierra,
porque has ocultado estas cosas a los
sabios y entendidos,
y las diste a conocer a la gente
sencilla
(Mt 11,25).
*En la última Cena, mientras comen, Jesús toma en sus manos el pan
y, habiendo dado gracias a Dios, lo
parte y se lo da a sus discípulos
diciendo: Tomen y coman, esto es mi
cuerpo
(Mt 26,26s).
*Padre mío, si es posible, líbrame de este
cáliz amargo,
pero que no se haga lo que yo quiero,
sino tu voluntad
(Mt 26,39).
*Cerca de las tres de la tarde, Jesús grita
con fuerza:
Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has
abandonado?
(Mt 27,46).
No
tienen necesidad de irse
Al desembarcar, Jesús ve una multitud de hombres,
mujeres y niños,
se
compadece de todos ellos… y sana a muchos enfermos.
Con
su mirada de compasión y con sus manos que dan vida,
Jesús
nos muestra el camino que los cristianos debemos de seguir:
anunciar con nuestro testimonio que Dios
es amigo de la vida.
¿Habiendo
tantos recursos, por qué hay niños que mueren de hambre?
Al
atardecer, los discípulos se acercan a Jesús y le dicen:
Estamos
en un lugar despoblado y ya es tarde, despide a la gente
para
que vayan a los pueblos vecinos a comprar alimentos.
Hoy,
para reactivar la economía se favorece a empresarios ricos,
quienes
se apropian de nuestras riquezas naturales, y despiden a los
nativos
y campesinos, para que emigren a la ciudad o al extranjero.
El
problema del hambre, ¿se soluciona, explotando a los pobres?
¿Puede
un seguidor de Jesús competir de una manera egoísta para
acaparar
riquezas materiales… en vez de compartir con los demás?
Jesús
bendice los panes y los pescados
Jesús en cambio va a la raíz del
problema: compartir nuestro pan,
y
nos dice: No tienen necesidad de irse, denles ustedes de comer.
Cinco
panes y dos peces no van a solucionar el hambre de los pobres,
pero
es el inicio para desencadenar una auténtica generosidad,
donde
los que tienen algo para comer colaboran y comparten,
y
los que no tienen, son acogidos en una comunidad fraterna.
A
diferencia de Herodes que invita a un grupo de gente poderosa,
Jesús
acoge a las personas excluidas por la sociedad y la religión:
Alza
la mirada al cielo… Da gracias… Parte los panes…
Se
los da a sus discípulos… Y ellos los reparten entre la gente.
Estos
gestos tienen relación con la celebración de la Eucaristía,
donde
los seguidores de Jesús nos alimentamos espiritualmente,
sacamos
fuerzas para amarle y amar a sus hermanos (Mt 25),
y
para superar las persecuciones entregando nuestra propia vida.
Ante
el grave problema del hambre, el Concilio Vaticano II dice:
Alimenta al que tiene hambre, porque si
no lo alimentas, lo matas.
Comparte tus bienes, ayuda en primer
lugar a los pobres,
para que puedan ayudarse y desarrollarse
por sí mismos
(GS, n.69).
¿Qué
sentido tiene ofrecer a Dios el pan y el
vino, frutos de la tierra
y del trabajo de las personas, cuando
no compartimos?
J. Castillo A.
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