miércoles, 29 de julio de 2020

En recuerdo de Manolo Calvino



Hay días, meses o años que desearíamos olvidar cuanto antes por los acontecimientos luctuosos que vivimos en ellos. Sin embargo, ahí están; como este 2020, año de la pandemia del covid-19 y sus consecuencias humanas, económicas y espirituales. Si a este hecho le añadimos acontecimientos tales como la enfermedad y la partida de personas  a las que uno se siente entrañablemente unidas, el panorama pasa de gris oscuro tirando a negro. 

Ayer, tras algo más de un mes hospitalizado, luchando en la UCI por sacar adelante su vocación de vida, y mientras multitud de hermanos le acompañábamos en su sufrimiento y en la oración común al Padre Eterno, Manolo Calvino nos dejó. Su partida nos sume primeramente en un silencio desconcertante. Cuando nuestras oraciones no son escuchadas según nuestros criterios, nos parece que todo se ha derrumbado. Sin embargo, en nuestras oraciones siempre estuvo presente la petición más dura de todas, esa que sólo puede ser inspirada por el Espíritu Santo, la petición de Jesús en Getsemaní que cada día repetimos con más o menos consciencia en el Padrenuestro: “Hágase tu voluntad”. 

Ahora que nuestros planes y deseos, nuestras plegarias a Dios, no se han visto refrendados según nuestros gustos, nos toca reflexionar y meditar sobre la esencia de nuestra fe: la Pascua. La Cruz es su signo. Cristo “habiendo ofrecido en los días de su vida mortal ruegos y súplicas con poderoso clamor y lágrimas al que podía salvarle de la muerte, fue escuchado por su actitud reverente, y aun siendo Hijo, con lo que padeció experimentó la obediencia; y llegado a la perfección, se convirtió en causa de salvación eterna para todos los que le obedecen, proclamado por Dios Sumo Sacerdote a semejanza de Melquisedec” (Hb 5,7-10). La Cruz como símbolo de vida y fecundidad. Es sorprendente que el texto diga que “fue escuchado”. ¿Acaso no murió? Sí, murió, pero con su muerte “llegó a la perfección y se convirtió en causa de salvación”, y por este camino mereció ser proclamado “Sumo Sacerdote”. 

Nos quedamos con este texto, notablemente paradójico, que expone el maravilloso misterio que como cristianos y sacerdotes nos atrae y fascina. Manolo ha seguido los pasos de Jesús. En realidad su muerte es el colofón de una entrega diaria en el anonimato de unas relaciones fraternas y cercanas. Manolo ha sido una persona humilde, sencilla, familiar, entrañable, servicial. Entre los compañeros sacerdotes de su curso siempre fue signo de prudencia, discreción y acogida. Su casa, su corazón, siempre abiertos; la mesa bien dispuesta, “caliente el pan y envejecido el vino”. Nunca olvidaremos su disponibilidad y hospitalidad, su modo de servirnos la mesa con un cariño maternal que echaremos de menos. Con sus amigos, y me consta que también con todos aquellos a los que fue enviado en su ministerio, ejerció su sacerdocio con la misma finura exquisita, con la dignidad, humildad y servicialidad con que vivió su vocación. 

Ha sido para nosotros, casi sin que lo percibiéramos, el toque de equilibrio en momentos de tormenta, el moderador de conflictos, la palabra pacificadora y la referencia obligada para discernirnos como pastores. Porque Manolo ha sido un  “pastor bueno”, que se ha distinguido no por sus títulos y dignidades, sino por caminar delante de sus ovejas, con el cayado de la cruz en la mano, conduciendo al rebaño a las verdes praderas del Reino. Un pastor que se pateó las calles de sus parroquias y conoció a sus ovejas por su nombre. Y como fiel oveja del rebaño ha sido llamado al Cielo por el Buen Pastor al que amó e imitó. Lo imagino ahora ante Él, sonriéndole, y pidiendo bendiciones para cada uno de nosotros. 

Manolo, no te has ido. Has cumplido tu peregrinación. Y, en virtud de la comunión de los santos, sigues entre nosotros. Con todo nuestro amor, damos gracias al Padre por todo lo que nos ha dado en tu persona, porque, con Cristo, has sido “causa de salvación eterna” para muchos. También para nosotros. Gracias.

Casto Acedo. paduamerida@gmail.com Julio 2029

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