jueves, 23 de julio de 2020

La verdadera sabiduría (26 de Julio)

Torres Nilo - Esa noche, el Señor se le apareció a Salomón... | فيسبوك

Todos conocemos de qué va el cuento de La lámpara de Aladino; el protagonista encuentra una lámpara abandonada y al frotarla surge de ella un genio que le invita a pedir unos deseos que se harán realidad. Pues bien, algo así es lo que le ocurre al rey Salomón; lo dice la primera lectura de este domingo: “Dios se apareció en sueños a Salomón y le dijo: pídeme lo que quieras” (1 Re 3,5). Con lógica popular Aladino responde a la oferta del genio escogiendo ser rico y poderoso, peticiones que haríamos también nosotros con casi total seguridad. 

Riqueza, poder y salud (si se carece ella), son las joyas consideradas por nuestra cultura como panacea de la felicidad. Cada uno en sus deseos deja entrever sus intimidades; puestos a escoger lo que nos agradaría tener, un psicólogo perspicaz anotaría en su haber cómo cada cual proyecta en su elección sus logros o frustraciones, su inteligencia o su ignorancia.

Un corazón que sepa escuchar

Pero ¿qué pidió el joven Salomón, hijo de David y rey de Israel? Sorprendentemente no pide a Dios ni larga vida (salud) ni riquezas, ni un gran imperio, sino “un corazón dócil para gobernar a tu pueblo, para discernir el mal del bien” (1 Re 3,9); un corazón capaz de escuchar; en una palabra: Salomón antepuso la escucha y la prudencia como sabiduría a cualquier otra cosa.

Con razón ha pasado Salomón a la historia como rey sabio; tuvo la suerte de descubrir ya en su juventud el secreto de los verdaderos valores y la consiguiente felicidad, que no está fuera del hombre sino dentro, en el corazón. Un corazón que escucha es un corazón atento, abierto a la mirada de Dios sobre la historia. Pidió Salomón luces para leer correctamente su vida a los ojos de Dios y para guiar a su pueblo en la voluntad del Señor. Como si un padre de hoy pidiera a Dios sabiduría para educar en la fe y en la correcta vida moral a sus hijos antes que riquezas con las que darles ya solucionados todos sus problemas.


A la atención puesta en Dios le sigue la cualidad de discernir el bien del mal, y eso forma parte también de la petición que Salomón hace a Dios. La serpiente en la paraíso tienta a Adán y Eva precisamente prometiéndoles que si comen del fruto del árbol del que Dios les prohibió comer serán "como dioses: conocedores del bien y del mal" (Gn 3,5).

El conocimiento de lo justo y bueno, la sabiduría para guiarse en la vida escogiendo lo mejor no es algo que esté en la naturaleza del hombre como propone la serpiente, sino que es un don de Dios, como supo ver Salomón.  Muchos gobernantes a lo largo de la historia, lejos de pedir a Dios sabiduría para el buen gobierno, se han erigido ellos mismos en dioses -¡el bien y el mal lo establezco yo!- y todos sabemos el resultado: imperialismo, dictadura, violencia, genocidios, explotación del pobre, terrorismo, intolerancia,... Cuando la vida moral no se ancla en Dios la barca de la humanidad zozobra y se tambalea de modo alarmante y escandaloso.


El tesoro y la perla

La misma elección de Salomón se da en las breves parábolas del tesoro escondido en el campo y del comerciante en perlas finas (cf Mt 13,44-46); con estos ejemplos Jesús muestra que el secreto de la felicidad (el misterio del Reino) es gracia de Dios, algo que Dios propone y de lo que el hombre puede disponer libremente.

Alcanzar la satisfactoria vida del Reino es un regalo que hay que elegir; y en esa elección entran en juego unas renuncias; para adquirir el tesoro de la sabiduría del Reino el hombre ha de vender todo lo que tiene, y para comprar la perla de gran valor ha de desprenderse de las de menos valor. Para vivir una vida centrada en el Espíritu, una vida unida a Dios en profundidad, se ha de renunciar a todo le dispersa y distrae.

Para un cristiano, el tesoro y la perla son el mismo Jesús, escándalo para los judíos y necedad para los griegos, pero para los que hemos creído, sabiduría de Dios escondida desde antes de los siglos y revelada ahora para nuestra salvación (cf 1 Cor 1,23-24.2,7). El discernimiento correcto del bien y del mal, la unificación personal, la sabiduría que pidió Salomón en su oración, la adquirimos nosotros por medio de la contemplación y la fe; así aprendemos a leer nuestra historia a la luz de la predicación y el testimonio del Nazareno.

Encontrar la perla y el tesoro es encontrarse con Jesucristo, entusiasmarse con su proyecto de vida, lo cual viene a ser también conocerse uno mismo habitado por el Espíritu. Claro que su seguimiento –lo hemos dicho- supone renuncias, supone convertirnos de la vida dispersa en los ruidos del mundo y adentrándonos en la paz del silencio silencio que todo lo unifica y abraza. La consigna evangélica dice: “vende todo lo que tienes y luego ven y sígueme” (Mt 19,21); y eso hicieron los primeros discípulos: “nosotros lo hemos dejado todo y te hemos seguido” (Mt 19,17). Aunque aparentemente esto puede ser visto como "perder la vida", es todo lo contrario, es encontrarla. Y merece la pena.

Hay un texto lleno de sabiduría y que corre por ahí, de boca en boca, de whatsap en whatsap, y que puede ayudar a entender la importancia de vivir en la verdadera sabiduría dando una respuesta adecuada a las ofertas que nos hace la vida: “Con el dinero se puede comprar la cama, pero no el sueño; la comida, pero no la buena digestión; el lujo, pero no la belleza; la convivencia, pero no el amor; la diversión, pero no la felicidad; el crucifijo, pero no la fe; un lugar en el cementerio, pero no el cielo”. Para un buen cristiano el sueño, la buena digestión, la belleza, el amor, la felicidad, la fe y el cielo son el mismo Jesucristo.



* * *
Hoy Dios te dice: ¡pídeme lo que quieras! Puedes pedirle muchas cosas: prosperidad económica, la salud para ti y para los tuyos, que se solucione el problema matrimonial o familiar que sufres, ...;  todo es muy lícito; Dios te escucha en lo que le pides, a veces incluso en cosas que no te convienen. Para que no ocurra eso Dios mismo pone el remedio; lo decía la epístola del domingo pasado: “El Espíritu viene en ayuda de nuestra debilidad porque nosotros no sabemos pedir lo que nos conviene” (Rm 8,26).

El Espíritu hoy te está invitando a desear ante todo la verdadera sabiduría: el conocimiento interno de Jesucristo; conociéndole a él, teniéndole dentro, habrás hallado la vida, porque con él lo tienes todo. San Juan de la Cruz escribe lo que Dios dice a quienes buscan la verdad: “te tengo ya habladas todas las cosas en mi Palabra, que es mi Hijo, y no tengo otra. Pon los ojos sólo en él , porque en él te lo tengo todo dicho y revelado, y hallarás en él más de lo que pides y deseas” (Subida al monte Carmelo, L. 2, cap 22,5). Ojalá puedas decir con el salmista: “Mi porción es el Señor;  he resuelto guardar tus palabras. Más estimo yo los preceptos de tu boca  que miles de monedas en oro y plata”. (Salmo 118,57.72).

Casto Acedo . Julio 2020. paduamerida@gmail.com

2 comentarios:

  1. La felicidad no está en la renuncia sino en saber que lo material no es la felicidad. Es más fácil estar cerca del amor que da la felicidad si no tienes grandes riquezas que te aferren a ellas, pero no es la renuncia la que te otorga está felicidad. Es la sabiduría de saber dónde se encuentra ese amor, el poder disfrutar sin necesidad de tener nada, lo que te dará una plenitud gozosa.

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    1. En términos de san Juan de la Cruz: el "apego" a los bienes, ya sean materiales o espirituales, es lo que impide volar al pajarillo. Entendamos por renunciar ("vender" en las parábolas del tesoro y la perla) el desapego de todo para vivir en libertad.
      Gracias. Es buena la aclaración para quienes se limitan a entender la renuncia como un simple ejercicio de ascesis. La felicidad no es fruto de la renuncia sino que la renuncia (vender todo, desapegarse) es consecuencia de la felicidad ("Lleno de alegría lo vende todo para comprar la perla). Feliz domingo.

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