miércoles, 11 de febrero de 2015

Acoger a los leprosos

VI Domingo, Tiempo Ordinario, ciclo B
Lev 13,1-2. 44-46  -  1Cor 10,31-11,1  -  Mc 1,40-45

   
Para los ‘buenos’ y para los que tienen poder político y económico, sería mejor limpiar nuestras calles -del campo y de la ciudad- de los vagabundos, drogadictos, prostitutas… considerados como ‘leprosos’. En esa perspectiva, los que están abajo, afuera y sin poder - además de ser explotados- son excluidos, sobrantes, desechables (DA, 65).
Sin embargo, esas ‘personas de bien’ ¿son capaces de ir a las causas de tanto sufrimiento y exclusión, y denunciar a los responsables? Jesús que acoge y come con personas marginadas y despreciadas, nos muestra un camino diferente: Ámense como yo les he amado.

Si quieres, puedes limpiarme
   Un leproso era considerado ‘impuro’ y castigado por Dios, pues
se creía que la lepra era consecuencia de graves pecados cometidos.
Para evitar cualquier contagio, lo mejor era estar lejos del leproso,
quien debía vivir aislado, harapiento y gritando: ¡Impuro, impuro!
Despreciado como si fuera basura, sobrante, desechable, excluido…
el leproso podía decir: Solo en la vida llevando un esqueleto podrido.
¿Qué trato damos hoy a los mendigos y forasteros… a los enfermos
de tuberculosis, cáncer o sida… a los niños, jóvenes y adultos
sometidos a la prostitución… a los drogadictos y homosexuales…?
   Así como una madre extranjera y pagana, con una fe sencilla,
se acerca a Jesús y de rodillas le suplica sanar a su hija (Mc 7,24ss)…
también un leproso rompe esas normas de exclusión social y religiosa,
se acerca a Jesús, se arrodilla y le dice: Si quieres, puedes limpiarme.
   El leproso no pide ser sanado… sino quedar limpio, ser purificado.
Busca, como todo ser humano, ser liberado de aquella marginación
que, lamentablemente, estaba justificada con argumentos religiosos.
Los leprosos padecían muchos sufrimientos: -el mal que desgarraba
sus cuerpos, -la condenación de vivir excluidos, -el drama de no poder
casarse, ni participar en las peregrinaciones y ceremonias del templo.
¿Cuál será la reacción de Jesús, el carpintero, el hijo de María…?

Jesús se compadece, extiende la mano y le toca
   Jesús realiza tres gestos: se compadece, extiende la mano, le toca;
luego, rompiendo prejuicios y temores, le dice: Quiero, queda limpio.
Con estos gestos y palabras, Jesús realiza una verdadera revolución:
anuncia que Dios es un Padre misericordioso y no un dios castigador.
   Al respecto, el P. José Antonio Pagola hace la siguiente reflexión:
Es especialmente significativa la actuación de Jesús con los leprosos,
excluidos de la comunidad por su condición de impuros. Los leprosos
no le piden a Jesús que les sane, sino que les limpie y tenga con ellos
esa compasión que no encuentran en la sociedad. Jesús reacciona
con un gesto: extiende la mano, los toca. Aquellos hombres y mujeres
son miembros del pueblo de Dios, tal como lo entiende Jesús.
Al tocarlos, Jesús los libera de la exclusión. Su gesto es intencionado.
No está pensando solo en la curación del enfermo, está haciendo
una llamada a toda la sociedad. Está llegando el Reino de Dios.
Hay que construir la vida de otra manera: los impuros pueden ser
tocados, los excluidos han de ser acogidos. Los enfermos no han
de ser mirados con miedo, sino con compasión, como los mira Dios.
(Cf. “Jesús, aproximación histórica”: La fuerza curadora de Jesús).
  
Jesús se queda en lugares despoblados
   Jesús había despedido al leproso diciéndole: No se lo digas a nadie.
Pero éste, apenas se fue, comienza a proclamar y divulgar el hecho,
de modo que Jesús ya no podía entrar abiertamente en ningún pueblo;
se quedaba en lugares despoblados. ¿Qué había sucedido?
Según la ley, interpretada por ‘los especialistas’ en materia religiosa,
quien toca a un leproso -como hace Jesús- queda impuro y excluido.
Este es el costo doloroso que Jesús debe pagar al tocar a un leproso.
   Hoy, ante el escandaloso abismo que hay entre ricos y pobres,
los creyentes y personas de buena voluntad debemos pasar a la orilla
de los que no solo son despreciados sino despojados de sus tierras.  
   Máxima Chaupe, desde Cajamarca, ante los abusos de una poderosa
empresa minera, exclama con lágrimas: No voy a abandonar mi tierra
por ningún motivo, voy a dar mi vida, voy a dar mi sangre para que
quede esto para la historia y para las próximas generaciones (3 feb).
El llanto de Máxima es el llanto de los campesinos maltratados por los
poderosos de siempre… es también el llanto de la madre tierra.
J. Castillo A.  

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