miércoles, 30 de octubre de 2019

Conversión de un rico

31º Domingo, Tiempo Ordinario, ciclo C
Sab 11,22--12,2  -  2Tes 1,11--2,2  -  Lc 19,1-10

   Para San Jerónimo (342-400) las riquezas son injustas porque:
Todo rico o es ladrón, o heredero de ladrones (cf. ML, 22,982).
Teniendo presente estas palabras, ¿un rico puede cambiar su vida?
Mientras aquel joven se va triste porque es muy rico (Mc 10,22),
Zaqueo que también es rico se convierte, cambia su manera de vivir.

Zaqueo busca ver a Jesús
   Zaqueo es jefe de los que cobran impuestos para el imperio invasor.
Utiliza el cargo que tiene para enriquecerse, explotando a los demás.
A ellos Juan Bautista les dice: No cobren más de lo debido (Lc 3,13).
Zaqueo será muy rico, pero es odiado y despreciado como “pecador”,
y algo más, es “de baja estatura” física y moralmente. Consecuencia,
los pobres llevan sobre sus espaldas las explotaciones de Zaqueo.
   Hoy, ante tanta corrupción y violencia, nacional e internacional,
lo que dice Eduardo Galeano (1940-2015) tiene mucha actualidad:
*Es imposible encontrar a un político que tenga el coraje de decir
lo que robará, o que a viva voz confiese lo que ya robó
*Por mucho que los países pobres paguen, no hay manera de calmar
la sed de la gran vasija agujereada que es la deuda externa (eterna).
Cuánto más pagan, más deben…Viven pagando y mueren debiendo
*Sobre las inversiones que hacen las empresas transnacionales, dice:
El dinero de los países ricos viaja hacia los países pobres
atraído por los jornales de un dólar, y por las jornadas sin horarios...
El dinero viaja sin aduanas. En cambio, los trabajadores que emigran
emprenden una odisea que a veces termina en las profundidades
del mar Mediterráneo o del mar Caribe (cf. “Patas arriba”, 1998).
   A pesar de llevar una vida mediocre, Zaqueo quiere ver a Jesús,
pues -como muchos judíos- escuchó hablar de Él, pero no le conoce.
Ahora, se humilla y, como si fuera un niño, sube a un árbol.
Y por primera vez, logra ver a Jesús el Profeta de Nazaret,
que camina a la ciudad de Jerusalén, acompañado de gente pobre.

Hoy ha llegado la salvación a esta casa
   Al llegar a ese lugar, Jesús levanta los ojos y le dice:
Zaqueo baja pronto, porque hoy tengo que alojarme en tu casa.
   Así es Jesús: -Camina por ciudades y pueblos anunciando el Reino.
-Sana a los ciegos, sordos, mudos, paralíticos, leprosos…
-Llama mis hermanos: a los hambrientos, sedientos, desnudos...
-Como Buen Pastor busca a la oveja perdida hasta encontrarla.
-Acoge a publicanos y pecadores, y come con ellos.
-Quita el miedo de un “dios castigador”, y quiere que todos vivamos
como hijos de un Padre compasivo y como hermanos entre nosotros.
   En Jesús, el Servidor fiel del Padre, se cumple la profecía de Isaías:
Sobre Él pondré mi Espíritu y anunciará la justicia a las naciones…
No quebrará la caña débil, ni apagará la vela que todavía humea,
hasta que haga triunfar la justicia (Mt 12,17ss;  Is 42,1ss).
Para seguir a Jesús, pongamos en práctica esa profecía, porque:
Dios sostiene a los que caen y levanta a los que se doblan (Sal 145).
   Ahora bien, gracias al encuentro personal con Jesús,
hay un cambio radical en la vida de Zaqueo, se levanta y exclama:
Mira, Señor, la mitad de mis bienes se la doy a los pobres,
y a quien le he robado, le devolveré cuatro veces más.
   Cuando Jesús acoge a los ricos es para que: -dejen de explotar,
-vean a los pobres con los ojos de Dios, -oigan sus gritos y lamentos,
-los liberen de toda opresión, marginación y exclusión (cf. Ex 3,7ss).
Solo así, la salvación llega también hoy a la casa de los ricos,
pues el Hijo del Hombre vino a buscar y salvar lo que está perdido.
   Si un camello pasa por el ojo de una aguja, ya no es camello,
y si un rico entra en el Reino de los cielos, entonces ya no es rico:
En el Evangelio aprendemos la sublime lección de ser pobres
siguiendo a Jesús pobre, y la de anunciar el Evangelio de la paz
sin bolsa ni alforja, sin poner nuestra confianza en el dinero
ni en el poder de este mundo (DA, 2007, n.30).
   Para convertirnos necesitamos un encuentro personal con Jesús,
como hacen: -Nicodemo y su ansia de vida eterna (Jn 3,1-21).
-La Samaritana y su anhelo de culto verdadero (Jn 4,1-42).
-El joven ciego de nacimiento y su deseo de luz interior (Jn 9).
-Zaqueo que ve a Jesús, le acoge y se convierte (Evangelio de hoy).
Ellos y otros más -gracias al encuentro personal con Jesús- se abren
a la misericordia y compasión de nuestro Padre Dios
J. Castillo A.

miércoles, 23 de octubre de 2019

Van al templo a orar

30º Domingo, Tiempo Ordinario, ciclo C
Eclo 35,12-18  -  2Tim 4,6-8. 16-18  -  Lc 18,9-14

   En la época de Jesús -y también en nuestros días- hay creyentes
que se consideran justos y desprecian a los demás.
   Estos orgullosos no siguen las enseñanzas y obras de Jesús quien:
-Vino a llamar a los pecadores para que se conviertan (Lc 5,32).
-Acoge y come con publicanos y pecadores (Lc 15,1s;  Mt 11,19).
-Pasó haciendo el bien y sanando a los enfermos (Hch 10,38).

Oh Dios, te doy gracias porque no soy como los demás
   Los fariseos (=separados) son profesionales de la religión,
y muy escrupulosos en el cumplo-y-miento de la ley,
según la interpretación que ellos y los escribas han hecho (Mc 7).
   El fariseo que va al templo a orar no pide nada a Dios.
Es un creyente orgulloso que está sentado en el trono de sus virtudes:
no soy ladrón, injusto, adúltero… tampoco soy como ese publicano.
Las obras que hace este “santo varón” son fruto de su propio esfuerzo:
ayuno dos veces por semana y pago el impuesto de todo lo que tengo.
Su soberbia lo lleva a despreciar a los demás, olvidando algo esencial:
el amor a Dios es inseparable del amor al prójimo (Lc 10,25ss).
  Ninguno de nosotros quiere identificarse con el fariseo, sin embargo:
*¿Por qué preferimos -muchas veces- tener la razón en todo,
y despreciamos a las personas que no conocen la doctrina cristiana?
*¿De qué sirve cumplir ciertas prácticas religiosas rutinarias,
si descuidamos: la justicia, la misericordia y la fe? (Mt 23,23).
*¿Buscamos la mirada compasiva de Dios, reconociendo que:
somos pecadores, y necesitamos volver al camino de la verdad?
   Pidamos a Jesús que nos libre de: -Creer que somos mejores.
-Considerarnos superiores a los demás. -Estar seguros de sí mismo.
-Creer que ya estamos convertidos. -Quedarnos en las cosas, medios,
instituciones, métodos, reglamentos… y no ir a Dios. (Renovación
de las promesas bautismales, Sábado Santo, tercera fórmula).
   Ciertamente, el que se engrandece a sí mismo, será humillado.

Oh Dios, ten compasión de este pecador
   El publicano, en cambio, es despreciado y considerado pecador.
El oficio que tiene es cobrar impuestos para el imperio romano.
Habiendo obtenido ese cargo con el pago oscuro de una “coima”,
exige a la gente más de lo establecido para recuperar lo que invirtió.
Su readmisión a la vida social es difícil y peor esperar su conversión.
   Sin embargo, un publicano va también al templo a orar.
Este publicano se queda atrás. Ni siquiera levanta los ojos al cielo.
Reconoce que es pecador… se pone en las manos de Dios…
y lleno de confianza suplica: Oh Dios, ten compasión de mí.
   Esta oración: ten compasión de mí, nos recuerda el Salmo 51:
Oh Dios, ten piedad de mí, por tu inmensa compasión borra mi culpa.
Yo reconozco mi culpa y tengo siempre presente mi pecado.
Contra ti, contra ti solo pequé, cometí la maldad ante tus ojos.
Un corazón arrepentido y humillado, oh Dios, tú no lo desprecias.
   Dios escucha con amor de Padre el clamor de sus hijos e hijas,
que son marginados y despreciados por la sociedad y la religión.
*Sigue escuchando la súplica de aquel enfermo alejado de la Iglesia.
Y ahora mientras es conducido a la sala de operaciones,
confía en Dios, en medio de su dolor, tristeza, angustia y problemas.
Viendo la fe de ellos, Jesús dice al paralítico: Levántate (Lc 5,24).
*También escucha la súplica de aquella madre soltera y abandonada,
que le pide fuerza y paciencia para cuidar y educar a sus hijos…
Dirigiéndose a la mujer, Jesús le dice: Tu fe te ha salvado (Lc 7,50).
*Jamás permanece indiferente ante el gesto de aquel padre de familia
que olvidó las oraciones aprendidas de memoria cuando era niño…
Pero ahora, prende una vela ante la imagen de la Virgen Dolorosa,
mira con angustia el rostro sufriente de María y se aleja triste,
porque a su única hija le han detectado un tumor maligno…
Jesús le dice: No temas, basta que creas, y ella se salvará (Lc 8,50).
   Al ver a Mateo, publicano y pecador, Jesús le dice: Sígueme,
de inmediato, Mateo se levanta y le sigue. Luego, estando en casa,
llegan muchos publicanos y pecadores, y se sientan a la mesa.
Al escuchar las críticas de los fariseos, Jesús les dice:
Los sanos no tienen necesidad de médico, sino los enfermos.
Aprendan lo que significa: Misericordia quiero y no sacrificios.
Pues yo no vine a llamar a los justos, sino a los pecadores (Mt 9,9ss).
   Tengamos presente: quien se humilla, será ensalzado.
J. Castillo A.


miércoles, 16 de octubre de 2019

Hambre y sed de justicia

29º Domingo, Tiempo Ordinario, ciclo C
Ex 17,8-13  -  2Tim 3,14-4,2  -  Lc 18,1-8

   Jesús que anuncia: felices los que tienen hambre y sed de justicia,
narra la parábola de la viuda que pide justicia, a un juez corrupto que
no teme a Dios ni respeta a las personas. Al terminar, Jesús pregunta:
cuando venga el Hijo del Hombre, ¿encontrará fe en la tierra?
  
En una ciudad vive un juez
Este juez: -No teme a Dios que hace justicia al huérfano y a la viuda,
ama al forastero, dándole pan y vestido (Deut 10,18;  cf. Sal 68,6).
-Tampoco respeta los derechos de quienes sufren injustamente.
-Si hace justicia a aquella viuda es para que no le siga fastidiando.
   Hoy -en nuestros pueblos y ciudades- hay jueces “cristianos”,
en cuyas oficinas están: la imagen de Jesús crucificado y la Biblia.
Sin embargo, siguen crucificando a Jesús nuestro Señor, no una vez,
sino miles de veces, en las personas pobres que claman justicia.
Además es pura hipocresía jurar por Dios y por los Santos Evangelios,
cuando  el “dios-dinero” del poderoso ya inclinó la balanza a su favor.
   Para librarnos de tanta corrupción, practiquemos la Palabra de Dios:
*No hagas mal uso del Nombre del Señor, tu Dios (Ex 20,7).
*No te hagas cómplice del malvado siendo testigo de una injusticia.
No sigas en el mal a los corruptos. No desconozcas los derechos
del pobre en algún juicio. Apártate de un pleito fraudulento.
No condenes a muerte al justo. No declares inocente al culpable.
No aceptes soborno, porque el soborno vuelve ciegos a los hombres,
y hace que los inocentes pierdan su causa (Ex 23,1ss).
*Lávense, purifíquense. Aparten de mi vista sus malas acciones.
Dejen de hacer el mal, aprendan a hacer el bien.
Esfuércense en hacer lo que es justo. Ayuden al oprimido.
Hagan justicia al huérfano. Protejan los derechos de la viuda (Is 1).
*Dios, ¿no hará justicia a sus elegidos, que claman a Él día y noche,
aunque los haga esperar? Les aseguro que Dios hará justicia
a favor de ellos, y lo hará pronto (texto del Evangelio).

En esa misma ciudad vive una viuda
   El grito de aquella viuda desamparada: hazme justicia,
es el grito de los pobres oprimidos que, actualmente,
exigen justicia, cuando las empresas multinacionales:
-los expulsan de la tierra donde han nacido, viven, trabajan…
-y les pagan un sueldo miserable, en complicidad con las autoridades.
   Dichas empresas al retirarse dejan: desocupación, pueblos sin vida,
agotamiento de algunas reservas naturales, deforestación,
empobrecimiento de la agricultura y ganadería local, cráteres,
ríos contaminados, y pocas obras sociales sin continuidad (LS, n.51).  
  Que los dueños del dinero que va de un continente a otro, oigan esto:
No oprimirás ni maltratarás al extranjero, porque ustedes también
fueron extranjeros en Egipto. No oprimirás a la viuda ni al huérfano.
Si los oprimes, ellos gritarán a mí y yo los escucharé (Ex 22,20ss).
  Hazme justicia es también la oración de los que sufren injustamente:
¿Hasta cuándo, Señor, hasta cuándo triunfarán los malvados?
Ellos destruyen a tu pueblo, oprimen a tus seguidores,
asesinan a las viudas, a los emigrantes y a los huérfanos (Sal 94,3ss).

Cuando venga el Hijo del Hombre, ¿encontrará fe en la tierra?
   Solidarizarnos -con palabras y obras- con los que sufren,
significa: confiar en Dios, orar sin desanimarse, amar al prójimo.
El pobre decía: El Señor me abandonó, mi Dios se olvidó de mí.
Pero, ¿puede una madre olvidar o dejar de amar a su propio hijo?
Pues, aunque ella se olvide, yo -tu Dios- no te olvidaré (Is 49,15).
   Sigamos el ejemplo de Jesús que traicionado por Judas Iscariote…
negado por Pedro… y abandonado por sus discípulos…
no cesa de orar, sobre todo cuando experimenta el “silencio de Dios”:
-Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado? (Mc 15,34).
-Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu (Lc 23,46).
   Sigamos también el ejemplo de nuestros hermanos mayores en la fe,
quienes al ser perseguidos, confían en Dios y oran sin cansarse:
El rey Herodes decide perseguir a algunos miembros de la Iglesia.
Hace degollar a Santiago, el hermano de Juan.
Viendo que esto agrada a los judíos, hace arrestar a Pedro (…).
Después de detenerlo, lo mete en la cárcel (…).
Mientras Pedro es vigilado en la cárcel,
la Iglesia ora insistentemente a Dios por él (Hch 12,1ss).
J. Castillo A.

miércoles, 9 de octubre de 2019

Todos suplican... solo uno agradece

28º Domingo, Tiempo Ordinario, ciclo C
2Re 5,14-17  -  2Tim 2,8-13  -  Lc 17,11-19

   Jesús va a la ciudad de Jerusalén llevando en su corazón:
-el sufrimiento de las personas pobres de la región Galilea… y
-el desprecio y marginación que padecen los habitantes de Samaría.
Por eso, al oír el grito de los diez leprosos, Jesús se detiene y los sana.

Jesús, Maestro, ten compasión de nosotros
   En esa época, los leprosos andaban mal vestidos, vivían aislados,
y gritaban: ¡Impuro, impuro!, para no contagiar (Lev 13,45s).
Eran personas excluidas, despreciadas, prácticamente muertas en vida.
   Sin embargo, diez leprosos viven juntos para sobrevivir,
y también para mantener una remota esperanza de recuperar la salud.
Enterados de la llegada de Jesús, estos leprosos van a su encuentro
y, desde lejos, gritan: Jesús, Maestro, ten compasión de nosotros.
Jesús que vino a salvar a las personas oprimidas oye ese grito,
y les manda presentarse a los sacerdotes. Mientras van, quedan sanos.
   Actualmente, a ese grito de los diez leprosos debemos añadir:
-el grito de los niños y jóvenes que viven desorientados…
-el grito de los campesinos e indígenas privados de sus tierras…
-el grito de los trabajadores explotados con salarios miserables…
-el grito de los enfermos de sida excluidos por su propia familia…
-el grito de los ancianos marginados porque no producen (DP, 31ss).
   Son personas concretas que sufren y demandan: justicia, libertad,
respeto a los derechos fundamentales del hombre y de los pueblos
Es un clamor: claro, creciente, impetuoso y amenazante (DP, 87ss).
   Ante tantos gritos: ¿Podemos vivir encerrados en nuestro egoísmo?
¿Qué nos impide comprometernos para solucionar esos sufrimientos,
al mismo tiempo destruir sus causas, y denunciar a los culpables?
No olvidemos que los gozos y esperanzas, las tristezas y angustias…
sobre todo de los pobres y de cuantos sufren,
son también gozos y esperanzas, tristezas y angustias
de los discípulos de Cristo (Concilio Vaticano II, GS, n.1).

Uno de ellos, viéndose sano, vuelve alabando a Dios
   Aquel leproso samaritano, despreciado por la sociedad y la religión,
tiene un corazón grande por las injusticias y privaciones que padece.
Sin embargo, al ver que está sano, no se presenta a los sacerdotes,
para cumplir ciertos ritos relacionados con el negocio del templo.
   Habiendo recuperado la salud, vuelve alabando a Dios en voz alta.
Cuánta falta nos hace alabar a Dios, origen de la vida plena
pues, la gloria de Dios consiste en que el ser humano tenga vida.
   En seguida, se postra a los pies de Jesús para agradecerle.
Agradecer es reconocer que Jesús es el Hijo amado de Dios,
que vino a este mundo para anunciar la Buena Noticia a los pobres.
   Jesús lo acoge y le dice: Levántate… vete… tu fe te ha salvado.
Animado por estas palabras, el samaritano empieza una nueva vida.
   Sobre el Evangelio de hoy, San Bernardo (1090-1153), dice:
En el texto se puede ver cómo todos saben orar bien diciendo:
Jesús, Maestro, ten compasión de nosotros.
Pero les falta la otra cosa de que habla el Apóstol: el agradecimiento.
De hecho, no vuelven para darle las gracias a Dios.
También hoy vemos a muchos empeñados en pedir
aquello que necesitan, pero vemos a muy pocos preocuparse
por agradecer aquello que reciben.
Y no es que esté mal pedir con insistencia,
pero el ser ingratos le quita fuerza a la petición. Y hasta, tal vez,
sea propio de clemencia el negarle a los ingratos el favor que piden.
Que no nos pase a nosotros el que seamos tanto más acusados
de ingratitud, cuantos mayores sean los beneficios que recibimos (…).
Feliz aquel samaritano, que sabe reconocer que no tiene nada
que no hubiera recibido, y regresa para agradecer al Señor.
Feliz aquel que, ante cada don, se vuelve siempre hacia Aquel
en quien reside la plenitud de todas las cosas.
(Cf. Sermón 23º: De discretione spiritum, en De diversis, 23,5ss).
   Tengamos presente que “eucaristía” significa “acción de gracias”.
En toda celebración Eucarística: Suplicamos Señor, ten piedad…
Nos reconciliamos mutuamente… Escuchamos la Palabra de Dios…
Ofrecemos el pan y el vino fruto de la tierra y del trabajo humano…
Nos alimentamos con el Cuerpo y la Sangre de Jesús…
   Sabiendo que la Cena del Señor es acción de gracias, evitemos:
la más pequeña apariencia de negocio o comercio (Cn 947 y 1385).
J. Castillo A.