30º Domingo, Tiempo Ordinario, ciclo C
Eclo 35,12-18
- 2Tim 4,6-8. 16-18 - Lc
18,9-14
En la
época de Jesús -y también en nuestros días- hay creyentes
que se
consideran justos y desprecian a los demás.
Estos
orgullosos no siguen las enseñanzas y obras de Jesús quien:
-Vino
a llamar a los pecadores para que se conviertan (Lc 5,32).
-Acoge
y come con publicanos y pecadores (Lc 15,1s; Mt 11,19).
-Pasó
haciendo el bien y sanando a los enfermos (Hch 10,38).
Oh
Dios, te doy gracias porque no soy como los demás
Los fariseos (=separados) son profesionales de la religión,
y muy escrupulosos en el cumplo-y-miento de la ley,
según la interpretación que ellos y los escribas han hecho (Mc 7).
El fariseo que va al templo a orar no
pide nada a Dios.
Es un creyente orgulloso
que está sentado en el trono de sus virtudes:
no soy ladrón, injusto, adúltero… tampoco soy como
ese publicano.
Las obras que hace este
“santo varón” son fruto de su propio esfuerzo:
ayuno dos veces por semana y pago el impuesto de
todo lo que tengo.
Su soberbia lo lleva a
despreciar a los demás, olvidando algo esencial:
el amor
a Dios es inseparable del amor al prójimo (Lc 10,25ss).
Ninguno de nosotros quiere
identificarse con el fariseo, sin embargo:
*¿Por qué
preferimos -muchas veces- tener la razón en todo,
y despreciamos a las personas que no
conocen la doctrina cristiana?
*¿De qué sirve
cumplir ciertas prácticas religiosas rutinarias,
si descuidamos: la
justicia, la misericordia y la fe? (Mt 23,23).
*¿Buscamos la mirada compasiva de Dios, reconociendo
que:
somos pecadores, y necesitamos volver al camino de la verdad?
Pidamos
a Jesús que nos libre de: -Creer que somos mejores.
-Considerarnos superiores a los demás. -Estar
seguros de sí mismo.
-Creer que ya estamos convertidos. -Quedarnos en las cosas, medios,
instituciones, métodos, reglamentos… y no ir a Dios. (Renovación
de las
promesas bautismales, Sábado Santo, tercera fórmula).
Ciertamente, el
que se engrandece a sí mismo, será humillado.
Oh Dios, ten compasión de este pecador
El
publicano, en cambio, es despreciado y
considerado pecador.
El
oficio que tiene es cobrar impuestos para el imperio romano.
Habiendo
obtenido ese cargo con el pago oscuro de una “coima”,
exige
a la gente más de lo establecido para recuperar lo que invirtió.
Su
readmisión a la vida social es difícil y peor esperar su conversión.
Sin
embargo, un publicano va también al
templo a orar.
Este
publicano se queda atrás. Ni siquiera levanta los ojos al cielo.
Reconoce
que es pecador… se pone en las manos de Dios…
y
lleno de confianza suplica: Oh Dios, ten compasión de mí.
Esta
oración: ten compasión de mí, nos
recuerda el Salmo 51:
Oh Dios, ten
piedad de mí, por tu inmensa compasión borra mi culpa.
Yo reconozco mi
culpa y tengo siempre presente mi pecado.
Contra ti,
contra ti solo pequé, cometí la maldad ante tus ojos.
Un corazón arrepentido
y humillado, oh Dios, tú no lo desprecias.
Dios escucha con amor de Padre el clamor de sus hijos e hijas,
que son marginados
y despreciados por la sociedad y la religión.
*Sigue escuchando la súplica de aquel
enfermo alejado de la Iglesia.
Y
ahora mientras es conducido a la sala de operaciones,
confía
en Dios, en medio de su dolor, tristeza, angustia y problemas.
Viendo la fe de
ellos, Jesús dice al paralítico: Levántate
(Lc 5,24).
*También escucha la súplica de aquella
madre soltera y abandonada,
que
le pide fuerza y paciencia para cuidar y educar a sus hijos…
Dirigiéndose a
la mujer, Jesús le dice: Tu fe te ha
salvado (Lc 7,50).
*Jamás permanece indiferente ante el
gesto de aquel padre de familia
que
olvidó las oraciones aprendidas de memoria cuando era niño…
Pero
ahora, prende una vela ante la imagen de la Virgen Dolorosa,
mira
con angustia el rostro sufriente de María y se aleja triste,
porque
a su única hija le han detectado un tumor maligno…
Jesús le dice: No temas, basta que creas, y ella se
salvará (Lc 8,50).
Al
ver a Mateo, publicano y pecador, Jesús
le dice: Sígueme,
de
inmediato, Mateo se levanta y le sigue. Luego, estando en casa,
llegan
muchos publicanos y pecadores, y se sientan a la mesa.
Al
escuchar las críticas de los fariseos, Jesús les dice:
Los sanos no
tienen necesidad de médico, sino los enfermos.
Aprendan lo que
significa: Misericordia quiero y no
sacrificios.
Pues yo no vine
a llamar a los justos, sino a los pecadores (Mt 9,9ss).
Tengamos
presente: quien se humilla, será ensalzado.
J. Castillo A.
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