miércoles, 31 de mayo de 2017

Ven, Espíritu Santo

Domingo de Pentecostés, ciclo A
Hch 2,1-11  -  1Cor 12,3-7. 12-13  -  Jn 20,19-23

   Aquel Domingo, Jesús entra y se pone en medio de sus discípulos,
que están en una casa con las puertas cerradas por miedo a los judíos.
Todos ellos se llenan de alegría y de paz al ver al Señor.
   Después, fortalecidos por el Espíritu Santo, anuncian sin temor:
Dios resucitó a Jesús, y todos nosotros somos testigos (Hch 2,32).

Los discípulos se alegran al ver al Señor
   El Evangelio de Juan, escrito a fines del siglo I de nuestra era,
presenta a una comunidad con miedo, no está dispuesta dar la vida,
a ser martirizada por anunciar la Buena Noticia del Reino de Dios.
En este contexto, Jesús resucitado nos sigue diciendo:
*La paz esté con ustedes… Yo también los envío a ustedes.
Aunque fue juzgado y asesinado injustamente, Jesús anuncia la paz.
Siguiendo su ejemplo, los cristianos debemos abrir las puertas, salir,
y poner paz donde hay miedo, terror, violencia, guerra, muerte…
En adelante, la paz de Jesús será el distintivo de sus seguidores/as:
Al entrar en una casa digan primero: Paz para esta casa (Lc 10,5).
*Miren mis manos perforadas y mi costado abierto.
Al mostrar las cicatrices de su tortura y crucifixión, Jesús nos anima
a no tener miedo al sufrimiento: En el mundo tendrán que sufrir,
pero tengan valor, yo he vencido al mundo (Jn 16,33; cf. Lc 12,4).
*Reciban el Espíritu Santo. Al respecto, escuchemos a Pablo VI:
El Espíritu es quien, hoy igual que en los comienzos de la Iglesia,
actúa en cada evangelizador que se deja conducir por Él;
y pone en sus labios las palabras que por sí solo no podría hallar,
predisponiendo también el alma del que escucha para hacerla abierta
y acogedora de la Buena Nueva y del Reino anunciado (EN, n.75).
*Perdonen. Guiados por el lenguaje del amor, digamos como Jesús:
Yo tampoco te condeno, vete y en adelante no peques más (Jn 8,1ss).
Cuando hay personas que tienen quejas contra nosotros,
¿tiene sentido “oír Misa entera”, sin antes reconciliarnos? (Mt 5,23s).

Oímos las grandezas de Dios en nuestras propias lenguas
   En el AT, la fiesta agrícola del inicio de la cosecha del trigo, sirvió
para celebrar la alianza de Dios con su pueblo en el Sinaí (Ex 19-20);
y tenía lugar cincuenta días (=pentecostés) después de la Pascua judía.
  El libro de los Hechos (1ª lectura) narra la venida del Espíritu Santo,
a los cincuenta días después de la resurrección de Jesús.
   Al respecto, examinemos la labor evangelizadora que realizamos…
nuestras ceremonias litúrgicas… y las diversas culturas actuales…
*Hay misioneros que iban (van) a tierras lejanas para evangelizar,
llevando consigo: -el hábito de su congregación, -sus devociones,
-su cultura y -la estructura mental propia de los años de su formación.
Con frecuencia, los nativos tenían que convertirse, primero al idioma,
a la cultura y a la civilización de la “iglesia dominante” y, luego,
con ese vestido prestado, oír el mensaje evangélico.
Esos nativos alienados, lejos de sí y con un ropaje cultural ajeno,
podrán decir: ¿oímos las grandezas de Dios en nuestras lenguas?
*¿El mensaje del Evangelio anima nuestras ceremonias litúrgicas?
¿Bastará haber introducido guitarras, bailes típicos y ciertos ritos?
Lo que importa es celebrar la fe en nuestra propia cultura, y esto
no es una concesión de Roma, sino un derecho de toda cultura.
En efecto, la fe se vuelve cultura cuando ha sido totalmente acogida,
seriamente reflexionada y plenamente vivida (Juan Pablo II, 1982).
Para esta labor -que es un verdadero desafío- los mejores agentes
son las mismas personas que pertenecen a las distintas culturas.
*Hoy, ya no se trata solamente de dialogar con las culturas nativas.
Se nos presentan nuevos desafíos: la cultura técnico-industrial…
la cultura juvenil… la cultura urbana, suburbana, minera… etc.
Así como los discípulos de Jesús, conducidos por el Espíritu Santo,
encuentran el lenguaje adecuado para anunciar el Evangelio de Jesús;
también nosotros, guiados por el mismo Espíritu, acerquémonos
a las diversas culturas de nuestro tiempo: descalzos… y en silencio
pues no hay culturas superiores o inferiores, sino culturas diferentes.
Solo así los hombres y mujeres con quienes dialogamos, podrán decir:
Oímos hablar las grandezas de Dios en nuestras propias culturas
   Para hacer realidad todo esto, no basta buena voluntad, necesitamos:
formación teológica y pastoral… respetar las diversas culturas…
saber juzgar para: aceptar los auténticos valores y, también,
purificar los aspectos negativos presentes en todas las culturas.
J. Castillo A.

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