Cuerpo y Sangre de Cristo, ciclo A
Dt 8,2-3. 14-16 - 1Cor
10,16-17 - Jn 6,51-58
Al “oír
Misa”: -¿Practicamos la Palabra de Dios que escuchamos?
-¿Valoramos: -los frutos de la tierra y -el
trabajo humano?
-¿Por qué hay millones de personas que no
tienen el pan de cada día?
-¿Somos consecuentes con la paz que nos damos o es un simple
rito?
-¿Al
comulgar nos solidarizamos con los que sufren injustamente?
Hambre
de pan, no… Hambre de Dios, sí
Viendo a aquella multitud de hombres y
mujeres que le siguen,
lo
primero que Jesús pide a sus discípulos es compartir
el pan.
En
esa oportunidad, un joven dio cinco panes
de cebada y dos peces,
su
ejemplo sirvió para que los demás hagan lo mismo (Jn 6,1-15).
Refiriéndose
al hambre de pan, el Papa Juan Pablo
II nos dijo:
Por el bien del Perú no puede faltar, se
debe hacer todo para que
no falte este pan de cada día porque es
un derecho
(Lima 5 feb.1985).
Y
sobre el hambre de Dios que debemos
tener, el Papa subrayó:
Este hambre constituye una verdadera
riqueza de los pobres…
que no se debe perder… ni sustituir con
ningún programa.
Ahora bien, después que la gente quedó
satisfecha, Jesús anuncia:
Yo
soy el pan vivo que ha bajado
del cielo,
el que come de este pan vivirá para
siempre.
El pan que yo doy es mi carne para la
vida del mundo.
Se
trata de un encuentro con la persona de
Jesús, con su mensaje,
con
sus obras, con sus gestos de acogida a las personas despreciadas:
Si queremos encontrar a Cristo, es necesario que toquemos su cuerpo
en el cuerpo llagado de los pobres, como
confirmación
de la comunión sacramental recibida en
la Eucaristía.
El
Cuerpo de Cristo, partido en la
sagrada liturgia,
se deja encontrar por la caridad
compartida en los rostros
y en las personas de los hermanos y
hermanas más débiles…
No
honres al Cristo eucarístico con ornamentos de seda,
si
después lo abandonas desnudo (I Jornada Mundial de los Pobres).
Pan
y vino… frutos de la tierra
El maltrato a la
Madre Tierra, el cambio climático, la contaminación,
la
deforestación, la desaparición de plantas y animales, etc.
son
una verdadera amenaza de la vida del
planeta y de las personas.
Sin
embargo, ¿qué hacemos nosotros los seguidores de Jesús?
¿Ponemos
en práctica la siguiente oración del ofertorio:
Bendito seas, Señor, por este pan y
vino, frutos de la tierra?
Muchas
cosas cambiarían, si los que participamos en la Eucaristía,
(en
vez de: oír misa… decir misa… pagar misa
rezada o cantada…)
nos
comprometiéramos para que los frutos de nuestra Madre Tierra,
sean fuente de vida para la
presente y las futuras generaciones.
En
este contexto, sigamos meditando en la parábola del sembrador:
¡Escuchen con atención! Salió un
sembrador a sembrar.
-Al sembrar, unas semillas cayeron junto
al camino…
-Otras cayeron en terreno pedregoso con paca tierra…
-Otras cayeron entre espinos que las ahogaron…
-Otras
cayeron en tierra fértil y dieron mucho fruto (Mc 4,1ss).
Pan
y vino… frutos del trabajo del hombre y de la mujer
Siguiendo con la oración del ofertorio,
decimos:
Bendito seas, Señor, por este pan y
vino, frutos del trabajo humano.
Sobre
el trabajo de los pobres, reflexionemos en el siguiente texto:
Los sacrificios de cosas adquiridas injustamente son impuros.
A Dios no le agrada las ofrendas de los
malvados.
Robar
algo a los pobres y ofrecérselo a
Dios
es como matar un hijo delante de su
padre.
La
vida del pobre depende del
poco pan que tiene.
No dar al obrero su salario es quitarle
la vida
(Eclo 34,18ss).
También
el Papa Francisco denuncia el actual modelo de desarrollo:
Teniendo presente que el ser humano es una criatura de este
mundo,
que tiene
derecho a vivir, a ser feliz, a tener una dignidad especial;
debemos considerar los efectos de la actual destrucción ambiental,
y de la cultura de exclusión en la vida de las personas (LS 43).
Jesús
-el carpintero- en la parábola de los
trabajadores (Mt 20),
defiende
el derecho de los obreros a trabajar, a recibir un salario justo;
pues,
lo más importante es la vida de ellos y
la vida de sus familias.
Con
esta parábola, Jesús nos revela el amor
y la generosidad de Dios
que
están por encima de las formalidades de la justicia humana.
J. Castillo A.
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