miércoles, 21 de junio de 2017

Anunciar el Evangelio sin miedo

12º Domingo, Tiempo Ordinario, ciclo A
Jr 20,10-13  -  Rom 5,12-15  -  Mt 10,26-33

   Para ser misioneros que anuncien el Reino de Dios y su justicia,
Jesús nos dice: miren, yo les envío como ovejas en medio de lobos
Luego añade: ustedes serán odiados y perseguidos por mi Nombre
Pero también nos anima y nos da esperanza al decir: no tengan miedo,
y nos pide que le reconozcamos ante la gente, en vez de negarle.

No tengan miedo
   Anunciar el mensaje del Evangelio, no solo con palabras
sino con el testimonio de nuestras obras, no es una misión fácil;
sobre todo, cuando defendemos los derechos de los más pobres.
   Sin embargo, en países con mayoría cristiana como el nuestro,
hay “creyentes” que usan la religión para mantener sus privilegios.
Además, a muchos nos cuesta identificarnos con la persona de Jesús,
que fue calumniado, perseguido y crucificado como un delincuente.
Con razón S. Pablo dice: Nosotros anunciamos a Cristo crucificado,
escándalo para los judíos y locura para los griegos (1Cor 1,23).
   Para ser misioneros ligeros de equipaje, necesitamos renunciar:
-a los títulos honoríficos que expresan grandeza y poder…
-a los símbolos de metales preciosos y a la manera de vestir…
-al sistema de aranceles y al exagerado secreto económico…
-a las ambiciones terrenales y ataduras temporales… (Doc. Medellín).
   Muy diferente el testimonio de San Juan Crisóstomo (350-407),
no tiene miedo y por eso pregunta: Díganme, ¿qué podemos temer?
-¿La muerte? Para mí la vida es Cristo, y una ganancia el morir.
-¿El destierro? Del Señor es la tierra y cuanto la llena.
-¿La confiscación de los bienes? Sin nada venimos al mundo
 y sin nada nos iremos… (cf. Job 1,21).
No temo la muerte ni envidio las riquezas.
No tengo deseos de vivir, si no es para el bien espiritual de ustedes.
Por eso, les hablo de lo que sucede ahora exhortando su caridad,
para que tengan confianza. (Homilía antes de partir al exilio).

Reconocer a Jesús ante la gente
   El Edicto de Milán, del 313, dado por el emperador Constantino I,
pone fin a las persecuciones cristianas de los primeros siglos.
Desde entonces, el cristianismo pasa a ser religión oficial del Imperio.
   Aparentemente es algo bueno, sin embargo vale la pena examinar:
-¿se trata de un momento favorable para los seguidores de Jesús?,
-¿cómo se explica que los cristianos, después de tantas persecuciones,
empiezan -en esa época-  a llevar una vida instalada y mediocre?,
-¿por qué la Iglesia se iba haciendo cada vez más rica y poderosa?...
   En este contexto, el obispo francés S. Hilario de Poitiers (315-368)
que vivió en la época del emperador Constancio, hijo de Constantino,
reconoce a Jesús y denuncia “la hipocresía” de la autoridad política:
   ¡Oh Dios todopoderoso, ojalá me hubieses concedido vivir
en los tiempos de Nerón o de Decio...!
Por la misericordia de Nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo,
yo no habría tenido miedo a los tormentos…
Me habría considerado feliz al combatir contra tus enemigos
   Ahora tenemos que luchar contra el emperador Constancio,
un perseguidor insidioso, un enemigo engañoso, un anticristo;
pues, -no nos apuñala por la espalda, pero nos acaricia el vientre,
-no confisca nuestros bienes, pero nos enriquece para la muerte,
-no nos encarcela, pero nos esclaviza honrándonos en su palacio,
-no nos azota las espaldas, pero destroza nuestra alma con su oro,
-no nos amenaza públicamente con la hoguera,
pero nos prepara secretamente para el fuego del infierno;
-no lucha, pues tiene miedo de ser vencido,
al contrario, nos adula para poder reinar;
-confiesa a Cristo, para negarlo,
-trabaja por la unidad, para impedir la paz,
-reprime las herejías, para destruir a los cristianos,
-honra a los sacerdotes, para que no haya Obispos,
-construye templos, para demoler la fe,
-lleva por todas partes tu nombre a flor de labios y en sus discursos,
pero hace todo lo que puede para que nadie crea que Tú eres Dios…
   A ti Constancio te digo: luchas contra Dios y persigues a la Iglesia.
Mientes cuando te llamas cristiano, eres un nuevo enemigo de Cristo.
Tu genio sobrepasa al del diablo, con un triunfo nuevo e inaudito,
eres perseguidor sin hacer mártires (Contra Constancio, n.17).
J. Castillo A.

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