6º Domingo de Pascua, ciclo A
Hch 8,5-8. 14-17 - 1Pe
3,15-18 - Jn 14,15-21
El amor a Dios es inseparable del amor al
prójimo (1Jn 4,20).
Si
de veras amamos a Jesús, practiquemos
sus mandamientos,
entonces,
el Padre nos enviará el Defensor, el Espíritu de la verdad.
Jesús
que no permanece indiferente ante el
sufrimiento humano,
nos
dice: No les dejaré huérfanos, volveré para estar con ustedes.
Si
me aman, practiquen mis mandamientos
Después de la Cena Pascual, Jesús se
despide de sus discípulos
con
varios discursos, pidiéndoles que
practiquen el amor fraterno.
*Les doy un mandamiento nuevo, que se amen
unos a otros
como
yo les amo, así deben amarse unos a
otros.
En
esto conocerán todos que ustedes son mis discípulos,
si
se aman unos a otros (Jn 13,34s). Jesús nos pide convertirnos,
y
amarnos mutuamente, pues, como dice J. A. Pagola (1984):
Vivimos en una sociedad donde a la
mentira se la llama diplomacia,
a la explotación negocio, a la
irresponsabilidad tolerancia,
a la injusticia orden establecido, a la
sensualidad amor,
a la arbitrariedad libertad, a la falta
de respeto sinceridad.
*Quien conoce mis mandamientos y las
practica, ése me ama.
Mi
Padre le amará y yo también le amaré (texto de hoy).
Amemos a Jesús no con los
labios, sino con el corazón (Mt 15,8),
compartiendo
lo poco o mucho que tengamos, con aquellas familias
que
vuelven a sus pueblos, caminando con hambre, sed, cansancio…
y
llevando sobre sus espaldas equipajes o bultos pesados…
*Desde
su experiencia, Jesús nos dice: El amor más grande
que
uno puede tener es dar la vida por sus amigos (Jn 15,13).
Jamás
debemos olvidar que Jesús está presente en sus hermanos,
que
trabajan más de doce horas, con salarios de hambre, sin seguro…
para
que unos pocos ricos sean cada vez más
ricos,
a costa de pobres cada vez más pobres (DP, 1979,
n.30).
¿Hasta
cuándo: corona… para los ricos, y… virus para los pobres?
El
Defensor, el Espíritu de la verdad
Refiriéndose a la verdad que nos hace
libres, Jesús dice a los judíos:
El padre de ustedes es el diablo… Él es
asesino desde el principio.
No
se mantiene en la verdad, porque no hay verdad en él.
Su lenguaje es decir mentira, él es
mentiroso y padre de la mentira.
Pero
como yo digo la verdad, ustedes no me creen (Jn 8, 44ss).
Esta
denuncia de Jesús se aplica a los que tienen poder económico:
-Hoy… el
poderoso se come al más débil (EG, 2013, n.53).
-La adoración del antiguo becerro de oro ha
encontrado una versión
nueva y despiadada en la dictadura de la economía sin rostro (ib.55).
-Los excluidos ven crecer el cáncer social de la corrupción (ib.60).
Frente
a estos y otros problemas, volvamos nuestra mirada a Jesús,
que
no se deja arrastrar: por el
bienestar del imperio romano invasor,
ni
por la belleza del templo de Jerusalén que es una cueva de ladrones,
y
menos por las enseñanzas religiosas de los escribas y fariseos.
Jesús
que es la verdad, anima a sus discípulos con estas palabras:
Pediré al Padre que les envíe otro
Defensor, el Espíritu de la verdad,
que
estará siempre con ustedes. Los del mundo
no le pueden recibir.
No
les dejaré huérfanos
Sabiendo que ha
llegado la hora de pasar de este
mundo al Padre,
Jesús
se despide de sus discípulos diciéndoles:
No
les dejaré huérfanos, volveré para estar con ustedes.
Ahora
bien, ¿conocemos a Jesús compasivo y
misericordioso?
¿Bastará pronunciar su Nombre de una
manera rutinaria?
¿Podemos
decir a los pobres indefensos: No les dejaré huérfanos?
¿De
qué sirve adornar el templo y las imágenes de nuestra devoción,
cuando
el mismo Jesús abandonado tiene hambre y
está desnudo?
También
hace falta acompañar -con una
formación permanente-
a
quienes renacen por el Bautismo, se fortalecen
con la Confirmación,
y se alimentan en la
Eucaristía (CCE, 1212); en vez de abandonarlos.
Sobre
el abandono, tengamos presente el siguiente texto de Isaías:
¿Puede
una madre olvidar o dejar de amar al hijo de sus entrañas?
Pues
aunque ella se olvide, yo tu Dios no te olvidaré (Is
49,15).
Al
respecto, el 10 de septiembre de 1978, el Papa Juan Pablo I dijo:
Dios
es Padre, más aún, es madre. No quiere nuestro mal,
solo
quiere hacernos bien, a todos. Y los hijos, si están enfermos,
tienen
mayor motivo para que la madre les ame.
J. Castillo A.
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