Domingo de Pentecostés, ciclo A
Hch 2,1-11 - 1Cor
12,3-7. 12-13 - Jn 20,19-23
Aquel Domingo, Jesús entra y se pone en
medio de sus discípulos,
que
están en la casa con las puertas cerradas, por
miedo a los judíos.
Sin
embargo, ellos se llenan de alegría al
ver al Señor.
Y,
una vez fortalecidos por el Espíritu
Santo, anuncian sin temor:
Dios resucitó a Jesús, y todos nosotros
somos testigos
(Hch 2,32).
Los
discípulos se alegran al ver al Señor
El Evangelio de Juan, escrito a fines del
siglo I de nuestra era,
presenta
a una comunidad con miedo, no está dispuesta dar la vida,
ni
a ser martirizada por anunciar la Buena Noticia del Reino de Dios.
En
este contexto, Jesús resucitado nos
sigue diciendo:
*La
paz esté con ustedes… Yo también les envío a ustedes.
Jesús
de Nazaret condenado a morir crucificado como un delincuente,
se
pone en medio de sus discípulos y les dice: La
paz esté con ustedes.
Anunciemos
esta paz -con palabras y obras- en nuestra sociedad,
arriesgándonos a salir, dejando la
indiferencia y el bienestar egoísta.
Al entrar en una casa digan primero: Paz para esta casa (Lc 10,5).
*Miren
mis manos perforadas y mi costado abierto. Actualmente,
hacen
falta seguidores de Jesús que den testimonio de su fe,
entregando
su vida: Ustedes serán perseguidos en
este mundo,
pero sean valientes: Yo he vencido al mundo (Jn 16,33).
*Reciban
el Espíritu Santo. Al respecto, el apóstol Pablo dice:
El amor de Dios ha sido derramado en
nuestros corazones
por el Espíritu Santo que nos ha sido
dado
(Rm 5,5).
Dios
nos ama no porque somos buenos, sino porque Él es un Padre:
-compasivo, jamás está indiferente, sino
que padece-con-nosotros; y
-misericordioso, su corazón está donde
sus hijos viven en la miseria.
*Perdonen.
Guiados por el lenguaje del amor,
digamos como Jesús:
Yo
tampoco te condeno, vete y en
adelante no peques más (Jn 8,1ss).
Cuando
hay personas que tienen quejas contra nosotros,
¿tiene
sentido “oír Misa entera”, sin antes reconciliarnos?
(Mt 5,23s).
Oímos
las grandezas de Dios en nuestras propias lenguas
*En este día de
Pentecostés,
acompañemos a María,
la
madre de Jesús; pues ella, durante su vida, realiza varias salidas:
-A la montaña de Judea: Bendito el fruto de tu vientre (Lc
1,39-56).
-A la ciudad de Belén: Y dio a luz a su hijo primogénito (Lc
2,1-14).
-Al templo de Jerusalén: Mis ojos vieron al Salvador (Lc
2,22-40).
-A Egipto: Herodes busca al Niño para matarlo (Mt 2,13-15).
-A Jerusalén: Debo de estar en la casa de mi Padre (Lc 2,41-52).
-A Caná de Galilea: Hagan todo lo que Jesús les diga (Jn 2,1-12).
-A Galilea: Tu madre y tus hermanos preguntan por ti (Mc 3,32-35).
-Al Calvario: Allí tienes a tu hijo…Allí tienes a tu madre (Jn 19,25ss).
-A Jerusalén, acompañando a las
discípulas y discípulos de Jesús:
Ellos, con algunas mujeres, la madre de Jesús y sus parientes,
permanecen unidos en la oración (Hch 1,14)…
hasta el día en que,
todos
ellos quedan llenos del Espíritu Santo y hablan otras lenguas.
Imploremos
la protección de esta buena
madre, orando con el corazón:
Santa María, madre de Jesús, ruega por
nosotros pecadores…
*Cada uno oye a los apóstoles hablar en su propio
idioma.
Profeta
no es un mago, es la persona que habla
a los seres humanos,
en
nombre de Dios. Al respecto, el apóstol Pablo nos dice:
No
apaguen el fuego del Espíritu, no desprecien la profecía,
examínenlo
todo y quédense con lo bueno (1Tes 5,19-21).
Que
nuestra misión profética responda -hoy en día- a las culturas:
de
niños, jóvenes, adultos y ancianos… del campo y de la ciudad….
dejando
de lado el clericalismo que les
impide expresarse (EG 102).
El
gran desafío está en celebrar la fe en
nuestra propia cultura.
Así
lo dice Juan Pablo II (20-V-1982): la fe se vuele cultura cuando
ha
sido plenamente acogida, totalmente pensada y fielmente vivida.
Guiados
por el Espíritu Santo, acerquémonos a las diversas culturas
de
nuestro tiempo descalzos, el sitio que pisamos es sagrado (Ex 3,5),
pues
no hay culturas superiores o inferiores, sino culturas diferentes.
Acerquémonos
también con la disposición de escuchar a
los demás,
solo
así, las personas con quienes dialogamos, puedan decir:
Oímos
hablar las grandezas de Dios en nuestras propias culturas.
Para
hacer realidad todo esto, no basta buena voluntad, necesitamos:
formación teológica y
pastoral… respetar las diversas
culturas…
saber juzgar para: aceptar los auténticos
valores, y purificar
los
aspectos negativos presentes en todas las culturas.
J. Castillo A.
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