miércoles, 27 de mayo de 2020

Ven, Espíritu Santo

Domingo de Pentecostés, ciclo A
Hch 2,1-11  -  1Cor 12,3-7. 12-13  -  Jn 20,19-23

   Aquel Domingo, Jesús entra y se pone en medio de sus discípulos,
que están en la casa con las puertas cerradas, por miedo a los judíos.
Sin embargo, ellos se llenan de alegría al ver al Señor.
   Y, una vez fortalecidos por el Espíritu Santo, anuncian sin temor:
Dios resucitó a Jesús, y todos nosotros somos testigos (Hch 2,32).

Los discípulos se alegran al ver al Señor
   El Evangelio de Juan, escrito a fines del siglo I de nuestra era,
presenta a una comunidad con miedo, no está dispuesta dar la vida,
ni a ser martirizada por anunciar la Buena Noticia del Reino de Dios.
En este contexto, Jesús resucitado nos sigue diciendo:
*La paz esté con ustedesYo también les envío a ustedes.
Jesús de Nazaret condenado a morir crucificado como un delincuente,
se pone en medio de sus discípulos y les dice: La paz esté con ustedes.
Anunciemos esta paz -con palabras y obras- en nuestra sociedad,
arriesgándonos a salir, dejando la indiferencia y el bienestar egoísta.
Al entrar en una casa digan primero: Paz para esta casa (Lc 10,5).
*Miren mis manos perforadas y mi costado abierto. Actualmente,
hacen falta seguidores de Jesús que den testimonio de su fe,
entregando su vida: Ustedes serán perseguidos en este mundo,
pero sean valientes: Yo he vencido al mundo (Jn 16,33).
*Reciban el Espíritu Santo. Al respecto, el apóstol Pablo dice:
El amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones
por el Espíritu Santo que nos ha sido dado (Rm 5,5).
Dios nos ama no porque somos buenos, sino porque Él es un Padre:
-compasivo, jamás está indiferente, sino que padece-con-nosotros; y
-misericordioso, su corazón está donde sus hijos viven en la miseria.
*Perdonen. Guiados por el lenguaje del amor, digamos como Jesús:
Yo tampoco te condeno, vete y en adelante no peques más (Jn 8,1ss).
Cuando hay personas que tienen quejas contra nosotros,
¿tiene sentido “oír Misa entera”, sin antes reconciliarnos? (Mt 5,23s).

Oímos las grandezas de Dios en nuestras propias lenguas
   *En este día de Pentecostés, acompañemos a María,
la madre de Jesús; pues ella, durante su vida, realiza varias salidas:
-A la montaña de Judea: Bendito el fruto de tu vientre (Lc 1,39-56).
-A la ciudad de Belén: Y dio a luz a su hijo primogénito (Lc 2,1-14).
-Al templo de Jerusalén: Mis ojos vieron al Salvador (Lc 2,22-40).
-A Egipto: Herodes busca al Niño para matarlo (Mt 2,13-15).
-A Jerusalén: Debo de estar en la casa de mi Padre (Lc 2,41-52).
-A Caná de Galilea: Hagan todo lo que Jesús les diga (Jn 2,1-12).
-A Galilea: Tu madre y tus hermanos preguntan por ti (Mc 3,32-35).
-Al Calvario: Allí tienes a tu hijo…Allí tienes a tu madre (Jn 19,25ss).
-A Jerusalén, acompañando a las discípulas y discípulos de Jesús:
Ellos, con algunas mujeres, la madre de Jesús y sus parientes,
permanecen unidos en la oración (Hch 1,14)… hasta el día en que,
todos ellos quedan llenos del Espíritu Santo y hablan otras lenguas.
Imploremos la protección de esta buena madre, orando con el corazón:
Santa María, madre de Jesús, ruega por nosotros pecadores
   *Cada uno oye a los apóstoles hablar en su propio idioma.
Profeta no es un mago, es la persona que habla a los seres humanos,
en nombre de Dios. Al respecto, el apóstol Pablo nos dice:
No apaguen el fuego del Espíritu, no desprecien la profecía,
examínenlo todo y quédense con lo bueno (1Tes 5,19-21).
   Que nuestra misión profética responda -hoy en día- a las culturas:
de niños, jóvenes, adultos y ancianos… del campo y de la ciudad….
dejando de lado el clericalismo que les impide expresarse (EG 102).
El gran desafío está en celebrar la fe en nuestra propia cultura.
Así lo dice Juan Pablo II (20-V-1982): la fe se vuele cultura cuando
ha sido plenamente acogida, totalmente pensada y fielmente vivida.
   Guiados por el Espíritu Santo, acerquémonos a las diversas culturas
de nuestro tiempo descalzos, el sitio que pisamos es sagrado (Ex 3,5),
pues no hay culturas superiores o inferiores, sino culturas diferentes.
Acerquémonos también con la disposición de escuchar a los demás,
solo así, las personas con quienes dialogamos, puedan decir:
Oímos hablar las grandezas de Dios en nuestras propias culturas
   Para hacer realidad todo esto, no basta buena voluntad, necesitamos:
formación teológica y pastoral… respetar las diversas culturas…
saber juzgar para: aceptar los auténticos valores, y purificar
los aspectos negativos presentes en todas las culturas.
J. Castillo A.

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