sábado, 31 de julio de 2021

¿Igualdad de derechos?


La Junta de Extremadura ha aprobado una serie de medidas para corregir la propagación del covid, que en las últimas semanas ha crecido en incidencias en la región.

Sorprenden las medidas, y el hecho de que el poder judicial les haya dado el visto bueno. Basta echar un vistazo a las limitaciones de  aforo:

* Reuniones sociales de hasta 6 personas.
* Aforo en el interior de hostelería de un 33% y en el exterior de un 75%, con 6 personas por mesa tanto dentro como fuera (salvo si todos son convivientes). Se prohíbe el consumo en barra.
* En las celebraciones con catering (como en bodas, bautizos y comuniones) serán aplicables las normas generales para la hostelería del punto anterior. No habrá zona de baile.
*Zonas comunes de los hoteles al 50%, casas rurales un máximo de 10 personas.
Velatorios y entierros al 30% y lugares de culto un 30%.
* Un 50% de aforo en exámenes presenciales, parques infantiles y ludotecas.
* Campamentos de 10 personas por monitor y sin superar los 60 participantes.
* Establecimientos, parques y centros comerciales al 50%.
*Mercadillos al 75%.
* 50% en el aforo de actividades deportivas tanto en interior como en exterior y como máximo 500 personas.
* El cierre del ocio nocturno pasaría a las 2 de la madrugada.
* Zonas de baño: 75% del aforo. Piscinas, al 50%
* Sin restricciones de aforo adicionales en cines, teatros, auditorios, circos de carpa y otros locales o establecimientos cerrados, la ocupación no podrá superar el setenta y cinco por ciento del aforo autorizado.
* En los espectáculos y actividades culturales que se desarrollen en recintos al aire libre no se establece limitación de aforo, siempre que puedan mantener las medidas de distanciamiento.
* Bibliotecas, archivos, museos, salas de exposiciones, centros de interpretación, monumentos y otros equipamientos culturales o espacios patrimoniales: no se podrá superar el setenta y cinco por ciento del aforo autorizado en cada una de sus salas y espacios públicos.

Subrayo lo referente a las restricciones al 30% para los actos de culto por lo que me afecta como creyente  y párroco. Pero también me solidarizo con otros colectivos que se ven tratados con desigualdad.

Señalo algunas deficiencias y preguntas al hilo de estas medidas sanitarias:  

PRIMERO. Las medidas adoptadas por la consejería de Sanidad e la Junta de Extremadura, y aprobadas por el Tribumal superior de Justicia de Extremadura (?), ponen en evidencia que  no todos somos iguales, como declara solemnemente el artículo 14 de la constitución: “Los españoles son iguales ante la ley, sin que pueda prevalecer discriminación alguna por razón de nacimiento, raza, sexo, religión, opinión o cualquier otra condición o circunstancia personal o social”. En este caso parece que no tiene el mismo derecho de reunión un grupo de personas que quieran ver una obra de teatro, ir a un museo o ir al circo (75%), que un grupo de personas que quieran reunirse para rezar (30%).


SEGUNDO.  Saltan a la vista los intereses que se persiguen con estas medidas. Y parece que el más importante no es el de la salud, sino  la economía y sus consecuencias electorales más o menos directas para los políticos. Y de manera especial me sorprende y humilla, por lo que respecta a mi condición de sacerdote y practicante católico, la baja concesión que se da a los actos de culto, el 30%. ¿No rechina algo cuando se compara con otros lugares y actividades? 

El interés principal no es sanitario, porque si así fuera: ¿Cómo se puede decir que en “Bibliotecas, archivos, museos, salas de exposiciones, centros de interpretación, monumentos y otros equipamientos culturales o espacios patrimoniales: no se podrá superar el setenta y cinco por ciento del aforo autorizado en cada una de sus salas y espacios públicos”, mientras que en los actos de culto se permite menos de un tercio del aforo (30%)?. ¿O acaso los que se reúnen para una misa u otra celebración religiosa son más “apestados” que los que se reúnen para hablar del Quijote o de lo buenos que son nuestros gobernantes? ¿Se han dado contagios masivos en las iglesias en lo que llevamos de pandemia? Es lógico  que la medida, como todas, tenga intereses económicos y políticos; eso no la hace injusta,  cada cual defiende lo suyo; pero que se haga conculcando la igualdad de derechos no es admisible en una sociedad democrática.

TERCERO. Una duda. ¿Los que valoramos el derecho a celebrar comunitariamente la propia fe, callaremos ante este atropello? El que calla otorga. No seamos ingenuos, los derechos constitucionales sobre el papel no garantizan nada. Si no los encarnamos con una adecuada práctica y denuncia profética allí donde son conculcados, son letra muerta. Por eso me pregunto a mí mismo y dirijo la pregunta también a las autoridades eclesiásticas: ¿Dirán ustedes algo al respecto oficialmente? Y sospecho que no mucho. Y aún se preguntarán algunos eclesiásticos: ¿por qué la gente abandona la Iglesia? La religión no es ritualismo, es vida, y defender los derechos forma parte de esa vida. Si no lo hacemos merecemos ser ninguneados y desaparecer. ¿Es lo que queremos?  


Respecto a que “en los espectáculos y actividades culturales que se desarrollen en recintos al aire libre no se establece limitación de aforo, siempre que puedan mantener las medidas de distanciamiento”,  ¿se cumplirá esta cláusula? Supongo que ya estarán devolviendo las entradas del Festival de teatro clásico de Mérida que no podrán ser usadas. Basta observar las fotos que acompañan este escrito, y que son de esta semana. Espero que a partir del lunes no se repitan.

En fin, quiero mostrar mi más enérgica repulsa a quienes han pergeñado el baremo de estas medidas. Huelen a negocio político y económico. Que los actos comunitarios de culto no gocen del mismo prestigio político y social  que otros actos culturales y deportivos  no justifica que se prive a quienes gustan de ellos de tener derecho a celebrarlos en las mismas condiciones que otros actos. 

Casto Acedo. paduamerida@gmail.com. Julio 2021.

viernes, 30 de julio de 2021

La obra que Dios quiere (1 de Agosto)

 

Cuando la Iglesia de España gozaba de poder e influencia social no le faltaban acólitos que se arrimaran a ella en busca de beneficios que iban más allá de lo religioso. 

Hoy los tiempos han cambiado, y la Iglesia no goza de aquella alta apreciación por parte de la sociedad española. El fenómeno de la secularización, con las secuelas del ateísmo e indiferentismo religioso, y el añadido de los escándalos morales relacionados con la economía y la pederastia, han colocado a la Iglesia entre las instituciones menos valoradas. A causa de esto, son muchos los advenedizos de antes que ahora han desertado de  las filas de la institución. 

¿Motivos para el desánimo? Tal vez; pero más bien deberíamos extraer motivos para la reflexión y la esperanza. El Concilio Vaticano II al promover la separación entre la Iglesia y los poderes fácticos sentó las bases para una reforma de fondo. El primer paso es el desmonte de todo lo viejo, de lo superficial, para poder ver lo podrido que hay en el edificio y subsanarlo debidamente.

Todo proceso de purificación exige el despojo de lo superfluo. Es condición necesaria ir ligero de equipaje para salir de Egipto y adentrase en el desierto. Allí, en la purificación de la travesía, vive el creyente “la noche” del dolor y del vacío; y ahí  surgen las preguntas más angustiosas: ¿Por qué nos haces pasar por esto? ¿Nos has traído a este desierto para hacernos morir de hambre y sed? (cf Ex 16,2). Detrás de estas preguntas se esconde un problema de fe que puede conducir a la pérdida total de la misma y la consiguiente desesperación, o bien servir de punto de partida para una necesaria depuración.

Cuando Dios quiere purificar a su pueblo, cuando quiere que recupere la intensidad del amor primero, lo lleva al desierto. Eso hace cuando nos introduce en terreno hostil. En la soledad, el silencio y la carestía, tenemos la oportunidad de reconocer la locura que ha supuesto alejarse de Dios y de poder recuperar la cordura volviendo la vista a la providencia divina.    

Cuando pones  tu fe en Dios, él te colma de bendiciones; o en palabras evangélicas: cuando buscas el Reino de Dios, todo lo demás se te da por añadidura (cf Mt 6,33). 



La obra que Dios quiere es que creáis (Jn 6,29).

Me buscáis no porque habéis visto signos, sino porque comisteis pan hasta saciaros” (Jn 6,26). Jesús conoce el corazón del hombre, sabe de su infantilismo por el que tiende a buscar el placer sin esfuerzo, la satisfacción sin mortificación. Y en su dimensión religiosa esta tendencia le inclina a inventarse un dios funcional: Dios en función de mis necesidades. 

Jesús sabe de esto, y  previene: no ha venido a darnos de comer sino a enseñarnos a compartir; no consiste el Reino en servirse de Dios sino en servirle. “Trabajad no por el alimento que perece, sino por el alimento que perdura para la vida eterna, el que os dará el Hijo del hombre” (Jn 6,27).

Jesús aclara que el sentido último de la vida no está en el consumismo; ni siquiera en el consumismo espiritual; una lección que no conviene olvidar: ¿Qué alimento perece? Nuestras utilidades, nuestros intereses particulares, incluso nuestras prácticas piadosas ejercidas como inversión. ¿Qué es lo que perdura? La presencia de Dios, que es eterno. Creer no es, por tanto, un negocio  que espera obtener beneficios, aunque éstos existan, sino un abandono en brazos de Jesús, porque Él es el alimento que perdura para la vida eterna.

Tal vez hayamos caído ingenuamente en la trampa de definir nuestra identidad cristiana con una vaga referencia al mandamiento del amor: ser un buen cristiano es amar, obrar el bien, ayudar al necesitado, etc… palabras fáciles y hermosas que también definen al buen musulmán, al buen judío, budista o hindú. Con la reducción moral del cristianismo -ser cristiano es “obrar el bien”-  hemos desdibujado la identidad propia de nuestra religión. De la confesión verdadera "Dios es amor" nos hemos desplazado sutilmente a otra que es falsa: "el amor es Dios". Dios no es una cualidad del ser, sino el Ser mismo, el que sostiene todo.

El evangelio, sin negar la centralidad del amor para la vida del cristiano, nos pone en guardia ante el riesgo de querer vivir un cristianismo sin Cristo. Los que le buscaban dijeron: “¿Qué tenemos que hacer para realizar las obras de Dios? (Jn 6,28). Y Jesús no les contestó “¡hay que ser buenos!”, sino algo más profundo y sorprendente: “la obra de Dios es esta: que creáis en el que él ha enviado”. Palabras que suenan un tanto extrañas a nuestra religiosidad funcional y práctica, pero que revelan el meollo de la identidad cristiana: ser cristiano es ante todo creer en Jesucristo, creer que es el Hijo de Dios, Dios encarnado; lo que el Padre quiere es que pongas a Jesús en el centro de tu vida, que seas un apasionado de su persona; el amor cristiano brota de la fe en el misterio que es Jesús.
 
La moral cristiana no nace de una imposición legal (mandamientos), ni de un simple altruismo (termina uno por cansarse de ayudar al prójimo cuando no hay reciprocidad); tampoco es producto de una empatía  recíproca (“no quieras para los demás lo que no quieres para ti”, ¿no es un poco egoísta esta motivación?); la moral cristiana tiene su fuente en la fe; quien es cristiano es ante todo quien cree en la persona divina-humana de Jesús.


El verdadero y único sentido de la vida

“Yo soy el pan de vida. El que viene a mi no tendrá hambre, y el que cree en mí no tendrá sed jamás” (Jn 6,35). Hay un pan material, como el maná que los israelitas recibieron en el desierto (Ex 16,12-15); pero ese pan es sólo un anuncio, un adelanto, del pan espiritual que es Jesús. El pan material es necesario para la vida; pero no basta.
 
La experiencia nos dice que el hombre, amén de pan, además de cuidados para el cuerpo, necesita también cuidados y alimentos espirituales que mantengan animosa su vida. Y ahí es donde entra en juego la fe, sea ésta religiosa o simplemente espiritual. Mientras necesitamos alimentos para sostener el cuerpo solemos vivir buscándolo desesperadamente con el trabajo o recurriendo a la suerte, la magia o la religión para conseguirlo. Y
 cuando estamos saciados  de lo material -como ocurre en las sociedades desarrolladas y capitalistas- tendemos a la soberbia de la opulencia y el derroche. Descubro entonces que el pan no lo es todo, lo cual supone haber descubierto que mi cuerpo no es todo mi yo. Me doy cuenta de que, a pesar de tener cubiertas las necesidades materiales,  no soy feliz.
 
La sola satisfacción del cuerpo hastía. Eso le ocurrió a los israelitas, que en su travesía del desierto acabaron por aburrir el maná que tanto apetecieron en un primer momento: “Nos da nauseas ese pan sin sustancia” (Núm 21,5). ¡Qué hermosa descripción de la vida cuando cae en el sinsentido! La rutina de la eterna repetición de lo mismo, sin un principio (alfa) y un fin (omega), provoca el hastío, la depresión, la muerte interior. Harto de todo lo deseable materialmente, la persona sigue insatisfecha.

Y es ahí donde enraíza la importancia vital de la fe. “No fue Moisés quien os dio pan del cielo, sino que es mi Padre el que os da el verdadero pan del cielo”. ... Vuestros padres comieron en el desierto el maná y murieron. … Yo soy el plan vivo bajado del cielo, el que come de este pan vivirá para siempre” (Jn 6,32.48.51). Sin Jesús todo se dispersa y pierde sentido, con Él como eje, todo se unifica; placer y dolor, alegría y tristeza, hambre y saciedad, pasan a segundo plano. Como dice el salmo 22: "Nada temo".

 
* * *
"No sólo de pan vive el hombre"(Lc 4,4). El hombre necesita también del cariño, de la ternura, de la comprensión, del sentido de las cosas, del amor. Leche y miel. No basta la leche, también la dulzura es imprescindible para el desarrollo de la persona. La fe sostiene el ritmo de la vida. El creyente, tan débil y limitado en su naturaleza como el no creyente, se puede sentir orgulloso del plus de haberes y posibilidades que le ofrece la fe de cara a una vida material y espiritualmente plena. La fe es el punto de apoyo que necesita la palanca de la vida para desarrollar sus potencialidades (cfd Lc 17,6).
 
Siguiendo a Jesús, poniendo su fe en Él, son muchos los que han realizado grandes obras en medio de grandes dificultades sin perder ellos mismos la esperanza. Muchos se han acercado con fe a la Eucaristía, han comulgado con la Palabra y con el Pan de la vida. Han comprendido que con la venida de Jesús el Padre “hizo llover sobre ellos maná y les dio pan del cielo”

La clave para edificar la Iglesia del futuro, ¿no estará en redescubrir la fe en Jesús como Hijo de Dios? El retorno a Jesús, y no nuestras débiles obras de amor, son la clave de la renovación de la vida y de la Iglesia;  por eso es un motivo de esperanza  la importancia que ha adquirido el estudio de la cristología y la contemplación de la persona de Jesús en la vida de los cristianos.

Si miras con delectación tu ombligo, o con envidia los ombligos ajenos, ¡despierta! El único que te puede saciar con su mirada es Jesús. "Mira que te mira" (Santa Teresa) y pon tu fe en su mirada de amor. "La obra de Dios (opus Dei) es esta: que creáis en el que él ha enviado" (Jn 5,29)

Casto Acedo Gómez. Agosto 2021paduamerida@gmail.com.

jueves, 22 de julio de 2021

Solemnidad de Santiago Apóstol (25 de Julio)


Hch 4,33.5,12.27b-33;121b. Sal 66,2-3.5.7-8; 2 Cor 4,7-15; Mt 20,20-28.

En cierta ocasión en que los samaritanos no recibieron bien a Jesús y los suyos, Santiago y su hermano Juan no se anduvieron con chiquitas: "Señor, ¿quieres que digamos que baje fuego del cielo y los consuma?”. Violentos ellos. “Pero Jesús, volviéndose, les reprendió” (Lc 9,54-55). Tal vez esta impetuosidad de carácter hizo que Jesús les pusiera el sobrenombre de Boanerges, “los hijos del trueno” (Mc 3,17).

Y así pasó Santiago al imaginario medieval, como trueno del cielo, que con el furor del relincho y el ruido de los cascos de su caballo, crea confusión y espanto al enemigo, las huestes musulmanas en el periodo de la reconquista; y luego, cristianizada la península, el indio pagano y beligerante de las Américas, la nueva tierra a conquistar.

La iconografía presenta a Santiago así: montado en su caballo blanco, y blandiendo la espada contra el moro -el indio en el caso de América-, adalid de una guerra santa contra el islam -o el paganismo-, entendida como cruzada de liberación y modo privilegiado de evangelización.

Puede que la forma de ser impulsiva y arrojada, hiciera de Santiago un provocador que se ganó la antipatía de las autoridades y el mérito de contarse entre los primeros mártires cristianos: “El rey Herodes echó mano a algunos de la Iglesia para maltratarlos, e hizo morir por la espada a Santiago, el hermano de Juan.” (Hch 12,1-2). Pero no es ese el rasgo principal que los evangelistas nos ofrecen del Apóstol. Porque, si bien su carácter debió ser fuerte y agresivo, acabó sometido a la voluntad de Dios. 

Desmitificar las leyendas

Si, como relata el libro de los Hechos, Santiago murió en las primeras persecuciones que tuvieron lugar en Jerusalén, difícilmente pudo ser el evangelizador de España. Así lo cuenta la leyenda tradicional española, que lo sitúa en el siglo I de nuestra era, antes de su martirio en Judea, predicando por España y recibiendo las gracias y el ánimo de la Virgen María, que se le aparece junto al río Ebro, sobre un pilar que será objeto de devoción y dará lugar a la actual basílica de Zaragoza.

De esta tradición de Santiago apóstol de España tenemos las primeras referencia en el siglo XIII, momento histórico en el que están en auge las cruzadas y la guerra contra el Islam en la península Ibérica. Son tiempos en los que la pertenencia religiosa era cuestión de estado (cuius regio, eius religio) y la evangelización era entendida en términos de conquista. No es extraño, pues, que se desarrollen leyendas épicas en las que Santiago, vestido y armado como un cruzado, espada en mano entra en el campo de batalla ayudando a las huestes cristianas. Es la versión violenta de lo que el islam designa como guerra santa, aunque la única guerra santa, si es que estos dos términos se pueden casar, es la que se hace sin violencia, “resistiendo al mal a fuerza de bien, buscando la paz y corriendo tras ella” (1 Pe 3,11).


El camino "interior" de Santiago.

En la coyuntura histórica actual tenemos la oportunidad de contar con estudios bíblicos e históricos que, sin desdeñar lo que de positivo puedan tener las leyendas tradicionales, nos ayudan a volver a los principios de nuestra fe depurándola de esquejes añadidos. Y para purificar la imagen guerrillera del santo nada mejor que contemplar  a la persona misma del Apóstol en su seguimiento de Jesús y su martirio.

Llegar hasta ahí no debió ser fácil para Santiago. Su carácter violento y sus pretensiones de ascenso, puestas en boca de su madre en el evangelio de este día, “Ordena que estos dos hijos míos –Juan y Santiago- se sienten en tu reino, uno a tu derecha y el otro a tu izquierda”, evidencian que hubo de operarse en él un fuerte cambio de mentalidad. Debió aceptar, y no sin resistencias, que el destino de la humanidad no es el de la imposición sino el servicio, no es la venganza sino la misericordia. Así lo hizo y enseñó su Maestro. Para quien tuvo un temperamento violento y vivió acostumbrado al ordeno y mando no debió ser fácil asumir esta enseñanza.

Hubo pues un peregrinar interior del Apóstol, un descenso a las zonas oscuras de su alma, hasta llegar por el camino de abajamiento a la cumbre del martirio. Es la otra imagen tradicional, más pacífica y gratificante, que nos ha llegado del Apóstol: peregrino, que, acompañado de algunos seguidores y animado por la misma Virgen María, lleva el evangelio de su mano hasta el finis terrae apoyado en el cayado de la cruz.

Podemos poner en primer plano esta imagen como ejemplo de lo que ha de ser hoy el apostolado: Profundización en la fe, búsqueda de la identidad cristiana en la tradición apostólica más genuina (la que recogen los evangelios y todo el Nuevo testamento) y acercamiento valientemente al mensaje de Jesús desde la plataforma del amor como servicio significado en la cruz: “El que quiera ser grande entre vosotros, que sea vuestro servidor, y el que quiera ser primero entre vosotros, que sea vuestro esclavo. Igual que el Hijo del Hombre no ha venido para que le sirvan, sino para servir y dar su vida en rescate por muchos” (Mt 20,27-28).

Creer, evangelizar, servir.

Dos pasos dio Santiago en su camino espiritual; y dos son los que estamos llamados a dar nosotros. Uno hacia adentro: creer; un paso que obliga a plantearse seriamente la experiencia de Dios depurando las creencias interesadas; y otro paso hacia fuera: evangelizar, que lleva a procurar para otros la riqueza encontrada. “Está escrito ´creí, por eso hablé´, también nosotros creemos y por eso hablamos, sabiendo que quien resucitó al Señor Jesús también con Jesús nos resucitará” (2 Cor 4,13-14).

Para la nueva evangelización en Europa y en la España de hoy, sigue siendo válida la consigna: creer, es decir, alimentar la propia fe al arrimo de la persona de Jesús por la escucha de su palabra, la participación en los sacramentos y la práctica de la misericordia, como hicieron Santiago y los demás apóstoles; y hablar: transformados por la cercanía de Jesús, hablar con palabras santas y con gestos comprometidos, siendo mártires (testigos) silenciosos del Evangelio de la Vida.


* * *
Bajemos a Santiago de su caballo; tal vez el santo Apóstol no es el que agrede espada en mano sino el que sufre injustamente la agresión. El Apóstol que pidió en un momento de arrebato que cayera del cielo un fuego devorador que arrasara toda oposición al Evangelio de Jesús cambió de vida, y él mismo se hizo buen samaritano descendiendo de su cabalgadura y subiendo en ella a los heridos y desheredados para acercarlos a la Iglesia del Señor. Ese fue y es el Camino de Santiago, jalonado de catedrales e iglesias que conducen a Dios, de puentes que comunican a los hombres, de hospitales que curan a enfermos caminantes y de casas de acogida que atienden a los peregrinos. Hacer cristianamente el Camino de Santiago no es otra que ir a Jesucristo (cf Jn 14,6).

Casto Acedo. Julio 2021. paduamerida@gmail.com.

viernes, 16 de julio de 2021

Vacaciones con Jesús (18 de Julio)

  Textos del día: Jr. 23,1-6; Salm 22, 1-6; Ef 2,13-18; Mc 6,30-34


Estamos en pleno verano. Tiempo de vacaciones, oportunidad para cambiar de actividad, para viajar y conocer otros mundos, otras culturas, otros modos de vivir. 

Hay quienes se embarcan en viajes programados, con los días y las horas marcadas, el calendario y el reloj imponiendo su ritmo; vacaciones que no son sino  una especie de cambio de lugar pero sumergidos en los mismos ruidos de una vida acelerada. Cuando se viven así las vacaciones,  cambiando el espacio físico  pero dejando intacto el interior,  la ansiedad  y la inquietud persisten, aunque se aparquen de momento. 

Otros, más sabios, tal vez ayudados por la prevención que impone la pandemia, aprovechan estos días para vivir unos días de mayor aislamiento del exterior. 

Pero también hay quien al retiro del exterior le añaden el ejercicio del retiro espiritual. Éstos eligen un espacio y un tiempo adecuados para hacer jornadas de silencio que propicien el encuentro consigo mismo bajo la atenta mirada de Dios. Aquí, el interés que se pretende es  la sanación interior, que necesariamente propiciará  mejoras en el exterior. 

El mejor hotel para tu viaje interior se llama Jesús. ¿Qué tal si aprovechas para adentrarte estos días en su corazón?


Vaciarte de todo para hacerle sitio a Dios

Si nos remitimos al origen etimológico de la palabra “vacaciones”, encontramos que ésta viene “del latín vacans, participio del verbo vacare: estar libre, desocupado. Está detrás el término vacuus: vacío, desocupado libre. Me gusta esta palabra, vacío (nada), por lo que tiene de resonancias místicas. 

Hacer vacaciones es, en el sentido último, vaciarse, soltar, desprenderse. Cuando tomamos vacaciones ¿no lo hacemos con el ánimo de desprendernos del tedio, la rutina, el cansancio de cada día? Sí. A esto es a lo que invita Jesús a los suyos tras unos días de intenso ajetreo misionero: "volvieron a reunirse con Jesús y le contaron todo lo que habían hecho y enseñado" y Él les dijo -´Venid vosotros solos a un sitio tranquilo a descansar´. 

Cuando Jesús pronuncia estas palabras  a los Doce estaban recién venidos de una misión a la que Jesús "los envió de dos en dos" (Mc 6.7). El cansancio hizo mella en ellos, "porque eran tantos los que iban y venían, que no encontraban tiempo ni para comer” (Mc 6,30-32) (Mc 6,30-32). 

Ahora Jesús los invita a un retiro de vacaciones,  no a un tiempo para divertirse alienándose en medio de una multitud que huye de sí misma, sino a un tiempo para relajarse y concentrarse en lo verdaderamente importante: la propia realidad personal ante Dios.


Cuidarse uno mismo

Fue consciente Jesús de que el servicio al prójimo no es posible sin el cuidado propio. ¿Qué podré dar a los demás si estoy lleno de preocupaciones y nerviosismo? ¿Cómo mantener mi ritmo de trabajo y de dedicación a la causa del amor: la familia, los amigos, la parroquia, la asociación benéfica, etc., si no dedico tiempo a mi formación y mi crecimiento espiritual?

El apóstol necesita momentos, incluso días, de retiro para vaciarse de “tonterías” y llenarse de Dios; tiempo para dejar a Dios ser Dios en la propia vida, para abandonarse y cincelar su alma según el modelo de persona que es Jesucristo; sólo así podrá luego actuar hacia fuera con la misma compasión que el Maestro: “Al desembarcar, Jesús vio una multitud y le dio lástima de ellos, porque andaban como ovejas sin pastor; y se puso a enseñarles con calma” (Mc 6,34)

"Se puso a enseñarles con calma", dejando que la vida divina cale lenta y profunda en el corazón. El mundo necesita espiritualidad y la busca; la vida cansa; la lucha diaria puede agotar  los ánimos. ¿Dónde encontrar las fuerzas para seguir? Ciertamente no en las ideas y los proyectos, sino en el silencio y la calma del corazón. Ahí puedes encontrar a Jesús y su enseñanza sanadora y redentora. ¡Hay que fortalecer esta parte de nosotros; porque ahí está   la energía necesaria para seguir en la brecha!

¿Qué sería de los derechos humanos sin hombres que llenaran su corazón con la fuente de donde brotan esos derechos? ¿Qué sería de la vida personal y social sin una espiritualidad que la ilumine y la sostenga? Y la espiritualidad no es algo abstracto, sino concreto, un sentimiento real y palpable que se alimenta con el recogimiento, el retiro y la percepción equilibrada de uno mismo adquirida ante el Espíritu de Dios. 

Una espiritualidad es un dinamismo interior que progresivamente va liberando el corazón de apegos y esclavitudes. Poco a poco rompe las cadenas que impiden vivir en libertad. Porque andamos atados a nuestro ego, incapaces de romper la cuerda que limita nuestros movimientos. Esa libertad no se alcanza huyendo. ¡Ignorante el que crea que sólo viajando y entreteniendo la vida alcanzará la plenitud! El retorno a la rutina del trabajo suele ser muy decepcionante para éstos.

A la verdadera libertad se llega empezando por mí, entrando en mí mismo y tomando posesión de mi propio “ser”, reconociendo quien y como soy; activando en mi corazón un “querer” nuevo según el modelo de Cristo, porque no siempre mis obras responden a mis deseos más profundos.


Dejar todo para poseerlo todo.

La multitud sigue a Jesús esperando de él una respuesta a sus situaciones personales y sociales. ¿Y qué les enseña? Algo tan simple y hermoso como que Dios ha llegado, que su Reino está en medio de nosotros (cf Lc 17,21), que este Reino "no es comida y bebida, sino justicia, paz y alegría en el Espíritu Santo" (Rm 14,17). Que Dios es bueno, como un pastor que cuida y ama a su rebaño (Salmo 22); que no hay que temer vivir y trabajar la justicia, porque ya ha llegado el Reino y su Mesías, ese del cual el profeta Jeremías dijo que salvaría a Israel y “lo llamarán con este nombre: ´El-Señor-nuestra-justicia´.” (Jr 23,6). 

Bueno, todo esto es "teología". Siendo más directos diríamos que  les enseñó  algo tan simple como ésto: ¿Por qué andáis agobiados por vuestros problemas? ¿Nadie os ha dicho que Dios es Padre misericordioso? Dios es bueno y te da su paz. No estás solo o sola y sin recursos en la lucha de la vida, Dios está contigo. No debes temer nada, mi vara y mi callado de Buen Pastor, no es  palo para castigarte sino apoyo para sosegarte (Sal 22, 4). No temas, porque he "abolido la ley con sus mandamientos y reglas, haciendo las paces, para crear en ti un hombre nuevo. En la Cruz he dado muerte al odio” (cf Ef 2,13-18). He conquistado para ti la paz, lo único que tienes que hacer es venir conmigo, ponerme en el centro de tu pensamiento, tu corazón y tu conducta.


* * *

Tal vez todo lo dicho te suene a teoría, a discurso religioso elaborado. Y lo es si te limitas a leerlo con una mente obtusa y clasificadora; pero si haces un ejercicio de meditación, si buscas un lugar y un espacio en el que pacificar  tu mente y tu cuerpo, un tiempo para dejarte mirar por Dios, tal vez entonces puedas salir de tu ignorancia y aprender la importancia que tiene vivir sintiéndote a ti mismo en Jesús.  

¡Inténtalo!: Aparta tu vista unos minutos de la pantalla en la que estás leyendo esto, respira profundamente , cierra los ojos, y siente la mirada de Jesús sobre ti; “mira que te mira”, como decía Santa Teresa: te mira y te dice: “ven conmigo a un sitio tranquilo a descansar un poco”. ¿No es una invitación hermosa? Con serenidad, sin violencia interior, deja a un lado las superficialidades en las que tienes puesta la vida, y facilita que el Amor de Dios (Jesucristo) empape cada rincón de tu casa.

Esto es hacer vacaciones en profundidad: des-ocuparte y des-apegarte de lo que te agobia y aprisiona, vaciarte de todo y llenarte de Dios. No hay mejor reconstituyente. San Juan de la Cruz, en un texto memorable, resume el camino para unas vacaciones santas; un tiempo para vaciarte de todo lo inútil y ofrecerle tu espacio a Dios. Sabes que los placeres que buscas en vacaciones no son sino una tregua a tus sufrimientos; porque la idolatría del gusto sensual sólo conduce al agotamiento. "Vacar" es "vaciar", dejar todo lo que sabes que no llena tu vida, aunque tu ego se empeñe en lo contrario.  La felicidad plena no está en la acumulación de bienes y e experiencias sensuales, está en la renuncia. No viene mal ahondar estos días en la enseñanza de san Juan de la Cruz:

"Para venir a gustarlo todo,
no quieras tener gusto en nada.
Para venir a poseerlo todo,
no quieras poseer algo en nada.
Para venir a serlo todo,
no quieras ser algo en nada.
Para venir a saberlo todo,
no quieras saber algo en nada.
Para venir a lo que no eres,
has de ir por donde no eres

Cuando reparas en algo,
dejas de arrojarte al todo.
Porque para venir del todo al todo,
has de negarte del todo en todo.
Y cuando lo vengas del todo a tener
has de tenerlo sin nada querer.
Porque, si quieres tener algo en todo,
no tienes puro en Dios tu tesoro".

Hoy Jesús te dice “Ven conmigo a un sitio tranquilo a descansar un poco”. Si tienes unos días, aprovecha para hacer silencio, para entrar en tu morada y hacer un viaje interior. Conociendo el perfil misericordioso del corazón de Jesús, tú mismo gustarás y amarás ser  compasivo contigo mismo, con todos y con todo. 

Casto Acedo. Julio 2021. Paduamerida@gmail.com

domingo, 4 de julio de 2021

Ser en la vida "romero" (Domingo 4 de Julio)

 

Narrando el evangelista Marcos el milagro de la tempestad calmada, concluye con esta enigmática pregunta “¿Quién es este que hasta el viento y el mar le obedecen?” (Mc 4,41). Hoy, la liturgia nos presenta en el evangelio otra reacción de sorpresa; esta vez en boca de sus paisanos: ¿Quién es este? ¿De dónde ha salido esa sabiduría que muestra? ¿No es el hijo de José, el carpintero, y de de María? ¿No ha vivido y se ha criado entre nosotros? (Mc 6,2-3).

¿Quién es este?

Los paisanos de Jesús pasan del asombro (reconocimiento de la sabiduría de sus palabras en la sinagoga) a la desconfianza (¿qué nos puede enseñar el hijo de un artesano?). Si en multitud de pasajes evangélicos podemos observar cómo la fe propicia el milagro -recordemos la curación del a hemorroísa y la resurrección de la hija de Jairo del domingo pasado-, también en otros lugares se nos ofrece la otra cara de la moneda: la desconfianza del hombre bloquea la eficacia del amor de Dios: “No pudo hacer ningún milagro por su falta de fe” (Mc 6,5). Sin el concurso de la fe del hombre, sin su salida al encuentro de la Palabra, no hay salvación (milagro)

Jesús resume la actitud de sus paisanos echando mano de un dicho, un refrán corriente en su tiempo y que ha pasado desde el evangelio hasta nuestros días: “No desprecian a un profeta más que en su tierra, entre los suyos y en su casa" (Mc 6,4). Nadie es profeta en su tierra. Sus paisanos se habían acostumbrado a él. Le habían visto crecer, conocían a sus padres y parientes. ¿Qué se puede esperar de este carpintero? 
 
Es la actitud de ceguera para ver la realidad fruto de la rutina que va empañando los ojos y tergiversando la visión clara de las cosas. Nos acostumbramos de tal manera a las cosas, incluso a las de Dios, que nos cuesta verlo aunque lo tengamos delante. Por eso, tal vez la primera enseñanza de este evangelio sea la de no acostumbrarnos nunca a nada.

Es triste encontrar un marido que se ha acostumbrado a su mujer, o la esposa que se ha acostumbrado a su marido (¿qué me va a enseñar? ¿qué voy a esperar ya de él?), o un sacerdote acostumbrado a su oficio (¿no percibes su rutina y frialdad celebrativa?), o el cristiano que se ha acostumbrado a la misa, a la participación rutinaria en los sacramentos, a la doctrina bien estudiada o a la teología perfectamente estructurada, de forma que ya no se encuentra novedad alguna en las cosas y las personas. Es el pecado de los fariseos, tan seguros ya de estar en el buen camino y en la posesión de la verdad que sus oídos y sus vidas quedan impedidos para percibir la presencia de Dios en su historia.

Ser en la vida “romero”.
 
Dios no admite “acostumbrados”. El acostumbrado es un muerto a la fe. Ya no espera nada, todo lo tiene situado en su lugar. No es capaz de ver la “novedad” de Dios, su profecía, su milagro, que le llega a través de la naturaleza, de la historia, de los acontecimientos que vive con parientes y vecinos. ¡Cuántos profetas nos manda el Señor! Cada consejo de un buen amigo, cada verdad que nos dicen con ánimo de convertirnos, de que cambiemos nuestras actitudes negativas, cada testimonio de paciencia, de entrega al enfermo, al abandonado, cada gesto de solidaridad son voces proféticas que nos llaman a descubrir la fuerza de Dios escondida en la debilidad de los hombres (cf 2 Cor 12,9-10). 
 
El remedio está en romper esquemas, en esquivar la tentación de la “costumbre”, del acomodo en lo fácil, en abrir la mente para superar el "escándalo de Dios". El poeta León Felipe canta que hay que ser “romeros”, peregrinos que no se instalan en un lugar apacible, que no dogmatizan su fe, sino que se ponen cada día en marcha no dejando que el alma sientan la tentación de instalarse en ideas e imágenes prefabricadas y fijas sobre Dios y sobre la vida. Cuando hacemos de Dios una idea lo transformamos en un ídolo. El Dios verdadero no se deja encerrar ni en ideas ni en imágenes. Para acercarnos a Jesús, para crecer en la fe, para no perder la sorpresa de Dios, hay que ser romero que busca siempre caminos nuevos, romero con el corazón abierto a la noticia de Dios.


Ser “romero” es todo un estilo vida que facilita el reconocer a Jesús entre nosotros y alimenta la fe. A Jesús le sorprende el rechazo de sus vecinos, “y se extrañó de su falta de fe” (Mc 6,6). Los más cercanos, los más allegados, los más seguros de sí, fueron incapaces de ver al “profeta” que vivió entre ellos; estaban hechos a una imagen concreta de Jesús y de Dios difícil de desmontar: ¡qué nos vas a decir que ya no sepamos de ti, carpintero!, ¿cómo Dios se va a rebajar tanto como para colocarse al nivel de los hombres?

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No es fácil asimilar el hecho de que Dios se haga presente en la debilidad de la carne. Se es Dios o se es hombre, ¿acaso se pueden ser las dos cosas a la vez? Con la encarnación, y más aún, con la muerte en cruz, el escándalo está servido. Los paisanos de Jesús se escandalizaron de él. Esperaban un Mesías más divino, no tan humano como el hijo de María y José. Esperaban que la fuerza de Dios se revelara de manera portentosa y espectacular. Pero Dios no usa del poder y el espectáculo para imponerse, sino que muestra su fuerza en la debilidad (cf 2 Cor 12,9-10). ¿Quién creerá en un Dios así?
 
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Toca convertirse. ¿Y qué es convertirse? No es otra cosa sino "despertar", limpiarse las legañas de la costumbre, las ideas, los apegos; la conversión llega cuando se toma conciencia de la presencia de Dios en las realidades cotidianas; y este despertar-conversión se realiza día a día, en cada momento de la vida, como romeros que van contemplando las huellas de Dios en el camino de su vida, en su propia historia. Al final converso es quien  mira su vida y toma conciencia de que Aquel a quien buscaba ha estado siempre con él.
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Casto Acedo. Julio 2021 paduamerida@gmail.com

jueves, 1 de julio de 2021

La incomprensión del profeta (Domingo 11 de Julio)


En la última etapa de su vida Jesús se dedicó directamente a la predicación. Los milagros, las parábolas y los discursos que recogen los evangelios, están siempre en función de lo mismo: el anuncio de la paternidad de Dios y su Reino. 

Desde el inicio de su vida pública Jesús fue un incomprendido, un “extraño” (extranjero) en su propia tierra: ¿No es éste el hijo del carpintero? ¿de dónde le viene esa sabiduría? Y se extraño de la falta de fe de sus paisanos (Mc 6,2-6). Pero no se desanimó, asumió el riesgo de ser diferente, de ser distinto en su forma de pensar y actuar. En una palabra: Jesús no se vendió, sino que mostró una libertad inusitada ante quienes querían adocenarle y asimilarle a la cultura y religión del ambiente. 

Estar con Jesús y anunciarlo

Consciente de que su estar en el mundo era transitorio, Jesús escogió un grupo de doce “para que estuvieran con él”, para que le conocieran más de cerca y aprendieran con él a ser distintos, para que se empaparan de su personalidad, y poder luego enviarlos a vivir y predicar  lo que habían visto y oído, lo que contemplaron sus ojos y palparon sus manos (cf Mc 3,14; 1 Jn 1, 1-4). Les educa (conduce) para que luego ellos sean educadores (conductores).

La formación de los discípulos no será sólo teórica; tendrá también un componente práctico: ”llamó a los Doce y comenzó a enviarlos de dos en dos, dándoles poder sobre los espíritus inmundos. Les ordenó que nada tomasen para el camino, fuera de un bastón: ni pan, ni alforja, ni calderilla en la faja; sino calzados con sandalias y no vistáis dos túnicas” (Mc 6,7-8). 
En la elección y el envío nos presenta el evangelio un modelo de vida cristiana: hemos sido elegidos para “estar con Jesús”, para “vivir en Cristo”, para gozar la iglesia, los sacramentos y la oración; pero también “somos enviados” a testimoniar, “viviendo” el evangelio.

Y para tener en cuenta en la tarea del testimonio-predicación Jesús da instrucciones sobre el modo y dificultades: 
*en comunidad: "de dos en dos", porque quien anuncia un mensaje de comunión no debe hacerlo en solitario, sino con y desde la comunidad. 
*desde la pobreza y la sencillez, viajando ligero de equipaje, con sólo lo imprescindible para vivir (un bastón, sandalias y túnica), no sea que las “cosas materiales” oscurezcan y obstaculicen el mensaje;

*también se evangeliza desde el abandono en manos de aquellos a quienes se dirige el apóstol: “Quedaos en la casa donde entréis hasta que os vayáis de aquel sitio” (Mc 6,10), porque no basta el discurso para llegar a los hombres si a éste no le acompaña la comunión de vida con ellos;

 
*y el apóstol ha de ser consciente de que es posible el rechazo del evangelio, incluso violento; también ante esto da Jesús su consejo: “si un lugar no os recibe ni os escucha, al marcharos sacudíos el polvo de los pies en testimonio contra ellos” (Mc 6,11).El rechazo del evangelio es posible e incluso esperable, ya que forma parte de la vivencia misma del maestro, que “vino a su casa y los suyos no lo recibieron (Jn 1,11). La consigna de “sacudirse el polvo de los pies” viene a decir que la tarea del apóstol es anunciar el mensaje, pero la ausencia de frutos a causa del rechazo no desdice nada de su misión. 

A este propósito, creo que todos los sacerdotes y directores de espíritu han tenido que escuchar alguna vez en coloquio o confesión la queja amarga de padres que lloran el fracaso a la hora de transmitir a sus hijos la fe y la práctica religiosa. “Son buenos chicos, pero a pesar de nuestro ejemplo y de haber procurado darles una formación cristiana adecuada, nos parece que no lo hemos conseguido”. Muchos expresan cierto sentimiento de culpabilidad al decir esto. Y yo les suelo decir que no hay motivos para sentirse culpable. “Uno es el que siembra y otro es el que siega” (Jn 4,37), la semilla se ha sembrado, ¿quién sabe qué cosecha habrá al final?
 
De todos modos, cuando la palabra rebota y sólo encuentra cerrazón y rechazo, acordaos del consejo del Señor: “Si un lugar no os recibe ni os escucha, al marcharos sacudíos el polvo de los pies en testimonio contra ellos” (Mc 6,11). No es que debamos odiar a los que no escuchan ni acogen el mensaje, ¿cómo odiar a nuestros propios hijos?, pero sí debemos alejar de nosotros un sentimiento inmerecido de culpa que termina por hacernos dudar de la eficacia del evangelio dañándonos a nosotros mismos.
 
Anunciar con valentía la Verdad (parresía).
 
El rechazo del evangelio no es extraño a la historia de la salvación. La verdad duele y el que recibe la voz profética que denuncia injusticias e idolatrías, cuando no acepta la palabra, no suele quedarse estoicamente en silencio sino que tiende a reaccionar de modo violento. ¿Quién no ha experimentado nunca el rechazo a causa de la predicación o vivencia de su fe cristiana, la burla y la marginación de quien ha tomado el camino nuevo de Jesús? Ese rechazo más que motivo de desánimo, debería ser acicate para, una vez discernido su genuino carácter de persecución por causa del evangelio -no toda crítica a los cristianos ha de ser leída necesariamente como persecución y rechazo-, continuar con más empeño la tarea evangelizadora.
 
 
Jesús manda a los suyos, (a ti y a mí) a predicar y a sanar. Palabra y acción, verdad y amor. En la carta encíclica Veritas in caritate  el papa Benedicto XVI dice que la dinámica del amor exige no ocultar la verdad de Dios y del hombre: “Sólo en la verdad resplandece la caridad y puede ser vivida auténticamente. La verdad es luz que da sentido y valor a la caridad. … Sin verdad, la caridad cae en mero sentimentalismo”. (nº, 3). 

Como apóstoles somos envidados a anunciar el amor de Dios, que va más allá de los sentimientos. Ese amor, tal como lo vemos en las Sagradas Escrituras, se expresa unas veces con la dulzura del Padre que alienta el ánimo de sus hijos, y otras con la dureza de quien reprende. En este segundo caso nos cuesta más aceptar la verdad, porque pone al descubierto nuestro pecado.

En tiempos de relativismo e individualismo, donde cada uno sacraliza su propia verdad y se percibe a sí mismo como centro del universo, se hace más difícil el anuncio y la escucha de la denuncia profética. Pero esto no debería impedirnos el seguir practicando un   profetismo exigente. 

La caridad pide que miremos al prójimo y al mundo desde la verdad y que no les ocultemos esa verdad que no deja de ser tal porque no quiera escucharse. ¿Cómo nos curaremos si no hacemos diagnóstico de nuestros males? ¿Cómo liberarnos de las mentiras que nos atan si no las ponemos al descubierto? Y hacer esto sabemos que crea conflictos y da lugar a persecuciones.

El profeta que denuncia la falsedad y la injusticia, en el menor  de los casos, será invitado, como lo fue Amós, a exponer su profecía en otro lugar, donde su voz no sea tan molesta (Am 7,12-15). En otros casos se recurrirá a la violencia y hasta a la muerte para hacer callar la voz de Dios que habla por ellos; como ocurrió con tantos mártires de la fe, con personas de ayer y de hoy, tales  como monseñor Oscar Romero.  Todos, a fin de cuentas, siguieron los pasos de Jesucristo, maestro y mártir. Si el discípulo no es más que su maestro; si a Jesús lo rechazaron es connatural al testimonio cristiano el mismo destino.
 

Nuestro modelo de apóstol y profeta es Jesús. Él vivió su amor al hombre sin concesiones a la mentira. Habló con “valentía” (parresía) la verdad; “Para esto he nacido y para esto he venido al mundo: para dar testimonio de la verdad. Todo el que es de la verdad escucha mi voz” (Jn 18,37).
 
La Eucaristía dominical es la fiesta de los inconformistas, ese momento de la semana en el que nos ponemos en el regazo de Dios dejándonos serenar e interpelar por su voz profética. Aquí tomamos fuerzas, para descansar de la misión, y para salir luego a la calle a seguir dando el testimonio del Reino, algo sencillo pero molesto; porque un mundo complicado y superficial como el nuestro no soporta la verdad y la vida sencilla.    

Por ello la fricción, el choque de mentalidad, y la consiguiente incomprensión-persecución, es esencial en la vida del apóstol. Como Jesús fue acogido, así serán acogidos los suyos, y como fue rechazado, también lo serán los suyos: “El siervo no es más que su señor. Si a mí me han perseguido, también os perseguirán a vosotros; si han guardado mi Palabra, también la vuestra guardarán” (Jn15,20) .

C. AcedoJulio 2021  paduamerida@gmail.com.