jueves, 1 de julio de 2021

La incomprensión del profeta (Domingo 11 de Julio)


En la última etapa de su vida Jesús se dedicó directamente a la predicación. Los milagros, las parábolas y los discursos que recogen los evangelios, están siempre en función de lo mismo: el anuncio de la paternidad de Dios y su Reino. 

Desde el inicio de su vida pública Jesús fue un incomprendido, un “extraño” (extranjero) en su propia tierra: ¿No es éste el hijo del carpintero? ¿de dónde le viene esa sabiduría? Y se extraño de la falta de fe de sus paisanos (Mc 6,2-6). Pero no se desanimó, asumió el riesgo de ser diferente, de ser distinto en su forma de pensar y actuar. En una palabra: Jesús no se vendió, sino que mostró una libertad inusitada ante quienes querían adocenarle y asimilarle a la cultura y religión del ambiente. 

Estar con Jesús y anunciarlo

Consciente de que su estar en el mundo era transitorio, Jesús escogió un grupo de doce “para que estuvieran con él”, para que le conocieran más de cerca y aprendieran con él a ser distintos, para que se empaparan de su personalidad, y poder luego enviarlos a vivir y predicar  lo que habían visto y oído, lo que contemplaron sus ojos y palparon sus manos (cf Mc 3,14; 1 Jn 1, 1-4). Les educa (conduce) para que luego ellos sean educadores (conductores).

La formación de los discípulos no será sólo teórica; tendrá también un componente práctico: ”llamó a los Doce y comenzó a enviarlos de dos en dos, dándoles poder sobre los espíritus inmundos. Les ordenó que nada tomasen para el camino, fuera de un bastón: ni pan, ni alforja, ni calderilla en la faja; sino calzados con sandalias y no vistáis dos túnicas” (Mc 6,7-8). 
En la elección y el envío nos presenta el evangelio un modelo de vida cristiana: hemos sido elegidos para “estar con Jesús”, para “vivir en Cristo”, para gozar la iglesia, los sacramentos y la oración; pero también “somos enviados” a testimoniar, “viviendo” el evangelio.

Y para tener en cuenta en la tarea del testimonio-predicación Jesús da instrucciones sobre el modo y dificultades: 
*en comunidad: "de dos en dos", porque quien anuncia un mensaje de comunión no debe hacerlo en solitario, sino con y desde la comunidad. 
*desde la pobreza y la sencillez, viajando ligero de equipaje, con sólo lo imprescindible para vivir (un bastón, sandalias y túnica), no sea que las “cosas materiales” oscurezcan y obstaculicen el mensaje;

*también se evangeliza desde el abandono en manos de aquellos a quienes se dirige el apóstol: “Quedaos en la casa donde entréis hasta que os vayáis de aquel sitio” (Mc 6,10), porque no basta el discurso para llegar a los hombres si a éste no le acompaña la comunión de vida con ellos;

 
*y el apóstol ha de ser consciente de que es posible el rechazo del evangelio, incluso violento; también ante esto da Jesús su consejo: “si un lugar no os recibe ni os escucha, al marcharos sacudíos el polvo de los pies en testimonio contra ellos” (Mc 6,11).El rechazo del evangelio es posible e incluso esperable, ya que forma parte de la vivencia misma del maestro, que “vino a su casa y los suyos no lo recibieron (Jn 1,11). La consigna de “sacudirse el polvo de los pies” viene a decir que la tarea del apóstol es anunciar el mensaje, pero la ausencia de frutos a causa del rechazo no desdice nada de su misión. 

A este propósito, creo que todos los sacerdotes y directores de espíritu han tenido que escuchar alguna vez en coloquio o confesión la queja amarga de padres que lloran el fracaso a la hora de transmitir a sus hijos la fe y la práctica religiosa. “Son buenos chicos, pero a pesar de nuestro ejemplo y de haber procurado darles una formación cristiana adecuada, nos parece que no lo hemos conseguido”. Muchos expresan cierto sentimiento de culpabilidad al decir esto. Y yo les suelo decir que no hay motivos para sentirse culpable. “Uno es el que siembra y otro es el que siega” (Jn 4,37), la semilla se ha sembrado, ¿quién sabe qué cosecha habrá al final?
 
De todos modos, cuando la palabra rebota y sólo encuentra cerrazón y rechazo, acordaos del consejo del Señor: “Si un lugar no os recibe ni os escucha, al marcharos sacudíos el polvo de los pies en testimonio contra ellos” (Mc 6,11). No es que debamos odiar a los que no escuchan ni acogen el mensaje, ¿cómo odiar a nuestros propios hijos?, pero sí debemos alejar de nosotros un sentimiento inmerecido de culpa que termina por hacernos dudar de la eficacia del evangelio dañándonos a nosotros mismos.
 
Anunciar con valentía la Verdad (parresía).
 
El rechazo del evangelio no es extraño a la historia de la salvación. La verdad duele y el que recibe la voz profética que denuncia injusticias e idolatrías, cuando no acepta la palabra, no suele quedarse estoicamente en silencio sino que tiende a reaccionar de modo violento. ¿Quién no ha experimentado nunca el rechazo a causa de la predicación o vivencia de su fe cristiana, la burla y la marginación de quien ha tomado el camino nuevo de Jesús? Ese rechazo más que motivo de desánimo, debería ser acicate para, una vez discernido su genuino carácter de persecución por causa del evangelio -no toda crítica a los cristianos ha de ser leída necesariamente como persecución y rechazo-, continuar con más empeño la tarea evangelizadora.
 
 
Jesús manda a los suyos, (a ti y a mí) a predicar y a sanar. Palabra y acción, verdad y amor. En la carta encíclica Veritas in caritate  el papa Benedicto XVI dice que la dinámica del amor exige no ocultar la verdad de Dios y del hombre: “Sólo en la verdad resplandece la caridad y puede ser vivida auténticamente. La verdad es luz que da sentido y valor a la caridad. … Sin verdad, la caridad cae en mero sentimentalismo”. (nº, 3). 

Como apóstoles somos envidados a anunciar el amor de Dios, que va más allá de los sentimientos. Ese amor, tal como lo vemos en las Sagradas Escrituras, se expresa unas veces con la dulzura del Padre que alienta el ánimo de sus hijos, y otras con la dureza de quien reprende. En este segundo caso nos cuesta más aceptar la verdad, porque pone al descubierto nuestro pecado.

En tiempos de relativismo e individualismo, donde cada uno sacraliza su propia verdad y se percibe a sí mismo como centro del universo, se hace más difícil el anuncio y la escucha de la denuncia profética. Pero esto no debería impedirnos el seguir practicando un   profetismo exigente. 

La caridad pide que miremos al prójimo y al mundo desde la verdad y que no les ocultemos esa verdad que no deja de ser tal porque no quiera escucharse. ¿Cómo nos curaremos si no hacemos diagnóstico de nuestros males? ¿Cómo liberarnos de las mentiras que nos atan si no las ponemos al descubierto? Y hacer esto sabemos que crea conflictos y da lugar a persecuciones.

El profeta que denuncia la falsedad y la injusticia, en el menor  de los casos, será invitado, como lo fue Amós, a exponer su profecía en otro lugar, donde su voz no sea tan molesta (Am 7,12-15). En otros casos se recurrirá a la violencia y hasta a la muerte para hacer callar la voz de Dios que habla por ellos; como ocurrió con tantos mártires de la fe, con personas de ayer y de hoy, tales  como monseñor Oscar Romero.  Todos, a fin de cuentas, siguieron los pasos de Jesucristo, maestro y mártir. Si el discípulo no es más que su maestro; si a Jesús lo rechazaron es connatural al testimonio cristiano el mismo destino.
 

Nuestro modelo de apóstol y profeta es Jesús. Él vivió su amor al hombre sin concesiones a la mentira. Habló con “valentía” (parresía) la verdad; “Para esto he nacido y para esto he venido al mundo: para dar testimonio de la verdad. Todo el que es de la verdad escucha mi voz” (Jn 18,37).
 
La Eucaristía dominical es la fiesta de los inconformistas, ese momento de la semana en el que nos ponemos en el regazo de Dios dejándonos serenar e interpelar por su voz profética. Aquí tomamos fuerzas, para descansar de la misión, y para salir luego a la calle a seguir dando el testimonio del Reino, algo sencillo pero molesto; porque un mundo complicado y superficial como el nuestro no soporta la verdad y la vida sencilla.    

Por ello la fricción, el choque de mentalidad, y la consiguiente incomprensión-persecución, es esencial en la vida del apóstol. Como Jesús fue acogido, así serán acogidos los suyos, y como fue rechazado, también lo serán los suyos: “El siervo no es más que su señor. Si a mí me han perseguido, también os perseguirán a vosotros; si han guardado mi Palabra, también la vuestra guardarán” (Jn15,20) .

C. AcedoJulio 2021  paduamerida@gmail.com.

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